lunes, 23 de agosto de 2021

Campamento a la española

 


https://www.youtube.com/watch?v=2PlgN0ta6E8


LA LLEGADA Y LAS...."GANAS"

   Un pequeño camión bastante desvencijado y los cuatro coches y la furgoneta que lo seguían se pararon en fila delante de una verja oxidada cuya puerta estaba cerrada con un candado. Tampoco hubieran cabido de otra forma en aquella especie de camino de cabras que les había llevado hasta allí tras atravesar el pueblo.

   De uno de los coches bajó un hombre con varias llaves metidas en una arandela a la que nadie habría llamado llavero. Se notaba que ya lo conocía porque abrió sin dudar cuál de ellas elegir.

   Vicky se había bajado para estirar las piernas; eran coches pequeños y en cada uno iban cuatro personas con sus correspondientes equipajes, así que habían sido kilómetros sin apenas poder moverse. Estaba mirando a través de la valla, muy decepcionada con lo que veía.

   Era el verano de 1988 y acababa de terminar su penúltimo año de carrera. Si todo iba bien, el verano siguiente, acabada la Universidad, quería pasarlo mejorando su inglés en Estados Unidos. Muchas de sus amigas habían ido a Inglaterra o a Irlanda, pero ella quería ir más lejos y, desde siempre, conocer tierras yankis había sido uno de sus deseos. A principios de curso se acercó al Departamento de Inglés de la Facultad y descubrió que para ir allí sin arruinarse sólo había dos posibilidades: como cuidadora de niños en una familia (que no la apetecía en absoluto) o como monitora en alguno de los innumerables campamentos de verano que había por todas partes. Decidió que, si conseguía ir con una buena agencia, podía enlazar uno tras otro en diferentes lugares, con lo que mataría dos pájaros de un tiro: dos meses de estancia gratis y conocer varios estados americanos. Sólo tenía un problemilla: las agencias querían monitores con experiencia y ella no la tenía.

   -Apúntate a los  grupos de la  parroquia conmigo-le dijo su amiga Chus-Tenemos actividades durante todo el año con niños en los locales, pero también les llevamos de excursión y, en julio, hacemos un campamento. No será mucho, pero, por lo menos, en la solicitud podrás poner algo de experiencia.

   Y así lo hizo. Durante el invierno, parte de los fines de semana estaba en  los locales, jugando con niños de varias edades y ayudándoles con sus deberes. Tuvo que reconocer que se divirtió más de lo que esperaba, sobre todo con las excursiones. Recordaba especialmente dos de ellas: la que hicieron a la fábrica de leche de su ciudad, de donde salieron con muestras de todos los productos lácteos que comercializaban, y la que hicieron al parque de bomberos, con la que los monitores y los niños disfrutaron de las exhibiciones, además de las prácticas que les permitieron hacer; las monitoras también disfrutaron......mucho.

   Para los campamentos de verano se movilizaban todos los contactos de la parroquia a fin de conseguir lugares que salieran gratis y que estuvieran situados cerca de sitios interesantes por la historia o la naturaleza o las dos cosas.

   Esta vez habían pillado un terreno en las afueras del típico pueblo castellano grande con algo de industria, pero, sobre todo, mucha ganadería de la que vivía toda la comarca. El director del campamento había ido a verlo semanas antes  y decidió que era el sitio ideal: la entrada, aunque en las afueras, estaba pegada al pueblo y, por la parte de atrás, había un arroyo que se oía, pero que no se veía debido a la vegetación, lo  que lo  hacía perfecto para que los niños no pudieran acceder fácilmente.

   Era una preciosa pradera donde pastaban las reses, pero cuando llegaba el verano se las llevaban a la sierra  y ese pastizal quedaba vacío. Normalmente el  dueño lo limpiaba y lo dejaba preparado para la nueva temporada, pero, ese año, un grupo de monitores de ciudad iba a hacerlo por él: era la única condición que puso para cedérselo gratis durante dos semanas.

   El cura, seis monitores y los niños llegarían tres días más tarde en el autocar. El director, el subdirector, la cocinera, su pinche y el resto de monitores tenían que tenerlo todo listo para cuando llegaran. "Imposible", pensó Vicky al ver aquel lugar lleno de excrementos y malas hierbas.

   -Aquí va el comedor y al lado la cocina. A derecha e izquierda irán las tiendas. Aquella será la zona de letrinas y duchas-iba señalando el hombre sobre cuyos hombros iba a recaer el peso de cuidar de la seguridad de todas aquellas personas durante las semanas siguientes.

   Antes de sentarse a comer los bocadillos que llevaban, habían conseguido limpiar de boñigas la zona destinada al comedor, así que el camión había descargado los hierros que formarían la estructura cubierta; los tableros que se convertirían en mesas y los bancos corridos estaban amontonados al lado. Mientras unos empezaban a dar forma al lugar donde se desarrollarían las comidas y reuniones importantes de los siguientes días, el resto, armados con palas, siguió retirando excrementos. Al atardecer estaba lista la instalación eléctrica, los fogones y la enorme cubierta. También habían limpiado el  espacio suficiente como para poner  las tiendas en las que dormirían ellos.

   Vicky nunca había ido de acampada y lo de dormir en el suelo metida en un saco no la convencía para nada. Se había comprado todo el equipo: mochila, saco, aislante, gorras y cantidad de pantalones cortos y camisetas porque no estaba dispuesta a ponerse ropa sucia por muy de campo que estuvieran.

   Montar la tienda resultó muy divertido. Como Chus ya tenía experiencia no necesitaron ayuda y la tuvieron lista casi al mismo tiempo que los demás. El lugar era tan amplio que iban a dormir de dos en dos, no como otras veces, que  llegaron a dormir hasta cuatro en cada tienda, medio amontonados. Metieron las mochilas, bolsos, sacos y aislantes, y se repartieron el espacio.

   -Voy a ver cómo se está, no sea que haya algo debajo de la lona y no podamos dormir-Chus suspiró al verla estirar el aislante y meterse dentro del saco. Cuando Vicky se ponía así era inútil recordarla que habían despejado perfectamente el terreno antes de estirar la tienda y clavar las piquetas.

   -¿Contenta?-le preguntó cuando vio que, tras unos segundos, no decía nada.

   -No sé. Noto....Es como si.......Oye, algo se mueve aquí debajo-casi gritó Vicky intentando incorporarse dentro del saco.

   -Ya claro, seguro que tenemos un terremoto en medio de tierras castellanas-se rio Chus.

   -En serio, tía....es como si hubiera algo vivo-Vicky no podía salir del saco y sus intentos por sentarse eran infructuosos.

   -Croac-se oyó entre las carcajadas de Chus-Croac-y las dos miraron hacia la entrada de la tienda donde pudieron ver un par de ranas. Tras unos segundos de silencio vieron cómo unos bultos se movían debajo de la lona.

   -¡Aaahhhh! "Ganas"; tenemos muchas "ganas" en la tienda-salió disparada Chus gritando a pleno pulmón. A veces, especialmente si estaba muy nerviosa, tenía problemas para pronunciar la "r".

   El resto estaba terminando de colocar equipajes y bártulos y se volvieron hacia ella, justo a tiempo de ver salir reptando a Vicky dentro de su saco de dormir. Tras unos instantes de desconcierto en los que no podían entender qué es lo que pasaba, dos de los chicos entraron en la tienda, sacaron sus cosas y, tras desmontarla, comprobaron que la habían colocado justo encima de un nido de ranas.

   Durante la cena Vicky y Chus se dieron cuenta de que su batallita iba a ser contada una y otra vez durante generaciones de campistas. Cada tienda llevaba un nombre, elegido por sus habitantes; en su caso, ellas no pudieron hacerlo y tuvieron que aguantar las risas del resto cuando llegaron y vieron el cartel de "Las ganas" en su entrada y les contaron la historia.

UN VÁTER DE MUERTE

   Aunque los niños utilizarían las letrinas de siempre, los monitores iban a ser unos privilegiados en esta ocasión, afortunadamente para Vicky, que se preguntaba si iba a ser capaz de utilizar semejantes artilugios. El Director les había dicho cuando llegaron que el dueño de uno de los locales colindantes al terreno iba a pasar unos días de vacaciones y les cedía el uso de su servicio. Les hacía un favor y así tenía el negocio vigilado.

   -No tiene pérdida: nada más salir de la verja, es el primer local a la derecha-fue la única explicación que les dieron.

   Las chicas fueron las primeras en querer usarlo, así que allá se dirigieron. Ante su sorpresa, cuando se plantaron delante del escaparate, se encontraron con tres coronas de flores colocadas sobre unos atriles. No muy seguras de que fuera el lugar, probaron con la llave que les habían dado y, sí, la puerta se abrió sin problemas. Si las coronas se lo hicieron sospechar, los tres féretros de pie y abiertos que había enfrente de una mesa de despacho, les terminaron de confirmar que, efectivamente, se trataba de una funeraria. 

   Aunque una de las chicas salió corriendo y Chus se lo pensó, Vicky decidió que, mientras no hubiera muertos, a ella no la importaba en absoluto compartir el espacio con aquel mobiliario tan poco agradable. El aseo estaba bien y tanto el lavabo como la taza no tenían rastro de suciedad.

   Al principio era bastante chocante la situación, pero al final del día todos entraban allí sin prestar atención a la decoración. Y como ya se sabe que donde hay confianza da asco, se sentaron en los sillones, los más atrevidos probaron lo "confortables" que eran los ataúdes, y cotillearon lo que pudieron, dejando, eso sí, todo en su sitio y con mucho cuidado de no romper nada. Cuando a la mañana siguiente Vicky entró, se encontró que ya había cola. Mientras esperaban, el chico que estaba sentado detrás del escritorio abrió uno de los cajones que todavía no habían registrado. Ante la sorpresa de todos sacó una pistola gris muy brillante.

   -Deja eso que nos vas a meter en un lío-le dijo Vicky.

   Pero todos los demás se acercaron para verla mejor y cogerla. Tenía el cargador puesto y pudieron ver otros dos más en el cajón. Al final, Vicky, con el corazón latiéndole como si acabara de correr una maratón, la cogió cuando se la pasaron. Nunca había visto una fuera de la pantalla de televisión o cine y se sorprendió por lo que pesaba: al ver la facilidad con la que la manejaban los actores, creía que sería mucho más ligera.

   Durante el desayuno, lo de la pistola fue el tema que acaparó toda la conversación; antes de seguir con el acondicionamiento de la zona, el Director les pidió que siguieran sentados un momento:

   -No sé en qué estabais pensando cuando la cogisteis, pero que sepáis que la tienen como defensa en caso de atracos. Imaginad que la tienen que utilizar y la policía la confisca y analiza las huellas.

   Cuando terminó la charla, cada uno se dirigió a sus tareas. En cuanto tuvo un momento libre, Vicky cogió su bolsa de aseo y se fue a la funeraria. Lo primero que hizo fue coger la toalla y limpiar bien la pistola. Al abrir la puerta del baño después de lavarse y asearse, se encontró a otros tres de sus compañeros haciendo exactamente lo mismo que ella. Estaba claro que si alguna vez ese arma era utilizada y alguien buscaba huellas, se iban a encontrar con una pistola más limpia que los chorros del oro.

LA FOGATA MÁS ATERRADORA

  Los niños tenían entre ocho y catorce años. De vez en cuando admitían a alguno de seis, pero la verdad es que tan pequeños daban demasiados problemas. A partir de los quince años podían seguir yendo a los campamentos, pero como submonitores. Ese año, por cada grupo de ocho críos, había dos monitores y un submonitor. Vicky y Chus habían elegido a Moncho como el suyo porque estuvieron encantadas con él durante las actividades invernales: era divertido, dulce, obediente, algo gamberro y más bueno que el pan con los enanos. En el reparto las había tocado los de doce años y estaban muy contentas: no había que estar tan pendientes de ellos y podían dejarlos con Moncho más rato de lo que podrían haber hecho con los más pequeños.

   El campamento se desarrolló sin incidentes: excursiones, juegos, canciones, piscina, yincanas y deporte. La salud perfecta excepto heridas leves o picaduras de insectos. Se conocían de otros años, de los grupos de invierno y del barrio, así que formaban una gran familia. Ninguno de los peques quiso volverse a casa y, lo que más le asombró a Vicky, todos se comían sin rechistar lo que la cocinera preparaba cada día; aunque la verdad es que estaba todo buenísimo.

   Un día apareció en la pradera un patito amarillo. Nadie logró averiguar de dónde había salido: no había ninguno más por la zona y en el pueblo, por lo que les dijeron, nadie los criaba. Lo adoptaron como mascota y, entre todos le pusieron nombre: Majú.

   Había una cosa que preocupaba a Vicky desde el primer día: la hora de las historias nocturnas. Después de cenar, mientras los demás recogían todo y preparaban cosas para el día siguiente, dos monitores se encargaban de los niños. Encendían un hoguera y contaban historias de miedo. Ni Vicky ni Chus tenían idea de qué iban a contar, así que se apuntaron para el último día. Procuraban pasarse algún rato por la hoguera para ver cómo lo hacían los demás, pero el resultado era desalentador: los más pequeños solían creerse lo que les contaban, hasta que los mayores empezaban a reírse y a chafar el final de todas.

   Vicky decidió que, hiciera lo que hiciera esa  última noche, su historia iba a ser la más terrorífica. Lo malo es que el día se acercaba y no se les ocurría nada. De repente, viendo la hoguera anterior, se dio cuenta del fallo y recordó lo que había hecho Orson Welles décadas atrás en un programa de radio; lo importante no era la historia en sí (¿una invasión extraterrestre?), sino la forma de contarla; tenían que utilizar todo lo que estaba a su alcance para hacerla lo más real posible. Se lo contó a Chus y a Moncho, que estuvieron de acuerdo, y luego fueron a hablar con el Director porque necesitaban que se mantuviera al margen y les ayudara con el efecto final.

   -Sólo espero que no os paséis o nos tocará estar toda la noche pendientes de niños que no pueden dormir-fue lo único que les dijo.

   Como todas las noches después de cenar, los niños se fueron acercando a la fogata y se sentaron alrededor, comiendo chuches y riéndose.

   -¿Preparados para una historia terrorífica?-les preguntó Chus.

   -Siiiiii-gritaron los más pequeños, mientras los mayores seguían a su aire, hablando entre ellos.

   -A ver, no penséis que la de esta noche va a ser una historia como las que os han contado hasta ahora-empezó Vicky bajando la voz, lo que hizo que tuvieran que callarse para poder oírla-La de hoy....

   En ese momento, tal como sucedía todas las noches a la misma hora, los faros de la patrulla de la Guardia Civil iluminaron la pradera al entrar por la verja. Cuando se paró, dos agentes bajaron del coche. El Director se acercó a ellos y les acompañó para recorrer el lugar, comprobando que todo estaba correcto y que no había pasado nada extraño durante el día. 

   -Buenas noches, niños-les dijeron al pasar a su lado.

   Como era la última noche, tras la revisión, el Director les llevó al comedor para invitarles a un café, así que todos pudieron ver que, en vez de irse, se sentaban y se ponían a hablar.

   -Como os estaba diciendo,-siguió Vicky-esta noche se os pondrán los pelos de punta porque......

   En ese momento apareció Moncho corriendo y se acercó a ellas, con cara de preocupación. Les susurró algo al oído.

   -¿En serio?¿Y los demás?-preguntó Chus.

   -Recorrerán el recinto asegurándose de que todo está perfectamente cerrado-pudieron oír los niños.

   -Bueno, pues no podremos contar la historia. La Guardia Civil nos pide que os llevemos a las tiendas y que os quedéis en las vuestras.

   -¿Qué ha pasado?-preguntó uno de los mayores.

   -No sabemos mucho más. Es lo que le han dicho a Moncho. Parece que esta tarde, cuando trasladaban a unos presos a la cárcel, ha habido un accidente y tres de ellos han escapado con las armas que había en el furgón. Les tienen rodeados cerca de la sierra, pero no quieren correr riesgos y nos piden que apaguemos la hoguera y nos metamos en las tiendas.

   -Anda ya-dijo uno de los listillos revienta-historias-nos estáis colando una trola, y ahora nos dirás que son unos asesinos peligrosos.

   -Pues la verdad es que no tengo ni idea de quiénes son, pero vosotros, los mayores, deberíais cuidar de los más pequeños. Nosotras estaremos por aquí, pero nos han pedido a los monitores que vigilemos por si oímos algo. Así que, por favor, recoged todo, que vamos a apagar la hoguera.

   -Que no, que es mentira-se resistió alguno.

   De repente unos ruidos de pisadas, carreras y saltos provenientes de la reja de la entrada, hicieron que Vicky y Chus se pusieran de pie de un salto.

   -Vete a avisar a los guardias-le pidió Vicky a Moncho.

   -¿Qué ha sido eso?-preguntó el chaval con lágrimas en los ojos.

   -No lo sé. Haz lo que te he dicho-le repitió Vicky muy seria.

   Los niños, bastante asustados, no dejaban de mirar hacia la entrada. Moncho ya había llegado al comedor y las chicas decidieron que era la hora de ir a las tiendas. Justo en ese momento, las luces del campamento se apagaron y sólo podían ver lo que la luz de la fogata les permitía. Toda la pradera se llenó de gritos cuando empezaron a ver unas sombras acercándose a ellos.

   -¡Sorpresa!-gritaron tres chavales cargados con bolsas llenas de botellas y chucherías. Era la avanzadilla del resto de críos del pueblo, que iban a participar en la fiesta de despedida del campamento. Las luces volvieron a encenderse y el resto de chicos, que esperaban en la puerta, como les habían pedido, entraron cargados con más bolsas.

   -Y colorín, colorado....nuestra historia ha terminado-se rieron Chus y Vicky ante la mirada, todavía aterrorizada de los pequeños campistas.

   La idea de la fiesta la tuvo Moncho. Los submonitores habían hecho muy buenas migas en la piscina con la panda del pueblo y pensó que, por un lado sería un bonito detalle de despedida y, por otro, si los niños se asustaban demasiado, tendrían un buen rato de música, canciones y diversión para olvidarse de la historia.

   Y así acabó el primer campamento de Vicky. Al día siguiente el autocar vino a buscarles después de comer; antes, por la mañana, se entregaron los diferentes premios. Como no podía ser de otra forma, el de la mejor historia de fogata fuera para ellas. 

EPÍLOGO

   Las ranas, una vez se movió la tienda, siguieron con su vida sin ningún problema.

   A Majú se lo llevó el único monitor que vivía en una casa con parcela, por lo que disfrutó de una vida a cuerpo de rey......hasta que llegó la Navidad.

   Vicky se aficionó a eso de dormir en una tienda y no dejó de hacer acampadas libres o en camping. Tres años más tarde, como necesitaban monitores, le pidieron que participara de nuevo en el campamento de la parroquia. Esta vez no hubo ranas, pistolas o ataúdes y descubrió que ya no había cuentos en la hoguera para evitar el riesgo de posibles incendios. Desgraciadamente ninguna agencia la contrató, así que todavía sigue soñando con conocer tierras yankis.



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

jueves, 12 de agosto de 2021

Cuando los dioses se aburren

 



   Para no variar, Silvia se había quedado otro año más sin ese maravilloso viaje de vacaciones con el que llevaba tiempo soñando: no pudo coincidir con casi ninguna de sus amigas y las que sí cogían días al mismo tiempo que ella, no se atrevían a hacer viajes largos debido a la pandemia. Pero como era de las que veía lo positivo en cada desastre, disfrutaba de todas las excursiones de ida y vuelta que hacían para conocer los lugares más cercanos...además de estar dejando la casa como los chorros del oro.

   Esa mañana, al mirarse en el espejo y ver su larga melena encrespada, decidió que había llegado el momento de ponerse en manos profesionales y llamó a su peluquera para que le diera una cita. Sorprendentemente (la lista de espera era casi comparable con la de su médica de cabecera), tenía un hueco esa misma tarde, así que, después de comer, y tras elegir ropa varias veces (el verano estaba siendo atípico y no hacía el calor que debería, para ser primeros de agosto), se puso un vestido de tirantes negro con falda de vuelo por encima de la rodilla, unas sandalias beige casi planas y un bolso bien colorido para que destacara.

   Al salir del portal, una bocanada de aire caliente confirmó que había elegido bien su indumentaria porque era una tarde abrasadora. De camino a la peluquería decidió que, a la vuelta, se zamparía otro helado; llevaba varios ese verano y, aunque no era algo que le gustara excesivamente, habían abierto varias tiendas en la avenida que recorría a diario en las que los vendían artesanos, a precio desorbitado, y de sabores que hacían que tu boca empezara a salivar cual muerto de sed en el desierto ante la visión de un oasis.

   -A ver qué puedo hacer con las greñas que me traes-le dijo Rebeca mientras la acompañaba al lavabo. Ya estaba acostumbrada porque era lo mismo que le decía cada vez que tardaba más de un mes en ir a verla....y esta vez hacía casi cuatro.

   Se pusieron al día de sus vidas mientras el tratamiento con champú, mascarilla de queratina y corte de puntas abiertas dejaba su melena hidratada, brillante y lista para posar ante el fotógrafo de moda más exigente.

   Dio un pequeño rodeo porque quería ir a la última heladería que habían abierto, y, como le había pasado con las otras, al plantarse delante el cartel con los sabores, tardó en elegir ante tanta delicia. Esta vez se decantó por uno de tarta de queso con cucurucho de chocolate; puestas a no mirar calorías, se imaginó el contraste de sabores....y no se equivocó. Se colgó el bolso en bandolera y salió de la tienda lamiendo la enorme bola, mientras veía cómo la gente con la que se cruzaba la miraba con  envidia.

   De repente sintió una gota fría en el pie, miró y vio una mancha blanca: hacía tanto calor que el helado se estaba deshaciendo muy rápido. Empezó a chupar, sorber y morder a toda velocidad, lo que supuso una tortura para sus sensibles dientes, y aún así, aquella bola seguía ganándola. Una racha de viento pegó un trozo de melena en el helado al mismo tiempo que otro mechón se metía en su boca, así que tuvo que sujetar como pudo su pelo con la mano que tenía libre. El aire no paró y lo ideal habría sido ponerse el coletero que siempre llevaba en el bolso, pero no tenía dónde dejar el sabroso cucurucho, así que siguió caminando haciendo malabarismos ante la divertida (ya no envidiosa) mirada de la gente.

   La mano izquierda estaba pegajosa, con una mezcla de helado y chocolate derretidos que ya había caído también en el vestido. La derecha a duras penas lograba sujetar el pelo porque las ráfagas de aire eran cada vez más fuertes. Silvia se dio cuenta de que aquello podía ir a peor si el bolso no conseguía mantener la falda en su sitio. Buscó con la mirada un banco donde sentarse hasta terminar el helado, pero nada: la tercera edad de la zona los acaparaba todos. Se acercó a la fachada, buscando un poco de remanso, y un viento huracanado, que formó remolinos con las hojas, levantó su vestido como en la escena de aquella película, aunque la famosa actriz tenía sus manos para que, aunque resultara sensual, no llegara a enseñar nada. Silvia no tuvo esa suerte: se pegó a la pared y soltó su melena que, libre, volvió a pegarse al helado y a su cara. Aun así, una mano no fue suficiente.

   -Ey, Marilyn. ¿Te ayudo?-aunque sólo podía verle entre mechones de pelo, reconoció su voz. Era lo que la faltaba: Sergio. Después de meses tonteando sin conseguir ni una cita, se había rendido y llevaban semanas sin hablar...y tenía que ser precisamente en ese momento cuando apareciera.

   Se pegó a ella. Silvia por fin pudo encargarse de su pelo otra vez.

   -¿Me lo sujetas un momento, porfa?-le dijo dándole el pegajoso cucurucho. Se limpió las manos con una pañuelo de papel, sacó el coletero y en un par de segundos se preparó un moño bajo que mantuvo a raya los mechones más largos.

   -Muchas gracias, de verdad. No sé qué habría hecho si no llegas a aparecer-suspiró mientras le quitaba el helado y empezaba a chuparlo de nuevo.

   -Voy a recoger a los niños. Están en la piscina con unos amigos y se los tengo que llevar a su madre. ¿Te apetece quedar en un par de horas? Te paso a buscar con el coche y nos vamos a Simancas a alguna de las terrazas de la orilla del río.

   Silvia intentó disimular su sorpresa: ¿le estaba pidiendo una cita por fin? No, si al final, aquella aventura catastrófica iba a ser para bien.

   -Vale-respondió con un trozo de oblea de chocolate en la boca e intentando parecer indiferente.-A ver si tenemos suerte, porque parece que se está preparando un tormentón.

   Y acertó: había avanzado unos metros después de separarse de él, cuando un trueno, seguido de unas enormes gotas dispersas por el fuerte viento, preludió lo que no tardó más de dos minutos en empezar. Como la mayoría de la gente, Silvia entró en uno de los comercios para protegerse. En menos de un cuarto de hora el sol volvía a brillar, aunque las aceras estaban completamente encharcadas.

   Se acercó al semáforo y descubrió que, como de costumbre cada vez que llovía un poco más de lo normal, se habían formado charcos prácticamente insalvables en los pasos de peatones. El peor estaba en el primer tramo del cruce, así que corrió hacia la mediana, justo antes de que se pusiera en rojo, para evitar que la salpicara un coche.

   -¡Cuidado!-Al oír el grito se volvió y vio a un hombre que, al no haber nadie más por allí, evidentemente se dirigía a ella. Por el rabillo del ojo lo vio venir y supo que estaba perdida: un coche a una velocidad que a ella le pareció supersónica, estaba llegando a la laguna formada a su espalda. No parecía dispuesto a frenar y Silvia no podía cruzar a la siguiente mediana sin que otro coche la atropellara. Se apartó lo que pudo y se pegó encogida al árbol que estaba al lado del semáforo. Una ola de agua sucia cayó sobre ella empapándola el pelo, el vestido, las sandalias y el bolso. El hombre llegó a su lado y sacó un pañuelo que guardó inmediatamente, sin saber qué decir o qué hacer ante su lamentable estado.

   Llegó a casa chorreando. La gente la miraba intentando averiguar qué podía haberle pasado. Se negó a llorar; sólo pensaba que tenía una hora para ponerse en condiciones para disfrutar de la cita que llevaba tanto tiempo esperando. Puso la lavadora y se metió en la ducha. Ya estaba prácticamente preparada cuando sonó el teléfono: Sergio.

   -Jo, me vas a matar, pero no podemos quedar: mi ex quiere hablar conmigo.

   -¿Y no podéis hacerlo otro día?-preguntó.

   -Es de los niños y no quiero que me monte un pollo. De verdad que lo siento. Pero mañana te llamo y....

   Silvia colgó. No le apetecía oír nada más. Se puso el pijama, se recogió el pelo con una pinza y metió una piza en el horno. Sacó la ropa de la lavadora y la tendió. Al sacudir bien el vestido para que quedara estirado, uno de sus tangas cayó sobre las cuerdas de abajo.

   -Mañana bajo a por él y así conozco a la vecina nueva-pensó viendo que ya era un poco tarde. Sabía que el piso lo había comprado una mujer soltera ya mayor, pero todavía no habían coincidido.

   Sacó la piza, la cortó y se metió un trozo en la boca mientras terminaba de preparar la mesa. Estaba abrasando y apenas podía masticarla. El timbre de la puerta sonó un par de veces y fue a abrir. No se acordaba de que cuando entró, para no entretenerse y poderse quitar el mojado vestido lo antes posible, había dejado el bolso y las sandalias tirados en el suelo, en la entrada. No había encendido la luz del pasillo, así que no los vio. Al tirar del manillar notó que pisaba algo, pero no miró; al terminar de dar el paso, justo cuando la puerta se abrió del todo, tropezó y cayó de rodillas. 

   -¿Estás bien?-unas manos la ayudaron a levantarse. Según se iba incorporando se encontró ante el moreno de ojos oscuros más impresionante que había visto en mucho tiempo.-Creo que esto es tuyo. Mi tía me ha pedido que te lo suba-dijo entregándole el tanga.

   -Gracias-masculló Silvia con el trozo de piza todavía en la boca, las rodillas doloridas y roja como un tomate. Cerró la puerta de golpe deseando que todo fuera una pesadilla.

   Pero como no lo era, puso la cena en una bandeja, apagó el móvil, buscó entre sus pelis Los puentes de Madison, cogió una caja de pañuelos y se sentó en el sofá. Comer y llorar era lo único que le pedía el cuerpo, así que era a lo que se iba a dedicar.....suponiendo que los dioses, para seguir entreteniéndose a su costa, no decidieran estropearle también el final del día.
  

   

Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados