AGUA
Una mira el calendario y con una sonrisa tacha mentalmente el día 17. Sólo un par de madrugones más y llegarán las deseadas vacaciones. Apenas dos semanas, pero las ha organizado para tener tiempo de salir unos días a cambiar de aires, hacer papeleos y empezar con las rutinarias revisiones médicas anuales. Por supuesto eso es lo que Una se propone hacer, porque ya sabe que, lo más seguro, es que su vida se encargue de hacerle la puñeta y fastidiarle. De todas formas, sólo con conseguir dormir ya se conformaría. Los últimos meses han sido agotadores tanto física como mentalmente; preocupaciones, frustraciones y decepciones la han estresado tanto que apenas consigue enlazar cinco horas de sueño, y espera que el hecho de no tener que estar pendiente del despertador contribuya a conseguir más horas de descanso.
Cuando acaba de cenar, un gigantesco relámpago ilumina el salón. Dos tardes antes estuvo casi una hora mirando por la ventana un espectáculo sobrecogedor de rayos, sin asomo de lluvia. Esta vez, tras oír el estruendo del trueno apenas un segundo más tarde, sabe que será diferente. Y tiene razón; unas enormes gotas empiezan a golpear los cristales y, en menos de un minuto, el cielo descarga de tal forma que sólo puede ver una espesa cortina de agua. A pesar de vivir en medio de una ciudad, su situación privilegiada entre dos parques y frente al patio de un colegio le permite disfrutar de las preciosas noches estrelladas veraniegas y de la iluminación que las tormentas eléctricas dejan en el cielo de vez en cuando.
De repente Una piensa en la galería: ¿están bien cerradas las ventanas? Cuando llega y ve el brillo en el suelo se teme lo peor. Desde que se compró la casa ha tenido tantas experiencias desagradables con el agua (una tubería rota, una fuga en un radiador, un grifo roto y el desagüe atascado del frigorífico), como para saber que lo primero que hay que hacer es buscar el origen. Lo curioso es que todas las ventanas están bien cerradas, así que enciende la luz para ver si es capaz de averiguar de dónde ha salido ese charco. Cuando ve que algunos de los azulejos están a punto de caer sospecha que por fin ha ocurrido lo que lleva años diciendo a la comunidad. Ya no llueve, abre la ventana y, efectivamente, la pared del patio empieza a deshacerse en cuanto la toca. Con un suspiro y un trapo empieza a recoger el agua, mientras piensa que los planes de sus vacaciones, otra vez, vuelven a irse al garete. Por lo pronto, esa noche la pasa casi en vela pendiente de la pared y de los azulejos.
Cuando al día siguiente vuelve del trabajo, Una se pasa por casa del presidente de la comunidad. Ante su sorpresa, la puerta se abre cuando apenas acaba de tocar el timbre y ve el pasillo lleno de gente. Le viene a la cabeza la escena del camarote de la película de los Hermanos Marx mientras el hombre la invita a entrar.
-No te preocupes. Venía a enseñarte lo que pasó anoche en el patio con la tormenta, pero ya veo que estás ocupado.
-Espera, que te acompaño. Necesito salir de aquí-responde él.
Mientras suben las escaleras le cuenta que su nonagenaria madre había muerto cuatro días antes y esa tarde es la misa en la parroquia. Habían tenido a toda la familia en casa a comer y les pilló en plena sobremesa.
-Uy, ten cuidado con esos azulejos, porque como se caigan se partirán-le dice cuando ve el estado de su galería-. Anda, pero si la pared se deshace-exclama sorprendido al tocarla.
-Lo que te he dicho.
-Pero mujer, tenías que haber comentado algo antes.
-Si miras el acta de la reunión de hace tres años, verás que ya avisé del estado del patio; vuestra respuesta fue que era sólo un desconchón de pintura sin importancia.
-Tranquila que se lo digo al administrador para que avise al seguro de la comunidad.
HUMO
El último día de curro está llegando a su fin. Una sólo piensa en que a la mañana siguiente no sonará el despertador. Una cena ligera y a la cama prontito, a ver si consigue dormir de un tirón.
La parte de su cerebro conectada a la nariz le avisa de que algo va mal. Le sucede desde que, de pequeñita, pasando un fin de semana en casa de su abuela, tuvieron que evacuarles porque se incendió el almacén de colchones que había en la planta baja. Todavía recordaba aquel humo negro y asfixiante que tuvieron que atravesar bajando las escaleras. Lo cierto es que desde el otro lado de la calle donde les obligaron a esperar hasta que se apagara el fuego, los niños disfrutaron viviendo lo que para ellos era una aventura. Tanta gente y los coches de bomberos y de la policía eran un espectáculo que sólo podían ver habitualmente en la tele. La gente mayor lo sentía diferente, por supuesto, pensando que podían perder todo lo que tenían. La casa de su abuela no fue de las más afectadas, aunque sí se perdieron algunas cosas antiguas, como un precioso baúl lleno de ropa y una radio que, de haberse conservado, se la rifarían los coleccionistas hoy en día.
Ahora es como un detector de humos con piernas; da lo mismo que sea de un cigarrillo, de la cocina o de algo quemándose. Su nariz no falla. Y es lo que pasa en ese momento. Así, de entrada, diría que se quema algo metálico o eléctrico. Primero piensa que es en su casa y hace un rápido recorrido, sin resultados positivos. Entonces empieza a oír voces y ruidos en la escalera. Abre la puerta y se encuentra con sus vecinos subiendo y bajando intentando averiguar de dónde sale ese humo blanquecino que se mete por todas partes. Tras varios minutos en los que nadie logra encontrar el origen, y puesto que al tener las ventanas abiertas se ha ido disipando, todos vuelven a sus casas. Una piensa que deberían preocuparse más, porque, a ver, el humo tenía que tener una causa y, si no se averiguaba cuál era, se corría el riesgo de que volviera a surgir. Pero, en vista de que todo el mundo parece tranquilo, decide tomárselo así ella también.
Vaya forma de empezar las vacaciones. Otra noche más sin pegar ojo, pensando que, en cualquier momento, algo comenzará a arder y tendrá que salir corriendo con lo puesto.
CONTRARRELOJ
Bueno, pues ya está libre para empezar a llevar a cabo todos los planes que tenía. Se da cuenta de que han pasado varios días desde la tormenta y no ha sabido nada del administrador ni del seguro. Un presentimiento de los suyos le dice que es mejor que llame ella. Efectivamente, el presidente, liado con el tema del fallecimiento de su madre, no se ha acordado de hablar de lo suyo, pero el administrador le asegura que dará parte inmediatamente. Y así debe ser, puesto que esa misma tarde recibe una llamada para que el técnico vaya a ver los daños. La cita se fija para la semana siguiente, así que Una no tiene problemas para irse fuera esos días que tenía previsto.....y que tan bien le van a venir para desconectar de su estresante vida.
A la vuelta intenta seguir con el plan, pero los papeleos se van complicando tanto que se pasa todas las mañanas yendo de una punta a otra de la ciudad. Las tardes son para los médicos y los cafés con sus amigas. Además tiene que hacer un hueco para acercarse al tanatorio: una de esas muertes que te hacen recordar lo corta e injusta que es la vida. Uno de esos momentos donde te encuentras con gente a la que antes veías en bodas, bautizos y comuniones y con los que ahora te encuentras en hospitales y tanatorios, para oír esas frases demoledoras que se dicen en estas ocasiones: "¡Qué mayores nos hacemos! Está claro que hay que disfrutar cada día como si fuera el último, porque nunca sabes cuándo lo será de verdad".
La visita del hombre del seguro va mejor de lo que esperaba: ellos se encargarán de colocar los azulejos, pero después de que la comunidad arregle el patio. Así que, tras hablar de nuevo con el presidente y con el administrador, le dicen que mandarán a alguna empresa para que valore las tareas a realizar y haga un presupuesto.
-Anda, si la pared se deshace-le dice el reparador cuando empieza a inspeccionar los daños.
-Pues sí, eso te he dicho-le responde Una, preguntándose por qué la gente tiene tantos problemas en creerla cuando les cuenta lo que le pasa. Lo siguiente suele ser algo como: "Nunca he visto nada igual".
El hombre queda en mandar un presupuesto al administrador y le dice que las reparaciones se harán colgados desde el tejado, por lo que no necesitan que ella esté en casa.
Y, sin darse apenas cuenta, llega el día de volver al trabajo.
-Ey, ¿qué tal esas vacaciones?-le preguntan sus compañeras.
-Ufff-resopla-como una contrarreloj llena de obstáculos-les responde.
-Pues sí, eso te he dicho-le responde Una, preguntándose por qué la gente tiene tantos problemas en creerla cuando les cuenta lo que le pasa. Lo siguiente suele ser algo como: "Nunca he visto nada igual".
El hombre queda en mandar un presupuesto al administrador y le dice que las reparaciones se harán colgados desde el tejado, por lo que no necesitan que ella esté en casa.
Y, sin darse apenas cuenta, llega el día de volver al trabajo.
-Ey, ¿qué tal esas vacaciones?-le preguntan sus compañeras.
-Ufff-resopla-como una contrarreloj llena de obstáculos-les responde.
DÍA D. HORA H
Han pasado ocho días y Una no ha vuelto a saber nada del arreglo del patio. Empieza a pensar en llamar al administrador, pero no quiere ser pesada. Al final le manda un correo electrónico preguntándole si le han dicho algo de cuándo van a empezar las obras. Le responde que está en ello.
Un par de horas más tarde le llaman de la empresa: les acaban de aprobar el presupuesto y pueden ir tres días más tarde. Le piden el favor de utilizar su galería para dejar las herramientas y ella accede, pensando que si no hubiera sido "pesada", todavía seguiría esperando a que se acordaran de su problema.
Llega el día y, bastante puntuales, llaman a la puerta. Al abrir se encuentra a un treintañero y un cuarentón bastante altos y con ojos azules. El primero espigado y el segundo, para resumir, podemos decir que era una barriga cervecera perfectamente encajada en el flotador que rodeaba su zona lumbar. Cuando les ve cargados con un arnés, herramientas varias y uno de esos recipientes que usan los albañiles para hacer mezclas, se da cuenta de que ha cometido un error al permitirles usar su galería.
-¿No os íbais a colgar desde el tejado?
-Sí, pero si lo hacemos desde tu galería ahorramos tiempo-le responde la barriga cervecera que, para su sorpresa es el que se pone el arnés y se desliza, con una facilidad pasmosa, a través del hueco que deja la ventana. Mientras, el otro sujeta los azulejos para evitar que el retumbe dé con ellos en el suelo, y prepara la mezcla que darán en la pared una vez la hayan picado.
La verdad es que lo dejan perfecto y, cuando recogen, le dicen:
-Mañana lo pintamos desde la galería y la ventana del dormitorio.
-Uy, imposible-responde Una, pensando que no puedes darles la mano porque se cogen el brazo entero-. Mañana voy a llegar más tarde, así que tendréis que colgaros desde el tejado.
Cuando al día siguiente lo recogen todo y se van, Una tiene que reconocer que han hecho un trabajo impecable y más rápido de lo que había pensado. Les pide que pasen la factura cuanto antes al administrador para poder enviarla al seguro; hay que colocar los azulejos lo antes posible, antes de que se caigan y se líe. Porque Una ha buscado por toda la casa y sólo ha podido encontrar uno de repuesto y, aunque lo pague el seguro, lo último que Una quiere es meterse en obras mayores.
-Es evidente que está ofreciendo sus servicios.-Tiene razón; es imposible no reírse.
Texto Ana María Blanco Estébanez
-¿No os íbais a colgar desde el tejado?
-Sí, pero si lo hacemos desde tu galería ahorramos tiempo-le responde la barriga cervecera que, para su sorpresa es el que se pone el arnés y se desliza, con una facilidad pasmosa, a través del hueco que deja la ventana. Mientras, el otro sujeta los azulejos para evitar que el retumbe dé con ellos en el suelo, y prepara la mezcla que darán en la pared una vez la hayan picado.
La verdad es que lo dejan perfecto y, cuando recogen, le dicen:
-Mañana lo pintamos desde la galería y la ventana del dormitorio.
-Uy, imposible-responde Una, pensando que no puedes darles la mano porque se cogen el brazo entero-. Mañana voy a llegar más tarde, así que tendréis que colgaros desde el tejado.
Cuando al día siguiente lo recogen todo y se van, Una tiene que reconocer que han hecho un trabajo impecable y más rápido de lo que había pensado. Les pide que pasen la factura cuanto antes al administrador para poder enviarla al seguro; hay que colocar los azulejos lo antes posible, antes de que se caigan y se líe. Porque Una ha buscado por toda la casa y sólo ha podido encontrar uno de repuesto y, aunque lo pague el seguro, lo último que Una quiere es meterse en obras mayores.
LEGIONARIO O MARINE
Pasan diez días antes de que manden la factura. Una no entiende cómo pueden tardar tanto cuando es para cobrar; pero, bueno, cuando la consigue, la lleva a una de las oficinas del seguro y le atiende un hombre encantador con unos preciosos ojos azules, que le asegura que no tardarán en ponerse en contacto con ella. Y, oye, en poco más de dos horas, un alicatador llama por teléfono para ir esa misma tarde a arreglarlo. Parece que, por fin, las cosas van rapiditas.
Cuando abre la puerta se encuentra a un tipo alto con unos ojos azules tan claros que parecen grises. Una cree que no puede ser casualidad conocer a cuatro hombres de ojos azules en sólo un par de semanas. El hombre ya no cumplirá los 50, pero tiene un cuerpo impresionante, embutido en unos pantalones blancos y una camisa, también blanca, arremangada por encima del codo. Una no sabe por qué en su cabeza aparece aquello de "Soy el noooovio de la muerteeeeee....". De hecho, al pasar por su lado, ve un ancla tatuada en el brazo y piensa que más que un legionario, parece un marine.
-No tengo azulejos de repuesto, así que porfa, ten mucho cuidado para que no se rompa ninguno.
-Los trataré como si fueran los de mi casa. No te preocupes que seré de lo más delicado.
Una mira esas manazas y no cree que "cuidado" sea algo que puedan tener. Sin embargo, logra quitarlos y volverlos a pegar perfectamente en menos de una hora que, en realidad, se le hace mucho más corto, porque entablan una entretenida conversación sobre la situación del mundo actual comparándolo con el de cuando ellos eran mucho más jóvenes.
Cuando se va, Una suspira. Por fin, todo va a volver a la normalidad. Sólo tiene que recoger los restos de la obra y limpiar un poco. En las próximas vacaciones tendrá que reservar un par de días para una limpieza a fondo de la cocina y de la galería. Cuando está terminando, suena el teléfono.
-Hola, Pedro.
-Hola. Ando por tu barrio. Si te viene bien, te llevo la lotería de Navidad, que ya la tenemos.
-Genial. Pero te advierto que estoy de limpieza de obras, así que tengo todo manga por hombro.
Mientras le espera, da un repaso a los guasas y se encuentra uno de un número que no tiene entre los contactos. Lo lee y no puede evitar levantar una ceja y abrir la boca. Vuelve a leerlo para asegurarse de que no lo ha entendido mal. En ese momento Pedro llama al portero automático y le abre también la puerta de arriba. Cuando entra, la encuentra en el sofá muerta de risa.
-Vaya, debes de ser la única mujer del mundo a la que las obras le hacen tanta gracia.
-Espera, que te cuento lo que me acaba de pasar y ya me dirás si no es para reírse.
Le pone al día con el tema de las obras y, aunque la conoce lo suficiente como para saber que no exagera ni miente, porque su vida suele ser así de complicada, eso de que acabe de estar en su casa un alicatador que parecía un legionario o un marine, no termina de convencerle.
-Vale, te leo primero el guasa que me ha mandado y luego te enseño la foto de contacto: "Por cierto si necesitas algo a nivel particular también hago cosas".
-Es evidente que está ofreciendo sus servicios.-Tiene razón; es imposible no reírse.
-Ya, pero ¿de qué tipo? No me digas que el mensaje no puede ser más ambiguo.
-¿Llevabas puesto esto?-le pregunta mientras echa un rápido vistazo a su minifalda, jersey, delantal y viejas zapatillas.
-Hombre, si quieres me pongo tacones y tiros largos-le contesta mientras le enseña la foto del perfil.
-Pues está claro que le ponen las pantuflas-le dice riéndose y aceptando que, efectivamente, de uniforme, podría pasar por un soldado de élite.
HUMO Y AGUA
Cuando Pedro se va, Una decide poner la lavadora con todos los trapos sucios que acaba de utilizar para la limpieza de la obra. El electrodoméstico se pone en marcha con un ruido ensordecedor. Desde hace un mes, cada vez que centrifuga parece que va a salir volando y últimamente, al girar, suelta un lamento agónico que hace que Una se tema que no durará mucho.
Aprovecha ese rato para darse una ducha rápida y refrescante y, cuando sale del baño, su detector de humos le alerta de que algo va muy mal. Esta vez no tiene duda; va corriendo a la cocina y ve cómo el tambor de la lavadora se niega a girar, al tiempo que el motor chirría de una forma muy preocupante y un humo blanco, unido a un olor a metal quemado, aparece entre la encimera y el aparato. Una la apaga y abre la galería para que se despeje la cocina y poder respirar.
Cuando puede abrir la lavadora se encuentra con los trapos metidos en agua sucia y jabonosa. Sólo habían pasado 25 minutos, así que ni siquiera había llegado al primer aclarado. Los va escurriendo con cuidado para que no salga nada de ese agua asquerosa y, cuando los tiene todos en el balde, se da cuenta de que ya no tiene fuerzas para irlos lavando a mano.
De repente tiene una idea. Tendrá que echar morro al asunto. Al fin y al cabo sus vecinos no se cansan de repetirle que les tiene para lo que necesite. Pues bien, después de más de nueve años, ha llegado la hora de comprobar si el ofrecimiento es sincero. Primero lo intenta con el matrimonio que vive al lado, pero no abren la puerta. Se dirige a la anciana vecina que vive enfrente y que se muestra encantada de ayudarle. Mientras la lavadora de su vecina se hace cargo de sus trapos, Una vuelve a casa para sacar el agua que hay en el tambor, que está completamente abollado; como si uno de los enanos del Señor de los Anillos hubiera utilizado uno de sus martillos para golpearlo. La verdad es que podía haber sido peor: si se hubiera entretenido más en el baño, podía haber ardido toda la cocina. Descarta llamar al seguro porque ya tiene diez años y está segura de que la reparación, suponiendo que aquello pueda repararse, le costaría más que una nueva. Al terminar, puesto que todavía falta un rato para ir a casa de su vecina, decide prepararse algo ligero para una cena temprana.
Y LA YAKUZA JAPONESA
Cuando, por fin, se sienta en el sofá, está agotada. Pone la tele y se dedica a pasar canales hasta que da con el impresionante paisaje hawaiiano que le hace recordar que, otro año más, se ha quedado sin ver el mar. El episodio está empezando y acaba justo a la hora que tiene previsto acostarse, así que intenta disfrutar de las aventuras de los macizorros policías de Hawaii 5.0 enfrentándose a la yakuza japonesa.
Al día siguiente se encuentra con que los azulejos que le colocó el legionario estaban a punto de caerse otra vez, junto con los del resto de la fila, así que le llama y queda en pasarse. Los está poniendo en su sitio de nuevo cuando llaman a la puerta. Una abre y se encuentra con dos enormes japoneses trajeados que la tiran al suelo de un empujón.
-Eh, que esto es una casa particular.-¿En serio ha dicho esa tontería?
Tras ponerse en pie, se dirige a la cocina donde el alicatador, armado con paletas, llanas y demás instrumentos de su profesión, se está enfrentando a ellos.
-Parad de una vez-grita. Y, sorprendentemente, le hacen caso, sólo durante unos segundos, porque inmediatamente se ponen los tres a patear y aporrear su pobre lavadora.
-Si no os vais de aquí, llamaré a la polícía-vuelve a gritar.
Apenas ha terminado la frase, una sirena taladra sus oídos. "Pues sí que han sido rápidos", piensa. Un momento, eso no es una sirena; suena como un pitido.
Una se despierta, apaga el despertador y se echa a reír. Es increíble cómo funciona nuestro subconsciente: de algo agobiante, estresante y agotador, crea una historia absurda y ridícula.
Mientras se prepara el desayuno, Una recuerda aquello de que hay que disfrutar cada día porque la vida es muy corta.
-Será para los que tengan días que disfrutar-se dice al pensar en el duro día de trabajo que le espera, unido al hecho de tener que ir a comprar una lavadora nueva.
Mira el calendario: día 17. Sólo ha pasado un mes desde la tormenta.
Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados