martes, 14 de enero de 2020

....guerra de reinas


ABEJA REINA

   Atractiva y muy inteligente. Era lo que siempre decían de ella para describirla y como aliciente para que pudiera conseguir lo que consiguiera. Sin embargo, Luisa sabía por experiencia que no bastaba. 

   El día que firmó el contrato en la empresa y conoció a Lucía pensó que su suerte estaba cambiando. El trabajo era lo que estaba buscando, incluso mejor pagado de lo que había esperado para una recién llegada. Y aquella chica tan dulce y ella congeniaron rápido y tan bien, que parecía que se conocían de toda la vida. Nunca chocaron a nivel laboral porque no era tan ambiciosa como ella y prefirió quedarse en su zona de confort, así que sabía que nunca sería rival para conseguir el puesto al que le había echado el ojo, en el departamento que controlaba las cuentas de inversión de la empresa. Y, aunque tardó un par años, al final lo consiguió.

   El día que conocieron a Óscar, sin embargo, supo que ella ganaría. Le gustó desde el primer momento, pero él sólo tenía ojos para Lucía, así que decidió ejercer de mejor amiga, incluso cuidando de los gemelos que tuvieron para que ellos pudieran disfrutar de algún fin de semana libre. No conoció a nadie que le gustara tanto y pensó que, excepto accidente mortal de Lucía, con el que soñaba de vez en cuando, nunca podría estar con el amor de su vida.

   Un día, revisando una de las cuentas, dio con una cifra que no cuadraba. Tardó semanas en averiguar cuál era el problema. Cuando lo resolvió se dio cuenta de lo sencillo que era manipular los resultados. Al principio lo hizo como prueba, para ver si alguien lo notaba. Era como un juego; inventaba nuevas formas de saltarse el sistema y siempre ganaba. Al final había conseguido fabricar un entramado de cuentas que formaban una telaraña casi imposible de seguir. Había utilizado las de empresas no muy grandes, de negocios aparentemente insignificantes, sin demasiados movimientos, y el dinero desviado siempre eran pequeñas cantidades. Al cabo de unos años la cantidad que había logrado acumular era lo suficientemente grande como para disfrutar de una buena vida el día que lo necesitara.

   Sin embargo no contaba con ellos. Resultó que una de esas pequeñas empresas no era tan insignificante; al menos no los que la controlaban y utilizaban para blanquear sus chanchullos. No le dieron muchas opciones: tenía que devolverles lo que les había quitado y, desde ese momento, todo el entramado creado trabajaría  para su negocio. A cambio le pagaban muy bien, tenía que reconocerlo; así que, como no le obligaban a nada más que a seguir haciendo su trabajo, terminó aceptándolo como otra rutina laboral en la empresa.

   Y todo habría seguido así de no ser por Lucía y ese afán controlador que le entró cuando le dieron el cargo por el que todos se peleaban. Todos menos ella, por supuesto, que necesitaba seguir con las cuentas con las que trabajaba a diario. De hecho, no aceptó ser su mano derecha hasta el día que le comunicó que ese departamento también lo iba a controlar ella directamente. Pensó que la única forma de estar a salvo era trabajar a su lado e intentar desviar su atención si se acercaba demasiado.

   Todo se precipitó en la fiesta de despedida, cuando recibió una llamada y salió al jardín para contestar:

   -No te preocupes; todo está controlado. La primera interesada en que no descubra nada soy yo. Tranquilo. Tus cuentas seguirán a salvo.

   Cuando se dirigió a la puerta para entrar en la casa otra vez, le vio parado en el umbral. No sabía qué era lo que había oído, pero la mirada que le lanzó le dijo que lo suficiente, aunque su reacción fue tan normal como si no hubiera pasado nada.

   Tenía que hacer algo. No podía arriesgarse a que le diera por investigar. Hizo una llamada y lo dejó en sus manos. Nunca supo cómo  lo hicieron, pero sabía que aquel infarto no había sido casual.

   Luego Lucía empezó a volverse incontrolable. Cada vez se obsesionaba más con cada detalle de cada cuenta, de cada trasferencia. Y decidió que también tenía que quitarla del medio antes de que fuera demasiado tarde. Le llevó unos cuantos días cambiar nombres y datos. Después sólo tuvo que poner el anzuelo:

   -Si tantas dudas tienes de las cifras, podemos contratar a una empresa que nos haga una auditoría.

   Sabía cuál sería el resultado y quién aparecería como culpable.

   Ejercer de amiga comprensiva con Óscar, siempre dispuesta a acudir cuando le veía tan afectado, fue algo que le vino rodado.

   Tras el juicio nunca se sintió tan feliz. Por fin había conseguido todo lo que siempre había deseado: Óscar no podía vivir sin ella y en la empresa, al ver su dedicación llevada hasta el extremo de testificar en contra de su mejor amiga, no dudaron en que ella merecía más que nadie el puesto que dejó vacante Lucía. Se sentía como una abeja reina, con todos a su alrededor sólo para satisfacer sus deseos.

   Todos menos ella, claro. Cuando la vio tan hundida tras el veredicto, pensó que estaba acabada y que no lucharía. Sin embargo, se negó a firmar el divorcio y utilizó a los niños como moneda de cambio, por lo que su cuento de hadas no había podido terminar con la boda con la que acababan todos los que leía de pequeña.


LA REINA DESTRONADA

   El tiempo había ido pasando tan lento que creyó que nunca llegaría el final de aquella tortura. Pero ya sólo faltaban dos meses para que pudiera salir de allí. Sus deseos de venganza quedaron en eso. Al principio quería acabar con Luisa como fuera, aunque su cabeza, llena de odio y decepción sólo podía idear escenarios en los que acababa descuartizada y devorada por animales salvajes; incluso pensó en contratar a alquiler que le diera su merecido. Al final se rindió. Ella no era así; no servía para eso. Cuando saliera intentaría lavar su nombre, aunque no sabía por dónde empezar.

   En cuanto a Óscar, su decisión de  no firmar los papeles de divorcio la mantuvo, pero no sabía cuánto más podría aguantar. Le dijo que, por supuesto, no quería que llevara allí a los niños, pero que si no le permitía mantenerse en contacto con ellos, nunca los firmaría. Les dijeron que estaba muy enferma y que el tratamiento era en el extranjero; que iba mejorando, pero que todavía tardaría un tiempo en volver. Sabía que, en cuanto saliera de la cárcel, tendría que pensar en algo diferente.

   Aunque deseaba volver a su vida, le aterraba ese momento. No sabía a dónde iría; no tenía dónde vivir ni trabajo. Su futuro no podía ser más negro. 

   Hasta el día que recibió su visita.


LA REINA MADRE

   Como todo el mundo, Puchi había oído contar infinidad de historias de gente que tras jubilarse apenas podía podía disfrutar porque habían fallecido en seguida. Y, como todos, jamás pensó que le pasaría a ella.

   Juan y ella se lo merecían. Él había trabajado sin descanso, prometiéndole que le dedicaría todo el tiempo cuando se jubilara. Lo cierto es que aquel momento lo había retrasado una y otra vez, así que apenas pudo creerle cuando le dijo que ya estaba preparado.

   Decidieron desaparecer durante un año. Conocer el mundo y visitar a los amigos que tenían repartidos por todas partes y a los que ni recordaban cuándo fue la última vez que les vieron. Organizaron todos los detalles y ya lo tenían todo dispuesto. La guinda sería la fiesta de despedida que darían a todos los que iban a dejar allí.

   No sabía qué pasó, pero desde el momento en que todos se fueron estuvo muy raro. Intentó convencerla de aplazar el viaje  porque tenía algo que terminar; apenas salía de su despacho y se negó a decirle qué era aquello tan importante que le mantenía como un ermitaño. Así que, cuando a los cuatro días de la fiesta le encontró muerto en el baño, supo que tanta tensión había acabado con él.

   Le aconsejaron que no lo hiciera, pero tras el entierro les comunicó a todos que seguía con los planes del viaje. No se iría sola, por supuesto; se llevaría a la única persona que sabía cómo se sentía y con la que no tenía problemas para recordar o llorar sin venir a cuento: Carmen, su ama de llaves, que, en realidad, era mucho más. Sus padres ya habían servido en su casa cuando ella era pequeña, así que se criaron juntas. Sólo se separaron cuando se casó y se fue a vivir al pueblo de su marido. Desgraciadamente él había muerto en un accidente  a los pocos meses, así que, al quedarse sola, Puchi le pidió que volviera con ella; estaba preparando la boda con Juan y necesitaba a alguien de confianza para  ayudar a organizarlo todo y, si quería, también para organizar su casa. Carmen aceptó y, desde entonces, apenas habían vuelto a separarse.

   El viaje resultó ser el bálsamo que necesitaba. Vio maravillas naturales, maravillas creadas por el hombre y disfrutó de sus amigos todo lo que pudo. Al poco de empezarlo, le habían llegado noticias de lo que había pasado con Lucía. Le costaba creer que hubiera podido hacer algo así, aunque, bueno, ya se sabía que nunca se terminaba de conocer a la gente.

   El día que, a la vuelta, entró en su casa, los recuerdos de los últimos días vividos allí con Juan volvieron a ella con tal intensidad que parecía que acababa de  pasar. Tardó varias semanas en entrar en el despacho. Lo que descubrió allí le hizo arrepentirse de no haberlo hecho antes de salir de viaje.


PAREJA DE REINAS

   -Todo esto ha sido culpa mía. No sé si algún día podrás perdonarme el haber sido tan egoísta-le dijo a Lucía. Estaban en la sala que hacía las veces de enfermería. Su abogado había conseguido que no se vieran en la sala común en la que las presas recibían a sus visitas. No pusieron ninguna pega; el director estaba al tanto de la nueva situación y todo fueron facilidades.

   La única que no entendía nada era Lucía. ¿Por qué aquella mujer que había sido como una segunda madre se culpaba de sus males?¿Por qué, de repente, todos parecían tratarla de forma diferente?

   -Si no hubiera estado tan encerrada en mi dolor y no hubiera salido huyendo tras su muerte, todo esto no habría pasado. Juan sabía lo que estaba haciendo Luisa. Todavía no sabemos cómo lo averiguó, pero había ido recopilando datos. En su despacho encontré una carta dirigida a su abogado en la que le ponía al tanto de sus sospechas y le encargaba terminar la investigación en caso de que él no pudiera hacerlo antes de salir de viaje. ¿No lo entiendes? Estaba todo allí, encima de su mesa, y allí ha permanecido todo este tiempo. No sabes cuánto siento todo lo que ha pasado.

   ¿Qué?¿Volvía a tener una vida?¿Podría conservar la custodia de sus niños?

   -Le di toda la información al abogado, que tomó las medidas necesarias para que Luisa pague por todos sus delitos y por todo lo que te hizo. Ya no tienes que volver a tu celda. El juez ha firmado tu libertad condicional a la espera de que el papeleo judicial te devuelva tu nombre completamente limpio. He querido ser yo la que viniera a decírtelo. Te debía eso por lo menos. Sé que ahora no tienes dónde ir. Vente conmigo. Tengo una casa enorme y vacía. Carmen y yo estaremos encantadas de tener a alguien más con nosotras.

   -¿Y los niños?

   -Pasaremos a verles de camino, si quieres. Supongo que no podrás traerlos ya, pero mi invitación también es para ellos.


COMO UNA REINA

   No sintió nada cuando la vio detenida. No quiso ir a las sesiones del juicio; sólo apareció en el tribunal el día de que la llamaron a declarar. Lo cierto es que le importaba muy poco lo que fuera de ella. Todo había terminado y sin necesidad de pagar a un sicario para que la descuartizara. 

   Su vida había cambiado tanto y era tan feliz que Luisa y su futuro no le importaban en absoluto. Tenía a sus niños, vivía en una casa preciosa con las dos mujeres más encantadoras que conocía y, a pesar de sus reticencias en aceptar, había vuelto a su cargo en la empresa. Sólo puso una condición: todo el equipo con el que quería trabajar sería nuevo y lo elegiría ella personalmente. Aprendió a delegar y a disfrutar del tiempo libre; no quería que se le hiciera demasiado tarde para ello, como le había pasado a aquel hombre bueno que siempre supo ver en ella algo que ni siquiera ella veía. Quería vivir como una reina y quería hacerlo ya.

   

Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

viernes, 10 de enero de 2020

A rey muerto...


   Cuando después de la fiesta que tuvieron tras comer las uvas se metió en la cama, su cabeza estaba llena de música estridente, gritos y luces de todos los colores. Nunca imaginó que se haría semejante celebración y tuvo que reconocer que, dentro de su pésima situación, aquella fiesta había supuesto un oasis de alegría.

   Su cerebro se fue despejando poco a poco, pero resultaba imposible conciliar el sueño. Se paró a pensar en el momento en que su vida cambió para siempre. No estaba segura, pero decidió que, si tenía que elegir cuál fue el principio de todo, posiblemente optaría por la fiesta de Navidad de la empresa un par de años antes. En realidad fue una doble celebración, porque su jefe se jubilaba unos días más tarde y aprovecharon la ocasión para que nadie se escaqueara. Además, todo el mundo sabía que iba a comunicar quién sería su sustituto, lo que hacía que el ambiente estuviera cargado de curiosidad y hubiera un enorme nerviosismo entre los posibles sucesores.

   Recordaba que al poco de llegar allí, que había sido su primer empleo, intentaba abarcar todo y se enfadaba consigo misma cuando cometía algún error. A las pocas semanas, su jefe, amable, trabajador y siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara, le dijo: 

   -Tranquila; errores cometemos todos. Hay algo que tienes que tener claro: el único trabajo que es cuestión de vida o muerte es el de los hospitales, así que relájate, que todo tiene solución. Y recuerda: nadie es imprescindible en ningún sitio.

   Nunca entendió por que la convirtió en su protegida. Quizás el verla tan trabajadora y perfeccionista le recordaba a sí mismo cuando le contrataron en la empresa muchos años atrás. El caso es que fue como una esponja, absorbiendo todos sus consejos y aprendiendo en cada etapa de su carrera profesional.

   Alguna vez sus amigos y familiares le habían preguntado si no pensaba buscar trabajo en otro sitio con más proyección. Le decían que debería ser más ambiciosa, que estaba muy bien preparada y, con la experiencia que había conseguido, podría elegir un puesto mucho mejor. Lo cierto es que ni se lo planteaba: no podía quejarse del sueldo, el ambiente era estupendo y, cuando nacieron los gemelos, todo fueron facilidades para que pudiera conciliar su faceta materna con la laboral. Debía reconocer que, en gran parte, también pudo compaginarlo gracias a Óscar. Si algún día tenía que quedarse hasta más tarde, siempre estaba dispuesto a cambiar sus planes. Lo habían hablado muy seriamente antes de casarse y volvieron a repetir la conversación cuando decidieron ser padres: bajo ningún concepto su vida laboral sería más importante que la familiar. Había veces que tenía que ceder él y otras ella, pero si un día aquello se les iba de las manos, tenían claro que el trabajo no iba a ser lo prioritario.

   Luisa, que empezó a trabajar en su departamento el mismo día que ella, se había convertido en su mejor amiga. Durante algunos años trabajaron juntas, pero mientras ella no se movió, permaneciendo bajo el ala protectora de su jefe, aquella ambiciosa pelirroja fue escalando puestos hasta convertirse en uno de los cargos intermedios más valorados. Sin embargo, su relación no cambió; siguieron saliendo juntas e incluso, cuando Óscar y ella querían escaparse algún fin de semana solos, no dudaba en quedarse con los peques.

   -¡A divertirse con la tía Luisa!-solía decirles al ir a recogerlos. Y lo cierto es que sus enanos la adoraban.

   Habían pasado diez años y no podía ser más feliz; en casa su matrimonio rozaba la perfección, sus hijos eran unos niños sanos y encantadores y, en la oficina, era la mano derecha de su jefe, al que, de vez en cuando, tenía que recordar aquello de que nadie era imprescindible, ya que había días en los que apenas podía salir media hora a comer. "Excepto tú, niña. Excepto tú", le respondía riéndose. 

   El día que les reunió y les dijo que iba a hacer feliz a su mujer jubilándose de una vez, empezaron las quinielas sobre quién sería el elegido para llevar las riendas de la empresa. El hecho de que no dijera desde el principio quién iba a ser el sucesor creó un ambiente competitivo en el que descubrió cómo algunas personas cambiaban su forma de ser de tal manera que apenas podía reconocerles. Solamente Luisa y ella parecían ser las únicas a las que aquel tema no les importaba demasiado.

   Decir que fue la más sorprendida cuando su nombre fue el pronunciado quizás no sería del todo exacto. En aquel momento no prestó demasiada atención, pero los acontecimientos acaecidos en los meses sucesivos hicieron que, al recordar su sorpresa, se diera cuenta de que, en realidad, no hubo nadie que no lo estuviera. La sonrisa del jefe, el enorme abrazo de Luisa y el resto de enohabuenas de todos sus compañeros era algo que recordaba como si acabara de pasar. Se sintió tan abrumada que no podía hacer otra cosa que preguntarse una y otra vez por qué su jefe la había puesto en medio de todo aquello.

   -No dudes ni por un momento de que haya alguien que lo merezca más que tú-le dijo cuando pudieron hablar los dos solos.

   -¿Por qué has estado jugando con todos? Deberías haberlo dicho desde el principio para haber evitado esta situación tan incómoda que has creado-le dijo en tono de queja.

   -Sólo quería que supieras con quién podías contar; que conocieras a todo el mundo tal y como son. Los dos primeros meses tras mi ascenso sólo recibí puñaladas y zancadillas, algunas de ellas de personas en las que confiaba plenamente. No quería que eso te pasara a ti.

   Si pudiera verla ahora se daría cuenta de lo inútil que había resultado porque, como no podía ser de otra forma, fueron sus más íntimos, aquellos por los que habría puesto la mano en el fuego, los que la llevaron a aquel lugar. Afortunadamente para él y desgraciadamente para ella, su vida de jubilado sólo duró unos meses, hasta que un infarto acabó de forma fulminante con la vida de aquel hombre  bueno que la había tratado como si fuera su propia hija y que no hubiera podido soportar ver lo que le hicieron.

   En su afán de que nadie pudiera pensar que no estaba capacitada para el puesto y que sólo había llegado allí porque era la enchufada, trabajó más y se esforzó como no lo había hecho nunca. Se rodeó de la gente que consideraba completamente fiable, aunque rara vez delegaba en ellos. El problema es que mientras ella trabajaba, hubo alguien que no dejó de ir cavando un hoyo tan profundo bajo sus pies que, cuando todo estalló, tardó semanas en darse cuenta de que había sido ella, su mano derecha, su mejor amiga, la que la había convertido en una delincuente. 

   Y hasta que no llegó el juicio por malversación no supo cómo lo había hecho. No recordaba aquellas firmas, aquellos cheques ni aquellas cuentas. No pudieron encontrar testigos, pero las pruebas que había en su contra eran de tal calibre que incluso su abogado le recomendó pactar para no ir a la cárcel.

   Se negó. Era inocente y prefería arriesgarse con el veredicto a pasar el resto de su vida con el sambenito de "choriza".

   Le pidió a Óscar que no fuera a las sesiones. No podía soportar que oyera todas las mentiras que decían de ella. Sabía que contaba con todo su apoyo y con eso le bastaba.

   Sólo el día que Luisa declaró se dio cuenta de lo absolutamente idiota que había sido. Oírle decir que aquellos documentos formaban parte de un expediente privado al que nadie más que ella tenía acceso y que sólo ella manejaba información privilegiada sobre algunas de las transacciones más importantes y secretas que llevaba la empresa fue como si una jarra de agua helada le cayera encima, al mismo tiempo que un puñal le atravesaba el corazón. Resulta que el único testigo que había contra ella era precisamente la única persona de la que jamás habría sospechado. 

   Sólo después de unas semanas en la cárcel pudo salir del estado de shock en el que quedó y pudo ir enlazando motivos y recordando palabras. Y cuando recibió la carta de Óscar pidiéndole el divorcio, seguida de la foto que Luisa le mandó desde una preciosa playa, en la que aparecían los cuatro como una familia feliz, con las palabras "Cuidando de tu vida" escritas por detrás, se dio cuenta de verdad de la envergadura de su traición.

   Llevaba encerrada tres meses y todavía tenía unos cuantos más por delante antes de poder conseguir alguna salida. Tiempo suficiente para decidir qué hacer con su vida. Esa noche de año nuevo, mientras su cabeza comenzaba a despejarse, empezó a tomar algunas decisiones; lo primero era que, costara lo que costara, recuperaría su buen nombre. A estas alturas de su vida, abandonada por sus amigos y su familia, y con todos sus compañeros convencidos de que había estado robando a la empresa, lo único que le quedaba era su reputación, y la limpiaría como fuera. Además, era imprescindible para no perder a sus hijos, porque Óscar, además de pedirle el divorcio, le adelantaba su intención de quitarle la custodia de los gemelos, y, eso, era algo que no iba a permitir. De hecho, había decidido no firmar los papeles. No porque quisiera seguir casada con él; simplemente no estaba dispuesta a dejar que se librara de ella tan fácilmente.

   Lo segundo, demostrarle a su queridísima ex-mejor amiga que no se puede destrozar la vida de alguien sin recibir algo a cambio. Todavía no sabía qué sería ese algo, pero esperaba encontrar el modo de hacerlo de tal forma que no supiera lo que se le venía encima hasta que fuera demasiado tarde para frenarlo; exactamente igual que le había hecho a ella. No contaba con nadie que la ayudara, pero no importaba; como solía decir su jefe: nadie es imprescindible; era una mujer herida y despechada, con tiempo para maquinar la venganza perfecta. No necesitaba nada más.

 

Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados