viernes, 11 de septiembre de 2020

Tampoco era el momento



   Volvió a mirar la ropa que había preparado para esa noche. Con un resoplido se dirigió al baño para maquillarse. Otro sábado más con la misma gente, yendo a los mismos sitios y bailando la misma música con sus amigas mientras el grupo de chicos no se movía de la barra, lo que significaba que Iván volvería a ignorarla otra noche más. Ya no sabía qué hacer para llamar su atención; estaba claro que para él no era más que otra del grupo. Los fines de semana se habían convertido en algo tedioso y rutinario, pero la opción era quedarse en casa, así que se animó pensando que quizás ésa sería la noche en la que pasaría algo diferente y excitante, y no podía perdérselo.

   Quedaron en el mismo sitio y a la misma hora. Faltaban dos chicas que se habían ido de vacaciones y, el resto, al encontrarse, se besaron y abrazaron como si hiciera meses que no se veían. Los chicos estaban un poco más lejos, sentados en un banco, esperándolas. Sabían que el encuentro duraría varios minutos mientras se contaban todo lo que había pasado desde la última vez que se habían visto, sólo tres horas antes, en la piscina.

   -Ey-saludaron ellos. No necesitaban más. Ellas les miraron con un suspiro; estaba claro que pertenecían a dos especies diferentes que apenas lograban entenderse.

   Llevaban ya varias horas recorriendo las mismas tascas donde picotearon algo para llenar el estómago, antes de ir a los mismos bares donde los chicos pedían las bebidas y ellas se iban a bailar mientras eran vigiladas para que ningún baboso se pasara demasiado. Cuando empezaron a salir, bastantes años atrás, interactuaban mucho más; incluso consiguieron que bailaran con ellas alguna vez. Al final se rindieron; salían juntos pero hacían vidas separadas, como un matrimonio mal avenido. Había habido alguna historia entre algunos de ellos que no había durado demasiado, pero todas habían terminado bien y la amistad no había resultado dañada. Seguían saliendo juntos los fines de semana y haciendo viajes de vez en cuando.

   Había estado tentada de irse a casa un par de veces, pero sus amigas no se lo permitieron. Se prometió que el siguiente sería el último bar en el que entraría. Para su sorpresa, los chicos se metieron en uno al que no habían ido nunca. Llevaba varios meses abierto y decidieron que había llegado el momento de ver cómo era. La música no estaba mal; es decir, era igual que el resto de los locales a los que iban habitualmente. No había demasiada y gente y, en cuanto tuvieron las bebidas, se repartieron como siempre: ellas a la zona despejada, donde se pusieron a bailar, y ellos permanecieron en la barra. Les habían preguntado muchas veces qué hacían allí, quietos, sin bailar y, casi siempre, sin siquiera hablar entre ellos. Su respuesta solía ser encogerse de hombros y reírse.

   Aprovechaba siempre que podía para mirarles de reojo, comprobando si Iván se fijaba en ella. Pero nada; era como si no existiera. Una de las veces no le vio con los otros y pensó que habría ido al servicio. Un rato más tarde, cuando acabó la bebida y se acercó a la barra para dejar el vaso, les preguntó si ya se había ido.

   -No. Está allí-le contestaron, señalando hacia el pasillo que llevaba a la salida-. Está hablando con un conocido suyo.

   No se molestó en preguntarles quién era el otro chico. Si fueran ellas, sabrían el nombre, trabajo y dirección de las personas con las que se encontraban; ellos, incomprensiblemente, no se preguntaban nada. ¿Falta de curiosidad?¿Indiferencia? En cualquier caso, tenía claro que si quería saber con quién estaba hablando, tendría que enterarse ella misma o mandar a alguna de las chicas. Sólo tardó unos segundos en decidirse; si se lo decía a ellas, empezarían a incordiarla para que pasara de él, así que decidió averiguarlo personalmente.

   -Anda, si estás aquí. Creía que ya te habías ido.

   -No creo que tarde, pero me he venido para acá porque me he encontrado a un amigo. Pedro. Alba. Alba. Pedro.

   El "hola" y par de besos obligatorios de cada presentación la obligaron a prestar atención al chico en cuestión. Normalito, sonrisa picarona y.....vaya mirada. Fue como si la desnudara, pero no de esa forma ofensiva en la que miraban esos tipos tan desagradables con los que se encontraba de vez en cuando.

   -Bueno, os dejo que mañana tengo que madrugar para irme al pueblo.

   Y se fue sin más. No tuvo tiempo de reaccionar. Se sintió decepcionada, muy enfadada y abandonada con un desconocido del que no sabía ni de qué hablar ni cómo despedirse sin parecer una borde.

   -¿De qué os conocéis?-le preguntó Pedro. Y empezó la conversación. Lo cierto es que fue divertida y agradable, y el tiempo se pasó volando. Cuando la panda se acercó a ellos para que supiera que se iban, se despidió de él.

   -Tía, haberte quedado. Parecía majo, ¿no?-le preguntó Marta de camino a casa.

   -Bah, estoy cansada. Además tampoco sé los planes que tenía él y no me apetece quedarme sola a las tantas y volver sola a casa porque tuviera que irse con otra gente.

   -A ver si espabilas: celos, bonita, celos. Si lo has intentado todo con Iván y sigue pasando de ti, la última opción que te queda es que vea que empiezas a interesarte por otros tíos. Para uno que conoces que no parece tan raro como el resto de elementos con los que te cruzas, podías haber aprovechado la oportunidad.

   Había pasado una semana, el verano estaba acabando y cada vez se veía más gente en los bares. Habían quedado en una cafetería para tomar algo antes de encontrarse con los chicos. Se estaban sentando en el único sitio libre que encontraron, cuando vio a alguien en la barra que le resultó conocido.

   -Ey, el chico que está pidiendo al lado de la puerta, ¿no os parece que es el de la otra noche?

   -Pues si no lo sabes tú, guapa, que eres la que estuvo hablando con él-le contestaron entre risas.

   Estaba rodeado de gente y, aunque miró hacia ellas un par de veces, no dio señales de reconocerla. Al final pensó que se habría confundido y dejó de pensar en él.

   Esa noche fue tan parecida a todas las demás que se volvió a casa más pronto que nunca. La mañana siguiente la pasó pensando en lo que le dijo Marta la semana anterior sobre darle celos a Iván. Una sensación conocida de inquietud empezó a instalarse en su estómago. Lo odiaba; pasaba siempre que su corazón y su cabeza llevaban caminos diferentes. En este caso, su corazón le decía que podía ser la última oportunidad de conseguir algo con él; su cabeza, por otro lado, le intentaba hacer ver que sólo haría el ridículo una vez más. Llamó a Marta y se lo contó, deseando que la convenciera para no hacerlo. Ante su sorpresa, con un suspiro, le dijo:

  -Mira, yo no lo haría ni loca, pero te conozco y no te vas a quedar tranquila si no lo intentas, así que hazlo y saldrás de dudas.

   Después de comer, con el corazón latiéndole a mil, llamó a Iván para pedirle el número de teléfono de Pedro.

   -Ay, madre.¿Estás segura de que quieres quedar con un desconocido?-le respondió riéndose.

   -¿Qué pasa?¿No es de fiar?¿Y me dejaste sola con él el otro día?-le contestó también entre risas.

   -Espera que te busco su número.

   Aparte de sorprendido, Alba no pudo decir que notara otro tipo de sentimiento en su voz. Vamos, que no parecía celoso en absoluto. En fin, ya tenía su número y no le quedaba más remedio que usarlo. ¿Por qué siempre tenía que meterse en semejantes líos?

   Pedro tardó un par de minutos en saber quién era quien le llamaba, pero en cuanto la reconoció, le aseguró que no tenía planes para esa tarde y que estaría encantado de quedar con ella. Adiós a la última oportunidad que tenía de librarse del marrón en el que se había metido.

   Se puso muy mona, eso sí, pero salió decidida a sufrir un repentino e insoportable dolor de cabeza. Le llevó a una terraza con jardines de la que le habían hablado un par de semanas antes y que resultó que él tampoco conocía. La tranquilidad del lugar contrastaba con los nervios que tenían ellos; sin embargo, la conversación no tardó en ser fluida porque tenían bastantes cosas en común: el cine, la lectura y los deportes eran aficiones de ambos. Pero, de pronto, Pedro lo estropeó: sacó un cigarrillo y le ofreció otro ante la mirada sorprendida y disgustada de Alba.

   -¿Te importa si fumo?-le preguntó.

   -Pues sí-respondió ella. Y, algo no habitual en la mayoría de los fumadores que conocía, Pedro se guardó el cigarrillo.-Jo, gracias, es que me molesta mucho el humo.

   -Además de antitabaco, ¿eres anti algo más?

   -Antimadridista, pero con eso puedo lidiar-respondió riéndose.-No me digas que eres del Madrid.

   -No, eso lo compartimos: soy del Atlético-le dijo entre risas.

   Divertido, educado y con esa mirada que la hacía sentirse como la mujer más sexi del mundo; no pensó ni una sola vez en la excusa de la jaqueca. Cuando se despidieron quedó en que la llamaría para quedar otro día. Alba sabía que no volvería a saber de él porque eso era lo que le ocurría siempre que quedaba con alguien que le terminaba gustando.

   Pero Pedro parecía dispuesto a demostrarle que no se parecía al resto de los chicos que había conocido: al día siguiente la llamó para ir al cine. Después se quedaron otro rato tomando algo. Alba no podía creer que, por más que lo intentaba, seguía sin encontrarle pegas. Y esa forma que tenía de mirarla, que hacía que temblara todo su cuerpo.

   Pasaron un par de días antes de volver a quedar; esta vez para ir a un partido de baloncesto.

   -No he ido muy a menudo, pero te advierto que todavía no he visto ninguno en el que hayan terminado perdiendo, así que prepárate para verles ganar-le dijo Alba cuando la recogió con su coche.

   Y así fue: victoria aplastante que Pedro celebró abrazándola y besándola por fin. Fue todavía mejor de lo que Alba había imaginado, hasta que, al salir del pabellón, le dijo:

   -Vamos a tomar algo; tenemos que hablar.

   No hacía falta que dijera más. Daba lo mismo la historia que fuera a contar porque el resultado sería el mismo: no podría ser. Lo había oído demasiadas veces. Y no fue diferente: hacía poco que había conocido a otra chica y estaban empezando algo. Conocerla a ella había sido algo imprevisto y necesitaba tiempo para aclarar qué sentía. No esperaba encontrarse en una situación así y tenía que tomar una decisión.

   Pasaron dos meses antes de saber de él otra vez. Dos meses en los que su vida cambió tanto a nivel personal como profesional: un nuevo curro y gente diferente con la que salir. Curiosamente no había vuelto a coincidir con Iván, pero tampoco lo echó de menos. Sin embargo, no pudo dejar de pensar en Pedro, en sus manos, en sus labios y en su mirada. Fue una sorpresa que llamara para felicitarla y quedaron para tomar algo. Nada había cambiado entre ellos: la chispa seguía ahí tan encendida como semanas atrás. Sin embargo, él ya había tomado una decisión que Alba temía, pero imaginaba: tampoco éste iba a ser su momento.



Texto Ana María Blanco Estébanez
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