jueves, 25 de marzo de 2021

Te he echado de menos





   Marta miró el móvil para comprobar la hora. Sabía que Celia era muy puntual, pero faltaba bastante para que apareciera. Había llegado pronto adrede; desde que aceptó quedar con ella no había dejado de arrepentirse y cambiar de opinión cada cinco minutos.....y todavía no estaba segura de por qué estaba allí. 

   Pagó la bebida que le acababa de poner la camarera y se dirigió a la mesa del rincón, desde la que podía ver la puerta. Seguía sin saber por qué había aceptado quedar. Después de meses esperando para hablar con ella, había perdido toda esperanza. Y no podía echar la culpa a la pandemia porque,  aunque en grupos de no más de seis personas, había seguido manteniendo el contacto con toda su gente....menos con ella. Quizá fue eso: no lo esperaba y no supo reaccionar. Bebió un sorbo y respiró hondo. Celia.....la dulce y sensible Celia que se ganó su corazón y su confianza nada más conocerla, hacía ya más de seis años.

   Fue en el trabajo. No compartían despacho ni tareas, pero empezaron a formar parte del mismo grupo de café. Marta, raro en ella, supo desde el primer momento que aquella chica iba a ser una de sus mejores amigas. Congeniaron enseguida y, en menos de una semana, se habían contado sus vidas. La de Celia había sido aciaga y estaba muy marcada por los tristes acontecimientos sucedidos en los últimos años. A Marta le encantó que no la tomara por una chiflada cuando le habló de su "presentimiento" sobre los achaques que empezaba a tener Raúl: llevaba una temporada quejándose y actuando algo raro. Al principio no prestó demasiada atención, pero un día, de repente, en una mirada de apenas un segundo, lo vio. Era de esas cosas que percibía de vez en cuando y que no todo el mundo se creía. Sin embargo Celia lo aceptó sin cuestionar su equilibrio mental.

   Fueron años de llorar, reír, bailar, viajar y cientos de horas de charlas. Increíblemente nunca discutieron y Marta sabía que no era precisamente por ella; su forma tan directa de decir las cosas solía provocar problemas, pero para Celia era más una virtud que un defecto.....y, a veces, era muy difícil porque, cuando le hablaba de esos temores que afectaban su vida hasta hacerla casi paralizar, Marta no se andaba con rodeos e intentaba espabilarla como fuera, aunque para ello dijera cosas muy ciertas pero muy dolorosas. Sin embargo, se implicaba tanto que parecía que lo sufría con ella. Recordaba un día especialmente duro. Después de soltarle prácticamente lo de siempre, como solía suceder, los ojos de Celia empezaron a humedecerse; Marta, echándose hacia atrás en la silla, se cruzó de brazos y, bajando la mirada, casi susurró:

   -¿Sabes lo duro que es verte así una y otra vez? Tienes que cortar con el pasado, cielo. No puedes permitir que siga controlando tu vida, porque el único poder que tiene sobre ti es el que tú le permites tener. ¿Sabes lo doloroso que es para los que te queremos verte sufrir así?.- Se echó otra vez hacia adelante y miró fijamente a esos preciosos ojos azules.-Me encantaría tener las tijeras que cortaran el hilo que te une a esa tortura, pero sólo lo puedes hacer tú, y yo no sé cómo puedo ayudarte.-Apenas pudo terminar la frase porque las lágrimas que estaba intentando retener, escaparon de repente cortándole la voz.

   Eran momentos como ése los que habían hecho que se sintieran tan unidas que parecía que nada podría con su amistad. Incluso cuando dejaron de verse a diario porque Marta cambió de trabajo. Hasta aquel verano de hacía casi dos años. Primero Raúl. Esta vez fue Marta la que llamó llorando: a falta de alguna prueba más, los médicos habían terminado dando la razón a su sexto sentido; y nunca había deseado tanto haberse equivocado. No sabía lo que duraría, pero su vida tal como la conocía estaba dejando de existir. Celia estuvo a su lado hasta que, unas semanas más tarde, llegó la peor noticia que podían darle; algo que todo el mundo veía venir pero que ella se había negado a aceptar como una posibilidad real. Con su vida completamente desmoronada, lo único que supo hacer fue encerrarse en casa a llorar. Marta llamaba a diario pero las lágrimas no le dejaban hablar; insistía en que estaba bien, pero no salía y se pasaba el día llorando en la cama. Se pidió unos días libres en el trabajo y Marta empezó a preocuparse de verdad. Le dijo a Celia que, si no iba ella sola a urgencias a pedir ayuda, iría a buscarla para llevarla personalmente.

   -Mañana por la mañana iré, te lo prometo- contestó, antes de que otro ataque de llanto le impidiera seguir hablando.

   Le diagnosticaron ansiedad generalizada provocada por un trastorno de estrés postraumático acumulado desde hacía años. El tratamiento empezó a hacer efecto muy rápido y en unos días volvió al trabajo y a ser la de siempre....aparentemente. Marta la conocía tan bien que enseguida notó los cambios. estaba más distante y fría. Seguía sonriendo, pero era más una pose que la sonrisa encantadora de siempre. Y su dulce mirada parecía no ver; a Marta le daba la impresión de que estaba mirando a alguien por detrás de ella. 

   Pasaron semanas y cada vez era más difícil quedar porque siempre ponía alguna excusa. Un día Marta se dio cuenta de que sólo seguían hablando por teléfono porque llamaba ella. La siguiente vez que se vieron intentó sacarla de esa coraza que se había puesto. No estaba preparada para lo que le dijo:

   -No te ofendas ni te enfades, Marta, pero.....ya no sé cómo hablar contigo.

   Fue la primera vez que la echó de menos. ¿Dónde estaba su querida Celia?

   -Entonces tenemos un problema. Mira, yo voy a estar siempre aquí para cuando me necesites o quieras verme, pero ya no te llamaré más. Dejaré que seas tú la que lo haga porque no quiero que te sientas presionada: no voy a obligarte a estar donde no quieres estar.

   Así lo hizo. Siguieron viéndose y hablando al ritmo que marcó Celia. Las conversaciones no tenían nada que ver con las que habían mantenido antes; hablaban sobre los mismos temas, pero Marta ya no se atrevía a aconsejarla, temiendo que sus palabras pudieran herirla de alguna forma. Estaba convencida de que sólo necesitaba tiempo para encontrarse y estaba dispuesta a seguir ahí....esperándola.

   Pero llegó el confinamiento. Mientras todo el mundo estaba pendiente de un virus y de cómo afectaba a la forma de vivir que se conocía hasta entonces, la enfermedad de Raúl empezó a avanzar a una velocidad que ni los médicos sabían explicar. Marta tuvo que enfrentarse a ello sola, porque, con las medidas restrictivas, nadie podía ir a su casa. Empezó lo que ella solía llamar una vida paralela a la del resto de la gente. Celia solía llamar todas las semanas para ver cómo estaba, pero a medida que la enfermedad avanzaba sus llamadas se espaciaban más y más, hasta que dejó de hacerlas y empezaron a comunicarse sólo por mensajes.

   -¿Qué tal sigue Raúl?¿Y tú?-le preguntó un día.

   -Mal-fue la única respuesta de Marta, completamente agotada.

   -Ánimo.

   Fue la segunda vez que la echó de menos. 

   A los pocos días ingresaron a Raúl y Marta envió un mensaje a Celia para decírselo. No preguntó qué le pasaba. Sólo le deseó que fuera todo bien. Cuando le dieron el alta se alegró. Marta no se molestó en decirle que era cuestión de semanas porque ya no podían hacer nada más por él. Y cuando falleció decidió ocultárselo. 

   Estuvo muy acompañada en el tanatorio. No pudo ir todo el mundo que hubiera querido, pero las restricciones se habían aligerado y los más allegados estuvieron con ella. Sin embargo Marta sentía el vacío de Celia. Por tercera vez su ausencia la traspasó hasta lo más hondo y se unió a la tristeza por la pérdida de Raúl. Al día siguiente recibió un mensaje de pésame y ánimo: se había enterado por una amiga común. 

   Una vez pasado el funeral y, rompiendo su promesa, Marta llamó a Celia para intentar quedar. Un incómodo silencio y una excusa fue todo lo que consiguió. Definitivamente la persona que conocía y quería había desaparecido.

   Unas semanas más tarde por fin tuvo buenas noticias: consiguió el trabajo por el que llevaba años peleando. Lo celebró como pudo con su gente y, por cuarta vez, echó de menos no poderlo hacer con Celia, que ni siquiera mandó un mensaje de enhorabuena.

   No volvió a saber de ella. No pudieron hablar por su cumpleaños porque la pilló comunicando. Cuando se acercó el suyo, Marta no se decidía a felicitarla: unos días sí, otros no, llamada, mensaje....Se sorprendió al darse cuenta de que no se habían felicitado la Navidad ni el Año Nuevo. ¿Había dejado de echarla de menos? El día de su cumpleaños, casi sin pensarlo, la llamó y no pudo evitar sentirse aliviada cuando no contestó. "Ya he cumplido", pensó con tristeza. Sin embargo, un par de horas más tarde, Celia devolvió la llamada:

   -¡Qué día llevo de teléfono!-parecía feliz y risueña.

   -Imagino; es lo que pasa en días así.

   -Oye, tenemos que quedar y ponernos al día. Te he echado mucho de menos.

   -Vale, cuando quieras-se oyó contestar automáticamente.

   Unos días después le propuso hora y sitio. Marta aceptó y, a medida que se acercaba el momento, estaba cada vez más segura de que era un error. Había intentado comprender su situación y ponerse en su lugar, pero se había sentido tan abandonada cuando más la necesitaba que no sabía si sería capaz de tener una conversación civilizada. Es más: no sabía si podría volver a hablar con ella.

   Miró de nuevo la hora; Celia ya no podía tardar. Se había terminado el refresco, así que se levantó para ir al servicio. Estaba nerviosa y tenía las manos sudorosas y heladas. Cuando salió y volvió a la mesa la vio de espaldas, esperando en la puerta. Su corazón latía tan fuerte que casi no podía respirar. Cogió el móvil: "Lo siento. Me ha surgido un marrón y no puedo ir". Y lo envió.

   Vio cómo Celia lo leía y se iba. Marta respiró hondo. Su corazón empezó a latir con normalidad mientras las lágrimas caían por su cara.


   

Texto Ana María Blanco Estébanez
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