https://www.youtube.com/watch?v=2PlgN0ta6E8
LA LLEGADA Y LAS...."GANAS"
Un pequeño camión bastante desvencijado y los cuatro coches y la furgoneta que lo seguían se pararon en fila delante de una verja oxidada cuya puerta estaba cerrada con un candado. Tampoco hubieran cabido de otra forma en aquella especie de camino de cabras que les había llevado hasta allí tras atravesar el pueblo.
De uno de los coches bajó un hombre con varias llaves metidas en una arandela a la que nadie habría llamado llavero. Se notaba que ya lo conocía porque abrió sin dudar cuál de ellas elegir.
Vicky se había bajado para estirar las piernas; eran coches pequeños y en cada uno iban cuatro personas con sus correspondientes equipajes, así que habían sido kilómetros sin apenas poder moverse. Estaba mirando a través de la valla, muy decepcionada con lo que veía.
Era el verano de 1988 y acababa de terminar su penúltimo año de carrera. Si todo iba bien, el verano siguiente, acabada la Universidad, quería pasarlo mejorando su inglés en Estados Unidos. Muchas de sus amigas habían ido a Inglaterra o a Irlanda, pero ella quería ir más lejos y, desde siempre, conocer tierras yankis había sido uno de sus deseos. A principios de curso se acercó al Departamento de Inglés de la Facultad y descubrió que para ir allí sin arruinarse sólo había dos posibilidades: como cuidadora de niños en una familia (que no la apetecía en absoluto) o como monitora en alguno de los innumerables campamentos de verano que había por todas partes. Decidió que, si conseguía ir con una buena agencia, podía enlazar uno tras otro en diferentes lugares, con lo que mataría dos pájaros de un tiro: dos meses de estancia gratis y conocer varios estados americanos. Sólo tenía un problemilla: las agencias querían monitores con experiencia y ella no la tenía.
-Apúntate a los grupos de la parroquia conmigo-le dijo su amiga Chus-Tenemos actividades durante todo el año con niños en los locales, pero también les llevamos de excursión y, en julio, hacemos un campamento. No será mucho, pero, por lo menos, en la solicitud podrás poner algo de experiencia.
Y así lo hizo. Durante el invierno, parte de los fines de semana estaba en los locales, jugando con niños de varias edades y ayudándoles con sus deberes. Tuvo que reconocer que se divirtió más de lo que esperaba, sobre todo con las excursiones. Recordaba especialmente dos de ellas: la que hicieron a la fábrica de leche de su ciudad, de donde salieron con muestras de todos los productos lácteos que comercializaban, y la que hicieron al parque de bomberos, con la que los monitores y los niños disfrutaron de las exhibiciones, además de las prácticas que les permitieron hacer; las monitoras también disfrutaron......mucho.
Para los campamentos de verano se movilizaban todos los contactos de la parroquia a fin de conseguir lugares que salieran gratis y que estuvieran situados cerca de sitios interesantes por la historia o la naturaleza o las dos cosas.
Esta vez habían pillado un terreno en las afueras del típico pueblo castellano grande con algo de industria, pero, sobre todo, mucha ganadería de la que vivía toda la comarca. El director del campamento había ido a verlo semanas antes y decidió que era el sitio ideal: la entrada, aunque en las afueras, estaba pegada al pueblo y, por la parte de atrás, había un arroyo que se oía, pero que no se veía debido a la vegetación, lo que lo hacía perfecto para que los niños no pudieran acceder fácilmente.
Era una preciosa pradera donde pastaban las reses, pero cuando llegaba el verano se las llevaban a la sierra y ese pastizal quedaba vacío. Normalmente el dueño lo limpiaba y lo dejaba preparado para la nueva temporada, pero, ese año, un grupo de monitores de ciudad iba a hacerlo por él: era la única condición que puso para cedérselo gratis durante dos semanas.
El cura, seis monitores y los niños llegarían tres días más tarde en el autocar. El director, el subdirector, la cocinera, su pinche y el resto de monitores tenían que tenerlo todo listo para cuando llegaran. "Imposible", pensó Vicky al ver aquel lugar lleno de excrementos y malas hierbas.
-Aquí va el comedor y al lado la cocina. A derecha e izquierda irán las tiendas. Aquella será la zona de letrinas y duchas-iba señalando el hombre sobre cuyos hombros iba a recaer el peso de cuidar de la seguridad de todas aquellas personas durante las semanas siguientes.
Antes de sentarse a comer los bocadillos que llevaban, habían conseguido limpiar de boñigas la zona destinada al comedor, así que el camión había descargado los hierros que formarían la estructura cubierta; los tableros que se convertirían en mesas y los bancos corridos estaban amontonados al lado. Mientras unos empezaban a dar forma al lugar donde se desarrollarían las comidas y reuniones importantes de los siguientes días, el resto, armados con palas, siguió retirando excrementos. Al atardecer estaba lista la instalación eléctrica, los fogones y la enorme cubierta. También habían limpiado el espacio suficiente como para poner las tiendas en las que dormirían ellos.
Vicky nunca había ido de acampada y lo de dormir en el suelo metida en un saco no la convencía para nada. Se había comprado todo el equipo: mochila, saco, aislante, gorras y cantidad de pantalones cortos y camisetas porque no estaba dispuesta a ponerse ropa sucia por muy de campo que estuvieran.
Montar la tienda resultó muy divertido. Como Chus ya tenía experiencia no necesitaron ayuda y la tuvieron lista casi al mismo tiempo que los demás. El lugar era tan amplio que iban a dormir de dos en dos, no como otras veces, que llegaron a dormir hasta cuatro en cada tienda, medio amontonados. Metieron las mochilas, bolsos, sacos y aislantes, y se repartieron el espacio.
-Voy a ver cómo se está, no sea que haya algo debajo de la lona y no podamos dormir-Chus suspiró al verla estirar el aislante y meterse dentro del saco. Cuando Vicky se ponía así era inútil recordarla que habían despejado perfectamente el terreno antes de estirar la tienda y clavar las piquetas.
-¿Contenta?-le preguntó cuando vio que, tras unos segundos, no decía nada.
-No sé. Noto....Es como si.......Oye, algo se mueve aquí debajo-casi gritó Vicky intentando incorporarse dentro del saco.
-Ya claro, seguro que tenemos un terremoto en medio de tierras castellanas-se rio Chus.
-En serio, tía....es como si hubiera algo vivo-Vicky no podía salir del saco y sus intentos por sentarse eran infructuosos.
-Croac-se oyó entre las carcajadas de Chus-Croac-y las dos miraron hacia la entrada de la tienda donde pudieron ver un par de ranas. Tras unos segundos de silencio vieron cómo unos bultos se movían debajo de la lona.
-¡Aaahhhh! "Ganas"; tenemos muchas "ganas" en la tienda-salió disparada Chus gritando a pleno pulmón. A veces, especialmente si estaba muy nerviosa, tenía problemas para pronunciar la "r".
El resto estaba terminando de colocar equipajes y bártulos y se volvieron hacia ella, justo a tiempo de ver salir reptando a Vicky dentro de su saco de dormir. Tras unos instantes de desconcierto en los que no podían entender qué es lo que pasaba, dos de los chicos entraron en la tienda, sacaron sus cosas y, tras desmontarla, comprobaron que la habían colocado justo encima de un nido de ranas.
Durante la cena Vicky y Chus se dieron cuenta de que su batallita iba a ser contada una y otra vez durante generaciones de campistas. Cada tienda llevaba un nombre, elegido por sus habitantes; en su caso, ellas no pudieron hacerlo y tuvieron que aguantar las risas del resto cuando llegaron y vieron el cartel de "Las ganas" en su entrada y les contaron la historia.
UN VÁTER DE MUERTE
Aunque los niños utilizarían las letrinas de siempre, los monitores iban a ser unos privilegiados en esta ocasión, afortunadamente para Vicky, que se preguntaba si iba a ser capaz de utilizar semejantes artilugios. El Director les había dicho cuando llegaron que el dueño de uno de los locales colindantes al terreno iba a pasar unos días de vacaciones y les cedía el uso de su servicio. Les hacía un favor y así tenía el negocio vigilado.
-No tiene pérdida: nada más salir de la verja, es el primer local a la derecha-fue la única explicación que les dieron.
Las chicas fueron las primeras en querer usarlo, así que allá se dirigieron. Ante su sorpresa, cuando se plantaron delante del escaparate, se encontraron con tres coronas de flores colocadas sobre unos atriles. No muy seguras de que fuera el lugar, probaron con la llave que les habían dado y, sí, la puerta se abrió sin problemas. Si las coronas se lo hicieron sospechar, los tres féretros de pie y abiertos que había enfrente de una mesa de despacho, les terminaron de confirmar que, efectivamente, se trataba de una funeraria.
Aunque una de las chicas salió corriendo y Chus se lo pensó, Vicky decidió que, mientras no hubiera muertos, a ella no la importaba en absoluto compartir el espacio con aquel mobiliario tan poco agradable. El aseo estaba bien y tanto el lavabo como la taza no tenían rastro de suciedad.
Al principio era bastante chocante la situación, pero al final del día todos entraban allí sin prestar atención a la decoración. Y como ya se sabe que donde hay confianza da asco, se sentaron en los sillones, los más atrevidos probaron lo "confortables" que eran los ataúdes, y cotillearon lo que pudieron, dejando, eso sí, todo en su sitio y con mucho cuidado de no romper nada. Cuando a la mañana siguiente Vicky entró, se encontró que ya había cola. Mientras esperaban, el chico que estaba sentado detrás del escritorio abrió uno de los cajones que todavía no habían registrado. Ante la sorpresa de todos sacó una pistola gris muy brillante.
-Deja eso que nos vas a meter en un lío-le dijo Vicky.
Pero todos los demás se acercaron para verla mejor y cogerla. Tenía el cargador puesto y pudieron ver otros dos más en el cajón. Al final, Vicky, con el corazón latiéndole como si acabara de correr una maratón, la cogió cuando se la pasaron. Nunca había visto una fuera de la pantalla de televisión o cine y se sorprendió por lo que pesaba: al ver la facilidad con la que la manejaban los actores, creía que sería mucho más ligera.
Durante el desayuno, lo de la pistola fue el tema que acaparó toda la conversación; antes de seguir con el acondicionamiento de la zona, el Director les pidió que siguieran sentados un momento:
-No sé en qué estabais pensando cuando la cogisteis, pero que sepáis que la tienen como defensa en caso de atracos. Imaginad que la tienen que utilizar y la policía la confisca y analiza las huellas.
Cuando terminó la charla, cada uno se dirigió a sus tareas. En cuanto tuvo un momento libre, Vicky cogió su bolsa de aseo y se fue a la funeraria. Lo primero que hizo fue coger la toalla y limpiar bien la pistola. Al abrir la puerta del baño después de lavarse y asearse, se encontró a otros tres de sus compañeros haciendo exactamente lo mismo que ella. Estaba claro que si alguna vez ese arma era utilizada y alguien buscaba huellas, se iban a encontrar con una pistola más limpia que los chorros del oro.
LA FOGATA MÁS ATERRADORA
Los niños tenían entre ocho y catorce años. De vez en cuando admitían a alguno de seis, pero la verdad es que tan pequeños daban demasiados problemas. A partir de los quince años podían seguir yendo a los campamentos, pero como submonitores. Ese año, por cada grupo de ocho críos, había dos monitores y un submonitor. Vicky y Chus habían elegido a Moncho como el suyo porque estuvieron encantadas con él durante las actividades invernales: era divertido, dulce, obediente, algo gamberro y más bueno que el pan con los enanos. En el reparto las había tocado los de doce años y estaban muy contentas: no había que estar tan pendientes de ellos y podían dejarlos con Moncho más rato de lo que podrían haber hecho con los más pequeños.
El campamento se desarrolló sin incidentes: excursiones, juegos, canciones, piscina, yincanas y deporte. La salud perfecta excepto heridas leves o picaduras de insectos. Se conocían de otros años, de los grupos de invierno y del barrio, así que formaban una gran familia. Ninguno de los peques quiso volverse a casa y, lo que más le asombró a Vicky, todos se comían sin rechistar lo que la cocinera preparaba cada día; aunque la verdad es que estaba todo buenísimo.
Un día apareció en la pradera un patito amarillo. Nadie logró averiguar de dónde había salido: no había ninguno más por la zona y en el pueblo, por lo que les dijeron, nadie los criaba. Lo adoptaron como mascota y, entre todos le pusieron nombre: Majú.
Había una cosa que preocupaba a Vicky desde el primer día: la hora de las historias nocturnas. Después de cenar, mientras los demás recogían todo y preparaban cosas para el día siguiente, dos monitores se encargaban de los niños. Encendían un hoguera y contaban historias de miedo. Ni Vicky ni Chus tenían idea de qué iban a contar, así que se apuntaron para el último día. Procuraban pasarse algún rato por la hoguera para ver cómo lo hacían los demás, pero el resultado era desalentador: los más pequeños solían creerse lo que les contaban, hasta que los mayores empezaban a reírse y a chafar el final de todas.
Vicky decidió que, hiciera lo que hiciera esa última noche, su historia iba a ser la más terrorífica. Lo malo es que el día se acercaba y no se les ocurría nada. De repente, viendo la hoguera anterior, se dio cuenta del fallo y recordó lo que había hecho Orson Welles décadas atrás en un programa de radio; lo importante no era la historia en sí (¿una invasión extraterrestre?), sino la forma de contarla; tenían que utilizar todo lo que estaba a su alcance para hacerla lo más real posible. Se lo contó a Chus y a Moncho, que estuvieron de acuerdo, y luego fueron a hablar con el Director porque necesitaban que se mantuviera al margen y les ayudara con el efecto final.
-Sólo espero que no os paséis o nos tocará estar toda la noche pendientes de niños que no pueden dormir-fue lo único que les dijo.
Como todas las noches después de cenar, los niños se fueron acercando a la fogata y se sentaron alrededor, comiendo chuches y riéndose.
-¿Preparados para una historia terrorífica?-les preguntó Chus.
-Siiiiii-gritaron los más pequeños, mientras los mayores seguían a su aire, hablando entre ellos.
-A ver, no penséis que la de esta noche va a ser una historia como las que os han contado hasta ahora-empezó Vicky bajando la voz, lo que hizo que tuvieran que callarse para poder oírla-La de hoy....
En ese momento, tal como sucedía todas las noches a la misma hora, los faros de la patrulla de la Guardia Civil iluminaron la pradera al entrar por la verja. Cuando se paró, dos agentes bajaron del coche. El Director se acercó a ellos y les acompañó para recorrer el lugar, comprobando que todo estaba correcto y que no había pasado nada extraño durante el día.
-Buenas noches, niños-les dijeron al pasar a su lado.
Como era la última noche, tras la revisión, el Director les llevó al comedor para invitarles a un café, así que todos pudieron ver que, en vez de irse, se sentaban y se ponían a hablar.
-Como os estaba diciendo,-siguió Vicky-esta noche se os pondrán los pelos de punta porque......
En ese momento apareció Moncho corriendo y se acercó a ellas, con cara de preocupación. Les susurró algo al oído.
-¿En serio?¿Y los demás?-preguntó Chus.
-Recorrerán el recinto asegurándose de que todo está perfectamente cerrado-pudieron oír los niños.
-Bueno, pues no podremos contar la historia. La Guardia Civil nos pide que os llevemos a las tiendas y que os quedéis en las vuestras.
-¿Qué ha pasado?-preguntó uno de los mayores.
-No sabemos mucho más. Es lo que le han dicho a Moncho. Parece que esta tarde, cuando trasladaban a unos presos a la cárcel, ha habido un accidente y tres de ellos han escapado con las armas que había en el furgón. Les tienen rodeados cerca de la sierra, pero no quieren correr riesgos y nos piden que apaguemos la hoguera y nos metamos en las tiendas.
-Anda ya-dijo uno de los listillos revienta-historias-nos estáis colando una trola, y ahora nos dirás que son unos asesinos peligrosos.
-Pues la verdad es que no tengo ni idea de quiénes son, pero vosotros, los mayores, deberíais cuidar de los más pequeños. Nosotras estaremos por aquí, pero nos han pedido a los monitores que vigilemos por si oímos algo. Así que, por favor, recoged todo, que vamos a apagar la hoguera.
-Que no, que es mentira-se resistió alguno.
De repente unos ruidos de pisadas, carreras y saltos provenientes de la reja de la entrada, hicieron que Vicky y Chus se pusieran de pie de un salto.
-Vete a avisar a los guardias-le pidió Vicky a Moncho.
-¿Qué ha sido eso?-preguntó el chaval con lágrimas en los ojos.
-No lo sé. Haz lo que te he dicho-le repitió Vicky muy seria.
Los niños, bastante asustados, no dejaban de mirar hacia la entrada. Moncho ya había llegado al comedor y las chicas decidieron que era la hora de ir a las tiendas. Justo en ese momento, las luces del campamento se apagaron y sólo podían ver lo que la luz de la fogata les permitía. Toda la pradera se llenó de gritos cuando empezaron a ver unas sombras acercándose a ellos.
-¡Sorpresa!-gritaron tres chavales cargados con bolsas llenas de botellas y chucherías. Era la avanzadilla del resto de críos del pueblo, que iban a participar en la fiesta de despedida del campamento. Las luces volvieron a encenderse y el resto de chicos, que esperaban en la puerta, como les habían pedido, entraron cargados con más bolsas.
-Y colorín, colorado....nuestra historia ha terminado-se rieron Chus y Vicky ante la mirada, todavía aterrorizada de los pequeños campistas.
La idea de la fiesta la tuvo Moncho. Los submonitores habían hecho muy buenas migas en la piscina con la panda del pueblo y pensó que, por un lado sería un bonito detalle de despedida y, por otro, si los niños se asustaban demasiado, tendrían un buen rato de música, canciones y diversión para olvidarse de la historia.
Y así acabó el primer campamento de Vicky. Al día siguiente el autocar vino a buscarles después de comer; antes, por la mañana, se entregaron los diferentes premios. Como no podía ser de otra forma, el de la mejor historia de fogata fuera para ellas.
EPÍLOGO
Las ranas, una vez se movió la tienda, siguieron con su vida sin ningún problema.
A Majú se lo llevó el único monitor que vivía en una casa con parcela, por lo que disfrutó de una vida a cuerpo de rey......hasta que llegó la Navidad.
Vicky se aficionó a eso de dormir en una tienda y no dejó de hacer acampadas libres o en camping. Tres años más tarde, como necesitaban monitores, le pidieron que participara de nuevo en el campamento de la parroquia. Esta vez no hubo ranas, pistolas o ataúdes y descubrió que ya no había cuentos en la hoguera para evitar el riesgo de posibles incendios. Desgraciadamente ninguna agencia la contrató, así que todavía sigue soñando con conocer tierras yankis.