sábado, 23 de julio de 2022

El enigma de las musas perdidas y del órgano hechizado




LA HUIDA

 
  -No te vayas todavía-Pablo sujetó su mano cuando intentó levantarse-No te vayas, por favor.

   -Que hasta la guitarra mía llora cuando dice adiós-cantó Alex, terminando con una carcajada.

   -Me ha quedado algo folklórico, ¿no?-parecía avergonzado-Pero en serio, espera un poco. Hace días que quiero hablar contigo y no sé ni por dónde empezar, así que iré directo al grano: estoy preparado para dar un paso adelante. Esta situación ya ha durado demasiado y necesito, creo que los dos necesitamos, avanzar en esta relación.

   Alex le lanzó una mirada asesina y se levantó de la cama sin decir palabra. Recogió la ropa desperdigada por el suelo y se metió en el baño para darse una ducha. Por primera vez echó el cerrojo, no le diera por seguirla hasta allí.

   Así que ahora estaba preparado, así que ahora necesitaba.....Mientras el agua templada refrescaba su cuerpo, recordó cuando se conocieron, hacía casi quince años, un sábado por la noche en un garito en el que no había entrado nunca. Desde el primer momento saltaron chispas entre ellos. Intentaron tener una relación "tradicional", pero lo cierto es que chocaban en casi todo....menos en la cama. Se separaron tres meses después y, uno más tarde, volvieron a acostarse. No querían dar explicaciones ni que nadie les juzgara, así que para todo el mundo eran unos ex que habían terminado como amigos. Cuando uno de los dos conocía a alguien, dejaban de verse, pero ninguna de sus relaciones duró e, invariablemente, terminaban buscándose. No hacían planes juntos: ni fiestas, ni viajes, ni cine. Sólo quedaban muy de tarde en tarde a tomar algo y, excepcionalmente, fueron al fútbol y al balonmano. Alex había intentado convencerle para cambiar aquello, pero Pablo se cerró en banda: estaban bien así, viéndose cuando les apetecía y sus agendas coincidían. Lo cierto es que se acostumbró y, precisamente en ese momento, su vida no necesitaba complicaciones.

   Se miró en el espejo, dio el visto bueno a su aspecto y salió descalza, buscando las sandalias y el bolso. Ahora que Charo había puesto un plazo improrrogable para el libro, justo ahora, resulta que el muy cretino estaba preparado para "avanzar en esta relación".

   -¿Te vas sin más? Tenemos que hablar. Esto es lo que me cansa: breves encuentros y salir disparados. Te quiero. Ya sé que he tardado mucho en decirlo, pero creo que me merezco una respuesta.

   -He quedado con Sonia-fue lo único que contestó, como si no hubiera oído sus palabras. Ni siquiera le miró, ni se despidió con un beso, como hacían siempre. El escalofrío que había recorrido su espalda estaba incrustado en su cerebro y no sabía qué decir. Mientras cerraba la puerta sacó el teléfono del bolso: "Sonia, tengo una urgencia de vida o muerte. ¿Voy a tu casa?¿Vienes a la mía?".

   Mientras la esperaba, preparó algo de merienda para las dos y se dio cuenta de que no podía contarle, de repente, toda la historia con Pablo. Sonó el timbre y, nada más abrir la puerta, la abrazó como si hiciera meses que no se veían.

   -¿Estás bien? Oye, que voy a preocuparme de verdad. ¿Qué ocurre?

   -Es el libro: no sé por dónde empezar y ya ha pasado un mes desde el ultimátum de Charo.

   -Ay, mi niña. Me habías asustado. Tú puedes hacerlo sin problemas. Te salen las historias con una facilidad pasmosa, así que no te preocupes que, antes de que acabe el plazo, le habrás entregado un superventas.

   Uf, menos mal que se lo había tragado. Aunque, en realidad, no era mentira: no recordaba semejante vacío de ideas desde que había empezado su aventura literaria. Al principio fue una especie de juego al que se fue enganchando poco a poco, hasta que aquella afición se convirtió en una adicción. Difundía sus relatos en las redes sociales y parecía que gustaban, así que se sentía obligada a superarse con cada uno de ellos. La gente los compartía y, un día de hacía un par de años, recibió la llamada de una editorial, interesada en llegar a un acuerdo con ella para publicarlos. Charo la entendió desde el principio y ahora era una de sus mejores amigas, además de, en cierto modo, jefa. El primer libro fue una recopilación de sus relatos antiguos, el segundo se compuso de creaciones nuevas, pero la convenció de hacer algo diferente para la que iba a ser su tercera obra: una novela (no era necesario algo muy largo) de un tema del que todavía no hubiera escrito, como, por ejemplo, "¿por qué no una historia policiaca?". La sugerencia de Charo hizo que se echara a reír.

   -Mira, no creo estar preparada para algo tan largo, pero, además. ¿novela policiaca? Que no es mi estilo, que yo soy más de historias reales, de la calle.

   -Mira tú: no me equivoqué cuando te dije que tus historias se venderían bien, ¿verdad? Pues créeme ahora: estás lista para hacer algo más ambicioso y no hay nada más real que crímenes, robos, asesinatos....Confío plenamente en ti y estoy segura de que podrás hacerlo.

   Dos meses después de aquella conversación llamó para saber cómo iba con el libro.

   -No he empezado. No tengo ni idea. No se me ocurre nada. Ya te dije que esto no era lo mío.

   -No es por presionarte, pero quiero que la editorial lo publique a finales de junio. Les estoy convenciendo de que merece la pena apostar por ti para la campaña de verano. O sea, en Semana Santa, como muy tarde, quiero leerlo para ver si hay que hacer correcciones.

   -Pero eso son poco más de ocho meses. ¿Estás loca? No podré hacerlo.

   Alex sabía que si sus musas aparecían la historia estaría terminada mucho antes, porque, cuando estaba inspirada, se plantaba delante del ordenador y, en menos de dos horas, tenía escrito un relato. Pero ahora, por un lado se trataba de una novela, no de una historia corta y, por otro, su cabeza estaba completamente vacía de ideas. Pidió una excedencia en su trabajo (la literatura estaba muy lejos de ser su medio de vida), aunque, después de un mes, parecía que tampoco había servido para encontrar ni un amago de argumento con el que empezar a hilar la trama. Su orgullo hacía que no tirara la toalla, pero, sobre todo, no quería decepcionar a Charo, que confió en su potencial más, incluso, que ella misma.

   Sonia, tratando de ayudarla a no agobiarse, estaba contándola el final de la obra de reconstrucción de la casa de su abuela en Amarta. "La obra del Escorial", como solían llamarla: no corría prisa y llevaba más de dos años con trabajos de albañilería, fontanería, alicatado, carpintería, pintura y decoración. Había intentado conservar lo posible, pero prácticamente todo tuvo que ser sustituido.

   -¿Qué has dicho?-la interrumpió Alex.

   -Ya sabía yo que no me estabas haciendo ni caso. ¿A qué te refieres? No me digas que tengo que contarte todo otra vez-se rio Sonia.

   -Has dicho algo de alquilarla, ¿no?

   -Sí. Ya sabes que, de momento, sólo vamos a ir muy de tarde en tarde, así que nos planteamos alquilarla el verano que viene, pero a alguien de confianza; para intentar recuperar algo de la inversión.

   -Acabas de salvarme la vida: ya tienes inquilina para los próximos meses.

   -Alex, que la casa no está preparada para el frío. Que está empezando septiembre y, en unas semanas, estarás helada, que tú eres muy friolera.

   -Hay chimenea y conseguiste arreglar la vieja estufa de hierro. A ver, hasta yo puedo apañarme con eso. Ahora bien, tendremos que conseguir un montón de leña. Y otra cosa: nadie, pero nadie, puede saber dónde estoy. Voy a mantener el contacto por teléfono con la familia y contigo; del resto no quiero saber nada hasta que acabe el libro.

  Parecía que un poco de claridad asomaba en el futuro que, hacía sólo un par de horas, veía tan oscuro y estresante. Tranquilidad y aislamiento: una mezcla insuperable para encontrar la historia perfecta.


AMARTA DE VILLASAR


   Sólo había estado una vez y recordaba perfectamente cómo la sorprendió ver tanto monumento en tan poco sitio. Era el típico pueblito castellano que en invierno estaba prácticamente vacío, pero que recuperaba parte de su población durante las vacaciones. Como lo de conducir no iba con ella, Sonia se encargó de llevarla, junto con abastecimiento suficiente para varias semanas. El pan lo llevaba a diario un vendedor ambulante y, una vez a la semana, iban también con pescado, carne y verduras frescas. Casi todos hacían la compra en la ciudad, a poco más de media hora, pero tener la posibilidad de comprarlo allí mismo le venía muy bien a la gente más mayor. Incluso tenían un pequeño consultorio al que acudía, una vez por semana, un doctor del centro de salud más próximo.

   Pasaron un par de días preparándolo todo. Sonia se encargó de la leña y Alex de recopilar todo lo que quería llevar y de hablar con la gente para que supieran que, aunque desaparecida, iba a estar bien y que, de vez en cuando, daría señales de vida; pero sin decirle a nadie dónde localizarla. Lo más complicado era explicárselo a Pablo porque estaba segura de que aprovecharía el momento para presionarla con el tema, así que fue con el único que no habló.

   Para su sorpresa, la casa de Sonia estaba pegando a la vieja mansión que tanto le gustó cuando la llevó años atrás. El tiempo la había tratado fatal: el tejado estaba prácticamente desparecido en el interior de la planta superior, puertas y ventanas desaparecidas y sustituidas por rejas para evitar que alguien se colara y las paredes con desconchones por todas partes.

   -¿Y los escudos de la fachada?-Recordaba perfectamente uno enorme encima de puerta principal y dos más pequeños a su izquierda y derecha.

   -Los mandaron retirar desde el Ayuntamiento cuando se vio que podía derrumbarse antes de que tuvieran el estudio con el presupuesto de rehabilitación. Están guardados para volver a colocarlos, una vez restaurados, cuando esté terminada.

   Alex se fijó en la valla metálica que la rodeaba y el enorme cartel de la empresa que haría las obras. Frunció el ceño pensando que un trabajo semejante podía dar al traste con la tranquilidad que buscaba.

   -No sabía que la casa de al lado era la de tu abuela. No lo mencionaste cuando me trajiste la otra vez. ¿Sabes cuándo van a empezar?

   -Uy, tranquila. He oído que Hacienda anda tras ellos y que, hasta que no paguen lo que deben, tienen embargados los bienes. Vamos, que si no pagan no trabajan y si no trabajan no tienen para pagar. Están buscando otras empresas que hagan sus estudios y presupuestos, así que pasarán meses antes de que aparezcan obreros por aquí.

   Alex miró la casa con pena: por su aspecto no creía que fuera a aguantar tanto. Sonia le había contado la historia de la familia, llena de intrigas, misterio.....Los Villasar habían sido los más poderosos del pueblo durante siglos, hasta que, a finales del XIX, varias cosechas desastrosas provocaron su ruina. Se vieron obligados a vender la mayoría de sus tierras y Álvaro, el hijo pequeño, decidió hacer las Américas, como decían entonces. Fue de los muy afortunados y regresó en 1920, sin familia reconocida (no hubo forma de sacarle si se casó o tuvo algún hijo) y forrado de dinero, según contaban. Arregló la casa familiar, donó una fortuna al Ayuntamiento para modernizar el pueblo, pero, sobre todo, se centró en la preciosa iglesia-catedral gótica: limpieza y restauración de piedras y retablos, reposición de la puerta principal y reconstrucción del imponente órgano.

   Para la puerta contrató a uno de esos artistas jóvenes cuyo estilo pocos entendían, y fue la decisión más desastrosa que tomó porque el resultado sólo le gustó a él: una puerta azul con esculturas desnudas y troceadas cuya simbología nadie comprendía. Cuando Alex la vio por primera vez pensó que quizá sería perfecta para la Sagrada Familia de Gaudí, pero en aquella bellísima iglesia gótica pegaba como a un santo dos pistolas....y nunca mejor dicho, así que no podía imaginar lo que pensarían los habitantes de principios de siglo de aquella cosa tan rara, aunque estaba claro que debieron de tomárselo muy mal, porque terminaron poniendo una verja que, todavía hoy en día, impedía el acceso hasta ella

  Con el órgano, sin embargo, lo hizo perfecto: buscó a los mejores especialistas para arreglarlo y afinarlo, mientras tomaba clases con un viejo organista. Cuando las obras terminaron él mismo lo tocó en la primera ceremonia que se celebró y, por lo que se contaba, no lo hizo nada mal. Con el tiempo se convirtió en un experto y no dejaba que nadie mas lo hiciera sonar.

   El momento más glorioso de la familia llegó en 1929 cuando consiguieron que el pueblo añadiera su apellido al nombre. Nadie sabía cuánto les había costado pero es que la fortuna del indiano no parecía tener fin. Además, las inversiones fueron muy acertadas, por lo que aquellos fueron unos años dorados para los Villasar. Y, para que no hubiera duda de dónde estaba el poder, don Álvaro apareció un día con una enorme carreta de la que descargó tres escudos metálicos que fueron colocados en la fachada de la casona, y se hizo traer desde Inglaterra uno de los primeros Jaguar que se vieron en España  ¿Envidiados?¿Odiados? La verdad es que parecía que no: trataban a todo el mundo bien, pagaban buenos sueldos a sus empleados y se preocupaban de cubrir las necesidades de las principales infraestructuras del pueblo, colocando fuentes para tener más fácil el acceso al agua y construyendo una nueva escuela que sustituyera al viejo cobertizo en el que daban clase.

   Por eso nadie se explicó qué pasó aquella noche de julio de 1949, en que toda la familia simplemente desapareció. Nadie volvió a verlos ni a oír hablar de ellos. Cuando los sirvientes se levantaron por la mañana no había rastro de ninguno. Los rumores decían que habían huido llevándose todo lo que pudieron, aunque no entendían por qué. Semanas más tarde los chavales empezaron a colarse en la casona y descubrieron que todo estaba allí: muebles, ropa, joyas y la despensa llena de comida. La casa fue desvalijada durante años y no había vivienda en Amarta que no tuviera algún "recuerdo" de la familia Villasar. La mansión se convirtió en lugar de juegos y aventuras de varias generaciones de niños, hasta que, con los años, se volvió un lugar peligroso y la vallaron.

   Cuando Sonia abrió la puerta, las atacó un desagradable olor a cerrado y a tuberías podridas. Pusieron el equipaje de Alex en el salón y los alimentos en la cocina. Dejaron correr agua por los grifos del fregadero, la ducha y el lavabo durante un buen rato y abrieron todas las ventanas.

   -Vamos a tomar algo al bar mientras se ventila-sugirió Sonia.

   Alex recordaba perfectamente la moderna cafetería con una terraza desde la que había unas impresionantes vistas de la torre de la iglesia. La mayoría de los veraneantes habían vuelto a las localidades en las que vivían habitualmente, así que sólo se encontraron con los residentes que no se movían de allí durante el invierno.

   -Mira qué bien: vas a conocer a los pocos habitantes con los que vas a compartir el pueblo los próximos meses. Así tendrán algo de lo que cotillear.

   Se tomaron una caña mientras hablaban con todo el mundo. Al pedir en la barra, la camarera comentó que ya sabían que había una forastera al lado de la casa del tesoro. Es lo que tienen los pueblos pequeños: nadie puede mover un dedo sin que se entere todo el mundo antes de que acabe el día.

   Era un anciano de edad indefinida, pero parecía tener mil años. Estaba sentado en una mesa, hojeando el periódico, pero se levantó con una agilidad pasmosa y se dirigió hacia ellas.

   -No se llama la casa del tesoro. No os dejéis engañar por leyendas y usted-dijo señalando a Alex-procure mantenerse alejada de ella. Está maldita-Y se fue, dejándolas con la boca abierta.

   -No hagáis caso a Benigno. Le encanta meter miedo a la gente, pero si queréis saber historias del pueblo, sólo tenéis que invitarle a un vino y os contará infinidad de ellas. Sobre todo de la casona, en la que trabajó cuando era sólo un chiguito.

   -Oye, vámonos, que tengo que explicarte cómo funcionan la chimenea y la estufa  y no me apetece conducir de noche.
 
    -¿Por qué la llamáis la casa del tesoro?-preguntó Alex mientras iban caminando.

   -Ni caso. Leyendas, como dijo Benigno. Ya te conté que desaparecieron todos sin más, pero dejaron lo que tenían, incluido el coche. Lo que nadie pudo encontrar fue la fortuna del viejo Álvaro. En metálico sólo hallaron unos cuantos billetes y monedas. En la  cuenta del banco tampoco quedaba  demasiado. Así que la pregunta que se hacía todo el mundo era:"¿Dónde está el dinero?" La casa fue vaciada y, durante años, la gente siguió entrando y tiró paredes y tabiques buscando escondites. Benigno fue de los pocos que no participó de aquella caza del tesoro. Le decía a todo el mundo que un día volvería alguno de ellos y les pedirían cuentas de lo que habían hecho. Siguió cuidando el jardín hasta que, por el peligro de derrumbe, vallaron la propiedad. Yo me colé una vez y aluciné con las plantas, fuentes y el enorme estanque, en el que todavía se veían peces. Pidió al alcalde que le permitiera entrar para seguir atendiéndolo, juró que no se acercaría a la casa, pero recibió un rotundo “No”: la casa había sido declarada ruinosa, nadie reclamó su propiedad y en el Ayuntamiento no iban a permitir que un viejo chalado sufriera un accidente y les tocara indemnizarle por negligencia. 

   Ya no olía a cerrado. Sonia encendió la chimenea para que Alex, que nunca había usado una, supiera cómo se hacía.

   -Pues se agradece el calorcito.

   -Ya te advertí de que ibas a pasar frío-contestó Sonia con una sonrisa.-¿Quieres que te enseñe cómo funcionan los electrodomésticos?

   -No hace falta: creo que me las apañaré con la lavadora y los hornos. El lavavajillas no pienso tocarlo. ¿Sabes que una vez le preguntaron a Agatha Christie cómo lograba inspirarse para tanto crimen y asesinato? Su repuesta fue: "Fregando. No hay como tener objetos peligrosos entre las manos para que a una se le ocurran las historias más inquietantes". Así que voy a ver si funciona conmigo: recogeré todos los cacharros a mano.

   -Me voy ya. Cuando llegue te mando un guasa.

   Un beso, un abrazo, la puerta se cerró y Alex dio un enorme suspiro. ¿Funcionaría ese aislamiento y volvería a encontrar a sus musas?


¿PAZ Y TRANQUILIDAD?


   Sacó la ropa y la colocó en los muebles del dormitorio. La casa era bastante pequeña, pero Sonia se había encargado de que no faltara de nada. Lo que había hecho con la cocina la había convertido en su sitio favorito: una enorme ventana, muebles blancos y encimeras imitando la madera junto con todo tipo de modernos aparatos hacían de aquel espacio un lugar cálido y luminoso. Aunque en ese preciso momento las  moscas se habían hecho dueñas de la zona. Cogió el insecticida y se dispuso a dispararlas, pero se rindió en unos segundos: desde que tuvo los desprendimientos de vítreo, los campos de visión de sus ojos estaban llenos de manchas negras que no paraban de moverse, por lo que intentar perseguir un insecto era misión imposible. Esparció una enorme cantidad de producto, cerró la puerta y fue a darse una ducha mientras hacía efecto.

   Estaba secándose y pensando qué iba a preparar para cenar, cuando un fuerte rugido, como un trueno a su espalda, hizo que se volviera justo a tiempo para ver cómo todos los azulejos de encima de la bañera se abombaban y amenazaban con caerse. Se puso el pijama y fue a buscar el móvil. Como esperaba, Sonia ya había mandado el mensaje al llegar a casa, así que la llamó y se lo contó.

   -Tía qué mala suerte, pero menos mal que no te ha pasado nada. Mañana llamo a Chema, que fue quien los puso y le diré que se pase a arreglarlo.

   Después de cenar, las brasas de la chimenea estaban prácticamente apagadas y empezaba a notarse algo de fresco. Como había sido un día muy largo, después de mandar los mensajes prometidos, Alex decidió acostarse. ¡Qué diferencia con su casa! No se oía un ruido: ni la tele de los vecinos, ni los coches por la calle, ni gente dando voces....Sin embargo, tras un cuarto de hora dando vueltas en la cama sin que llegara el sueño, se dio cuenta de que tardaría en acostumbrarse a tanto silencio. Aunque, de repente, empezó a oír una música que no distinguió muy bien al principio y que empezó a sonar cada vez más cercana. ¿Alguien estaba tocando un órgano?¿A esas horas? Supuso que era una grabación y, ahora sí, con el silencio roto por aquella melodía pudo, por fin, dormirse.

   Después de desayunar sonó un fuerte golpe en la puerta. Recordó que no había timbre porque la antigua aldaba fue de lo poco que se pudo mantener y, al abrir, se encontró con un hombre alto, guapo y con un cuerpo de los que te dejan la boca abierta.

   -Sonia me ha dicho que viniera a arreglar unos azulejos-y, sin más, sin siquiera dar los buenos días, se fue derecho al baño. Alex entendió lo que quería decir Sonia la noche anterior cuando la advirtió de que no se dejara engañar por su aspecto.

   Después de mirar, aporrear la pared en varias zonas y menear la cabeza las veces suficientes como para que Alex supiera que era más grave de lo que pensaba, se dirigió a la puerta.

   -Oye, ¿lo vas a arreglar?

   -Voy a por las herramientas. No entiendo qué ha pasado, pero tengo que quitar todos los azulejos de esa pared y volver a ponerlos.

   -¿Cuánto vas a tardar?

   -Lo que haga falta-respondió sin mirarla mientras salía a la calle.

   Alex soltó un bufido y decidió que no se quedaría en casa mientras aquel extraño ser hacía ruido y llenaba todo de polvo. Se cambió, cogió el bolso y el ordenador y, cuando se estaba atando los cordones de las zapatillas, Chema volvió.

   -Me voy. Si me necesitas para algo estaré en la cafetería o en la plaza o en la ermita- y, al salir, escuchó los primeros golpes.

   Se dirigió calle arriba murmurando cabreada: vaya forma de empezar su vida relajada. Cuando se quiso dar cuenta estaba delante de la iglesia. Todavía hacía algo de fresco, así que entró en el bar y pidió una infusión. Excepto la camarera, la misma de la tarde anterior, no había nadie mas. Se extrañó de verla allí tan temprano y se vio obligada a contar lo que pasaba.

   -Se lo advertí: hay mucho mal en esa casa-la voz la sobresaltó. Era otra vez el mismo anciano, sentado en la  misma  mesa.

   Alex le ignoró y preguntó a la chica por la música de órgano. No sabía de qué estaba hablando; el único órgano del pueblo era el de la iglesia y hacía años que nadie lo tocaba.

   -¿También usted oyó el órgano?-preguntó Benigno.

   Esta vez sí se acercó a él.

   -Sí. Era muy triste, pero me ayudó a dormirme. ¿Suena todas las noches?

   -No  lo sé. No todos pueden oírlo.

   -¿Qué quiere decir?

   -Lo que he dicho. Y tampoco puedo decir si eso es un privilegio o una maldición.-Se levantó para irse justo cuando entraban la alcaldesa y otros dos vecinos.

   -Pues sí. Al final va a ser más rápido de lo que pensábamos: han presentado una oferta bastante buena y están preparados para empezar en un par de semanas. Si todo sigue según está proyectado puede que para el verano podamos inaugurar el hotel rural. Es mucho trabajo porque la casa hay que hacerla prácticamente nueva y el jardín desparecerá para hacer una piscina con techo retráctil, que es de la única forma que se podrá utilizar tanto en verano como en invierno.

   A Alex no le hizo gracia oír aquello: definitivamente decía adiós a su posibilidad de calma y sosiego. Aunque no fue la única a la que pareció no gustarle.

   -Os he dicho muchas veces que no toquéis la casa. No me creéis cuando os digo que el mal habita allí y que estáis condenando al pueblo a sufrir todo tipo de catástrofes y desgracias.-Benigno se había vuelto al oír hablar a la alcaldesa y soltó la parrafada mientras la amenazaba con un dedo, para largarse inmediatamente después.

   -Este hombre cada vez desvaría más-comentó uno de los vecinos.

   Cierto que no parecía estar muy en sus cabales, pero Alex deseaba que le hicieran caso y, por lo menos, pospusieran las obras unos meses.

   Cuando regresó a casa, afortunadamente, los golpes habían terminado y había bastante menos polvo de lo que esperaba.

   -He conseguido quitar todos los azulejos sin romperlos, excepto el primero.

   -No te preocupes: Sonia me dijo dónde guarda los que sobraron de la obra.

   La verdad es que no parecía preocupado en absoluto. 

   -Después de comer vengo a preparar la pared para empezar a colocarlos mañana.-y se fue, como siempre, sin despedirse. 

   -Debe ser algo típico de aquí-pensó Alex al recordar a Benigno y a los Villasar.

   Hasta que el baño estuvo terminado paraba en casa lo mínimo imprescindible: comer y dormir. Paseó por el pueblo y por los alrededores, cargada con el portátil por si surgía por fin "la idea". Las noches fueron como la primera: silencio absoluto hasta que una triste melodía de órgano sonaba para ayudarla a conciliar el sueño. Se lo comentó a Sonia, que también se lo tomó a broma.

   Cuando acabó la obra, por fin, tras varios días en los que Alex no entendía cómo podía tardar tanto en poner unos cuantos azulejos, Chema se lo comunicó a su manera: "Mañana ya no vengo. Voy a preparar unas brochetas para cenar. A las nueve estarán listas". Esta vez no se fue: parecía esperar una respuesta. ¿La estaba invitando a cenar? De todos los tíos raros que se habían cruzado en su vida, aquel tipo se llevaba la palma.

   -Ya veré-respondió mientras cerraba la puerta.

   Tenía mucho que limpiar, así que aquella tarde pudo estar unas horas sin preocuparse por su falta de inspiración. Cuando acabó, se lavó a cachos porque no podía utilizar la ducha en varias horas y empezó a pensar en las brochetas de Chema. No tenía ganas de preparar la cena y su curiosidad por saber si siempre era así terminaron por decirla a ir. Pensó en Pablo y en las últimas palabras que le había dicho hacía casi una semana: "Cariño, como si no tuviéramos bastantes problemas y ahora nos vas a meter en más", pero se negó a discutir consigo misma y se arregló para ir a......a......Y entonces se dio cuenta de que no sabía dónde vivía. Podía llamar a Sonia para preguntarla, pero no quería dar explicaciones, así que cambió de idea y empezó a cambiarse otra vez. Un fuerte golpe en la puerta la sobresaltó.

   -Me he dado cuenta de que no sabes dónde vivo, así que he venido a buscarte.

   Alex abrió la boca, pero no tenía ni idea de qué contestar. Definitivamente nunca había conocido a nadie como él.

   -Voy a ponerme las sandalias y a coger una botella de vino.

   -Yo sólo bebo agua.

   ¡Cómo no! se dijo Alex, empezando a arrepentirse. El paseo duró apenas un cuarto de hora. Vivía en un chalé a la entrada del pueblo, sin apenas jardín y, cuando entraron, era sorprendente lo ordenado y limpio que estaba todo; en cierta forma daba la impresión de que no era una casa habitada porque le faltaban esos detalles que transforman una estructura en un hogar.

   Las brochetas de pollo y champiñones estaban buenísimas y la mousse de limón deliciosa. Mientras tomaban un café le resumió su vida: había sido el típico chico joven de ciudad que salía los fines de semana de juerga y bebía hasta hartarse. Una mañana de domingo, volviendo de una fiesta que había durado toda la noche, una pelota seguida de dos niños corriendo se cruzaron en el camino de su coche. Había sido todo muy rápido y no pudo hacer nada por evitar la tragedia. Fue unos años a la cárcel, aunque él decía que siempre viviría en su propia condena porque no había noche que no se despertara bañado en sudor recordando a los pequeños a los que quitó la vida. Cuando volvió a la calle cambió de vida y se instaló lo más lejos que pudo de su ciudad. Rompió con todo y con todos y se instaló en Amarta en cuanto vio la torre de la iglesia que, según él, le había llamado a gritos cuando se acercó por la carretera. Llevaba años siendo el manitas de la zona y se ganaba la vida muy bien. Alex era la primera persona a la que le contaba su anterior vida y esperaba que no se lo dijera a nadie.

   La acompañó a casa y, mientras se ponía el pijama, se dijo que fue un acierto el haber aceptado su invitación. Estaba segura de que había hecho su primer amigo en el pueblo. No había terminado de cambiarse cuando la música del órgano llegó hasta ella. De repente volvió a ponerse las sandalias, agarró el móvil y salió corriendo en dirección a la iglesia. "Esta vez no van a decirme que son alucinaciones". Encendió la grabadora del teléfono y se quedó allí un ratito. No recordaba haber vuelto a casa y haberse metido en la cama, y cuando, a la mañana siguiente buscó la grabación, no encontró nada. ¿Lo había soñado?¿Se estaba volviendo tan loca como Benigno?

   Estaba preparando el desayuno cuando ruido de motores  y voces llegaron desde la calle. Se asomó a la ventana y vio llegar tres camiones y una excavadora. No podía creerlo: se suponía que las obras empezarían dos semanas después. Aquello le recordó a la Armada Invencible y la frase de Felipe II: "No he mandado a mis barcos a luchar contra los elementos"....Pues así se sentía ella: todo estaba en su contra y, de esta forma, no había forma de concentrarse. 

   Recogió los restos del desayuno, se cambió, volvió a cargar con el ordenador y se dirigió a la cafetería otra vez.

   -Uy, vaya cara traes-le dijo Raquel, la camarera.

   -No me hables. Anoche tuve una experiencia rarísima y ahora mismo mi calle está ocupada con camiones y una excavadora. ¿No empezaban las obras dentro de dos semanas?

   -¡NO!¡NO PUEDEN!-Benigno, como siempre sentado en su mesa, se había puesto de pie y estaba dando gritos.-¡VOLVERÁN!¡ELLOS VOLVERÁN Y SE ENFADARÁN MUCHO!

   Se estaba poniendo muy colorado y Raquel y ella se acercaron para calmarle, pero las apartó de un empujón y se fue dando gritos. Definitivamente Amarta no había sido la solución para sus problemas de creación.

   Compró un par de bocatas y una cerveza y, aprovechando que era un soleado y cálido día, subió a la ermita, donde, como se imaginaba, tampoco consiguió empezar su obra maestra.

   Cuando habló con Sonia aquella noche no quiso contárselo todo, pero lo cierto es que estaba planteándose volver a la ciudad; por lo menos allí la gente era más normal.


EL INCENDIO


   Cuando se acostó esperó pacientemente a que sonara el órgano para poder dormirse, pero, esta vez, ni aun así lo consiguió: estaba demasiado nerviosa y enfadada, así que se levantó, se puso una cazadora, las zapatillas y se fue a dar un paseo. No se oía nada, excepto el dichoso órgano que nadie más que ella parecía percibir. Sin pensarlo se dirigió a la iglesia. Creyó escuchar un sonido metálico pero, aunque las farolas de la plaza estaban encendidas, no pudo ver movimiento alguno. No, espera, ahora estaba segura, una sombra estaba agachada cogiendo algo del suelo justo delante de la reja que protegía la puerta azul. Se acercó despacio y con el corazón latiéndole muy fuerte. Cuando llegó vio que el cerrojo había sido forzado con lo que parecían unas tijeras de jardinero. Olía a gasolina, o algo parecido, que una figura que reconoció de inmediato estaba arrojando entre murmullos a la puerta. La luz de un mechero iluminó la cara del anciano.

   -Benigno, ¿qué hace? Suelte ese mechero, por favor-Y eso fue exactamente lo que hizo al oír su voz. Pero no era eso lo que Alex quería porque, al caer sobre las salpicaduras del combustible todo empezó a arder rápidamente. El viejo dio un paso atrás y tropezó con la garrafa en la que había llevado el líquido inflamable. Alex no pudo ayudarle porque las llamas le rodearon en segundos. Alguien pasó corriendo a su lado y se lanzó hacia el anciano.

   -¡Chema, no!-gritó, pero no consiguió que parara. Volvió en unos segundos con el cuerpo de Benigno, al que no pudieron reanimar.

   Los vecinos acudieron a la plaza y lograron apagar el fuego, aunque no lo suficientemente rápido como para evitar que la puerta hubiera desaparecido. Llevaron a Chema hasta el consultorio donde trataron de curarle las quemaduras. Tenía los brazos abrasados, pero no estaban tan mal como Alex se esperaba. Habría que trasladarle al hospital pero, de momento, valdría con las vendas que le pusieron. Le acompañó en el coche que le llevó y se quedó con él hasta que le dieron el alta. Mientras estaba en la sala de espera llamó a Sonia, que se llevó un susto de muerte y se asustó todavía más cuando le contó lo que había pasado. Antes de que terminaran los médicos con Chema, ella había llegado al hospital.

   -No puedo creer lo que me has contado. Suena a película de terror. Quiero oírlo otra vez y no quiero que olvides ni un detalle.

   Para entrar en el pueblo tuvieron que pasar entre coches de policía. Suponían que ya habrían llegado, pero no se imaginaban que enviarían tantos.

   -Inspector, ésta es la testigo.

   Alex no podía creérselo: hacía tanto tiempo que no le veía con el uniforme que había olvidado lo guapo que estaba con él.

   -Así que aquí es donde estabas escondida-Pablo guiñó un ojo y ella notó cómo su cara enrojecía.

   -Te han mandado a ti.

   -Bueno, nos han mandado a todos. Es lo más interesante que ha sucedido en la provincia desde hace años. ¿Me puedes contar qué ha pasado?

   -¿Por dónde empiezo?-y Alex se lo fue contando. Cuando estaba terminando vio cómo se llevaban a Chema detenido- ¡Eh! ¿qué hace? Es inocente; él sólo intentó ayudar-gritó mientras se dirigía al policía que se lo llevaba.

   -Tiene antecedentes-no se dirigió a ella, sino a Pablo.

   -Suéltele y vigílele hasta que terminemos de tomar declaración.

   Horas después la plaza volvía a tener el aspecto de siempre. La gente había vuelto a sus casas y Alex, Sonia y Chema se estaban tomando un café bien cargado en el bar.

   -¿Puedes venir? -Pablo lo dijo tan serio que Alex le siguió, esperando que no se le ocurriría tratar en ese momento el tema que tenían pendiente-Creo que he encontrado algo que te va a interesar.

   Entraron en la casa de Benigno, donde unos pocos policías estaban terminando de registrar muebles y papeles. Una estantería llena de cuadernos, en un rincón de la sala, fue donde la llevó.

   -Cada uno es de un año y empieza en los años 40.

   -Vais a tardar semanas en leerlos-le dijo Alex, esperando que no quisiera que los leyera todos ella.

  -Ya. pero lo que quería que vieras es esto-y señaló un taco de hojas sujetas por una goma-.Nos lo tenemos que llevar como prueba, pero dejaré que lo leas. Creo que algo así es lo que estabas buscando.

   Alex cogió el taco. En la primera hoja sólo ponía


BENIGNO RODRÍGUEZ ZAPATA

   

   Empezaba hablando de su niñez y de lo feliz que era jugando con los demás a la salida de la escuela. La posguerra fue muy dura pero ellos sólo aprendían y jugaban. No tenían mucho, aunque no eran conscientes porque no conocían otra cosa. Cuando los Villasar terminaron de construir la escuela nueva, enviaron allí también a sus hijos. Hasta entonces tenían un maestro que les enseñaba en casa y apenas se habían relacionado con los demás niños del pueblo. Su llegada supuso entender lo que decían los mayores sobre la desigualdad. Pero para Benigno, conocer a la pequeña Angélica, le cambió la vida. La primera vez que le miró con sus redondos ojos oscuros le ganó y se convirtió en su guardaespaldas personal. Si perdía algo, si quería algo, si alguien la hacía llorar, aunque fueran sus hermanos, allí estaba Benigno para encontrar, conseguir o zurrar, lo que hiciera falta para verla sonreír. Y la niña, como no podía ser de otra forma, le adoraba.

   Ese verano empezó a ayudar a su padre en el campo, como hacían los demás, pero al empezar el curso su madre le dijo que fuera a la casona, que querían hablar con él. Por supuesto entró por la puerta del servicio y le recibió Martín, el que había sido jardinero de la familia durante los últimos 30 años. Se estaba haciendo mayor y el jardín, a petición de don Álvaro, cada vez tenía más y más plantas y, además, se había empeñado en que tenían que poner un estanque con peces. Les dijo a los señores que necesitaba ayuda; un aprendiz al que enseñar el oficio. ¿Por qué se lo ofrecieron a él? Su madre cosía los elegantes vestidos de la señora y, cuando se enteró, vio la oportunidad de que su hijo tuviera un futuro con más posibilidades que deslomándose en el campo.

   Para Benigno supuso una doble alegría: ver a Angélica todas las tardes y descubrir el mundo de las plantas, no sólo como ornamento, sino también todos sus beneficios y peligros. Sólo quedaban dos años más de colegio. Después, únicamente los que tenían suficiente dinero para ir  la ciudad podrían seguir estudiando; el resto tenía un futuro de trabajo en el pueblo o en otro sitio, si querían ir a buscar fortuna.

   Por supuesto, los Villasar se fueron a Madrid a estudiar diferentes carreras, pero no habían decidido qué hacer con “la niña”, como la llamaba la familia. Estaba a punto de cumplir 14 años y no estaba bien visto que las mujeres estudiaran, pero tampoco podían tenerla en casa en ese pueblo miserable y rodeada de palurdos. No solían hablar así delante de la servidumbre y no se dieron cuenta de que Benigno, cortando las flores secas del parterre, les estaba escuchando. Comprendió muchas cosas: por qué los adultos casi se doblaban cuando pasaban delante de los señores, por qué hablaban de saber estar en su lugar y, sobre todo, por qué sus padres siempre le habían dicho que  tenía que buscar una buena chica para casarse, alguien de su clase. Acababa de darse cuenta de que la suya no era la clase correcta para estar con Angélica.

   Por consejo de unos amigos, después del verano la enviaron a un internado en París. El día que se fue, buscó a Benigno, le dio un abrazo y, con lágrimas en los ojos, le dijo:

   -Voy a echarte de menos.

   ¿Qué sabían los demás? Para Benigno estaba claro que lo de las clases no iba con ellos. No volvió hasta junio y avisó a la familia de que iría con unas amigas. Cuando llegaron y bajaron del coche, le costó reconocerla. Había crecido, se vestía como una dama y su larga melena negra estaba recogida y adornada con lazos. Lo único que no había cambiado era su mirada….que pasó sobre sin él sin mirarle. Se quedó con  la sonrisa en los labios y la mano levantada saludando.

   -Mira, tienes un admirador-se rieron sus amigas.

   -¿Quién?¿Ese paleto? Que sueñe-y se echaron a reír otra vez.

   Benigno no entendía nada y pensó que fingía delante de ellas, pero, cuando a la semana siguiente se fueron, ella siguió ignorándole. Martín había muerto durante el invierno y él era el jardinero oficial, así que no tenía un minuto de descanso, pero cuando podía sentarse, observaba a la familia y analizaba cada gesto, palabra o acto hacia los criados. Se dio cuenta de la condescendencia con que los trataban y ellos, estúpidos, todavía les agradecían lo buenos que eran. Odio, rencor, celos…..fueron convirtiendo al buenazo de Benigno en un ser mezquino. Aquella tarde de verano, cuando la señora devolvió un vestido a su madre porque, según ella, su hija no podía ponerse algo tan mal cosido, asegurando que no pagaría ni un real por él, algo dentro su corazón estalló.

   Sabía la mezcla de memoria. Si se pasaba podía matarles, pero no quería hacerlo así. Se aseguró de que sólo cayeran en un sueño profundo, al  igual que los criados, así que lo vertió  en las jarras de agua. De madrugada entró por la puerta del jardín; ni una luz, ni un ruido. Sus pies hicieron crujir la madera de las escaleras, pero sabía que nadie lo oiría. Nunca había subido al piso superior, por supuesto, así que, llevando en sus manos uno de los suaves cojines de los sofás del salón, fue entrando en cada dormitorio y asfixiando con él a cada uno de los Villasar. No sintió nada, quizás un poco de pena al matar a don Álvaro porque le encantaba cómo tocaba el órgano de la iglesia; pero del resto se deshizo sin ningún tipo de emoción.

   Llevaba toda la semana cavando alrededor del estanque con el fin de preparar la tierra para las nuevas plantas que había encargado el viejo organista. Se limitó a arrastrar los cuerpos uno a uno y enterrarlos. A la mañana siguiente, cuando todos empezaron a preguntarse dónde estarían, Benigno, como todos los días, se dedicó a podar, regar y plantar. Por supuesto, nadie se fijó en lo bonito que estaba el estanque con las plantas nuevas.

   Lo protegió de los buscadores de tesoros y lo mimó como si de su propio jardín se tratara. Le contrataron en el Ayuntamiento y durante décadas había sido el jardinero del pueblo, pero cuidando también el de la casona. El día que le  prohibieron volver allí sintió que los abandonaba, porque mientras podaba, regaba y plantaba  no dejaba de hablar con ellos, sobre todo con don Álvaro, al que no se cansaba de decir cuánto le gustaba que tocara para él todas las noches.

   Cuando Alex llegó, a los pocos meses de que se hubiera decidido rescatar lo que se pudiera para construir un hotel rural que atrajera turismo, y empezó a decir que por las noches oía la música de un órgano, Benigno pensó que la familia le abandonaba porque iba a permitir que les sacaran de su lugar de descanso. Así que, cuando aparecieron los primeros camiones, no se le ocurrió otra cosa que provocar una distracción  quemando la horrorosa puerta de la iglesia. Mientras todo el pueblo estuviera allí, él se colaría en el jardín, los sacaría y se los llevaría a otra parte.

   Alex soltó un bufido al llegar al  final: “Este viejo estaba más loco de lo que parecía”.

   -Bueno, es lo que necesitabas para tu libro, ¿no?

   -Ya, pero hubiera preferido que hubiera sido ficticio. Desde luego, Charo tenía razón cuando me dijo que no había nada  más real que los crímenes.

 

TODO UN ÉXITO

 

   No sabía cómo lo consiguió, pero Charo hizo coincidir la presentación de su libro con la inauguración del hotel. Y no tuvo que ser fácil porque estaba todo reservado para los próximos meses. Eso de misterios, hechizos y crímenes atraía mucho a la gente, además de que habían hecho un trabajo espectacular y la piscina, situada donde antes estuvo el estanque y donde habían encontrado los esqueletos de los Villasar, era la gran atracción.

   El punto fuerte fue la misa en la iglesia donde un organista de prestigio iba, por fin, a tocar el órgano de nuevo. Cada vez que habían traído a alguien para que lo afinara les decía que estaba perfecto, pero al ir a tocarlo, sólo conseguían sacar un sonido estridente. Sin embargo, ahora volvía a sonar como cuando Álvaro Villasar lo tecleaba.

   Alex estaba feliz de presentar su novela en el lugar que le había devuelto a sus musas, y rodeada de la gente que la quería y apoyaba. Sobre todo Pablo, que al final comprendió que, como él siempre le había dicho, estaban bien como estaban, así que ¿para qué cambiarlo?

   Iban a entrar en el hotel y Chema las paró:” ¿Creéis que alguna vez lo averiguarán?” Sonia y Alex miraron donde señaló, los relucientes escudos que volvían a ocupar el sitio que les pertenecía en la fachada principal.

   -Puede, pero no mientras tú seas el  encargado de su mantenimiento y a nosotras no nos dé por contar lo que realmente contienen-dijo Alex guiñándole un ojo.

 

 

Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

 

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