lunes, 19 de noviembre de 2018

Ella, él y el cochinillo de Segovia


   -Mañana no trabajas ni tienes niños, ¿verdad?

   -No. Estoy libre.

   -Dime que por ahí tenéis sol, please-le rogó ella.

   -Of course. Un radiante y cálido sol invernal. ¿Por?

   - Porque llevamos una típica semana pucelana de niebla como hacía años que no teníamos. Ni sé cuándo fue la última vez que vi un rayito de sol......y he pensado en coger un bus mañana y pasar el día contigo. Si te viene bien, claro.

   -¡Vente! No lo dudes más-exclamó entusiasmado.

   Se conocieron 14 años atrás cuando coincidieron poco más de un mes en el trabajo. Después, excepto un breve encuentro en un centro comercial, no habían vuelto a verse nunca.

   Hacía 8 meses que, mientras ella pasaba sus vacaciones en casa atiborrándose de antibióticos para curar una infección, una sugerencia de amistad en el Facebook, le llevó a recordar a aquel tipo divertido que le hizo reír cada día que trabajó con él tanto tiempo atrás. Después de dudarlo, porque no estaba segura de que se acordara de ella, le mandó un mensaje, que él respondió unas horas más tarde. Por supuesto que sabía quién era. ¿Cómo olvidar a la tía más sexi con la que había trabajado? Bueno, para ser sincero......nunca había olvidado a ninguna de las tías sexis con las que había trabajado.

   Pasaron horas poniéndose al día y hablando de.......todo. Porque cada vez que sacaban un tema, la conexión era increíble. Él nunca supo lo acojonada que ella estuvo durante aquella primera semana. No había conectado así con nadie y, después de sus desastrosas relaciones, le aterraba la idea de haber encontrado a alguien con el que coincidía en todo. Hasta que él empezó a ponérselo muy fácil: no quería volver a tener una relación. Sólo le interesaba el sexo. Si bien le hacía gracia que a su edad todavía siguieran viéndola como un apetitoso trozo de carne que degustar de vez en cuando, el sexo y sólo sexo, esporádico y sin ningún tipo de implicación que le ofrecía......no entraba en sus planes. Además, aunque compartía la mayoría de sus ideas, la forma tan apabullante que tenía de expresarlas, conseguía sacarla de quicio. "Tío, eres como una estampida de elefantes en medio de la sabana: o salgo corriendo o me aplastas", solía decirle entre risas.

   Tras el año más horrible de su vida, ella fue como esa brisa de aire fresco de la que todo el mundo habla alguna vez. Y, por primera vez en meses, volvía a reír. Porque no podía evitarlo, para una mente cuadriculada y científica como la suya, que rebatiera sus intentos de demostración a base de datos y más datos con un simple "porque no", le hacía soltar una enorme carcajada. Había pasado meses intentando que le viera como algo más que un amigo, sin darse cuenta de que cuanto más lo intentaba, más conseguía alejarla.

   Cuando el autobús entraba en la estación, sonó su teléfono.

   -Llego tarde. Lo siento, pero la carretera está en obras y hay un atasco infernal. Mejor quedamos en el Acueducto.

   -No te preocupes. Así aprovecho para callejear, que ya sabes que me encanta.

   Cuando se encontraron, casi era la hora de comer. Ella le dijo que le apetecía, como no podía ser de otro modo, cochinillo; así que ahí estaban ellos, delante de una ensalada y uno de los manjares más sabrosos que un humano puede degustar. 

   No podía quitarle la vista de encima. No recordaba cuándo fue la última vez que había visto a alguien disfrutar así del asado más típico de su ciudad. 

   -Pues sí que tenías ganas-le dijo, riéndose.

   -Es que nosotros somos más de lechazo-balbuceó ella con un tierno y crujiente pedazo en su boca.

   Sintió que se le paraba el corazón. No recordaba la última vez que deseó tanto besar a alguien.

   Ella vio su mirada e intentó contenerse......pero aquello estaba delicioso e iba a chuparse los dedos, literalmente. No importaba si pensaba que era una tragona maleducada.

   Fue una tarde de confidencias, de ésas que no se hacen chateando sino mirando a los ojos, y de paseos, disfrutando del sol y de los monumentos de una de las ciudades más bonitas del mundo. Terminó agotada de subir y bajar el tontódromo (¿o era bobódromo?), pero pasó un día perfecto.

   -Te toca devolverme la visita-le dijo cuando llegaron a la estación para coger el autobús de vuelta.

   -Claro que sí-dijo él. Y le dio un beso en la mejilla.

   Ella odiaba viajar. Siempre se ponía histérica antes de salir. Y esta vez no fue diferente. Estaba tan nerviosa, que no se dio cuenta de que se había ido sin despedirse.

   Ha pasado un año. No han vuelto a verse. Mantienen el contacto a duras penas.

   Mucho trabajo, problemones familiares, nueva gente, nuevas ilusiones le habían servido de excusa para cumplir la promesa que se hizo a sí mismo aquel día en la estación, cuando se sintió incapaz de despedirse de ella: nunca más volvería a verla.

   Su vida seguía siendo tan caótica como siempre, pero estaba aprendiendo a disfrutar de ese caos. Estuvo esperando su visita durante meses, hasta que se dio cuenta de que no vendría. Intentó mantener el contacto, aunque cada vez costaba más saber de él. Se dio cuenta de que si no quería ser sólo su amigo, ella no podía obligarle. Pero le echaba de menos. No pudo evitar llamarle llorando como una magdalena el día que, por fin, vio Cinema Paradiso, porque sólo él sabía lo que sentía. Y después......le dejó ir.

   Él no ha vuelto a llevar a nadie a comer cochinillo.....todavía.

   Ella sí ha vuelto a comerlo, pero esta vez no fue en Segovia y usó cuchillo y tenedor.





Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

   

miércoles, 14 de noviembre de 2018

El chocolate con churros de El Castillo

Chocolate con churros. Foto de Ana María Blanco Estébanez
  
  Nunca entendería cómo hay gente que odia celebrar su cumpleaños, y hasta se enfada cuando les felicitas. A ella siempre le pareció una ocasión para comer, beber y, sobre todo, pasarse varias semanas quedando con su gente. Esas personas que, aunque sólo ve un par de veces al año, sabe que están ahí para lo que sea. Y sí, tenía muy en cuenta quién se acordaba de llamar o mandar un mensaje, porque, más allá de la felicitación en sí, esos detalles suponían saber que había amigos que, aun en la distancia, seguían pensando en ella, aunque sólo fuera ese día especial. Y no, no podía evitar sentir un pinchacito en su corazón cuando, al acabar el día y hacer recuento, veía que faltaba alguien. Esa ausencia le provocaba un doloroso vacío que no había sabido superar a pesar de repetirse un año tras otro.

   Esta vez tampoco había sido una excepción: alguien a quien quería había evitado felicitarla. No había sido un olvido. Estaba segura. Durante todo el año se había ido mostrando cada vez más esquivo. Creía saber la razón, pero, como trataba de explicar a sus amigas, no podía entender que se comportara como un niñato inmaduro.

   Porque ahí estaba ella, en su celebración favorita. Si algo positivo tenía cumplir años en invierno era este día; lo que ellas llamaban la clausura oficial de la operación bikini. Se reunían las cuatro alrededor de una mesa de El Castillo, con sus tazas de chocolate y un enorme plato lleno de churros,  esperando a ver quién era la primera en coger uno.

   Esta vez había tocado un día triste; un día nublado y llorón en el que el sol no se dignó a salir ni un momentito. Pero, como siempre, era una tarde de risas. Ya lo dice el refrán: A mal tiempo, buena cara. Y si se juntan buenas amigas y una deliciosa merienda, la alegría está asegurada.

   -Pero, niña.....¿todavía te sorprende que los hombres se comporten como niñatos inmaduros?- dijo Mamen. 30 años casada. La voz de la experiencia, cómo solía decir. 

   -Si ya lo veías venir. No sé por qué te extraña. Son unos impresentables que sólo muestran interés cuando quieren algo y, si no lo consiguen, pasan y a por otro objetivo-añadió Rita. 10 años divorciada y varios encontronazos, como ella los definía, con hombres bastante impresentables, habían conseguido que su visión sobre "esos animalillos", como solía llamarlos, fuera bastante negativa.

   -No le hagas caso. Algún día tropezarás con el adecuado y verás-señaló con su mejor sonrisa Merche. Ella había tenido suerte. Tras un divorcio nada conflictivo y un reparto de custodia en absoluto problemático, tuvo su "tropezón" con el hombre perfecto, que hacía que, después de más de 3 años de relación, parecieran unos quinceañeros.-Torres más altas han caído-soltó con una carcajada.
  
   -Puede que más altas.....pero no tan firmes-le respondió Elisa, entre risas.-Que no chicas, que ya sabéis que estoy genial así. Además, viendo cómo está el mercado.......ni siquiera me veo tentada a dejarme caer. Y ahora, haced el favor de empezar con los churros que se nos enfría el chocolate.

   Hay cosas de Valladolid conocidas en el mundo mundial. Y hay otras sólo conocidas para algunos privilegiados. Si no dejaba que ninguna de sus visitas se fuera sin ver los monumentos imprescindibles, había tres cosas que mostraba a los más especiales: un paseo por el coso viejo, que dejaba alucinados a todos, una comida en La Parrilla de San Lorenzo (toda una experiencia no sólo culinaria, que dejaba sin palabras incluso a los más exigentes) y un chocolate con churros en El Castillo, que hacía exclamar que, sin ninguna duda, era el mejor que habían probado en su vida.

   -A ver, cómo esperáis que quiera estar con alguien, con los tíos tan raros con los que me encuentro-les recordó mientras terminaba de masticar un trozo de churro.-¿Os acordáis de "el pelucas"?

   Y entonces era cuando empezaban a recordar historias entre carcajadas que terminaban provocando lágrimas y, por supuesto, saboreando churros cubiertos de chocolate.

   ¿Cómo puede haber gente a la que no le guste celebrar su cumpleaños?





Foto y texto Ana María Blanco Estébanez 
Todos los derechos reservados