lunes, 19 de agosto de 2019

¿Qué sabe nadie?


   Como cada lunes por la noche después de cenar, se sentó con su familia, al igual que ocurría en la mayoría de hogares españoles, a ver en la tele el programa que llevaba varios años batiendo récords de audiencia. Era fascinante (cotilla, decían algunos) seguir las historias de la gente desaparecida y los esfuerzos que se hacían en el programa para dar con ellos. Estaban los desaparecidos involuntarios, normalmente historias espeluznantes sobre secuestros y asesinatos. Luego estaban los que perdieron el contacto al emigrar buscando una vida mejor; cuando los hallaban, los reencuentros eran muy emotivos. Y después estaban esas historias que no podía entender: los que se "iban a por tabaco" y no volvían; gente que un día, simplemente, dejaba todo atrás, sin despedirse y sin motivos aparentes. Eran los más difíciles de encontrar y, si lo hacían, lo habitual era que no quisieran aparecer delante de las cámaras. Irresponsables y cobardes, era como solía calificarlos. "Yo nunca haría algo así", decía cada vez que se encontraba con una de esas historias.

   Un año, al volver de las vacaciones de verano, fue el programa el desaparecido. La versión oficial era que no se había llegado a un acuerdo entre la cadena y la productora; sin embargo, era vox populi que entre las denuncias de los desaparecidos voluntarios por atentar contra su intimidad y las presiones de cierta parte de la sociedad cuando empezaron a investigar los casos de los bebés robados durante décadas, era sólo cuestión de tiempo que se lo cargaran.

   Muchos años más tarde, aquella adolescente tan segura de sí misma y con las ideas tan claras, se había tragado tantas veces lo de "Yo nunca...", que había perdido la cuenta. Ahora se limitaba a decir: "No lo entiendo, pero allá cada cual con su vida". Porque ésa era la cuestión: la vida. Y la suya había resultado bastante diferente de lo que ella había esperado. 

   Soñó con ser una Indiana Jones viajando por todo el mundo para descubrir misterios de la antigüedad, y la vida le dio un despacho. Esperaba encontrar al hombre de su vida para formar una familia, y la vida le dio tantos sapos que ya se había cansado de seguir buscando a su príncipe azul. 

   Meses atrás, después de su 45 cumpleaños, se había dado cuenta de que se había convertido en una de esas personas que tanto despreciaba: era una conformista sin ilusiones, completamente rendida a su destino. Una relación familiar cada vez más prescindible, unos amigos con los que podía contar, siempre que no estuvieran demasiado ocupados viviendo sus propias vidas, y un trabajo aparentemente rutinario, pero que le permitía conocer gente de diferentes culturas y profesiones, además de manejar una gran cantidad de información de todo tipo. En resumen: una soltera con su trabajo y su casa y toda la libertad del mundo para hacer lo que quisiera. Pero eso sólo era lo que la gente veía desde fuera. Lo cierto era que se sentía como si viviera para los demás: lo que ellos querían cuando ellos querían. Había dejado de soñar, ilusionarse o hacer planes, porque nunca conseguía llevarlos a cabo. Siempre surgía algo que hacía que tuviera que renunciar a ellos, porque lo que les pasaba a los demás siempre era más importante.

   Cada vez estaba más insatisfecha. Tenía que hacer algo. Todavía le quedaban muchos años por delante y tenía que intentar alcanzar alguna de las cosas que siempre quiso. No soportaba su vida, pero nunca pensó en suicidarse. Lo que necesitaba era empezar de nuevo. ¿Y si resultaba que todo era un error?¿No podía ser que había caído allí pero que en realidad su verdadera vida le esperaba en otro lugar? Siempre había pensado que si no consigues lo que quieres, tienes que querer lo que consigas, pero eso ya no le servía. Estaba harta de sobrevivir cada día, esperando que, de repente, algo cambiara y transformara su vida en lo que ella deseaba. Era como si viviera sobre una bomba de relojería, esperando que un día estallara y ya no hubiera marcha atrás.

   La verdad es que, al principio, empezó como una distracción: se preguntó cómo lo haría si quisiera desaparecer. Se sorprendió al darse cuenta de que no era nada complicado: saber a dónde quería ir, conseguir los medios para el viaje y, sobre todo, borrar sus huellas. Ni siquiera hacía falta que cambiara de nombre. A pesar de vivir en una sociedad tan controladora, resulta que todavía quedan sitios lo suficientemente aislados como para que nadie te encuentre o, si alguien lo hace, haya pasado tanto tiempo que ya no importe. 

   Cuando se quiso dar cuenta lo tenía todo planeado y se sorprendió de que, por primera vez en muchos años, estaba ilusionada y emocionada. La pregunta era ¿se atrevería? Porque tenía toda la infraestructura preparada y sabía exactamente cada paso que tenia que dar.....menos el primero. Y ése se lo consiguió Nieves, una de sus mejores amigas, cuando le dijo que su superperfecto novio desde hacía 15 años y ella, por fin, iban a casarse y quería, por supuesto, que le organizara la mejor fiesta de compromiso de la historia. Nieves lo celebraba todo a lo grande, así que no le extrañó en absoluto el sitio elegido. Al mismo tiempo que preparaba una fiesta espectacular, fue preparando, también, el momento en el que empezaría su nueva vida.


   La Leyenda del Pisuerga estaba precioso: las luces y los adornos hacían que el bonito barco, del estilo de los que navegaban por el Mississippi en las películas del oeste, resultara deslumbrante. Además de los habituales viajes turísticos para conocer Valladolid de una forma diferente, se ofrecía la posibilidad de alquilarlo para todo tipo de fiestas. Nieves le dio un cheque en blanco para que la suya fuera el acontecimiento social más importante de la historia de la ciudad; algo que todo el mundo recordara por siempre jamás.

   Había preparado todo al mínimo detalle, como siempre. Pero dio una vuelta más para asegurarse: catering, iluminación, disc jockey y el photocall. Todo estaba preparado para la fiesta más pija que se había visto en la ciudad. Estuvo con los novios recibiendo a los invitados y haciéndose fotos con todo el mundo. Un minuto antes de la hora que el capitán había establecido para zarpar, y mientras todos estaban saludándose, nadie la vio saltar al pequeño muelle y correr hasta los árboles más cercanos, donde permaneció acurrucada hasta que estuvo segura de que no quedaba nadie por los alrededores.

   Entonces fue al aparcamiento y se montó en el coche alquilado en el que había guardado las pocas cosas que pensaba llevarse. Si todo iba bien, y estaba segura de que así sería, nadie la echaría de menos hasta muchas horas después, tiempo suficiente para poner tierra de por medio. Cuando se dieran cuenta de que estuvo en el barco, pero que su coche estaba en el parking, imaginarían que había ocurrido un accidente en el río. Para cuando empezaran a sospechar que algo raro pasaba, ella ya estaría lejos. Al fin y al cabo no era una delincuente y ya no había ningún Paco Lobatón a la caza de desaparecidos.

   Imaginaba lo que la gente diría de ella cuando se enteraran, pero no le importaba lo más mínimo. Por primera vez desde que podía recordar, sentía latir su corazón con fuerza. Una enorme sonrisa apareció en su cara al darse cuenta de que, ahora sí, estaba viviendo su vida.


Texto Ana María Blanco Estébanez
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