jueves, 30 de mayo de 2019

¿Amor de madre?


   Abrió los ojos e intentó incorporarse. Un pinchazo de dolor en el cuello le hizo recordar lo incómodos que eran esos sillones de hospital.

   Se acercó a la cama y comprobó que todo seguía igual. Sabía que no pasaría de esa noche; así se lo habían asegurado los médicos.

   Su mano se detuvo cuando estaba a punto de rozar la frente de la mujer que le dio la vida.....sólo para destrozársela.

   Recordaba perfectamente cuándo fue la última vez que intentó abrazarla y besarla. Era muy pequeña, pero el empujón y las palabras que recibió se le quedaron grabadas: "Aparta, pesada. Hay que ver qué pegajosa eres". Esperó en vano durante años un gesto, una caricia.....hasta que, simplemente, dejó de hacerlo. En aquella época se inventó otra vida: resulta que era adoptada. Era imposible que esa señora fuera su madre; ella tenía otra, muy buena y que la quería mucho, pero que tuvo que abandonarla por los motivos más diversos, que variaban cada vez que fantaseaba con ella. Lo que no cambiaba nunca era ese final feliz en el que un día volvía para darle todo su amor.

   Con el tiempo, también dejó de lado esas fantasías. Para su desgracia ella era su madre y nadie más. Lo único que le hubiera gustado saber era si las cosas serían diferentes de no haber muerto su padre a los 8 meses de nacer ella. Aunque quizá también él hubiera pensado que era una inútil que no sabía hacer nada bien y que sólo era una carga.

   Sus años de estudio pasaron sin pena ni gloria; no tenía el cerebro de su hermano ni el don de gentes y la capacidad de conseguir lo que se propusiera de su hermana. Aprobaba todo, pero no destacaba en nada. Y fuera de clase apenas se relacionaba con sus compañeras. A su madre no le gustaba ninguna y ya había aprendido que era mejor no hacerla enfadar. Como también aprendió a evitarla en lo posible cuando estaban a solas. Desde el día que la madre de una compañera le afeó la forma en que la trató cuando al ir a buscarla vio que se había manchado los pantalones con tinta y se puso a gritarle y a empujarle, tenía mucho cuidado en cómo la trataba en público.

   Tampoco hablaba de ella con nadie. Todo el mundo quería a sus madres y ese amor era mutuo. Les envidiaba en silencio porque ella no podía decir nada bueno de la suya, a no ser que se lo inventara; y hablar mal de tu madre es algo tan feo.

   Sus hermanos estudiaron lo que quisieron, así que ella pensó que también podría hacerlo. Le encantaba la Historia, sobre todo la antigua y más en concreto la Arqueología; eso de investigar el pasado y encontrar cosas que ayudaran a entender cómo vivían siglos atrás, unido al hecho de irse lo más lejos posible a trabajar, era algo que llevaba años deseando. Por supuesto, su madre no iba a permitirlo.

   -No pensarás que voy a tirar el dinero en una carrera universitaria que no sirve para nada. Con lo inútil que eres no vas a encontrar trabajo en ningún sitio, como no sea en la empresa de tu hermano.

   Ni se planteó trabajar en el centro de estética de su hermana: "Alguien como tú le espantaría a las clientas". Pero la empresa de informática de su hermano.....la verdad, no le atraía lo más mínimo. De todas formas, en lo que sí estuvo de acuerdo su madre fue en pagarle un módulo de Administración y Gestión, así que, de momento, tenía tiempo para intentar encontrar otra cosa.

   La última parte del ciclo eran unas prácticas en  una empresa y a ella le tocó una de las más importantes de su ciudad. Descubrió un mundo en el que nadie la juzgaba ni la criticaba; un lugar en el que sus ideas eran escuchadas y tenidas en cuenta, a diferencia de su casa, donde su madre consideraba que no sabía lo que decía y que era mejor que estuviera callada.

   Cuando acabó ese periodo, le ofrecieron un contrato de 6 meses prorrogable. Se lo dijo a su madre,  quien la miró fijamente y le soltó:

   -Ya sabes lo que quieren estas empresas: explotarte en el trabajo y pagarte lo menos posible. Con lo bien que estarías con tu hermano y tú prefieres trabajar para otros. Si ya sabía yo que eres tonta.

   A los dos meses, el jefe de personal le ofreció un puesto como su secretaría; había seguido su trabajo desde que entró a hacer las prácticas y le gustaba su forma de trabajar, sus ideas y la manera que tenía de tratar a la gente, algo muy importante en ese departamento, donde solían ir con los ánimos bastante exaltados; ella conseguía apaciguarles y tranquilizarles antes de entrar a hablar con él. Resultaba que sí tenía un don, al fin y al cabo.

   Cuando llegó a casa, se había mentalizado para que nada de lo que su madre le dijera pudiera quitarle la alegría que tenía. Como siempre, su respuesta consiguió empequeñecerla de nuevo:

   -Bueno, por lo menos podrás mantenerte sola porque está claro que nunca encontrarás un hombre que te aguante y cargue contigo.

   Y es que eso era una de las cosas en las que estaba completamente de acuerdo con su madre. Nunca llamó la atención de un chico y estaba convencida de que terminaría como una de esas solteronas de las que siempre le hablaba. Hasta que llegó la fiesta de Navidad que ella había preparado de principio a fin, y a la que estuvo pensando no ir. No conocía tanto a la gente y tenía miedo de quedarse apartada sin hablar con nadie. Al final sus compañeras le animaron y convencieron.......y Raúl se sentó a su lado durante la cena y no se separó de ella en toda la noche.

   Llevaba un par de años en el Departamento de Química, a donde había llegado para sustituir al anterior jefe. A pesar de lo joven que era, tenía un curriculum por el que se le habían disputado en varias empresas. La suya lo consiguió y no se habían arrepentido. También era uno de los solteros de oro y tenía a la mayoría de las chicas detrás de él, pero nunca mostró interés por ninguna de ellas. Al final dejaron de rondarle y, como suele suceder en estos casos, se corrió el rumor de que era gay.

   Que esa noche no se despegara de ella le hizo pensar que era su escudo para que no se le acercaran el resto de solteras, por eso se extrañó cuando se dio cuenta de que de verdad se interesaba por ella. Desde ese día empezaron a salir y, cuando su madre se enteró, llegó el momento que más temía: tener que presentárselo. Por supuesto no le gustó y, por supuesto, le dijo lo que pensaba sin adornarlo:

   -Vaya joyita que te has buscado. ¿De verdad crees que le interesas? Sólo quiere una cosa y, como eres tonta, terminarás con un bombo. Pero ya te advierto que ese día no vuelves a entrar en esta casa.

   Al mes siguiente era su cumpleaños. El día anterior Raúl le regaló un vestido precioso; de los que había visto en otras chicas, pero que nunca se habría atrevido a ponerse ella. Cuando se lo probó se miró con los ojos con que él le miraba y se dio cuenta de que no era tan fea como le decía su madre. Incluso podía decirse que tenía una figura atractiva. Iban a ir a cenar y le pidió a su hermana un tratamiento de los que daban en su centro. Cuando su madre la vio, notó un destello de disgusto en su mirada, pero, por primera vez en su vida, no tuvo nada que decirle. Desde ese día, no volvió a salir de casa sin maquillar y nunca más usó esa ropa insulsa con la que se había vestido toda su vida.

   Lo cierto es que no le importaba por qué Raúl estaba con ella. Era feliz por primera vez en su vida y, lo que pudiera pasar después, no le interesaba lo más mínimo. Bastante tenía con esquivar a su madre. Verla tan feliz era un motivo más para meterse con ella. Cuando un par de meses más tarde le dijo que lo habían dejado, las aguas volvieron a su cauce, por supuesto no sin antes recordarle que ya sabía ella que ningún hombre en su sano juicio  podría estar a su lado.

   En la siguiente reunión familiar, les anunció que se iba a comprar una casa.

   -Ya era hora de que salieras de las faldas de mamá-le dijo su hermana.

   -¿Irse ésta? No tendré esa suerte. Si no sabe ni freír un huevo. ¿Cómo se las apañaría si no me tuviera a mí para cuidarla y desvivirme por ella?

   -Pues es una buena inversión-dijo su hermano, para el que todo lo que no resultara beneficioso económicamente era un desperdicio.

   -Mira, eso sí. Lo puede alquilar-añadió su madre.

   Ella les aclaró que el piso estaba muy abandonado y necesitaría varias reformas. Que lo iría haciendo poco a poco y ya vería si lo alquilaba o no.

   Nunca fue a su casa, ni se interesó por las obras o, más tarde, la decoración. Simplemente era como si no supiera que existía. Y lo cierto es que lo agradecía: temía que quisiera mangonearlo todo y elegir los muebles y la pintura a su gusto, recordándole que ella no sabía lo que se llevaba y que era incapaz de combinar colores de una forma bonita.

   Cuando la tuvo terminada, no se lo dijo a nadie, pero empezó a plantearse la posibilidad de irse a vivir allí. Le costaba dar ese paso. No es que le importara lo que diría su familia por "abandonar" a su madre, es que su sentido de la responsabilidad le impedía dejarla sola; le daba tanta pena. No tenía amigas y su familia vivía su vida. Si se marchaba sabía que no tendría a nadie más que se preocupara por ella.

   Un día, hojeando una revista en una sala de espera, se topó con un artículo que le llamó la atención: Tipos de madres, era su título. Empezó a leerlo por curiosidad y se topó con uno que se llamaba "Madres tóxicas"; aquella lectura le abrió los ojos del todo. Era una descripción exacta de su madre. Y tomó la decisión de una vez: tenía que huir de ella como fuera.

   Pero la vida seguía impidiéndole ser feliz del todo: cuando llegó a casa, su madre le soltó que en la revisión médica habitual, el doctor le había dicho que veía algo raro y que esa misma tarde fuera al hospital a hacerse unas pruebas. La acompañó y los resultados no podían ser peores: un tipo raro de cardiopatía (era incapaz de repetir esas palabras médicas) que no era operable y que acabaría con ella en unos meses; el doctor no supo decirle cuántos. Se lo dijo a sus hermanos y decidieron no contárselo a su madre. Si no había solución, no había motivo para preocuparle.

   No le quedó más remedio que posponer sus planes. Si sólo le quedaban unos meses, no podía dejarla sola. Pero la verdad es que la situación se fue haciendo cada vez más insoportable. Hasta que esa tarde, cuando llegó del trabajo, su madre empezó, como siempre, a criticar todo lo que hacía y decía. Ella procuraba no llevarle la contraria para evitarle un disgusto a su corazón. Pensaba que no dejaba de ser paradójico que le fallara el único órgano que pensaba que no tenía o, al menos, no usaba.

   -¿Has ido con esas pintas a trabajar? No sé para qué te pintas como una puerta; total el resultado tampoco es muy atractivo que digamos. Y encima llevas unas semanas que estás como una vaca; como no te cuides un poco terminarás rodando por las escaleras.

   Se dio cuenta de que ya no podía dejar pasar más tiempo. Había llegado el momento.

   -Tengo algo que decirte: estoy embarazada de 4 meses. No te preocupes, que mi bombo no se quedará en tu casa. Voy a recoger lo imprescindible y mañana vendré a por el resto.

   Tenía miedo de su reacción. De que su corazón se parara. Pero la verdad es que sintió un alivio tan grande, que no podía ni sentirse culpable.

   -¿Tú sola y cuidando de un bebé?-y se echó a reír-. Imposible. Si no sabes ni cuidar de ti misma.

   -No estaré sola. Raúl  y yo nos casamos hace 8 meses-respondió mientras le enseñaba la mano donde brillaba la preciosa alianza que se quitaba cada vez que entraba en casa.

   Esta vez no hubo respuesta. Primero fue un destello de enfado como no había visto nunca en su mirada. Duró sólo un instante. Un gesto de dolor y su cabeza se echó hacia atrás en el sillón.

   Los de la ambulancia lograron reanimarla y, ya en el hospital, le confirmaron que había llegado el final. Raúl le pidió que no se quedara; que no era conveniente en su estado. Ella insistió en hacerlo.

   Se acercó a la ventana. Estaba amaneciendo y todo seguía tranquilo. Sobre todo ella, que sabía que, por fin, iba a empezar la vida que siempre había imaginado y que había estado a punto de no conseguir.

   Al mirar hacia la cama, vio que su madre tenía los ojos abiertos. Se acercó, por si necesitaba algo, pero ya no hacía falta. Pulsó el botón y entraron dos enfermeras que le confirmaron que había muerto.

   Empezó a hacer las llamadas pertinentes en estos casos y, mientras esperaba en la sala de espera a que llegara su marido, empezó a acariciar su barriguita mientras canturreaba una bonita canción. Su bebé sabría desde el primer momento lo que es el amor de una madre.



Texto Ana María Blanco Estébanez
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