miércoles, 9 de enero de 2019

El poder de la impotencia

Foto de Clínica de la Ansiedad

   ¿Qué estaba pasando?¿Qué era ese zumbido en los oídos?¿Y ese latido en la cabeza?¿Por qué no podía abrir los ojos?¿Tenía una venda?¿Era una mordaza lo que impedía cerrar su boca?¿Dónde estaba?

   Tenía el cuerpo agarrotado y no podía mover las manos ni los pies. Su corazón empezó a latir tan rápido que creyó que iba a atravesar su pecho. Respiró profundamente, intentando controlar el pánico. Tenía que calmarse. No sabía qué pasaba, ni si había alguien más allí, pero si hacía caso a su instinto era mejor no dar señales de que hubiera recuperado la consciencia. Pensó que era una forma de ganar un poco de tiempo, y concentró sus sentidos en intentar averiguar algo del lugar donde se hallaba.

   Con ese zumbido y el latido en su cerebro, no conseguía reconocer ningún sonido. Quizá una especie de susurro. Parecía que había gente hablando, aunque no era capaz de distinguir ninguna voz.

   Lo que sí llegaba hasta su nariz con toda claridad, era ese olor. No lograba identificarlo, pero sabía que lo conocía. Era una mezcla extraña que recordaba a un taller mecánico y, al mismo tiempo, a una cabaña de madera rezumando humedad. ¿Por qué no podía recordar dónde lo había olido antes?

   Sus manos estaban atadas a lo que parecía ser los apoyabrazos de una silla de lo más incómoda. O puede que no lo fuera tanto, pero el no poder moverse hacía que sus músculos reclamaran un cambio de postura a gritos. Algo sujetaba su tronco al respaldo. Tampoco podía mover las piernas. Se las habían atado a la altura de los tobillos y la cuerda restante estaba bien amarrada a las patas de la silla. Al menos así lo imaginó, porque un calambre hizo que intentara levantar un pie y no pudo moverlo ni  siquiera un centímetro.

   Desde luego, quien hubiera montado todo aquello, se había asegurado de que resultara imposible soltarse. Y ése era el siguiente paso: averiguar quién y, lo más preocupante.......¿por qué?

   Intentar pensar con aquella tormenta de truenos que embotaba su cerebro era una tarea que necesitaba de toda su energía. Pudo recordar que a la salida del trabajo se fue a tomar unas copas con Víctor, el tío tan majo que había llegado un par de meses antes a la empresa y con el que congenió casi de inmediato. Y después se fue a casa. No. Espera. ¿Se fue? No lograba recordar si llegó a salir del bar.

   Su garganta necesitaba líquido. Apenas quedaba saliva en su boca y, aunque intentó reprimirlo, un ataque de tos estalló en medio del silencio.

   Los susurros pararon. Sintió unas pisadas. 

   -Está consciente-dijo una voz de hombre, que reconoció inmediatamente.

   Al mismo tiempo, alguien soltó la venda que cegaba sus ojos. Parpadeó varias veces y, mientras su vista se iba acostumbrando a la luz, fue reconociendo el lugar. Una mezcla de sorpresa (¿qué hacía Víctor allí?) y terror (¿quién más conocía aquel lugar?) paralizó sus sentidos por completo. En ese momento se acercó y clavó su dura mirada ante sus ojos.

   -Te lo advertí, ¿recuerdas?

   Pretendía gritar con todas sus fuerzas, pero sólo un gemido atravesó la mordaza.

   Por supuesto que lo recordaba. Cómo olvidar a la única zorra que se le escapó viva. Fue la primera, la más resistente y a la única que no consiguió doblegar. Tardó mucho tiempo (todo el que pasó en la cárcel por su culpa) en entender cuál había sido el punto débil que acabó con su perfecto plan. Pero cuando puso los pies en la calle después de cumplir sólo ocho años de su condena (qué fácil era engañar a aquellos sabelotodo que se empeñaban en estudiar su conducta), sabía exactamente qué era lo que tenía que hacer para que no volviera a escapársele ninguna presa.

   Estuvo a punto de buscarla. Sentía curiosidad por saber cómo vivía tras la experiencia vital que le proporcionó aquellos cuatro días que disfrutó torturándola, pero la nota que le hizo llegar la semana en que iban a darle la libertad, le hizo pensar que era mejor no acercarse a ella. "Si vuelves a hacerle a alguien lo que me hiciste a mí, te buscaré. No importa dónde te escondas. Dedicaré mi vida a encontrarte y a acabar contigo".

   Se fugó en cuanto pudo. Recogió el dinero que había escondido y, tras cambiar de aspecto y conseguir nueva documentación, se dedicó a viajar, pasando desapercibido mientras acechaba a todas aquellas chicas que se cruzaban en algún momento en su camino. Presa vigilada,  presa cazada, presa devorada........y a buscar otro coto de caza.

   Desgraciadamente, toda la parafernalia que necesitaba para disfrutar cada uno de sus placeres, unido a los problemas de corazón que habían aparecido un par de años atrás, terminaron con sus fondos antes de lo previsto, así que tuvo que buscar trabajo. Pero necesitaba uno que le permitiera seguir manteniendo la libertad de movimientos y el anonimato imprescindibles para continuar alimentando su insaciable sed de cazador. Encontró el ideal: conductor autónomo en una empresa de alquiler de limusinas. Llevaba allí seis meses cuando llegó Víctor. No había intimado con el resto de los chóferes, pero ese tío había sabido cómo acercarse a él.......y ahora entendía por qué.

   -Es la hora. Tienes que irte.

   -¿Estás segura?

  -Sí. Gracias. Sabes que no lo habría conseguido sin tu ayuda-le dijo mientras le abrazaba.-Pero tengo que terminarlo sola. Espérame fuera.

   Cuando cerró la puerta, le habló.

   -¿Tienes idea de lo que nos ha costado traerte hasta aquí? Pero era imprescindible para que el círculo se cerrara.

   Se dirigió a la mesa donde tenía las herramientas con las que arreglaba aquella chatarra que le regaló su padre, y con la que había aprendido a conducir cuando era un adolescente tímido y acomplejado.

   -Tenía que acabar con tu vida en el mismo sitio donde tú acabaste con la mía.

   Se volvió y, al acercarse a la silla, vio su mirada aterrorizada y la lágrima que iba resbalando por su mejilla. Cuando su cabeza cayó sobre el pecho supo que ya no necesitaba el cuchillo que llevaba en la mano. Lo soltó y todas las lágrimas que llevaban más de diez años ahogándola, escaparon de golpe, liberándola de la vida que aquel ser repugnante le había condenado a vivir el día que la secuestró, cuando acababa de cumplir veinte años.

   Al alejarse en el coche con  Víctor, mientras en la distancia veían las llamas devorar aquel garage de madera que había sido su prisión durante años, se dio cuenta de que la impotencia que había sentido durante todo ese tiempo la había abandonado. Por fin era libre......y seguía viva.



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

viernes, 4 de enero de 2019

YO Y.....MI GESTOR PERSONAL DE BANKIA


   ¿Recordáis mi intensa guerra con Iberdrola y su no facturación? (Por cierto, sigo siendo vencedora, aunque no bajo la guardia, que con esta gente nunca se sabe 😉) Ahora estoy inmersa en otra, tan encarnizada o más. Esta vez es con mi banco, es decir, el que maneja mi dinero, claro, no de mi propiedad 😅

   Todo empezó el 8 de noviembre pasado, cuando recibí una llamada en la que se me informaba de un nuevo servicio que ponían a mi disposición: mi gestor personal on-line. Oye, y qué bien sonaba: "mi gestor personal", guau, qué importante. Ya le advertí  que soy de las que trabajan en oficina, con la gente mirándome a los ojos y que no creía que fuera a utilizarlo. Me dijo que no importaba, que era una opción de la que iba a disponer y que cuando abriera mi aplicación vería su foto.

   Como podéis imaginar, lo primero que hice cuando colgué, fue entrar en mi cuenta de cliente y, efectivamente, ahí estaba la foto de la que iba a ser mi gestora. Bueno, de ella o no, que vete tú a saber si la foto es suya 😈
   
   Aunque en el ordenador aparece en pequeñito y no molesta demasiado, en el móvil, al abrir la aplicación, lo primero que veo siempre es su cara, así que la primera vez que entré me llevé un susto impresionante, porque no recordaba a la dichosa gestora y pensé que me habían conectado con la cuenta de otra persona. Al final, unas semanas más tarde, decidí que, puesto que no pienso utilizar el servicio, quería que me dieran de baja.......y ahí empezó mi batallita.

   El día 29 de noviembre llamo y, ante mi sopresa, me contesta un joven que me dice que trabaja en el equipo de mi gestora. ¡Qué desilusión! Y yo que pensaba que la tenía en exclusiva trabajando para mí, a ella y sólo a ella......Le planteo lo que me pasa y lo que quiero......y empieza el interrogatorio: que por qué, que si estoy descontenta....vamos, lo de siempre en estos casos. Al final, me dice que ella me llamará personalmente a lo largo del día.

   Resulta que en esas fechas yo estaba de vacaciones, con mucho tiempo libre y más ganas aún de librarme de este tema, así que, cuando vi que no me llamaba, recordé un servicio que tenía: "llámame", en el que eliges una hora y explicas el motivo y te devuelven la llamada. Lo hice, esta vez por escrito, y cuando llegó la hora en la que tenían que llamarme, me mandan un emilio diciéndome que para hablar de ese trámite es necesario hacerlo telefónicamente.............😓

   Solté una carcajada y me di cuenta de que la cosa iba a ser más complicada de lo que creía: vamos a ver, ¿no estaba solicitando que me llamaran para hablar del tema? Entonces, ¿cómo me decían que tenía que ser telefónicamente? Pues sí, un diálogo de besugos.....pero sólo fue el primero 😔

   Ya por la tarde, al ver que nadie se ponía en contacto conmigo, volví a llamar yo. Esta vez me contestó una joven, que no parecía tener idea de lo que le estaba planteando y que me aseguró que volvería a pedir la anulación del servicio y que mi gestora me llamara. Cosa que hizo a última hora y repitiendo el interrogatorio del por qué, por el que ya había pasado en la primera llamada. Esta vez me aseguró que la petición estaba tramitada, pero que tardaría unos días en resolverse.

   -¿Unos días?-le pregunté.-Pues en activarlo tardaste menos de 5 minutos.

   Y así quedó la cosa. Lo cierto es que me olvidé del tema, hasta que un día volví a entrar en la aplicación y vi su cara de persona eficiente mirándome retadora desde la pantalla. Bueno, a lo mejor no me estaba retando, pero es lo que vi en su mirada......vale, es lo que imaginé ver. El caso es que hice cálculos y me di cuenta de que habían pasado más de dos semanas, así que decidí que había llegado el momento de volver a llamar.

   Otra persona diferente me atendió y me confirmó que la solicitud de anulación estaba tramitada y que, a veces, en vez de días, tarda semanas en resolverse. ¡Semanas! Vuelvo a plantearle mi incredulidad de que se pueda dar el alta en un par de minutos y tarde ¡semanas! en darse la baja, pero, claro, ella no podía decirme nada más, excepto que agradecía mi......paciencia.

   Esta vez no me olvidé del tema, pero decidí obviarlo hasta que empezara el nuevo año, para lo que todavía faltaba alguna semana más, con lo que esperaba que para entonces se hubiera solucionado. Exactamente, acertáis......empezó el año y en mi aplicación seguía apareciendo su foto, recordándome que seguía siendo esa gestora personal que nunca solicité y de que la me va a resultar muy muy difícil librarme. Así, que, el día 2 de enero, respirando profundamente antes de marcar, me dispuse a librar la siguiente batalla.

   El chico que me contestó me dijo más o menos lo que ya había escuchado en las ocasiones anteriores y me preguntó si prefería hablar directamente con la gestora.

   -Hombre, pues no estaría mal, para variar, porque será mi gestora personal, pero no hay forma de hablar con ella-le contesté lo más calmadamente que pude.

   Me recordó que era un proceso que podía tardar varios días, a lo que le respondí que llevaba más de un mes esperando.

   -Parecéis una secta, en la que entras pero de la que resulta imposible salir-le solté. A lo que me respondió preguntándome si tenía alguna otra gestión en la que pudiera ayudarme.

   - Pues mira, teniendo en cuenta lo que tardáis en tramitar los asuntos, no se me ocurre nada por lo que me apetezca esperar más de un mes para resolverlo.

   Me dio las gracias, los buenos días, me deseó feliz año y colgó. Yo creo que le ofendí.....¡pobre!

   Y llegamos al día siguiente, el 3 de enero, en el que encontré la hoja de reclamaciones del banco para enviarla por emilio. Mientras la estaba rellenando, suena el teléfono y, al responder, un hombre me dice que es del equipo de mi gestora, que veía que quería hablar con ella, pero que se encontraba de vacaciones, y me pregunta.........¡que qué es lo que quiero exactamente!!!!!!!!

   En fin, ni sé de dónde pude sacar la tranquilidad para no gritar y utilizar todos los insultos que se me pasaron por la mente. Logré explicarle lo que ocurría sin levantar la voz.......y obtuve el mismo resultado, por supuesto. Así que, después de colgar, terminé de rellenar la reclamación y la envié a la dirección de correo electrónico de atención al cliente. No sé si servirá de algo, pero hecho está.

   Ya os podéis imaginar que no pienso rendirme. A partir de la semana que viene estoy dispuesta a llamar todos los días. Supongo que, aunque sólo sea porque les deje en paz, terminarán anulándolo 😇

   Ah, que no sabéis qué pinta la canción de Beret. Pues resulta que después de la última llamada, me encontré cantando eso de "lo siento, por hacerte perder el tiempo". Con lo que me gusta la canción.....y ya no sé si podré volver a oírla sin ver la cara de mi gestora cantándome "que pensar que hacer otro intento por tenerte, lucharte y sentirte te haría feliz"😜



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados