-Ni caso. Leyendas, como dijo
Benigno. Ya te conté que desaparecieron todos sin más, pero dejaron lo que
tenían, incluido el coche. Lo que nadie pudo encontrar fue la fortuna del viejo
Álvaro. En metálico sólo hallaron unos
cuantos billetes y monedas. En la cuenta del banco tampoco quedaba demasiado. Así que la pregunta que se hacía todo el mundo era:"¿Dónde está el dinero?" La casa fue vaciada y, durante años,
la gente siguió entrando y tiró paredes y tabiques buscando escondites. Benigno
fue de los pocos que no participó de aquella caza del tesoro. Le decía a todo
el mundo que un día volvería alguno de ellos y les pedirían cuentas de lo que habían hecho. Siguió
cuidando el jardín hasta que, por el peligro de derrumbe, vallaron la
propiedad. Yo me colé una vez y aluciné con las plantas, fuentes y el enorme
estanque, en el que todavía se veían peces. Pidió al alcalde que le permitiera
entrar para seguir atendiéndolo, juró que no se acercaría a la casa, pero recibió
un rotundo “No”: la casa había sido declarada ruinosa, nadie reclamó su
propiedad y en el Ayuntamiento no iban a
permitir que un viejo chalado sufriera un accidente y les tocara indemnizarle
por negligencia.
Ya no olía a cerrado. Sonia encendió la chimenea para que Alex, que nunca había usado una, supiera cómo se hacía.
-Pues se agradece el calorcito.
-Ya te advertí de que ibas a pasar frío-contestó Sonia con una sonrisa.-¿Quieres que te enseñe cómo funcionan los electrodomésticos?
-No hace falta: creo que me las apañaré con la lavadora y los hornos. El lavavajillas no pienso tocarlo. ¿Sabes que una vez le preguntaron a Agatha Christie cómo lograba inspirarse para tanto crimen y asesinato? Su repuesta fue: "Fregando. No hay como tener objetos peligrosos entre las manos para que a una se le ocurran las historias más inquietantes". Así que voy a ver si funciona conmigo: recogeré todos los cacharros a mano.
-Me voy ya. Cuando llegue te mando un guasa.
Un beso, un abrazo, la puerta se cerró y Alex dio un enorme suspiro. ¿Funcionaría ese aislamiento y volvería a encontrar a sus musas?
¿PAZ Y TRANQUILIDAD?
Sacó la ropa y la colocó en los muebles del dormitorio. La casa era bastante pequeña, pero Sonia se había encargado de que no faltara de nada. Lo que había hecho con la cocina la había convertido en su sitio favorito: una enorme ventana, muebles blancos y encimeras imitando la madera junto con todo tipo de modernos aparatos hacían de aquel espacio un lugar cálido y luminoso. Aunque en ese preciso momento las moscas se habían hecho dueñas de la zona. Cogió el insecticida y se dispuso a dispararlas, pero se rindió en unos segundos: desde que tuvo los desprendimientos de vítreo, los campos de visión de sus ojos estaban llenos de manchas negras que no paraban de moverse, por lo que intentar perseguir un insecto era misión imposible. Esparció una enorme cantidad de producto, cerró la puerta y fue a darse una ducha mientras hacía efecto.
Estaba secándose y pensando qué iba a preparar para cenar, cuando un fuerte rugido, como un trueno a su espalda, hizo que se volviera justo a tiempo para ver cómo todos los azulejos de encima de la bañera se abombaban y amenazaban con caerse. Se puso el pijama y fue a buscar el móvil. Como esperaba, Sonia ya había mandado el mensaje al llegar a casa, así que la llamó y se lo contó.
-Tía qué mala suerte, pero menos mal que no te ha pasado nada. Mañana llamo a Chema, que fue quien los puso y le diré que se pase a arreglarlo.
Después de cenar, las brasas de la chimenea estaban prácticamente apagadas y empezaba a notarse algo de fresco. Como había sido un día muy largo, después de mandar los mensajes prometidos, Alex decidió acostarse. ¡Qué diferencia con su casa! No se oía un ruido: ni la tele de los vecinos, ni los coches por la calle, ni gente dando voces....Sin embargo, tras un cuarto de hora dando vueltas en la cama sin que llegara el sueño, se dio cuenta de que tardaría en acostumbrarse a tanto silencio. Aunque, de repente, empezó a oír una música que no distinguió muy bien al principio y que empezó a sonar cada vez más cercana. ¿Alguien estaba tocando un órgano?¿A esas horas? Supuso que era una grabación y, ahora sí, con el silencio roto por aquella melodía pudo, por fin, dormirse.
Después de desayunar sonó un fuerte golpe en la puerta. Recordó que no había timbre porque la antigua aldaba fue de lo poco que se pudo mantener y, al abrir, se encontró con un hombre alto, guapo y con un cuerpo de los que te dejan la boca abierta.
-Sonia me ha dicho que viniera a arreglar unos azulejos-y, sin más, sin siquiera dar los buenos días, se fue derecho al baño. Alex entendió lo que quería decir Sonia la noche anterior cuando la advirtió de que no se dejara engañar por su aspecto.
Después de mirar, aporrear la pared en varias zonas y menear la cabeza las veces suficientes como para que Alex supiera que era más grave de lo que pensaba, se dirigió a la puerta.
-Oye, ¿lo vas a arreglar?
-Voy a por las herramientas. No entiendo qué ha pasado, pero tengo que quitar todos los azulejos de esa pared y volver a ponerlos.
-¿Cuánto vas a tardar?
-Lo que haga falta-respondió sin mirarla mientras salía a la calle.
Alex soltó un bufido y decidió que no se quedaría en casa mientras aquel extraño ser hacía ruido y llenaba todo de polvo. Se cambió, cogió el bolso y el ordenador y, cuando se estaba atando los cordones de las zapatillas, Chema volvió.
-Me voy. Si me necesitas para algo estaré en la cafetería o en la plaza o en la ermita- y, al salir, escuchó los primeros golpes.
Se dirigió calle arriba murmurando cabreada: vaya forma de empezar su vida relajada. Cuando se quiso dar cuenta estaba delante de la iglesia. Todavía hacía algo de fresco, así que entró en el bar y pidió una infusión. Excepto la camarera, la misma de la tarde anterior, no había nadie mas. Se extrañó de verla allí tan temprano y se vio obligada a contar lo que pasaba.
-Se lo advertí: hay mucho mal en esa casa-la voz la sobresaltó. Era otra vez el mismo anciano, sentado en la misma mesa.
Alex le ignoró y preguntó a la chica por la música de órgano. No sabía de qué estaba hablando; el único órgano del pueblo era el de la iglesia y hacía años que nadie lo tocaba.
-¿También usted oyó el órgano?-preguntó Benigno.
Esta vez sí se acercó a él.
-Sí. Era muy triste, pero me ayudó a dormirme. ¿Suena todas las noches?
-No lo sé. No todos pueden oírlo.
-¿Qué quiere decir?
-Lo que he dicho. Y tampoco puedo decir si eso es un privilegio o una maldición.-Se levantó para irse justo cuando entraban la alcaldesa y otros dos vecinos.
-Pues sí. Al final va a ser más rápido de lo que pensábamos: han presentado una oferta bastante buena y están preparados para empezar en un par de semanas. Si todo sigue según está proyectado puede que para el verano podamos inaugurar el hotel rural. Es mucho trabajo porque la casa hay que hacerla prácticamente nueva y el jardín desparecerá para hacer una piscina con techo retráctil, que es de la única forma que se podrá utilizar tanto en verano como en invierno.
A Alex no le hizo gracia oír aquello: definitivamente decía adiós a su posibilidad de calma y sosiego. Aunque no fue la única a la que pareció no gustarle.
-Os he dicho muchas veces que no toquéis la casa. No me creéis cuando os digo que el mal habita allí y que estáis condenando al pueblo a sufrir todo tipo de catástrofes y desgracias.-Benigno se había vuelto al oír hablar a la alcaldesa y soltó la parrafada mientras la amenazaba con un dedo, para largarse inmediatamente después.
-Este hombre cada vez desvaría más-comentó uno de los vecinos.
Cierto que no parecía estar muy en sus cabales, pero Alex deseaba que le hicieran caso y, por lo menos, pospusieran las obras unos meses.
Cuando regresó a casa, afortunadamente, los golpes habían terminado y había bastante menos polvo de lo que esperaba.
-He conseguido quitar todos los azulejos sin romperlos, excepto el primero.
-No te preocupes: Sonia me dijo dónde guarda los que sobraron de la obra.
La verdad es que no parecía preocupado en absoluto.
-Después de comer vengo a preparar la pared para empezar a colocarlos mañana.-y se fue, como siempre, sin despedirse.
-Debe ser algo típico de aquí-pensó Alex al recordar a Benigno y a los Villasar.
Hasta que el baño estuvo terminado paraba en casa lo mínimo imprescindible: comer y dormir. Paseó por el pueblo y por los alrededores, cargada con el portátil por si surgía por fin "la idea". Las noches fueron como la primera: silencio absoluto hasta que una triste melodía de órgano sonaba para ayudarla a conciliar el sueño. Se lo comentó a Sonia, que también se lo tomó a broma.
Cuando acabó la obra, por fin, tras varios días en los que Alex no entendía cómo podía tardar tanto en poner unos cuantos azulejos, Chema se lo comunicó a su manera: "Mañana ya no vengo. Voy a preparar unas brochetas para cenar. A las nueve estarán listas". Esta vez no se fue: parecía esperar una respuesta. ¿La estaba invitando a cenar? De todos los tíos raros que se habían cruzado en su vida, aquel tipo se llevaba la palma.
-Ya veré-respondió mientras cerraba la puerta.
Tenía mucho que limpiar, así que aquella tarde pudo estar unas horas sin preocuparse por su falta de inspiración. Cuando acabó, se lavó a cachos porque no podía utilizar la ducha en varias horas y empezó a pensar en las brochetas de Chema. No tenía ganas de preparar la cena y su curiosidad por saber si siempre era así terminaron por decirla a ir. Pensó en Pablo y en las últimas palabras que le había dicho hacía casi una semana: "Cariño, como si no tuviéramos bastantes problemas y ahora nos vas a meter en más", pero se negó a discutir consigo misma y se arregló para ir a......a......Y entonces se dio cuenta de que no sabía dónde vivía. Podía llamar a Sonia para preguntarla, pero no quería dar explicaciones, así que cambió de idea y empezó a cambiarse otra vez. Un fuerte golpe en la puerta la sobresaltó.
-Me he dado cuenta de que no sabes dónde vivo, así que he venido a buscarte.
Alex abrió la boca, pero no tenía ni idea de qué contestar. Definitivamente nunca había conocido a nadie como él.
-Voy a ponerme las sandalias y a coger una botella de vino.
-Yo sólo bebo agua.
¡Cómo no! se dijo Alex, empezando a arrepentirse. El paseo duró apenas un cuarto de hora. Vivía en un chalé a la entrada del pueblo, sin apenas jardín y, cuando entraron, era sorprendente lo ordenado y limpio que estaba todo; en cierta forma daba la impresión de que no era una casa habitada porque le faltaban esos detalles que transforman una estructura en un hogar.
Las brochetas de pollo y champiñones estaban buenísimas y la mousse de limón deliciosa. Mientras tomaban un café le resumió su vida: había sido el típico chico joven de ciudad que salía los fines de semana de juerga y bebía hasta hartarse. Una mañana de domingo, volviendo de una fiesta que había durado toda la noche, una pelota seguida de dos niños corriendo se cruzaron en el camino de su coche. Había sido todo muy rápido y no pudo hacer nada por evitar la tragedia. Fue unos años a la cárcel, aunque él decía que siempre viviría en su propia condena porque no había noche que no se despertara bañado en sudor recordando a los pequeños a los que quitó la vida. Cuando volvió a la calle cambió de vida y se instaló lo más lejos que pudo de su ciudad. Rompió con todo y con todos y se instaló en Amarta en cuanto vio la torre de la iglesia que, según él, le había llamado a gritos cuando se acercó por la carretera. Llevaba años siendo el manitas de la zona y se ganaba la vida muy bien. Alex era la primera persona a la que le contaba su anterior vida y esperaba que no se lo dijera a nadie.
La acompañó a casa y, mientras se ponía el pijama, se dijo que fue un acierto el haber aceptado su invitación. Estaba segura de que había hecho su primer amigo en el pueblo. No había terminado de cambiarse cuando la música del órgano llegó hasta ella. De repente volvió a ponerse las sandalias, agarró el móvil y salió corriendo en dirección a la iglesia. "Esta vez no van a decirme que son alucinaciones". Encendió la grabadora del teléfono y se quedó allí un ratito. No recordaba haber vuelto a casa y haberse metido en la cama, y cuando, a la mañana siguiente buscó la grabación, no encontró nada. ¿Lo había soñado?¿Se estaba volviendo tan loca como Benigno?
Estaba preparando el desayuno cuando ruido de motores y voces llegaron desde la calle. Se asomó a la ventana y vio llegar tres camiones y una excavadora. No podía creerlo: se suponía que las obras empezarían dos semanas después. Aquello le recordó a la Armada Invencible y la frase de Felipe II: "No he mandado a mis barcos a luchar contra los elementos"....Pues así se sentía ella: todo estaba en su contra y, de esta forma, no había forma de concentrarse.
Recogió los restos del desayuno, se cambió, volvió a cargar con el ordenador y se dirigió a la cafetería otra vez.
-Uy, vaya cara traes-le dijo Raquel, la camarera.
-No me hables. Anoche tuve una experiencia rarísima y ahora mismo mi calle está ocupada con camiones y una excavadora. ¿No empezaban las obras dentro de dos semanas?
-¡NO!¡NO PUEDEN!-Benigno, como siempre sentado en su mesa, se había puesto de pie y estaba dando gritos.-¡VOLVERÁN!¡ELLOS VOLVERÁN Y SE ENFADARÁN MUCHO!
Se estaba poniendo muy colorado y Raquel y ella se acercaron para calmarle, pero las apartó de un empujón y se fue dando gritos. Definitivamente Amarta no había sido la solución para sus problemas de creación.
Compró un par de bocatas y una cerveza y, aprovechando que era un soleado y cálido día, subió a la ermita, donde, como se imaginaba, tampoco consiguió empezar su obra maestra.
Cuando habló con Sonia aquella noche no quiso contárselo todo, pero lo cierto es que estaba planteándose volver a la ciudad; por lo menos allí la gente era más normal.
EL INCENDIO
Cuando se acostó esperó pacientemente a que sonara el órgano para poder dormirse, pero, esta vez, ni aun así lo consiguió: estaba demasiado nerviosa y enfadada, así que se levantó, se puso una cazadora, las zapatillas y se fue a dar un paseo. No se oía nada, excepto el dichoso órgano que nadie más que ella parecía percibir. Sin pensarlo se dirigió a la iglesia. Creyó escuchar un sonido metálico pero, aunque las farolas de la plaza estaban encendidas, no pudo ver movimiento alguno. No, espera, ahora estaba segura, una sombra estaba agachada cogiendo algo del suelo justo delante de la reja que protegía la puerta azul. Se acercó despacio y con el corazón latiéndole muy fuerte. Cuando llegó vio que el cerrojo había sido forzado con lo que parecían unas tijeras de jardinero. Olía a gasolina, o algo parecido, que una figura que reconoció de inmediato estaba arrojando entre murmullos a la puerta. La luz de un mechero iluminó la cara del anciano.
-Benigno, ¿qué hace? Suelte ese mechero, por favor-Y eso fue exactamente lo que hizo al oír su voz. Pero no era eso lo que Alex quería porque, al caer sobre las salpicaduras del combustible todo empezó a arder rápidamente. El viejo dio un paso atrás y tropezó con la garrafa en la que había llevado el líquido inflamable. Alex no pudo ayudarle porque las llamas le rodearon en segundos. Alguien pasó corriendo a su lado y se lanzó hacia el anciano.
-¡Chema, no!-gritó, pero no consiguió que parara. Volvió en unos segundos con el cuerpo de Benigno, al que no pudieron reanimar.
Los vecinos acudieron a la plaza y lograron apagar el fuego, aunque no lo suficientemente rápido como para evitar que la puerta hubiera desaparecido. Llevaron a Chema hasta el consultorio donde trataron de curarle las quemaduras. Tenía los brazos abrasados, pero no estaban tan mal como Alex se esperaba. Habría que trasladarle al hospital pero, de momento, valdría con las vendas que le pusieron. Le acompañó en el coche que le llevó y se quedó con él hasta que le dieron el alta. Mientras estaba en la sala de espera llamó a Sonia, que se llevó un susto de muerte y se asustó todavía más cuando le contó lo que había pasado. Antes de que terminaran los médicos con Chema, ella había llegado al hospital.
-No puedo creer lo que me has contado. Suena a película de terror. Quiero oírlo otra vez y no quiero que olvides ni un detalle.
Para entrar en el pueblo tuvieron que pasar entre coches de policía. Suponían que ya habrían llegado, pero no se imaginaban que enviarían tantos.
-Inspector, ésta es la testigo.
Alex no podía creérselo: hacía tanto tiempo que no le veía con el uniforme que había olvidado lo guapo que estaba con él.
-Así que aquí es donde estabas escondida-Pablo guiñó un ojo y ella notó cómo su cara enrojecía.
-Te han mandado a ti.
-Bueno, nos han mandado a todos. Es lo más interesante que ha sucedido en la provincia desde hace años. ¿Me puedes contar qué ha pasado?
-¿Por dónde empiezo?-y Alex se lo fue contando. Cuando estaba terminando vio cómo se llevaban a Chema detenido- ¡Eh! ¿qué hace? Es inocente; él sólo intentó ayudar-gritó mientras se dirigía al policía que se lo llevaba.
-Tiene antecedentes-no se dirigió a ella, sino a Pablo.
-Suéltele y vigílele hasta que terminemos de tomar declaración.
Horas después la plaza volvía a tener el aspecto de siempre. La gente había vuelto a sus casas y Alex, Sonia y Chema se estaban tomando un café bien cargado en el bar.
-¿Puedes venir? -Pablo lo dijo tan serio que Alex le siguió, esperando que no se le ocurriría tratar en ese momento el tema que tenían pendiente-Creo que he encontrado algo que te va a interesar.
Entraron en la casa de Benigno, donde unos pocos policías estaban terminando de registrar muebles y papeles. Una estantería llena de cuadernos, en un rincón de la sala, fue donde la llevó.
-Cada uno es de un año y empieza en los años 40.
-Vais a tardar semanas en leerlos-le dijo Alex, esperando que no quisiera que los leyera todos ella.
-Ya. pero lo que quería que vieras es esto-y señaló un taco de hojas sujetas por una goma-.Nos lo tenemos que llevar como prueba, pero dejaré que lo leas. Creo que algo así es lo que estabas buscando.
Alex cogió el taco. En la primera hoja sólo ponía
BENIGNO RODRÍGUEZ ZAPATA
Empezaba hablando de su niñez y de lo feliz que era jugando con los demás a la salida de la escuela. La posguerra fue muy dura pero ellos sólo aprendían y jugaban. No tenían mucho, aunque no eran conscientes porque no conocían otra cosa. Cuando los Villasar terminaron de construir la escuela nueva, enviaron allí también a sus hijos. Hasta entonces tenían un maestro que les enseñaba en casa y apenas se habían relacionado con los demás niños del pueblo. Su llegada supuso entender lo que decían los mayores sobre la desigualdad. Pero para Benigno, conocer a la pequeña Angélica, le cambió la vida. La primera vez que le miró con sus redondos ojos oscuros le ganó y se convirtió en su guardaespaldas personal. Si perdía algo, si quería algo, si alguien la hacía llorar, aunque fueran sus hermanos, allí estaba Benigno para encontrar, conseguir o zurrar, lo que hiciera falta para verla sonreír. Y la niña, como no podía ser de otra forma, le adoraba.
Ese verano empezó a ayudar a su padre
en el campo, como hacían los demás, pero al empezar el curso su madre le dijo
que fuera a la casona, que querían hablar con él. Por supuesto entró por la
puerta del servicio y le recibió Martín, el que había sido jardinero de la
familia durante los últimos 30 años. Se estaba haciendo mayor y el jardín, a
petición de don Álvaro, cada vez tenía más y más plantas y, además, se había
empeñado en que tenían que poner un estanque con peces. Les dijo a los señores
que necesitaba ayuda; un aprendiz al que enseñar el oficio. ¿Por qué se lo
ofrecieron a él? Su madre cosía los elegantes vestidos de la señora y, cuando
se enteró, vio la oportunidad de que su hijo tuviera un futuro con más posibilidades
que deslomándose en el campo.
Para Benigno supuso una doble
alegría: ver a Angélica todas las tardes y descubrir el mundo de las plantas,
no sólo como ornamento, sino también todos sus beneficios y peligros. Sólo
quedaban dos años más de colegio. Después, únicamente los que tenían suficiente
dinero para ir la ciudad podrían seguir
estudiando; el resto tenía un futuro de trabajo en el pueblo o en otro sitio,
si querían ir a buscar fortuna.
Por supuesto, los Villasar se
fueron a Madrid a estudiar diferentes carreras, pero no habían decidido qué
hacer con “la niña”, como la llamaba la familia. Estaba a punto de cumplir 14
años y no estaba bien visto que las mujeres estudiaran, pero tampoco podían
tenerla en casa en ese pueblo miserable y rodeada de palurdos. No solían hablar
así delante de la servidumbre y no se dieron cuenta de que Benigno, cortando
las flores secas del parterre, les estaba escuchando. Comprendió muchas cosas:
por qué los adultos casi se doblaban cuando pasaban delante de los señores, por
qué hablaban de saber estar en su lugar y, sobre todo, por qué sus padres
siempre le habían dicho que tenía que
buscar una buena chica para casarse, alguien de su clase. Acababa de darse
cuenta de que la suya no era la clase correcta para estar con Angélica.
Por consejo de unos amigos,
después del verano la enviaron a un internado en París. El día que se fue,
buscó a Benigno, le dio un abrazo y, con lágrimas en los ojos, le dijo:
-Voy a echarte de menos.
¿Qué sabían los demás? Para
Benigno estaba claro que lo de las clases no iba con ellos. No volvió hasta
junio y avisó a la familia de que iría con unas amigas. Cuando llegaron y bajaron
del coche, le costó reconocerla. Había crecido, se vestía como una dama y su
larga melena negra estaba recogida y adornada con lazos. Lo único que no había
cambiado era su mirada….que pasó sobre sin él sin mirarle. Se quedó con la
sonrisa en los labios y la mano levantada saludando.
-Mira, tienes un admirador-se
rieron sus amigas.
-¿Quién?¿Ese paleto? Que sueñe-y
se echaron a reír otra vez.
Benigno no entendía nada y pensó
que fingía delante de ellas, pero, cuando a la semana siguiente se fueron, ella
siguió ignorándole. Martín había muerto durante el invierno y él era el
jardinero oficial, así que no tenía un minuto de descanso, pero cuando podía
sentarse, observaba a la familia y analizaba cada gesto, palabra o acto hacia
los criados. Se dio cuenta de la condescendencia con que los trataban y ellos,
estúpidos, todavía les agradecían lo buenos que eran. Odio, rencor, celos…..fueron
convirtiendo al buenazo de Benigno en un ser mezquino. Aquella tarde de verano,
cuando la señora devolvió un vestido a su madre porque, según ella, su hija no
podía ponerse algo tan mal cosido, asegurando que no pagaría ni un real por él,
algo dentro su corazón estalló.
Sabía la mezcla de memoria. Si se
pasaba podía matarles, pero no quería hacerlo así. Se aseguró de que sólo
cayeran en un sueño profundo, al igual
que los criados, así que lo vertió en
las jarras de agua. De madrugada entró por la puerta del jardín; ni una luz, ni
un ruido. Sus pies hicieron crujir la madera de las escaleras, pero sabía que
nadie lo oiría. Nunca había subido al piso superior, por supuesto, así que,
llevando en sus manos uno de los suaves cojines de los sofás del salón, fue
entrando en cada dormitorio y asfixiando con él a cada uno de los Villasar. No
sintió nada, quizás un poco de pena al matar a don Álvaro porque le encantaba cómo
tocaba el órgano de la iglesia; pero del resto se deshizo sin ningún tipo de
emoción.
Llevaba toda la semana cavando
alrededor del estanque con el fin de preparar la tierra para las nuevas plantas que
había encargado el viejo organista. Se limitó a arrastrar los cuerpos uno a uno
y enterrarlos. A la mañana siguiente, cuando todos empezaron a preguntarse
dónde estarían, Benigno, como todos los días, se dedicó a podar, regar y
plantar. Por supuesto, nadie se fijó en lo bonito que estaba el estanque con
las plantas nuevas.
Lo protegió de los buscadores de
tesoros y lo mimó como si de su propio jardín se tratara. Le contrataron en el
Ayuntamiento y durante décadas había sido el jardinero del pueblo, pero
cuidando también el de la casona. El día que le
prohibieron volver allí sintió que los abandonaba, porque mientras
podaba, regaba y plantaba no dejaba de
hablar con ellos, sobre todo con don Álvaro, al que no se cansaba de decir
cuánto le gustaba que tocara para él todas las noches.
Cuando Alex llegó, a los pocos
meses de que se hubiera decidido rescatar lo que se pudiera para construir un
hotel rural que atrajera turismo, y empezó a decir que por las noches oía la
música de un órgano, Benigno pensó que la familia le abandonaba porque iba a permitir que les sacaran de su lugar de descanso. Así que, cuando aparecieron los primeros
camiones, no se le ocurrió otra cosa que provocar una distracción quemando la horrorosa puerta de la iglesia.
Mientras todo el pueblo estuviera allí, él se colaría en el jardín, los sacaría
y se los llevaría a otra parte.
Alex soltó un bufido al llegar
al final: “Este viejo estaba más loco de
lo que parecía”.
-Bueno, es lo que
necesitabas para tu libro, ¿no?
-Ya, pero hubiera preferido que
hubiera sido ficticio. Desde luego, Charo tenía razón cuando me dijo que no
había nada más real que los crímenes.
TODO UN ÉXITO
No sabía cómo lo consiguió, pero
Charo hizo coincidir la presentación de su libro con la inauguración del hotel. Y no tuvo que ser fácil porque estaba todo reservado para los próximos meses.
Eso de misterios, hechizos y crímenes atraía mucho a la gente, además de que
habían hecho un trabajo espectacular y la piscina, situada donde antes estuvo
el estanque y donde habían encontrado los esqueletos de los Villasar, era la
gran atracción.
El punto fuerte fue la misa en la
iglesia donde un organista de prestigio iba, por fin, a tocar el órgano de
nuevo. Cada vez que habían traído a alguien para que lo afinara les decía que
estaba perfecto, pero al ir a tocarlo, sólo conseguían sacar un sonido
estridente. Sin embargo, ahora volvía a
sonar como cuando Álvaro Villasar lo
tecleaba.
Alex estaba feliz de presentar su
novela en el lugar que le había devuelto a sus musas, y rodeada de la
gente que la quería y apoyaba. Sobre todo Pablo, que al
final comprendió que, como él siempre le había dicho, estaban bien como
estaban, así que ¿para qué cambiarlo?
Iban a entrar en el hotel y Chema
las paró:” ¿Creéis que alguna vez lo averiguarán?” Sonia y Alex miraron donde señaló,
los relucientes escudos que volvían a ocupar el sitio que les pertenecía en la
fachada principal.
-Puede, pero no mientras tú seas
el encargado de su mantenimiento y a
nosotras no nos dé por contar lo que realmente contienen-dijo Alex guiñándole
un ojo.