-¿No tienes carné de conducir?
-Sí, pero no tengo coche ni quiero tenerlo-respondió con tono cansino.
Era su primer día en el nuevo trabajo y había estado preguntando por los horarios y líneas de autobús para ir y volver. Como siempre que cambiaba de puesto y no estaba lo suficientemente cerca para ir y venir andando, se tenía que empollar la guía con los itinerarios y las desquiciantes horas de paso. También tenía que lidiar con la incomprensión de sus compañeros que no entendían que no prefiriera la libertad que te da tu propio vehículo.
Hacía poco que había descubierto la palabra para ese miedo suyo a conducir: amaxofobia. Lo que todavía no sabía era de dónde venía su pánico.
Quizá fue por su accidente cuando tenía ocho años. Estaba jugando en la calle con sus vecinos, como casi todos los días. Porque sí, hubo una época en la que los niños podían jugar tranquilamente en cualquier parte, ellos solos y sin supervisión paterna.....y no pasaba nada.
-Un, dos, tres, zapatito inglés-gritó el que estaba apoyado de cara a la pared, mientras todos salían corriendo.
Cuando Alicia se quiso dar cuenta estaba arrodillada bajo el morro de un 4 latas. Todos vinieron gritando, pero se levantó como si nada. El conductor, más asustado que ella, no se fue hasta asegurarse de que estaba bien. Sólo tenía una enorme herida en la rodilla. Milagrosamente, ningún vecino lo vio, así que los únicos que lo sabían eran los demás niños. Acordaron entre todos no decir nada a sus padres porque sabían que, cuando pasaba algo, el castigo era no salir durante una temporada. No querían imaginar lo que harían los padres de Alicia si se enteraban de que casi había sido atropellada.
Aunque quizá fue unos años más tarde: el accidente el día que estrenaron el coche nuevo de su padre, viniendo de pasar una dominguera tarde de verano en el campo. Un atasco impresionante que hacía un trayecto relativamente corto en una insoportable espera, sin aire acondicionado, que eso es un invento nuevo, parados y moviéndose intermitentemente durante más de una hora. Un frenazo repentino del coche de delante, los frenos que su padre todavía no controlaba bien y lo siguiente que recordaba fue su nariz aplastada contra el asiento de su madre. Otra vez gritos, gente asegurándose de que todos los implicados en la múltiple colisión estaban bien y un cartón de huevos completamente destrozados sobre el asfalto, que nadie sabía cómo había ido a parar allí.
No podía recordar todos los pequeños accidentes que había sufrido; era increíble que nunca hubiera tenido más que golpes sin importancia, aunque lo cierto es que los sustos habían sido impresionantes. Como el día que, subiendo a la Peña de Francia, una cabra saltó justo delante del coche tras el que iban. El conductor, con unos reflejos que Alicia estaba segura de no poseer, pudo frenar a tiempo para no golpearla. O la mañana que, bajando del camping donde estaban instalados en la montaña cántabra, el coche resbaló por el sendero húmedo a causa del rocío y descendió patinando hasta el borde de un barranco, donde afortunadamente se paró. Unas vacas pastando en el prado debajo de ellos les miraron sorprendidas cuando, con piernas temblorosas, bajaron del coche para respirar y comprobar exactamente la situación en la que había quedado el automóvil.
Así que, mientras todos sus amigos se iban sacando el carné, Alicia nunca vio la necesidad. Hasta que terminó sus estudios, empezó a buscar trabajo y se dio cuenta de que, para muchos empleos, el tener el permiso de conducir era un requisito casi imprescindible.
Empezó en la autoescuela sin demasiadas ganas. La parte teórica la controló enseguida, así que, en cuanto pudo, se apuntó para el examen. Había hecho sus propios cálculos: el teórico a la primera y, como sabía que con el práctico los nervios jugaban malas pasadas, esperaba aprobar el de circulación a la segunda.
Salió del examen eufórica; con tantos test hechos se sabía el temario de memoria, así que estaba segura de tenerlo perfecto. Sin embargo, cuando fue a recoger los resultados, le dijeron que no había aprobado. Al principio pensó que era una broma de la chica que llevaba la parte administrativa de la autoescuela, hasta que le pasó el resguardo de la corrección.
-Quiero una revisión-dijo ante la sorpresa de la otra joven, que nunca, en todos los años que llevaba allí, había oído nada igual.
-Que no, que esto no es la Universidad. Es un test que se corrige automáticamente y no hay error.
-Pues se han confundido y ésta no es la corrección de mi examen. Me salió bordado. Estoy segura de no haber fallado ni una.
No había nada que hacer, así que Alicia se apuntó al siguiente examen para el que apenas estudió y al que acudió todavía mosqueada. Si hubiera podido se habría quedado allí mismo esperando el resultado, pero no se lo permitieron. Esta vez sí aprobó. Y empezó con las clases prácticas, segura de que le tocaría matricularse otra vez porque no creía que pudiera aprobar en la única convocatoria que le quedaba.
Empezar a conducir fue una experiencia de lo más estresante. El primer día, tras sentarse en el asiento del conductor, su profesor le pidió que arrancara.
-A ver, no he cogido un coche en mi vida, así que como no me digas cómo hacerlo.....-le contestó ante el estupor del hombre, que suspiró pensando en lo que se le venía encima.
Y no se equivocó: Alicia era de las que pensaba que las normas están para cumplirlas, así que estaba pendiente de espejos, velocidad y semáforos para no saltarse nada.
-No nos ha dado el coche que venía detrás de puro milagro. ¿Cómo se te ocurre parar si el semáforo estaba en ámbar?
-Por eso, porque estaba en ámbar.
-Pues él ha pensado que ibas a pasar.
-Pues muy mal pensado por su parte porque el código dice bien claro que el semáforo en ámbar es para detenerte, a no ser que no te dé tiempo.....y a mí sí me daba.
El hombre suspiró y movió la cabeza con impotencia. Llevaban ya varios días de práctica y no dejaba de sorprenderle. Su paciencia parecía ilimitada. Sólo un día estuvo a punto de perderla.
-Es la primera vez me adelanta un camión de la basura. ¿Quieres ir un poco más rápido, por favor?
-Voy a 50, que es el límite.
Esta vez fue un bufido lo que soltó.
Llegó el día del examen. Estaba segura de que iba a suspender.....pero no antes de salir del aparcamiento. El coche estaba en batería y había una ligera inclinación, así que en cuanto quitó el freno de mano y arrancó, se deslizó hasta que el profesor pisó el freno....y la suspendieron.
-¿Por qué frenaste? Iba a hacerlo yo-se quejó.
-Ya no podía esperar más. Venía un coche y podíamos haber chocado.
Con la matrícula renovada y tres oportunidades por delante, Alicia se sintió mucho más segura, así que en el segundo intento estaba muy tranquila. Según avanzaba e iba realizando todo lo que la examinadora le pedía, sabía que iba a aprobar. Ya sólo faltaba aparcar. Cuando se lo pidió siguió avanzando.
-¿No va a aparcar?-le preguntó.
-Es que no veo el coche gris.
-¿Que coche gris?-preguntó sorprendida.
-Me ha dicho que aparque tras el coche gris-respondió ante la cara de estupor del profesor.
-Le he dicho que aparque tras el coche de ahí. Pero eso fue hace un rato.
Cabreada y avergonzada, casi se estrella contra los vehículos aparcados.
En el tercer intento los nervios afloraron de nuevo. Todo fue perfecto, incluido el aparcamiento. Ya estaban volviendo al destino final cuando el examinador le pidió que adelantara al camión que estaba parado en el semáforo. Alicia, al ver que estaba en rojo, pensó que era una trampa, así que esperó a que se pusiera en verde y lo adelantó. Feliz por haberlo hecho todo bien, se bajó del coche sonriendo.
-Suspenso-le dijo el profesor.
-¿Cómo?-preguntó ojiplática.-Lo he hecho todo perfecto.
-Te mandó adelantar al camión y te quedaste detrás.
-El semáforo estaba en rojo.
-Te tenías que haber puesto al lado.
Alicia no sabía si matarle por no habérselo enseñado nunca en las prácticas o echarse a llorar por llegar otra vez a la última oportunidad antes de renovar la matrícula.
Se presentó a su cuarto intento desanimada y pensando que, hiciera lo que hiciera, terminaría por meter la pata y volvería a suspender. Pero no: esta vez lo consiguió.
-No sé por qué te ha aprobado: has estado a punto de atropellar a un ciclista por no guardar la distancia de seguridad.
-No es cierto. No llevo metro, pero estoy segura de que dejé suficiente espacio.
-Ten cuidado cuando empieces a conducir porque estoy seguro que vas a tener un golpe el primer día.
Tardó en coger el coche porque en su casa sólo había uno y lo necesitaba su padre para trabajar. Aprovechando el día que tenía que llevarlo a revisión, se ofreció a conducirlo y él aceptó. Llegaron a las verjas de entrada del taller.
-Frena. No entres porque no sé qué hace ése dando marcha atrás.
Efectivamente: en el interior del patio había un coche que se dirigía a ellos....y que no frenó hasta que les dio. Alicia recordó inmediatamente las palabras de su profesor. Apenas se notaba el golpe y pensó que si eso era a lo que se refería, ya había pasado la prueba.
La segunda vez fueron a ver a su familia a una ciudad cercana. Su padre sacó el coche a carretera y allí lo cogió ella. Nunca había conducido a tanta velocidad y le aterraba perder el control. Cuando llegó a la otra ciudad, que conocía perfectamente de copiloto, no dudó en las direcciones a tomar, pero terminó completamente histérica porque los otros coches se cruzaban continuamente sin dar los intermitentes.
-¿Es que los tienen todos fundidos?-preguntó desesperada.
A la vuelta ya no condujo ella.....y no volvió a hacerlo nunca más. No podía entender cómo a la gente le gustaba y algunos hasta decían que se relajaban. Alicia terminaba a punto de un infarto y estaba convencida de que aquello no era para ella. Y sí, estaba de acuerdo en que daba mucha libertad, pero era más importante su seguridad.....y la de cualquiera que pudiera tener la desdicha de cruzarse en su camino.
Texto Ana María Blanco Estébanez
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