Atardecer en el Cañón del Colorado. Foto de elperiodicodetudia.com |
Cuando sonó el despertador, hacía más de media hora que estaba despierta. De hecho, había pasado toda la noche en un duermevela continuo, en el que no logró enlazar tres horas seguidas de sueño. Los anticatarrales que llevaba tomando cuatro días aliviaban los síntomas de día, pero en la cama apenas lo notaba. Cada vez que se daba la vuelta, su nariz volvía a taponarse y tenía que levantarse para realizar todo el ritual de pañuelos, suero y gotas que le permitiera descansar otro ratito.
Así que allí estaba ella, agotada, llorosa, boqueando y con la garganta ardiendo por la sequedad que le provocaba el tener que respirar por la boca. Subió la persiana y se encontró con una luminosa pero fría mañana primaveral. Después de desayunar, se puso la falda de vuelo por debajo de la rodilla y el jersey amplio que dejó preparados la noche anterior. Sin tacones y sin maquillar. No es que fuera muy favorecedor, pero su objetivo era pasar lo más inadvertida posible; observar sin ser observada.
Tras firmar todos los papeles, la llevaron al que sería su despacho, compartido con otras cuatro chicas más. El jefe estaba de vacaciones, así que disponía de unos días para ir conociendo el edificio y la gente. Como no tenía trabajo asignado, una de sus compañeras le propuso acompañarla a reprografía.
-Así vas conociendo el edificio-le dijo.-Normalmente fotocopiamos y ensobramos nosotras todo lo que mandamos por correo, pero cuando es mucha cantidad o son envíos masivos, lo bajamos para que lo hagan en las máquinas grandes. Te prevengo: este tío es un poco raro, pero claro, pasar todo el día en las mazmorras tiene que marcar-le fue contando entre risas.
Aquel sitio distaba bastante de lo que ella llamaría mazmorra; era muy luminoso a pesar de estar en el sótano, y tenía mucho espacio, aunque casi todo lo ocupaban unas monstruosas máquinas fotocopiadoras y ensobradoras, que estaban funcionando continuamente.
Si el tipo aquél era raro o no, no le dio tiempo a apreciarlo. Nada más presentárselo, empezó a sentirse observada. Era la misma sensación de siempre, que hacía que se pusiera en alerta. Miró lentamente a su derecha, donde había un despacho acristalado y allí estaba él, sentado en una silla, cruzado de brazos y piernas, observándola detenidamente. Nunca había sentido tal repulsión. Sintió como si la estuviera desnudando y lo supo de inmediato: le había encontrado en menos de una hora. ¿Qué probabilidad había de que eso sucediera en un edificio donde trabajaban más de 200 personas? Lo suyo no eran las matemáticas, así que ni intentó calcularlo.
Su compañera había recogido todos los sobres, que a duras penas podía llevar en sus brazos, y volvieron de regreso al despacho.
-Había un tío muy raro ahí abajo-indagó cuando llegó a su mesa.
-Ya te dije que era un poco rarito.
-No el de las máquinas, el otro, el que estaba sentado al fondo. Tenía un aspecto siniestro y algo extraño en al cabeza. No sé, me recordaba un champiñón.
-Anda, ése es Peluquín. La cámara de vigilancia con patas de edificio. Controla todo. Lo sabe todo. Es un poco pesado, pero ya te acostumbrarás. Además, te vas a hartar de verle porque trabaja al final de este pasillo.
Bueno, pues el primer paso ya estaba: localizado. Ahora venía lo más difícil, conseguir las pruebas y los testigos. Normalmente la primera fase le llevaba unas semanas. Cuando aceptaba un trabajo prefería que nadie le dijera nada y averiguarlo por sí misma. Era una forma de no ir predispuesta. Además, nunca fallaba: si había algún acosador, seguro que iría a por ella.
Pasar sus años universitarios en el Valladolid en el que actuaba el violador del ascensor agudizó su sexto sentido. No siempre podía volver a casa acompañada y odiaba coger un taxi. Así que, al volver andando de noche era capaz de distinguir cada paso e iba con todos sus sentidos alerta.
Cuando empezó a trabajar se dio cuenta de que era como un imán para todo bicho raro, plasta o acosador que hubiera en las instalaciones. La primera vez ni siquiera sabía lo que pasaba. Al principio pensó que era un pesadito más, hasta que se dio cuenta de que siempre la buscaba cuando no había nadie cerca y empezó a temer esa forma de invadir su espacio cuando se acercaba a ella. "¿Por qué yo?" se preguntaba. "No soy alta, ni guapa, ni la más llamativa". "Tía, con esa forma de ser tan abierta y esa ropa que te pones......no te extrañe", solían decirle cuando se lo comentaba a alguien. ¿Abierta?¿Qué ropa? Era verano y llevaba minifalda......no iba a ponerse una escafandra. Al final, ya no se lo comentaba a nadie; no necesitaba que encima le hicieran sentirse culpable. Decidió contárselo a su jefe.
-Puedo hablar con él a nivel personal, pero si quieres interponer una queja formal, hay que abrir un expediente y tendrás que testificar ante el Comité de Prevención de Acoso de la empresa. Eres libre de hacerlo, pero te aviso de que terminarán juzgándote a ti.
El contrato era sólo por el verano y le dijo que no lo haría. No estaba dispuesta a que también unos extraños le dijeran que era una provocadora.
Lo que nunca imaginó es que su sexto sentido con los hombres y ese don de atraer a lo más indeseable del género masculino, terminaran siendo decisivos para ganarse la vida. Según su jefe, nunca había tenido a alguien capaz de encontrar pruebas y testigos tan rápido como ella.
La única condición que ponía siempre era no saber nada del caso. Simplemente conseguían un puesto para ella y de lo demás se encargaría......"su don".
Había pasado el tiempo y tenía todo lo que necesitaba excepto los testigos. Las pruebas no tuvo que buscarlas; vinieron a ella. No llevaba un mes cuando recibió un emilio suyo. Se había dedicado a ver cómo actuaba, y cada vez le tenía más miedo. Lo que al principio eran encuentros casuales en la zona de fotocopiadoras o al ir al servicio, se convirtieron en lo habitual. Entendió a qué se referían sus compañeras con lo de cámara con patas: era como si tuviera un radar. No había forma del salir del despacho sin que él no se enterara. Siempre haciéndose el encontradizo, cada vez acercándose más para hablar con ella. Pero sólo cuando no había nadie delante, así que terminó por ir a hacer fotocopias cuando alguien más estuviera allí; y lo de ir en pareja al servicio se convirtió para ella no en la broma de siempre, sino en una necesidad.
Cuando abrió el primer correo que le mandó, se encontró con una presentación en Powerpoint de fotos chulas y música lenta, acompañada de un mensaje romántico que enseñó a su compañera de mesa.
-Jo, pues sí que escribe bien. ¡Qué cosas más bonitas te dice!
-Pero, ¿a ti te parece normal que alguien a quien no conozco me mande esto?
-Bueno, chica, tampoco es para ponerse así.
Se dio cuenta de que no iba a ser fácil conseguir testigos. Nunca lo era. Si nadie veía nada, era como si no hubiera pasado; además sus emilios no eran amenazantes, excepto por el hecho de que, desde el primero su respuesta siempre fue la misma: "Si no tienes que mandarme nada relacionado con el trabajo, no quiero ningún correo tuyo". Como no sirvió de nada, contestaba más bruscamente con un "Déjame en paz". Leía todo lo que le mandaba. Tenía que hacerlo para saber si en algún momento dejaban de ser románticos y pasaban a ser amenazantes, pero no fue así. Recordaba especialmente uno en el que, después de soltarle el típico rollo copiado de una guía turística, terminaba comparando su belleza con la de un atardecer en el Cañón del Colorado. Era lo más empalagoso que nadie le había escrito jamás.
A los cuatro meses y después de tantear sin éxito a sus compañeros, se rindió. Nadie la ayudaría. Nadie le consideraba un peligro. Nadie pensaba que la estuviera acosando. Y el caso es que no podía ser ella la única. Nunca funcionaba así. El ¿por qué yo? nunca era solitario. Al final, siempre había más. Y esta vez no podía ser de otra forma, estaba segura.
El día que abrió la puerta cuando se encontraba sola en el despacho, casi se le para el corazón. Pensó que era él, que, sabiendo que no había nadie más, entraba para seguir con la agresión a su intimidad. Pero no, resulta que era una chica que podría haber pasado por su gemela, excepto por aquellos preciosos ojos verdes perfectamente maquillados y esa ropa de marca, que sus amigos del pueblo no habrían dudado en calificar de "superpija".
-¿Eres tú su nueva obsesión?-le preguntó directamente.
Asintió........y sólo tuvo que limitarse a escuchar:
-¿Encuentros casuales en el pasillo?¿Mensajes de correo románticos?.-A cada pregunta, ella asentía.-¿Ha empezado con los vídeos sexuales? No tardará, en serio. Nadie me creyó al principio. A todo el mundo le parecía muy bonito lo que me escribía y nadie entendía por qué me molestaba tanto. Cuando me mandó el primer vídeo guarro, empezaron a mirarme diferente. "Algo le habrás dicho para que te mande eso", me decían cuando se lo enseñaba. Al segundo, le denuncié. Le abrieron un expediente y le prohibieron acercarse a mí o mantener algún otro tipo de contacto. Como trabajamos en los extremos del edificio, no ha sido difícil. Les pedí que le trasladaran de edificio o de ciudad, y ¿sabes lo que me dijeron? Me ofrecieron el traslado a mí, me daban a elegir el sitio al que irme si no me gustaba su decisión.
Lo de siempre, era la respuesta que daban en estos casos: si no te gusta, te puedes ir.
-Y yo tuve suerte. Antes de que llegaras tú, otra compañera tuvo que desaparecer. Empezó en el trabajo, como con nosotras, hasta que un día descubrió que por la tarde iba a la piscina; siempre al mismo sitio y a la misma hora. La primera vez quiso creer que había sido casualidad. La segunda salió corriendo y puso una denuncia. A ella le dijeron que no había hecho nada amenazante, que los correos, aunque fuera de lugar, no se podían considerar peligrosos y que, el verle un par de veces a la salida de la piscina, tampoco era acoso.
Ya lo tenía. Y además con denuncias previas. Normalmente no tenía tanta suerte porque las chicas preferían irse antes de ser examinadas y juzgadas como si fueran ellas las culpables.
Ahora quedaba fingir un traslado para poder irse sin levantar sospechas. Como al final de cada trabajo, dispondría de una semana de vacaciones con su chico, para desconectar......hasta el caso siguiente. Siempre tenía la esperanza de que al volver, su jefe le dijera que no tenía nada para ella. Aunque en el fondo sabía que nunca sucedería.
El día que se despidió, recibió otro emilio suyo. Empezaba igual de insoportablemente empalagoso que los demás. Sin embargo, al final, le recordaba todos esos momentos que habían pasado juntos y todas esas conversaciones y sonrisas que habían compartido.......solamente en su enferma mente. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo Nunca se había alegrado tanto de irse de un trabajo.
A los cuatro meses y después de tantear sin éxito a sus compañeros, se rindió. Nadie la ayudaría. Nadie le consideraba un peligro. Nadie pensaba que la estuviera acosando. Y el caso es que no podía ser ella la única. Nunca funcionaba así. El ¿por qué yo? nunca era solitario. Al final, siempre había más. Y esta vez no podía ser de otra forma, estaba segura.
El día que abrió la puerta cuando se encontraba sola en el despacho, casi se le para el corazón. Pensó que era él, que, sabiendo que no había nadie más, entraba para seguir con la agresión a su intimidad. Pero no, resulta que era una chica que podría haber pasado por su gemela, excepto por aquellos preciosos ojos verdes perfectamente maquillados y esa ropa de marca, que sus amigos del pueblo no habrían dudado en calificar de "superpija".
-¿Eres tú su nueva obsesión?-le preguntó directamente.
Asintió........y sólo tuvo que limitarse a escuchar:
-¿Encuentros casuales en el pasillo?¿Mensajes de correo románticos?.-A cada pregunta, ella asentía.-¿Ha empezado con los vídeos sexuales? No tardará, en serio. Nadie me creyó al principio. A todo el mundo le parecía muy bonito lo que me escribía y nadie entendía por qué me molestaba tanto. Cuando me mandó el primer vídeo guarro, empezaron a mirarme diferente. "Algo le habrás dicho para que te mande eso", me decían cuando se lo enseñaba. Al segundo, le denuncié. Le abrieron un expediente y le prohibieron acercarse a mí o mantener algún otro tipo de contacto. Como trabajamos en los extremos del edificio, no ha sido difícil. Les pedí que le trasladaran de edificio o de ciudad, y ¿sabes lo que me dijeron? Me ofrecieron el traslado a mí, me daban a elegir el sitio al que irme si no me gustaba su decisión.
Lo de siempre, era la respuesta que daban en estos casos: si no te gusta, te puedes ir.
-Y yo tuve suerte. Antes de que llegaras tú, otra compañera tuvo que desaparecer. Empezó en el trabajo, como con nosotras, hasta que un día descubrió que por la tarde iba a la piscina; siempre al mismo sitio y a la misma hora. La primera vez quiso creer que había sido casualidad. La segunda salió corriendo y puso una denuncia. A ella le dijeron que no había hecho nada amenazante, que los correos, aunque fuera de lugar, no se podían considerar peligrosos y que, el verle un par de veces a la salida de la piscina, tampoco era acoso.
Ya lo tenía. Y además con denuncias previas. Normalmente no tenía tanta suerte porque las chicas preferían irse antes de ser examinadas y juzgadas como si fueran ellas las culpables.
Ahora quedaba fingir un traslado para poder irse sin levantar sospechas. Como al final de cada trabajo, dispondría de una semana de vacaciones con su chico, para desconectar......hasta el caso siguiente. Siempre tenía la esperanza de que al volver, su jefe le dijera que no tenía nada para ella. Aunque en el fondo sabía que nunca sucedería.
El día que se despidió, recibió otro emilio suyo. Empezaba igual de insoportablemente empalagoso que los demás. Sin embargo, al final, le recordaba todos esos momentos que habían pasado juntos y todas esas conversaciones y sonrisas que habían compartido.......solamente en su enferma mente. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo Nunca se había alegrado tanto de irse de un trabajo.
Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados
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