martes, 25 de agosto de 2020

Sorpresas te da el trabajo



   No recordaba exactamente el momento en que se dio cuenta de que su futuro no iba a ir encaminado hacia los números porque su cerebro era claramente de letras; pero, en cuanto pudo, se libró de las matemáticas y todo lo relacionado con ellas. No supuso ningún trauma: le encantaba la Historia y la Literatura y, desde siempre, la idea de escarbar buscando tesoros ocultos y convertirse en una de las heroínas que aparecían en los libros que devoraba, era algo que cada vez le atraía más. Sin embargo, al ir creciendo, eso de estudiar Arqueología, a su familia le pareció un divertimento y no un futuro laboral; así que decidió centrarse en algo "con más salidas". Eligió una carrera a su gusto, por supuesto: de letras, con Historia, Literatura y otras asignaturas que le atrajeran. Desgraciadamente, cuando acabó sus estudios de Filología Inglesa, el mercado laboral empezó a caer en una crisis cada vez más profunda y, de nuevo, tuvo que replantearse su futuro. Una de sus amigas le dio la solución:

   -Oposiciones, tía. Estudias mucho, sí, pero cuando apruebas tienes un trabajo para siempre.

   La idea no le entusiasmaba en absoluto. Primero porque desde siempre había oído que las plazas de las oposiciones estaban dadas y, además, porque ya llevaba tantos años estudiando que eso no era precisamente lo que más le apetecía. Pero al final, teniendo en cuenta que no había forma de conseguir trabajo, decidió probar suerte y sentir que, al menos, hacía algo.

  No le costó demasiados intentos aprobarlas y ya hacía años que tenía su plaza en la Administración Central. Era la sexta vez que iba a cambiar de puesto. Recordaba que, cuando aprobó, tenía la idea de quedarse para siempre en esa plaza; descansar después de tanto estudio, acomodarse y disfrutar de la vida. Sin embargo, con el tiempo se dio cuenta de que tenía que moverse; por un lado, para mejorar económicamente y, por otro, porque pasarse años y años haciendo el mismo trabajo le resultó de un aburrimiento mortal. Así que ahí estaba ella, en vísperas de empezar un nuevo trabajo, en un nuevo puesto, en otro lugar y con otros compañeros. No es que se pudiera comparar a la aventurera vida de una Indiana Jones, como había soñado hacía ya tantos años, pero no dejaba de ser un reto para sus neuronas.

   Había dicho tantas veces "adiós" que le sorprendía sentir todavía esa sensación de inseguridad y de tristeza. No saber si el trabajo le iba a gustar o si congeniaría con sus compañeros y jefes era algo normal, cierto; como también lo era el sentir que, por muy mal que le hubiera ido (algo que no había pasado muy frecuentemente), al irse dejaba atrás amigos más que compañeros. Desgraciadamente, la experiencia le había enseñado que, excepto en contadas ocasiones, con la distancia, las relaciones se iban enfriando, por lo que a algunos de ellos ya les había perdido la pista.

   Sin embargo, y a pesar de los años que habían pasado, cada vez que llegaba este momento, había un recuerdo que se repetía y con el que siempre conseguía sonreír y sentir que todo iba a ir bien.

   Cuando empezó a prepararse las oposiciones, decidió hacerlo a todas las administraciones para tener las máximas posibilidades. Y tuvo la gran suerte de que, desde la primera vez que se presentó, empezaron a llamarla para trabajar como interina o contratada en la Universidad de su ciudad. Se recorrió muchas de las sedes que tenía, algunas de ellas en otras provincias, y, de todas, tenía los mejores recuerdos; incluso de la que se convirtió en un infierno se llevó alguna amistad que todavía conservaba. Unos habían sido centros educativos y otros residencias de estudiantes. Si con los compañeros y profesores había tenido una relación estupenda, con los estudiantes había sido tan alucinante que hasta en una ocasión le regalaron un ramo de flores el día que tuvo que irse. Y fue en una de estas residencias donde había tenido la experiencia laboral más surrealista que nadie pudiera imaginar.

   Ya resultó raro que la llamada para el contrato fuera a finales de agosto. Se suponía que todo estaba cerrado todavía, así que le preguntó a la chica que siempre llamaba para ofrecerle las plazas si estaba segura de que era allí.

   -Sí. Es que hay un congreso de Logopedia con estudiantes de toda Europa. Tendrías el turno de noche y hemos pensado en ti por el tema del inglés. De día van a estar en clases y excursiones, así que no es tan necesario, pero si necesitan algo por la noche es mejor que haya alguien que les entienda.

   -¿De noche?-preguntó con un suspiro. Nunca había hecho ese turno y no le apetecía lo más mínimo.

   -Sí, de diez de la noche a ocho de la mañana. Son nueve días y deberías librar dos por el tema del turno, aunque puede que no lo hagas por lo del idioma; te van a pagar más y los de la residencia son muy majos, así que vas a estar muy bien.

   No podía permitirse rechazar trabajos pero, además, practicar inglés con un montón de gente joven con diferentes acentos fue algo que le pareció muy interesante. Así que allí estaba ella el primer día, con la persona que se encargó de enseñarle las instalaciones y de indicarle los temas importantes a los que tenía que prestar atención.

   -Cuando vengas estarán cenando; aprovecha y cena aquí. Cuando acabes el turno empiezan los desayunos; lo mismo te digo.

   -¿En serio?-preguntó, pensando que sería abusar.

   -Haz lo que quieras, pero te aseguro que no hay ningún problema.

   Le enseñó el puesto desde el que tendría que atender a los estudiantes y la llevó a una sala que estaba al lado. Cuando abrió la puerta, una enorme sonrisa se dibujó en su cara: era la biblioteca.

   -Cuando estén en sus habitaciones y todo esté tranquilo, puedes venir aquí y coger los libros o vídeos que quieras. Será una forma de estar entretenida y no dormirte.

   -Genial-dijo, no muy convencida al ver el sofá, enorme y, aparentemente, tan cómodo que pensó que lo difícil sería no dormirse si se sentaba allí a leer o ver la tele.

   En ese momento, las puertas del comedor se abrieron y una enorme cantidad de jóvenes empezaron a salir para dirigirse a sus habitaciones. Le sorprendió ver que todas eran chicas. "Puede que el mundo de la Logopedia sólo sea para mujeres", se dijo. No recordaba haber oído tantos idiomas juntos en toda su vida. Distinguió alemán, francés e italiano, además de inglés y algún otro que no conocía.

   Se dirigió a su puesto y empezó a tomar posesión de la mesa, ordenador y demás cosas con las que tendría que trabajar esos días. Un par de horas más tarde, cuando ya pensaba que todas estarían durmiendo, el mismo tropel de chicas, maquilladas y con ropa de calle empezaron a salir. "Ya decía yo que era raro que unas extranjeras vinieran a España y se metieran en la cama antes de las 12 de la noche", pensó mientras las saludaba cuando se despedían.

   Media hora más tarde, cuando el desfile había terminado, se dispuso a entrar en la biblioteca para echar un vistazo a lo que había allí y empezar a seleccionar lo que vería o leería. Se acercó a la puerta y, antes de poder abrirla, unos pasos le hicieron mirar hacia las escaleras. Un grupito de chicas bajaban charlando tranquilamente en un idioma que no pudo identificar en absoluto. Detrás de ellas y ante su sorpresa, venía un chico.

   -Hi. Could we go to the sitting room? We don't want to go out tonight and we need a place to study and prepare our works for tomorrow.

   Les dijo que no había ningún problema. No sabía si estaba más sorprendida por ver a un chico o porque un grupo de estudiantes extranjeros quisieran quedarse a estudiar y trabajar en vez de salir de juerga. En cualquier caso, una vez que estuvieron en la sala, se dirigió a la biblioteca otra vez. Había libros muy interesantes; muchos los había leído, otros los quería leer desde hacía mucho tiempo y otros no los conocía de nada. Decidió que si tenía que pasar las noches en vela, sería mejor ver alguna película. La colección que tenían era muy buena, así que estuvo segura de que pasaría unas noches muy entretenidas.

   "Belle epoque" fue la primera elegida. Le costó un poco averiguar cómo funcionaba el aparato, pero enseguida pudo sentarse en el cómodo sofá y empezar a verla. Y eso fue lo que pudo hacer: empezar. De repente un timbre sonó por toda la parte baja del edificio. Era muy pronto para que las chicas estuvieran de vuelta, así que el corazón empezó a latirle muy rápido. "Menos mal que está el grupito de empollones en la sala", pensó al dirigirse hacía la puerta. Cuando la abrió, un vigilante de la empresa de seguridad de la Universidad pareció sorprenderse tanto como ella.

   -¿Quién eres?¿Qué haces aquí?-le preguntó mientras cogía su walkie talkie y se disponía a llamar.

   -Soy la vigilante de la residencia.

   -¿Está abierta? Nadie me ha informado.

   Apretó el botón del comunicador y una voz metálica casi incomprensible contestó. Intercambiaron cuatro frases y el vigilante volvió a colgarse en walkie en el cinturón.

   -Solucionado. ¿Cómo es que está abierta en estas fechas?

   -Un congreso para estudiantes de Logopedia de toda Europa.

   -¿Eres nueva? No recuerdo haberte visto antes.

   -No habremos coincidido, pero he estado en varios centros. Me has dado un susto de muerte. No me habían dicho nada de vigilancia nocturna.

   -Sí, hacemos una ronda por todo el campus. Nos repartimos por las sedes a primera hora, luego descansamos y volvemos a hacerla unas horas después.

   En ese momento, el grupo que había estado estudiando salió de la sala y una de las chicas llamó su atención. Se dirigió hacia ella, dejando al de seguridad en la puerta. Cuando acabó, se dio cuenta de que él había entrado y cerrado la puerta. Estaba allí mirándola, esperando a que terminara de anotar las peticiones que le habían hecho para que se lo solucionaran en el turno de día.

   -Siéntate-le dijo-. Como en tu casa-añadió sonriendo. No sabía si estaba molesta porque hubiera entrado sin pedir permiso o tranquila por pasar su primera noche en el enorme edificio con un guardia de seguridad.

   Era muy enrollado, por lo que estuvieron hablando durante un buen rato, hasta que las estudiantes empezaron a volver, en un estado bastante mejor del que esperaba cuando habían salido unas horas antes. O habían bebido menos de lo que suponía o tenían mucho aguante.

   Con todo el jaleo que armaron y las peticiones que le iban dejando, estuvo entretenida bastante tiempo. Cuando quiso centrarse otra vez, él se había ido. Miró el reloj y volvió a la biblioteca para seguir viendo la película. Justo al empezar los créditos finales, un ruido como de un regimiento poniéndose en marcha resonó por todas partes. Volvió a su puesto y chicas en pijama empezaron a ir de un lado a otro; risas y gritos mientras subían y bajaban las escaleras corriendo. No habían dormido ni tres horas pero, sorprendentemente, estaban desbordantes de energía.

   Una hora más tarde, justo antes de abrirse la puerta del comedor, aparecieron todas recién duchadas y vestidas para empezar a desayunar. Su relevo había llegado un cuarto de hora antes y le estaba contando las incidencias y las peticiones de las chicas. Lo dudó un instante pero, al final, decidió entrar a desayunar con ellas. Estaba cansada y hambrienta y no le apetecía esperar a llegar a casa para comer algo. El personal de cocina, que, como le habían advertido, tenía su propio acceso y salían y entraban sin que nadie les viera, no le puso ningún problema y le dejaron que eligiera lo que más le apeteciera. Sentada a la mesa y pensando en su primera noche allí, se dijo que, si iban a ser así todas, poco tiempo iba a tener para aburrirse.

   Y no se equivocó. En cuanto se dieron cuenta de que el chico del turno de día sólo hablaba español, esperaban ansiosas su llegada. Nada más cenar y antes de subir a cambiarse para salir, iban pasando por su mesa con las quejas, preguntas y peticiones. Eran 99 chicas y un chico. Se formaba tal jaleo que les pidió que se organizaran por países, y sólo una por cada uno fuera la encargada de hablar con ella. No podían ser más diferentes: las suecas y alemanas eran bastante estiradas y creídas, las francesas, muy autosufientes, no le hicieron ni una sola petición y el resto eran encantadoras. Sólo tuvo problemas para entenderse con dos grupos: las inglesas, que tenían un inglés tan puro que, al principio, le costó pillar lo que decían, y las italianas por todo lo contrario; de hecho, cuando empezó a hablar con ellas se preguntó cómo podían decir que los españoles eran los que peor hablaban inglés en el mundo. Sólo consiguió entenderlas haciendo que escribieran todo lo que decían.

   Aprendió cantidad de cosas; belgas, holandesas, portuguesas, irlandesas, noruegas.....Decidió que era una oportunidad única para conocer costumbres y países sin salir de casa. Sin embargo hubo un grupo que la conquistó: aquellos empollones de la primera noche cuya jerga no consiguió identificar eran malteses. De allí era Noel, el único chico del grupo, un poco agobiado por verse rodeado de tanta chica él solito. Sus compañeras eran dulces, divertidas y con tantas ganas de saber cosas de España como ella de conocer detalles de Malta. Se pasó horas hablando con ellas, y con la que le pasaba la lista de peticiones llegó a mantener una amistad que llegaba al presente; estuvo invitada a su boda, típica maltesa, aunque no pudo asistir, y, tras irse a vivir a Australia, sabía que, el día que quisiera conocer las antípodas, tenía un sitio y unos guías para pasar las vacaciones.

   En cuanto al cuerpo de seguridad, no tuvo ni un momento de soledad: como era el único centro del campus que estaba abierto y tenía ese buen rollito, en cuanto se corrió la voz, se iban turnando para acompañarla según iban acabando sus rondas. Entre ellos y algún grupo que siempre se quedaba para descansar, sólo había que poner un poco de música, sacar chucherías y la velada se hacía cortísima, simplemente charlando y riendo.

   Al final de aquellos nueve días, al despedirse, sus lágrimas se unieron a las del resto de chicas. No podía creer que la hubieran pagado por aquéllo: excepto porque había estado encerrada en el edificio durante horas, habían sido unas noches divertidas, interesantes y, bastante locas.

   ¿Por qué siempre le venía este recuerdo al cambiar de trabajo? No estaba segura; suponía que poniendo el listón tan alto, sabiendo que era imposible que algo así se repitiera, no tendría expectativas que le decepcionaran por no alcanzarlas. Porque, sinceramente, ¿cuándo iba a volver a tener un trabajo que consistiera en pasarse horas hablando con gente de diferentes países mientras el cuerpo de vigilantes de seguridad se turnaba para asegurarse de que no le ocurría nada, como si fuera una famosa con guardaespaldas? Ya, claro, es que a eso  no se le llama trabajo.
   
   

   
Texto Ana María Blanco Estébanez
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