viernes, 12 de junio de 2020

Olvidos y recuerdos



  

   Los días han ido pasando y la vida va volviendo a la rutina (extraña rutina que tenemos en estos tiempos de pandemia) tan necesaria para poder ir superando todo lo acontecido en los últimos meses. Y parte de esa vuelta a la normalidad fue la limpieza semanal del sábado acompañada de mis auriculares, aunque esta vez lo de cantar como que no me lo pedía el cuerpo. Pusieron la última canción de Pau Donés y me sentí de lo más identificada, porque efectivamente, he tenido más, mucho más de lo que cualquiera podía haber deseado. Casi todo malo (cabreo, impotencia, indiferencia, incomprensión y mucho, mucho dolor) que me costará olvidar. Pero también toneladas y toneladas de cariño que siempre recordaré.

 Empezaré por lo malo; eso que, en unos momentos en los que la situación ya es lo suficientemente trágica, es un añadido negativo que hace que te sientas como que arrastras el peso del mundo.

   Lo primero es lo que hemos tenido que sufrir todos: la horrorosa gestión de la situación por parte de los inútiles e ineptos que nos gobiernan. Como ya sabéis mi opinión respecto a la casta política española no hará falta que profundice en la poca fe que tengo en que los otros lo hubieran hecho mejor. Pero sí quiero reiterar otra vez lo que más me ha afectado de su incompetencia y falta de sensibilidad: los días de luto oficial por las víctimas del covid. En nuestro país en estos meses ha habido más muertos no covid que, según parece no lo merecen y que nos hacen sentir como víctimas de segunda. Y no hay que olvidar que ellos también han estado aislados en hospitales y solos en tanatorios, pero que alguno de los lumbreras al frente del gobierno hubiera decretado el luto por todas las víctimas de estos meses desde que se decretó el estado de alarma, sería pedir una sensibilidad por su parte de la que han dado cumplidas muestras de carecer.

   A nivel personal, me gustaría olvidar a ciertas personas que me encontré en el hospital. Mi admiración a todos los sanitarios, por supuesto, especialmente enfermeras y auxiliares, pero, como en todos los gremios, hay gente para todo. Empezaré por la persona que me atendió en Atención al Paciente y que intentó que me sintiera como una irresponsable y una estúpida. Seguro que no os sorprenderá saber que planté un par de reclamaciones con lo que que se tuvo que tragar sus palabras al comprobar que yo tenía razón. Una victoria amarga; a esas alturas de la película, mis fuerzas estaban lo suficientemente desgastadas como para que supusiera una absurda pérdida de energía física y emocional.

   Y cómo no voy a recordar esa llamada a la una de la madrugada el día de su último ingreso, una semana antes de fallecer, con el susto que os podéis imaginar al ver que era el número del hospital, de una doctora que quería saber si de verdad le había visto tan mal como para llamar a una ambulancia. Os ahorraré la surrealista conversación. 

   Por supuesto que también tengo presente al taxista que nos llevó al tanatorio; vecino para más inri, con lo que conocía nuestra situación perfectamente y que nos llevó dando un rodeo incomprensible que me hace preguntarme qué hará este personaje con las personas que no conozcan la ciudad.

   Para terminar, un mínimo recordatorio para los que yo llamo "Houdini". Ésos que en circunstancias difíciles hacen un ejercicio de desaparición que, la verdad, si no les sale de dentro estar ahí, se agradece que no hagan acto de presencia.

   Porque afortunadamente (y aquí empiezo con lo positivo que siempre llevaré en mi corazón), familia, amigos y vecinos (menos el taxista, claro), han estado físicamente los que han podido y por teléfono la gran mayoría. Unos más pesados, otros más discretos, pero todos apoyando y animando, haciendo que la obligada soledad no lo fuera tanto. No voy a nombraros porque no quiero olvidarme de nadie, pero sabéis que no lo olvidaré. Gracias por tanto. El día que pueda empezar a cobrar tantos besos y abrazos virtuales que me habéis enviado, se cerrará este círculo de cariño inmenso que he recibido de vuestra parte.

   No tengo palabras para expresar mi agradecimiento hacia unas personas que sabía que existían pero, a las que, afortunadamente, hasta ahora no había tenido que recurrir: las trabajadoras sociales. Profesionalidad, comprensión y empatía es lo que me he encontrado en ellas; en la del centro de salud, en la del CEAS y en la del hospital. Sin olvidarme de la que lleva la ayuda a domicilio que, además, nos puso en contacto con un verdadero ángel de la guarda que nos ayudó a cuidarle el último mes.

   Mi especial recuerdo para el vigilante de seguridad del tanatorio que, cuando nos quedamos solos, miró para otro lado, permitiendo que pudiéramos estar más acompañados. Sensibilidad; él sí sabe lo que es eso.

   Y para tener siempre en la memoria el detalle de mi fisio que, cuando pude ir a que intentara recomponer mi dolorido y desequilibrado cuerpo, no quiso cobrarme la sesión. Más sensibilidad y empatía.

   Pero lo que me quedará siempre son mis momentos con él durante estos meses. Especialmente ese "Hola guapa" que me decía cuando me sentaba en su cama todos los días para sujetar el termómetro con el que le tomaba la temperatura.



Texto Ana María Blanco Estébanez
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