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Foto de Clínica de la Ansiedad |
¿Qué estaba pasando?¿Qué era ese zumbido en los oídos?¿Y ese latido en la cabeza?¿Por qué no podía abrir los ojos?¿Tenía una venda?¿Era una mordaza lo que impedía cerrar su boca?¿Dónde estaba?
Tenía el cuerpo agarrotado y no podía mover las manos ni los pies. Su corazón empezó a latir tan rápido que creyó que iba a atravesar su pecho. Respiró profundamente, intentando controlar el pánico. Tenía que calmarse. No sabía qué pasaba, ni si había alguien más allí, pero si hacía caso a su instinto era mejor no dar señales de que hubiera recuperado la consciencia. Pensó que era una forma de ganar un poco de tiempo, y concentró sus sentidos en intentar averiguar algo del lugar donde se hallaba.
Con ese zumbido y el latido en su cerebro, no conseguía reconocer ningún sonido. Quizá una especie de susurro. Parecía que había gente hablando, aunque no era capaz de distinguir ninguna voz.
Lo que sí llegaba hasta su nariz con toda claridad, era ese olor. No lograba identificarlo, pero sabía que lo conocía. Era una mezcla extraña que recordaba a un taller mecánico y, al mismo tiempo, a una cabaña de madera rezumando humedad. ¿Por qué no podía recordar dónde lo había olido antes?
Sus manos estaban atadas a lo que parecía ser los apoyabrazos de una silla de lo más incómoda. O puede que no lo fuera tanto, pero el no poder moverse hacía que sus músculos reclamaran un cambio de postura a gritos. Algo sujetaba su tronco al respaldo. Tampoco podía mover las piernas. Se las habían atado a la altura de los tobillos y la cuerda restante estaba bien amarrada a las patas de la silla. Al menos así lo imaginó, porque un calambre hizo que intentara levantar un pie y no pudo moverlo ni siquiera un centímetro.
Desde luego, quien hubiera montado todo aquello, se había asegurado de que resultara imposible soltarse. Y ése era el siguiente paso: averiguar quién y, lo más preocupante.......¿por qué?
Intentar pensar con aquella tormenta de truenos que embotaba su cerebro era una tarea que necesitaba de toda su energía. Pudo recordar que a la salida del trabajo se fue a tomar unas copas con Víctor, el tío tan majo que había llegado un par de meses antes a la empresa y con el que congenió casi de inmediato. Y después se fue a casa. No. Espera. ¿Se fue? No lograba recordar si llegó a salir del bar.
Su garganta necesitaba líquido. Apenas quedaba saliva en su boca y, aunque intentó reprimirlo, un ataque de tos estalló en medio del silencio.
Los susurros pararon. Sintió unas pisadas.
-Está consciente-dijo una voz de hombre, que reconoció inmediatamente.
Al mismo tiempo, alguien soltó la venda que cegaba sus ojos. Parpadeó varias veces y, mientras su vista se iba acostumbrando a la luz, fue reconociendo el lugar. Una mezcla de sorpresa (¿qué hacía Víctor allí?) y terror (¿quién más conocía aquel lugar?) paralizó sus sentidos por completo. En ese momento se acercó y clavó su dura mirada ante sus ojos.
-Te lo advertí, ¿recuerdas?
Pretendía gritar con todas sus fuerzas, pero sólo un gemido atravesó la mordaza.
Por supuesto que lo recordaba. Cómo olvidar a la única zorra que se le escapó viva. Fue la primera, la más resistente y a la única que no consiguió doblegar. Tardó mucho tiempo (todo el que pasó en la cárcel por su culpa) en entender cuál había sido el punto débil que acabó con su perfecto plan. Pero cuando puso los pies en la calle después de cumplir sólo ocho años de su condena (qué fácil era engañar a aquellos sabelotodo que se empeñaban en estudiar su conducta), sabía exactamente qué era lo que tenía que hacer para que no volviera a escapársele ninguna presa.
Estuvo a punto de buscarla. Sentía curiosidad por saber cómo vivía tras la experiencia vital que le proporcionó aquellos cuatro días que disfrutó torturándola, pero la nota que le hizo llegar la semana en que iban a darle la libertad, le hizo pensar que era mejor no acercarse a ella. "Si vuelves a hacerle a alguien lo que me hiciste a mí, te buscaré. No importa dónde te escondas. Dedicaré mi vida a encontrarte y a acabar contigo".
Se fugó en cuanto pudo. Recogió el dinero que había escondido y, tras cambiar de aspecto y conseguir nueva documentación, se dedicó a viajar, pasando desapercibido mientras acechaba a todas aquellas chicas que se cruzaban en algún momento en su camino. Presa vigilada, presa cazada, presa devorada........y a buscar otro coto de caza.
Desgraciadamente, toda la parafernalia que necesitaba para disfrutar cada uno de sus placeres, unido a los problemas de corazón que habían aparecido un par de años atrás, terminaron con sus fondos antes de lo previsto, así que tuvo que buscar trabajo. Pero necesitaba uno que le permitiera seguir manteniendo la libertad de movimientos y el anonimato imprescindibles para continuar alimentando su insaciable sed de cazador. Encontró el ideal: conductor autónomo en una empresa de alquiler de limusinas. Llevaba allí seis meses cuando llegó Víctor. No había intimado con el resto de los chóferes, pero ese tío había sabido cómo acercarse a él.......y ahora entendía por qué.
-Es la hora. Tienes que irte.
-¿Estás segura?
-Sí. Gracias. Sabes que no lo habría conseguido sin tu ayuda-le dijo mientras le abrazaba.-Pero tengo que terminarlo sola. Espérame fuera.
Cuando cerró la puerta, le habló.
-¿Tienes idea de lo que nos ha costado traerte hasta aquí? Pero era imprescindible para que el círculo se cerrara.
Se dirigió a la mesa donde tenía las herramientas con las que arreglaba aquella chatarra que le regaló su padre, y con la que había aprendido a conducir cuando era un adolescente tímido y acomplejado.
-Tenía que acabar con tu vida en el mismo sitio donde tú acabaste con la mía.
Se volvió y, al acercarse a la silla, vio su mirada aterrorizada y la lágrima que iba resbalando por su mejilla. Cuando su cabeza cayó sobre el pecho supo que ya no necesitaba el cuchillo que llevaba en la mano. Lo soltó y todas las lágrimas que llevaban más de diez años ahogándola, escaparon de golpe, liberándola de la vida que aquel ser repugnante le había condenado a vivir el día que la secuestró, cuando acababa de cumplir veinte años.
Al alejarse en el coche con Víctor, mientras en la distancia veían las llamas devorar aquel garage de madera que había sido su prisión durante años, se dio cuenta de que la impotencia que había sentido durante todo ese tiempo la había abandonado. Por fin era libre......y seguía viva.
Desgraciadamente, toda la parafernalia que necesitaba para disfrutar cada uno de sus placeres, unido a los problemas de corazón que habían aparecido un par de años atrás, terminaron con sus fondos antes de lo previsto, así que tuvo que buscar trabajo. Pero necesitaba uno que le permitiera seguir manteniendo la libertad de movimientos y el anonimato imprescindibles para continuar alimentando su insaciable sed de cazador. Encontró el ideal: conductor autónomo en una empresa de alquiler de limusinas. Llevaba allí seis meses cuando llegó Víctor. No había intimado con el resto de los chóferes, pero ese tío había sabido cómo acercarse a él.......y ahora entendía por qué.
-Es la hora. Tienes que irte.
-¿Estás segura?
-Sí. Gracias. Sabes que no lo habría conseguido sin tu ayuda-le dijo mientras le abrazaba.-Pero tengo que terminarlo sola. Espérame fuera.
Cuando cerró la puerta, le habló.
-¿Tienes idea de lo que nos ha costado traerte hasta aquí? Pero era imprescindible para que el círculo se cerrara.
Se dirigió a la mesa donde tenía las herramientas con las que arreglaba aquella chatarra que le regaló su padre, y con la que había aprendido a conducir cuando era un adolescente tímido y acomplejado.
-Tenía que acabar con tu vida en el mismo sitio donde tú acabaste con la mía.
Se volvió y, al acercarse a la silla, vio su mirada aterrorizada y la lágrima que iba resbalando por su mejilla. Cuando su cabeza cayó sobre el pecho supo que ya no necesitaba el cuchillo que llevaba en la mano. Lo soltó y todas las lágrimas que llevaban más de diez años ahogándola, escaparon de golpe, liberándola de la vida que aquel ser repugnante le había condenado a vivir el día que la secuestró, cuando acababa de cumplir veinte años.
Al alejarse en el coche con Víctor, mientras en la distancia veían las llamas devorar aquel garage de madera que había sido su prisión durante años, se dio cuenta de que la impotencia que había sentido durante todo ese tiempo la había abandonado. Por fin era libre......y seguía viva.
Texto Ana María Blanco Estébanez
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