Para no variar, Silvia se había quedado otro año más sin ese maravilloso viaje de vacaciones con el que llevaba tiempo soñando: no pudo coincidir con casi ninguna de sus amigas y las que sí cogían días al mismo tiempo que ella, no se atrevían a hacer viajes largos debido a la pandemia. Pero como era de las que veía lo positivo en cada desastre, disfrutaba de todas las excursiones de ida y vuelta que hacían para conocer los lugares más cercanos...además de estar dejando la casa como los chorros del oro.
Esa mañana, al mirarse en el espejo y ver su larga melena encrespada, decidió que había llegado el momento de ponerse en manos profesionales y llamó a su peluquera para que le diera una cita. Sorprendentemente (la lista de espera era casi comparable con la de su médica de cabecera), tenía un hueco esa misma tarde, así que, después de comer, y tras elegir ropa varias veces (el verano estaba siendo atípico y no hacía el calor que debería, para ser primeros de agosto), se puso un vestido de tirantes negro con falda de vuelo por encima de la rodilla, unas sandalias beige casi planas y un bolso bien colorido para que destacara.
Al salir del portal, una bocanada de aire caliente confirmó que había elegido bien su indumentaria porque era una tarde abrasadora. De camino a la peluquería decidió que, a la vuelta, se zamparía otro helado; llevaba varios ese verano y, aunque no era algo que le gustara excesivamente, habían abierto varias tiendas en la avenida que recorría a diario en las que los vendían artesanos, a precio desorbitado, y de sabores que hacían que tu boca empezara a salivar cual muerto de sed en el desierto ante la visión de un oasis.
-A ver qué puedo hacer con las greñas que me traes-le dijo Rebeca mientras la acompañaba al lavabo. Ya estaba acostumbrada porque era lo mismo que le decía cada vez que tardaba más de un mes en ir a verla....y esta vez hacía casi cuatro.
Se pusieron al día de sus vidas mientras el tratamiento con champú, mascarilla de queratina y corte de puntas abiertas dejaba su melena hidratada, brillante y lista para posar ante el fotógrafo de moda más exigente.
Dio un pequeño rodeo porque quería ir a la última heladería que habían abierto, y, como le había pasado con las otras, al plantarse delante el cartel con los sabores, tardó en elegir ante tanta delicia. Esta vez se decantó por uno de tarta de queso con cucurucho de chocolate; puestas a no mirar calorías, se imaginó el contraste de sabores....y no se equivocó. Se colgó el bolso en bandolera y salió de la tienda lamiendo la enorme bola, mientras veía cómo la gente con la que se cruzaba la miraba con envidia.
De repente sintió una gota fría en el pie, miró y vio una mancha blanca: hacía tanto calor que el helado se estaba deshaciendo muy rápido. Empezó a chupar, sorber y morder a toda velocidad, lo que supuso una tortura para sus sensibles dientes, y aún así, aquella bola seguía ganándola. Una racha de viento pegó un trozo de melena en el helado al mismo tiempo que otro mechón se metía en su boca, así que tuvo que sujetar como pudo su pelo con la mano que tenía libre. El aire no paró y lo ideal habría sido ponerse el coletero que siempre llevaba en el bolso, pero no tenía dónde dejar el sabroso cucurucho, así que siguió caminando haciendo malabarismos ante la divertida (ya no envidiosa) mirada de la gente.
La mano izquierda estaba pegajosa, con una mezcla de helado y chocolate derretidos que ya había caído también en el vestido. La derecha a duras penas lograba sujetar el pelo porque las ráfagas de aire eran cada vez más fuertes. Silvia se dio cuenta de que aquello podía ir a peor si el bolso no conseguía mantener la falda en su sitio. Buscó con la mirada un banco donde sentarse hasta terminar el helado, pero nada: la tercera edad de la zona los acaparaba todos. Se acercó a la fachada, buscando un poco de remanso, y un viento huracanado, que formó remolinos con las hojas, levantó su vestido como en la escena de aquella película, aunque la famosa actriz tenía sus manos para que, aunque resultara sensual, no llegara a enseñar nada. Silvia no tuvo esa suerte: se pegó a la pared y soltó su melena que, libre, volvió a pegarse al helado y a su cara. Aun así, una mano no fue suficiente.
-Ey, Marilyn. ¿Te ayudo?-aunque sólo podía verle entre mechones de pelo, reconoció su voz. Era lo que la faltaba: Sergio. Después de meses tonteando sin conseguir ni una cita, se había rendido y llevaban semanas sin hablar...y tenía que ser precisamente en ese momento cuando apareciera.
Se pegó a ella. Silvia por fin pudo encargarse de su pelo otra vez.
-¿Me lo sujetas un momento, porfa?-le dijo dándole el pegajoso cucurucho. Se limpió las manos con una pañuelo de papel, sacó el coletero y en un par de segundos se preparó un moño bajo que mantuvo a raya los mechones más largos.
-Muchas gracias, de verdad. No sé qué habría hecho si no llegas a aparecer-suspiró mientras le quitaba el helado y empezaba a chuparlo de nuevo.
-Voy a recoger a los niños. Están en la piscina con unos amigos y se los tengo que llevar a su madre. ¿Te apetece quedar en un par de horas? Te paso a buscar con el coche y nos vamos a Simancas a alguna de las terrazas de la orilla del río.
Silvia intentó disimular su sorpresa: ¿le estaba pidiendo una cita por fin? No, si al final, aquella aventura catastrófica iba a ser para bien.
-Vale-respondió con un trozo de oblea de chocolate en la boca e intentando parecer indiferente.-A ver si tenemos suerte, porque parece que se está preparando un tormentón.
Y acertó: había avanzado unos metros después de separarse de él, cuando un trueno, seguido de unas enormes gotas dispersas por el fuerte viento, preludió lo que no tardó más de dos minutos en empezar. Como la mayoría de la gente, Silvia entró en uno de los comercios para protegerse. En menos de un cuarto de hora el sol volvía a brillar, aunque las aceras estaban completamente encharcadas.
Se acercó al semáforo y descubrió que, como de costumbre cada vez que llovía un poco más de lo normal, se habían formado charcos prácticamente insalvables en los pasos de peatones. El peor estaba en el primer tramo del cruce, así que corrió hacia la mediana, justo antes de que se pusiera en rojo, para evitar que la salpicara un coche.
-¡Cuidado!-Al oír el grito se volvió y vio a un hombre que, al no haber nadie más por allí, evidentemente se dirigía a ella. Por el rabillo del ojo lo vio venir y supo que estaba perdida: un coche a una velocidad que a ella le pareció supersónica, estaba llegando a la laguna formada a su espalda. No parecía dispuesto a frenar y Silvia no podía cruzar a la siguiente mediana sin que otro coche la atropellara. Se apartó lo que pudo y se pegó encogida al árbol que estaba al lado del semáforo. Una ola de agua sucia cayó sobre ella empapándola el pelo, el vestido, las sandalias y el bolso. El hombre llegó a su lado y sacó un pañuelo que guardó inmediatamente, sin saber qué decir o qué hacer ante su lamentable estado.
Llegó a casa chorreando. La gente la miraba intentando averiguar qué podía haberle pasado. Se negó a llorar; sólo pensaba que tenía una hora para ponerse en condiciones para disfrutar de la cita que llevaba tanto tiempo esperando. Puso la lavadora y se metió en la ducha. Ya estaba prácticamente preparada cuando sonó el teléfono: Sergio.
-Jo, me vas a matar, pero no podemos quedar: mi ex quiere hablar conmigo.
-¿Y no podéis hacerlo otro día?-preguntó.
-Es de los niños y no quiero que me monte un pollo. De verdad que lo siento. Pero mañana te llamo y....
Silvia colgó. No le apetecía oír nada más. Se puso el pijama, se recogió el pelo con una pinza y metió una piza en el horno. Sacó la ropa de la lavadora y la tendió. Al sacudir bien el vestido para que quedara estirado, uno de sus tangas cayó sobre las cuerdas de abajo.
-Mañana bajo a por él y así conozco a la vecina nueva-pensó viendo que ya era un poco tarde. Sabía que el piso lo había comprado una mujer soltera ya mayor, pero todavía no habían coincidido.
Sacó la piza, la cortó y se metió un trozo en la boca mientras terminaba de preparar la mesa. Estaba abrasando y apenas podía masticarla. El timbre de la puerta sonó un par de veces y fue a abrir. No se acordaba de que cuando entró, para no entretenerse y poderse quitar el mojado vestido lo antes posible, había dejado el bolso y las sandalias tirados en el suelo, en la entrada. No había encendido la luz del pasillo, así que no los vio. Al tirar del manillar notó que pisaba algo, pero no miró; al terminar de dar el paso, justo cuando la puerta se abrió del todo, tropezó y cayó de rodillas.
-¿Estás bien?-unas manos la ayudaron a levantarse. Según se iba incorporando se encontró ante el moreno de ojos oscuros más impresionante que había visto en mucho tiempo.-Creo que esto es tuyo. Mi tía me ha pedido que te lo suba-dijo entregándole el tanga.
-Gracias-masculló Silvia con el trozo de piza todavía en la boca, las rodillas doloridas y roja como un tomate. Cerró la puerta de golpe deseando que todo fuera una pesadilla.
Pero como no lo era, puso la cena en una bandeja, apagó el móvil, buscó entre sus pelis Los puentes de Madison, cogió una caja de pañuelos y se sentó en el sofá. Comer y llorar era lo único que le pedía el cuerpo, así que era a lo que se iba a dedicar.....suponiendo que los dioses, para seguir entreteniéndose a su costa, no decidieran estropearle también el final del día.
Texto Ana María Blanco Estébanez
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Genial!
ResponderEliminarMuchas gracias de mí misma :)
EliminarMuy buena!! Sí que suena la historia 😂😂
ResponderEliminarBueno, pusiste tu granito de arena para que mis caprichosas musas le complicaran aún más la vida a Silvia😜😆
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