miércoles, 10 de abril de 2019

La Ley de Murphy


   Otra sonrisa bonita que se cruzó en su vida sólo para convertirse en un gilipollas inmaduro que no sabía lo que quería.....aunque tenía claro que no era a ella. Y, por supuesto, sus amigas no iban a permitirle quedarse en casa tranquilamente; no señor, habían preparado un fin de semana de chicas para estar con ella, aunque no fuera eso lo que necesitaba ni quería. 

   Era la hora de salir del trabajo y el cielo se había ido oscureciendo de una forma preocupante. Habían dado lluvias para los próximos días, así que no era extraño que la luz pareciera la del ocaso, en lugar de la de las tres de la tarde.

   -Se está preparando una buena-le dijo su compañera.

   -En cuanto ponga un pie en la calle empezará a llover, seguro-contestó ella riéndose.

   Pero se quedó corta. Al salir por la puerta, unas marcas en la acera le indicaron que empezaba a gotear, así que abrió el paraguas y se dispuso a cruzar la calle. Y entonces las cuatro gotas se transformaron no en el aguacero prometido, sino en una tremenda granizada que golpeaba su paraguas y piernas. Apenas podía andar porque las pequeñas bolitas no se deshacían al llegar al suelo y caminar sobre ellas suponía ir patinando peligrosamente. Su objetivo era llegar a los soportales que había dos manzanas a la derecha, pero al paso que iba, cuando llegó, la granizada era una fina lluvia que hacía innecesario buscar refugio. "Vaya forma de empezar el fin de semana", pensó, "aunque si sigue así, tendré la disculpa perfecta para no salir mañana".

   Y, efectivamente, esta vez, los del tiempo no fallaron en su pronóstico y el sábado amaneció frío y con un vendaval que hacía que la lluvia cayera horizontalmente. Así que cuando sonó el teléfono sabía exactamente lo que iba a decir.

   -Hola, hemos quedado esta tarde-le dijo una voz alegre y cantarina.

   -Mira, con el día que hace.....

   -Vamos a ir al cine a ver Green Book-siguió sin escucharla-. Ya sólo la ponen en los Broadway, así que te pilla cerquita. Nos vemos allí a las ocho, ¿vale?

   -Vale-fue lo único que pudo responder. Qué listas eran. Menuda encerrona habían preparado. Sabían que hacía meses que quería verla y siempre ocurría algo que lo impedía. Además, aquellos cines estaban cerca de casa, así que no había forma de poner una disculpa creíble. Eso sí, se pondría unos vaqueros, una camiseta y, en cuanto acabara la película, de vuelta a casita.

   Sin embargo, a las seis de la tarde los brillantes rayos del sol se fueron abriendo paso entre los negros nubarrones y, aunque muy fría, la tarde se quedó de lo más luminosa, así que cuando fue a vestirse, cambió los vaqueros y la camiseta por los botines de tacón y un minivestido con lentejuelas que hacían que brillara más que una bola de discoteca.

   Cuando llegó al cine parecía que media ciudad había tenido la misma idea porque la cola llegaba hasta el Paseo Zorrilla. Al llegar a la taquilla, medio congeladas, la opción que les dieron era la quinta o la última fila. Iba a decir que la quinta cuando sus amigas se adelantaron y pidieron la última.

   -Madre mía. Vosotras no habéis venido a este cine, ¿verdad? A ver, la imagen y el sonido son buenos, pero las salas no se parecen a las nuevas; apenas tienen inclinación, así que esperemos que no se nos ponga un Romay delante o tendremos que coger asientos para niños.

   La última fila de su sala estaba encajonada detrás de una columna, entre tres paredes; teniendo en cuenta que el espacio entre filas era el justo para sentarse sin cruzar las piernas, una sensación de claustrofobia las invadió. Afortunadamente la película era muy buena y el tiempo se pasó volando.

   A la salida, se encontraron una noche gélida y brillante. La lluvia había arrasado con esa contaminación que llevaba semanas instalada sobre la ciudad. Decidieron ir a picar algo, pero todo estaba lleno. Entraron en el primer bar en el que vieron un hueco y, mientras unas iban a pedir a la barra, las otras se encargaron de vigilar cuándo quedaba una mesa libre. Consiguieron una, también encajonada en un rincón; pero lo importante era tener un sitio donde dejar las bebidas y los platos.

   No llevaban cinco minutos sentadas cuando sucedió todo. Ocurrió en un par de segundos: un movimiento de un brazo a su izquierda empujando una copa de mosto llena, que se cae sobre ella, que intenta levantarse, pero no hay espacio y ve cómo todo el líquido rojo se derrama sobre su bolso y vestido y escurre por sus medias hasta terminar bajando hasta sus pies. Como puede sale del rincón y va al servicio, pero, excepto secarlo todo, no consigue hacer desaparecer el estropicio.

   -Lo siento, chicas, pero me voy a casa. Estoy empapada y pegajosa y necesito quitarme todo esto. Pasadlo bien, por favor.

   Intentaron convencerla, pero no aguantaba más. Estaba claro que no tenía que haber salido. Lo único que quería era llegar a casa cuanto antes y cogió todos los atajos que se le ocurrieron. De hecho, cuando se quiso dar cuenta iba por el Campo Grande. No había nadie más, claro; la gente solía ir por la otra acera , mucho más iluminada. De repente sintió cómo el miedo empezaba a asomar, pero estaba tan cabreada que terminó pensando que si alguien le salía al paso iba a recibir un bolsazo, patadas y puñetazos; sería una forma de desahogar toda la frustración que llevaba dentro.

   Eran casi las doce cuando entraba en casa. Se quitó la ropa y la dejó a remojo; no quería que las manchas se secaran más todavía. Se puso el pijama y empezó la tarea de intentar limpiar los botines y el bolso. El mosto había entrado por cada hendidura y tuvo que repetir la tarea porque las marcas no terminaban de salir. Frotó bien la ropa y parecía que quedaba limpia, así que lo aclaró todo, lo tendió.....y se metió en la cama. Era la una y media; estaba helada y agotada, por lo que se quedó dormida enseguida.

   Una musiquilla invadió su sueño. Una neurona se despertó lo suficiente como para advertirle de que era el móvil. Lo cogió e iba a contestar cuando otra neurona le hizo fijarse en la hora, las seis y media, y en la persona que llamaba. "Ésta se ha confundido"-pensó cuando vio que era su amiga maltesa que vive en Australia.

   Se dio media vuelta, pero ya no podía dormirse. El móvil volvió a sonar; esta vez para avisar de un whatsapp.

   -Sorry, Ben was playing with my phone.

   -Don't worry. I love to wake up early on Sunday mornings- respondió, mientras se preguntaba cuáles serían las probabilidades de que un enano de tres años, jugando con el móvil de su madre en Australia, entre todos los contactos, fuera a dar con una pobre españolita que estaba plácidamente dormida

   No hablaba con ella desde Navidad, así que aprovecharon para ponerse al día. A las siete decidió levantarse. Tenía mucha ropa que planchar y estaba claro que ya no podría dormir más.

   Después de desayunar recibió la llamada de su amiga para pedirle perdón por el accidente.

   -De verdad, que te sientas fatal no va a hacer que yo me sienta mejor. Nos podía haber pasado a cualquiera, así que olvídalo, en serio.

   Tenía todo preparado: planchador, música para cantar y bailar y plancha perfectamente caliente. Creía que había colocado bien la sábana pero, cuando iba a empezar la tarea, comenzó a resbalarse y tuvo que echar las dos manos para evitar que cayera al suelo, sin darse cuenta de que ya había cogido la plancha. Vio el desastre demasiado tarde: la sábana terminó en el suelo y la plancha sobre su dedo; el mismo en el que el verano anterior se había cortado con el ventilador cuando intentaba manipularlo mientras estaba funcionando. Un grito y todos los tacos que se le vinieron a la mente sirvieron para soltar adrenalina, pero el intenso dolor consiguió que unas lágrimas aparecieran en sus ojos. Miró el reloj: las diez de la mañana. Cerró los ojos y suspiró profundamente; todavía quedaban muchas horas para que acabara aquel fin de semana infernal, así que imagino que tendría más oportunidades para llorar con ganas. Estaba segura de que su mala racha de desgracias no había terminado.Ya lo dijo Murphy: si algo es susceptible de empeorar, lo hará.


Texto Ana María Blanco Estébanez
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