martes, 19 de diciembre de 2017

Yo y mis pies

Imagen de Google

   -No me pongas la caja, que abulta mucho-le dije a la dependienta cuando me disponía a pagar las botas que acababa de comprar.

   -Si no te llevas la caja, no las puedes devolver-me dijo ella.

   -Anda, ¿se pueden devolver después de usadas?-pregunté, con la más inocente de mis sonrisas.

   A lo que ella, con cara de pensar que yo era una extraterrestre, me contestó que no; pero que si al llegar a casa cambiaba de idea y no tenía la caja, no podría aceptármelas.

   -No, yo sólo cambio de idea cuando tengo los pies hechos polvo el día que estreno los zapatos 😉

   Por esas fechas, vi publicidad de colchones donde prometían que podría probarlo durante un mes y devolverlo si no se amoldaba a mis necesidades. Y entonces pensé en las botas y me pregunté (y me sigo preguntando) por qué si podemos probar un colchón, unas lentillas y hasta un audífono (por fin), no podemos probar el calzado.

   Porque algunos, cuando tenemos que salir a comprar zapatos, botas, botines, zapatillas deportivas o incluso las de andar por casa, lo hacemos rezando a todo el santoral por encontrar algo, no barato, ni bonito.......sino algo que podamos usar siempre que queramos sin que nos torture los pies. Y no me refiero sólo a que aprieten el juanete, estrujen los dedos, machaquen las uñas, rocen, hagan ampollas o heridas. Si el día que estrenas calzado nuevo, no llegas a casa con un dolor de pies tan fuerte que te revuelve el estómago, créeme: no sabes lo que es que te hagan daño los zapatos 😢

   Desgraciadamente, esto lo llevo sufriendo toda mi vida. No recuerdo una sola vez, ni siquiera cuando era pequeñita, que el salir a comprar calzado fuera una experiencia agradable. Y el día que tocaba estrenar, también tocaban lágrimas y tiritas. Y no será porque no mimo mis pies: una visita mensual al podólogo, los hidrato bien, compro todos los artilugios y potingues que me recomiendan....pero nada: son supersensibles. Da lo mismo lo que me gaste y lo maleables que me asegure el dependiente que son los zapatos: sufrimiento seguro.

   Sin embargo, aunque no he tenido el mismo resultado con el calzado de invierno, he visto un rayito de luz en lo que a sandalias se refiere. Durante años, lo único que me ponía en verano eran zuecos, porque no me rozaban ni apretaban. Miraba con envidia esos pies tan fresquitos con bonitas y alegres sandalias de colores; pero en seguida recordaba las heridas que tuve que soportar las pocas veces que me atreví a usarlas. En uno de mis paseos dominicales por el mercadillo, mi madre me obligó a pararme en un puesto de sandalias (yo siempre pasaba de ellos, claro) y me convenció para que me probara algunas y que me llevara un par de ellas. "Total, son tan baratas que, por probar, tampoco pasa nada". Ya sabéis lo inútil que es intentar discutir con tu madre, así que le hice caso.......y desde entonces paso los veranos con mis pies fresquitos. No sé qué tienen esas sandalias, pero son cómodas, superbaratas y chulísimas. 

   En fin, hoy he estrenado las botas recién compradas de las que hablaba y, hasta el momento, el dolor es soportable. ¿Serán las primeras que no me hagan daño? Deseadme suerte.......y recordad: la tortura es directamente proporcional a la belleza del calzado 😎


Texto Ana María Blanco Estébanez
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