viernes, 17 de junio de 2022

Todo llega....o no





   Miró la imagen que le devolvía el espejo y se preguntó en qué momento de su vida la suerte o sus propias elecciones habían truncado sus sueños. Quería aventuras, descubrir sitios que nadie más hubiera pisado y, con el tiempo, buscar un lugar donde asentarse y formar una familia.

  Al cabo de los años, su vida había sido mediocre. No destacó en los estudios ni en los deportes ni en ninguna otra actividad. Pudo ir a la universidad, pero no para estudiar lo que quería (no tenía salidas, le dijeron en casa); así que buscó algo con bastantes oportunidades de trabajo. Pero, cuando acabó, a Gabi le resultó imposible encontrarlo. Aquél hubiera sido el momento ideal para lanzarse a esa vida viajera, sin embargo encontró excusas para no irse: tengo que ahorrar un poco, mejor empezar a trabajar primero y luego pido una excedencia, cómo voy a irme ahora según están las cosas.....Lo cierto es que sí intentó conseguir algún viaje interesante y económico, pero, desgraciadamente, terminaron por truncarse. Así que acabó trabajando en algo que ni le interesaba ni gustaba; un típico trabajo de oficina rutinario al que sólo le veía una cosa buena: el sueldo a final de mes. Puede que ahí cometiera otro error: el dinero que necesitaba para viajar decidió invertirlo para independizarse. "Con trabajo y mi propia casa, tendré más libertad para ir y venir", pensó. 

   Todos sus amigos habían encontrado a su media naranja, habían tenido hijos y, algunos, se habían divorciado. Él nunca tuvo relaciones largas y, siempre que había sentido algo fuerte por alguien, hubo boda...pero no con él. 

   Cuando quiso darse cuenta, se había acomodado a su vida triste, patética y aburrida, como solía llamarla. Intentó conocer gente de muchas formas, pero invariablemente acababa igual: con parejas a su alrededor y, de nuevo, solo. Era el comodín para sus amigos, que sabían que le tenían siempre para salir a tomar una copa, de marcha o de viaje cuando quedaban descolgados. Por el contrario, cuando era él el que llamaba para conseguir algún plan, nunca estaban disponibles. Al principio se enfadaba, con el tiempo empezó a sentirse más y más aislado al ver que cada vez tenía a menos gente con la que contar y, al final, dejó de planear y buscar y se limitó a esperar esa llamada que le arreglara un tedioso fin de semana.

   En el trabajo, en compensación, las cosas no podían ir mejor. Resulta que aquel trabajo anodino tenía la ventaja de ser muy visible y, como él lo realizaba a la perfección, en poco tiempo había promocionado y era muy solicitado entre sus superiores porque, además, con esas ganas de ver mundo, desde muy joven había hecho todo lo posible por dominar el inglés. Cuando le dijeron que tenía la oportunidad de trabajar para el Director del Departamento de Ventas, que necesitaba a alguien que se encargara de la nueva sede en Ciudad del Cabo, un sudor frío le corrió por el cuerpo. ¿Sudáfrica?¿Tendría que irse a vivir al culo del mundo?¿Dirigir una sede él solo?

   -Tiene que estar funcionando plenamente en un año. Puedes elegir al personal con toda libertad y, mientras todo vaya bien, funcionaréis tan independientemente como el resto de sucursales. 

   -¿Cuándo tengo que contestar?-preguntó.

   -¿De verdad tienes que pensarlo? Alguien como tú, sin cargas familiares...Gabriel, es una oportunidad de las que sólo surgen una vez en la vida. Pero, si necesitas tiempo, te doy el fin de semana. El lunes tengo que saberlo para empezar a organizar todo.

   En realidad poco había que analizar: era lo más parecido que tendría nunca a esa vida aventurera con la que soñaba de chaval. ¿Qué le daba miedo?¿Qué iba a dejar atrás? Estaba a punto de cumplir 46 años; era ahora o nunca. Así que el sábado, a media tarde, mandó un correo a su jefe diciéndole que aceptaba el puesto y que, de hecho, el lunes, le pasaría la lista de colaboradores que quería llevarse con él.

   El primer mes fue un continuo ir y venir planificando y aprendiendo. Seleccionó también al personal sudafricano con el que iban a trabajar y, si bien es cierto que tuvo libertad total, a las pocas semanas hubo una imposición.

   -Vamos a enviarte a alguien de las oficinas de El Cairo. Te ayudará y aconsejará con su experiencia en el continente. Tú tendrás el control, pero espero que valores sus ideas.

   Le pareció estupendo tener a alguien que pudiera guiarle y, cuando le dijeron que ya estaba en la recepción del edificio, se dirigió hacia allí con la mejor de sus sonrisas. Lo que se encontró le sorprendió gratamente: tendría aproximadamente su edad (aunque con las mujeres de hoy de en día es muy complicado calcularla) y era bastante atractiva, a pesar de que el cansancio del largo viaje se reflejaba en sus movimientos y en su mirada.

   -Gabi Lopo. Encantado de conocerte. Me habían dicho que venía alguien de El Cairo, pero nadie me dijo que.....

   -Sí, ya lo sé, que era una mujer.-Su tono era borde y cortante-Espero que la sorpresa se te pase pronto porque tenemos mucho que hacer. ¿Puedes indicarme cuál es mi despacho?

   -Iba a decir que nadie me había avisado de que fueras a llegar hoy.-Seguía delante de ella con la mano extendida, esperando que la estrechara. Su sonrisa había desaparecido y, al ver que no correspondía a su saludo, terminó bajando el brazo.-Los despachos están preparados. Sólo faltan pequeños detalles de decoración que llegarán a lo largo de la semana. Puedes elegir el que quieras ¿Seguro que no prefieres ir al hotel a descansar unas horas?

   -No, gracias. Estoy acostumbrada a estos largos viajes y ahora mismo sólo puedo centrarme en el trabajo. Adriana Usaola, por cierto. 

   La imagen del espejo le devolvió una enorme sonrisa al recordar cómo se conocieron y conectaron rápidamente, a pesar de aquel poco prometedor comienzo. Al contrario que la de él, su vida había sido un constante viajar por el mundo, aunque ya estaba cansada de no tener un sitio al que considerar hogar. En los ratos libres se dedicaron a conocer la preciosa ciudad (para Adriana también era un sitio nuevo) y luego hicieron viajes por el país. Poco a poco su relación pasó de profesional a amistosa y, cuando quisieron darse cuenta, estaban buscando sitio para vivir juntos.

   Ella viajaba con la casa a cuestas y, aunque llevaba dos años viviendo en El Cairo, sólo tuvo que ir a cerrar el piso alquilado y recoger los pocos objetos personales que tenía. En España ya no le quedaban más que primos de los que sólo sabía en Navidad y en su cumpleaños; así que era completamente libre para comenzar una nueva vida donde quisiera.

   Gabi decidió que tenía que empezar de cero, así que, en uno de sus viajes a casa, lo preparó todo para vender el ático, el coche y deshacerse que cualquier cosa que le pudiera atar a su anterior vida. Sus amigos y familiares estaban atónitos: ¿de verdad aquél era el Gabriel tan apocado que conocían?

   Su jefe, sin embargo, no compartió la felicidad de la pareja porque Adriana había sido su factótum para asegurarse de que las sedes nuevas funcionarían a la perfección. Confiaba plenamente en ella y eso le ahorraba viajes y estrés. Que decidiera cambiar de vida e instalarse definitivamente en un lugar, suponía que, o encontraba a alguien con su capacidad de negociación, o tendría que empezar a hacerlo él. Intentó convencerla de que podía vivir en El Cabo y desplazarse desde allí cuando fuera necesario, pero ambos se cerraron en banda ante su insistencia para que siguiera a su total disposición:

   -Me prometiste que podía elegir a mi propio equipo y la elijo a ella. Si no vas a cumplir tu promesa, presentaré mi dimisión inmediatamente y nos iremos los dos.

   Sus manos aparecieron en el espejo para ayudarle con la pajarita del esmoquin. Era la primera vez que se ponía aquel trasto y, si de siempre había considerado una corbata como un elemento de tortura, se imaginaba que aquel lazo diminuto, que ya le estaba apretando el cuello, terminaría por ahogarle. Por mucho que habían intentado que la fiesta de inauguración fuera informal y al estilo africano, las órdenes fueron muy claras: etiqueta occidental y música autóctona.

   Apoyado en el barandilla de la terraza que formaba el tejado del edificio, Gabi observaba el precioso cielo estrellado, mientras se felicitaba por haberlo conseguido dentro del precio máximo del que disponía cuando llegó a la ciudad. Valía mucho más, lo sabía, pero desde que subió a aquella terraza decidió que tenía que ser para ellos: cerca de la playa y de la nueva zona de negocios, con sus seis plantas de altura, tenía unas vistas espectaculares del mar. Era el sitio ideal para una empresa recién instalada. La fiesta había sido magnífica y, aunque ya estaban teniendo contactos con posibles clientes desde hacía meses, la presentación oficial ante la sociedad capense no podía haber salido mejor.

   -¿Preparado para una nueva vida llena de sorpresas y aventuras?-la pregunta le sorprendió porque no la había oído llegar. Sonrió, la atrajo hacia sí y la besó.

   Al día siguiente salían hacia Tanzania en unas merecidas vacaciones tras tantos meses estresantes; a la vuelta le esperaba un duro pero ilusionante trabajo, y a su lado tenía a Adriana. ¿Suerte?¿Decisiones acertadas? Gabi decidió no pensar más. Seguramente era el destino lo que decidía que los sueños se realizaran.....o no.



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados
 

lunes, 6 de junio de 2022

Val y la buena suerte



 

   Una agonías, sí; lo sabía, lo reconocía y lo aceptaba. Val veía siempre todo lo negativo antes que lo positivo, lo que hacía que viviera en un casi permanente estado de ansiedad, porque, la verdad, Val tenía muy mala suerte, así que había aprendido a prever todo lo previsible y a maquinar las peores situaciones que su mente era capaz de imaginar. Y lo que más la sacaba de quicio era ver que, ante escenarios en los que ella veía llegar la catástrofe, la gente a su alrededor parecía no darse cuenta de nada y seguían como si tal cosa.

   Y eso es lo que estaba pasando en ese momento: una comida con sus compañeros de trabajo en la que todo había salido a pedir de boca....y nunca mejor dicho; manjares deliciosos, y una conversación amena y divertida en una sobremesa que estaba a punto de terminar. Fue un instante que apenas duró un segundo, pero Val juraría que la mesa se había movido. Sin embargo el resto siguió hablando como si nada. ¿Habría sido un extraño efecto visual? Pero espera, otra vez; ahora estaba segura: la mesa se movía. Pero si los demás no lo veían, ¿qué estaba pasando?

   -Val, cielo, sólo has tomado agua, así que no es un problema de bebida-se dijo a sí misma. 

   Pero no había duda: era un movimiento apenas perceptible y, si sólo lo veía ella, entonces estaba claro que algo nada bueno estaba pasando. Lo peor que se le vino a la mente fue un ataque de vértigo: era propensa y la última vez había durado más de dos meses, así que de sólo imaginar lo que la esperaba hizo que empezara a preocuparse muy seriamente. Estaba a punto de decirles que se encontraba mal, cuando el redondo tablero se inclinó y cayó sobre ella. El jefe de sala y los camareros acudieron inmediatamente: uno de los caballetes no debía de estar bien abierto y había terminado por cerrarse, dejando de sujetar esa sección de la tabla. Sus compañeros, atónitos, tardaron en reaccionar y se sorprendieron cuando vieron a Val tranquila y sonriente.

   -¿Estás bien?-preguntaron, acercándose cuando el mueble volvió a su sitio.

   -¿De verdad que ninguno vio que se movía?-preguntó ojiplática.

   -¿Se movió?-nadie había visto nada.-¡Qué mala suerte que te cayera encima!

   -¿Mala suerte? A ver, como no decíais nada y no he bebido, pensaba que me estaba dando un vértigo, además las copas y los platos estaban vacíos y la vela apagada, así que, cuando han rodado hacia mí, ni me he manchado ni me he quemado. Yo diría que he tenido muy buena suerte....por una vez-les contestó riéndose.

   Lo cierto es que había otra razón para que la catástrofe hubiera quedado en un pequeño accidente: aquel enorme tablero pesaba un montón y podía haberla hecho bastante daño, si no hubiera sido porque tenía las piernas cruzadas, lo que hizo que pudiera sujetarlo mejor. Sabía que aquella posición no era la mejor para su espalda ni para la circulación, pero, mira por donde, a veces, saltarse las normas terminaba siendo lo más ventajoso. Y recordó aquel día que....

   Montse y ella estaban dando un paseo tras uno de esos cafés de historias interminables, cuando llegaron a un cruce con el semáforo rojo. Esperaron unos segundos y Val, tras asegurarse de que no se veía ningún vehículo, comenzó a cruzar.

   -Oye, que está en rojo-la recriminó Montse.

   -Tía, que no viene nadie. Podemos quedarnos en la mediana sin peligro.

   No muy convencida, Montse la siguió. Un par de segundos más tarde, el semáforo se puso en verde y terminaron de pasar al otro lado. Nada más pisar la acera, un estruendo las hizo girarse, justo para ver cómo un pequeño vehículo aterrizaba, tras lo que parecía un enorme salto, en medio del paso de peatones. Afortunadamente nadie estaba cruzando. La conductora del auto salió tambaleándose, sujetándose el cuello con una mano mientras con la otra iba apoyándose en la carrocería.

   -No lo he visto; juro que no lo he visto-decía un chico que salió de la furgoneta que había embestido al coche.

   -¿Qué no has visto?¿El semáforo en rojo?¿El automóvil parado? Pero ¿a qué velocidad ibas que has hecho que saltara por los aires?-la gente había empezado a arremolinarse y, mientras unos se acercaban a la conductora para hacer que se sentara a esperar una ambulancia, otros se encargaban del chaval que parecía estar al borde de un ataque de nervios.

   Val y Montse observaban la escena desde la acera de enfrente, con el corazón a cien, como si estuvieran viendo una película.

   -¿Qué opinas ahora de saltarnos el semáforo en rojo?-preguntó Val-¿Te das cuenta de que, si hubiéramos esperado a cruzar, ahora estaríamos debajo de aquel coche?

   Sí, Val tenía una muy muy mala estrella, aunque había veces, poquitas, pero las había, en que sus oscuros pensamientos dejaban de tramar complicadas confabulaciones en su contra, y hasta llegaba a sentirse algo afortunada.



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados