ABEJA REINA
Atractiva y muy inteligente. Era lo que siempre decían de ella para describirla y como aliciente para que pudiera conseguir lo que consiguiera. Sin embargo, Luisa sabía por experiencia que no bastaba.
El día que firmó el contrato en la empresa y conoció a Lucía pensó que su suerte estaba cambiando. El trabajo era lo que estaba buscando, incluso mejor pagado de lo que había esperado para una recién llegada. Y aquella chica tan dulce y ella congeniaron rápido y tan bien, que parecía que se conocían de toda la vida. Nunca chocaron a nivel laboral porque no era tan ambiciosa como ella y prefirió quedarse en su zona de confort, así que sabía que nunca sería rival para conseguir el puesto al que le había echado el ojo, en el departamento que controlaba las cuentas de inversión de la empresa. Y, aunque tardó un par años, al final lo consiguió.
El día que conocieron a Óscar, sin embargo, supo que ella ganaría. Le gustó desde el primer momento, pero él sólo tenía ojos para Lucía, así que decidió ejercer de mejor amiga, incluso cuidando de los gemelos que tuvieron para que ellos pudieran disfrutar de algún fin de semana libre. No conoció a nadie que le gustara tanto y pensó que, excepto accidente mortal de Lucía, con el que soñaba de vez en cuando, nunca podría estar con el amor de su vida.
Un día, revisando una de las cuentas, dio con una cifra que no cuadraba. Tardó semanas en averiguar cuál era el problema. Cuando lo resolvió se dio cuenta de lo sencillo que era manipular los resultados. Al principio lo hizo como prueba, para ver si alguien lo notaba. Era como un juego; inventaba nuevas formas de saltarse el sistema y siempre ganaba. Al final había conseguido fabricar un entramado de cuentas que formaban una telaraña casi imposible de seguir. Había utilizado las de empresas no muy grandes, de negocios aparentemente insignificantes, sin demasiados movimientos, y el dinero desviado siempre eran pequeñas cantidades. Al cabo de unos años la cantidad que había logrado acumular era lo suficientemente grande como para disfrutar de una buena vida el día que lo necesitara.
Sin embargo no contaba con ellos. Resultó que una de esas pequeñas empresas no era tan insignificante; al menos no los que la controlaban y utilizaban para blanquear sus chanchullos. No le dieron muchas opciones: tenía que devolverles lo que les había quitado y, desde ese momento, todo el entramado creado trabajaría para su negocio. A cambio le pagaban muy bien, tenía que reconocerlo; así que, como no le obligaban a nada más que a seguir haciendo su trabajo, terminó aceptándolo como otra rutina laboral en la empresa.
Y todo habría seguido así de no ser por Lucía y ese afán controlador que le entró cuando le dieron el cargo por el que todos se peleaban. Todos menos ella, por supuesto, que necesitaba seguir con las cuentas con las que trabajaba a diario. De hecho, no aceptó ser su mano derecha hasta el día que le comunicó que ese departamento también lo iba a controlar ella directamente. Pensó que la única forma de estar a salvo era trabajar a su lado e intentar desviar su atención si se acercaba demasiado.
Todo se precipitó en la fiesta de despedida, cuando recibió una llamada y salió al jardín para contestar:
-No te preocupes; todo está controlado. La primera interesada en que no descubra nada soy yo. Tranquilo. Tus cuentas seguirán a salvo.
Cuando se dirigió a la puerta para entrar en la casa otra vez, le vio parado en el umbral. No sabía qué era lo que había oído, pero la mirada que le lanzó le dijo que lo suficiente, aunque su reacción fue tan normal como si no hubiera pasado nada.
Tenía que hacer algo. No podía arriesgarse a que le diera por investigar. Hizo una llamada y lo dejó en sus manos. Nunca supo cómo lo hicieron, pero sabía que aquel infarto no había sido casual.
Luego Lucía empezó a volverse incontrolable. Cada vez se obsesionaba más con cada detalle de cada cuenta, de cada trasferencia. Y decidió que también tenía que quitarla del medio antes de que fuera demasiado tarde. Le llevó unos cuantos días cambiar nombres y datos. Después sólo tuvo que poner el anzuelo:
-Si tantas dudas tienes de las cifras, podemos contratar a una empresa que nos haga una auditoría.
Sabía cuál sería el resultado y quién aparecería como culpable.
Ejercer de amiga comprensiva con Óscar, siempre dispuesta a acudir cuando le veía tan afectado, fue algo que le vino rodado.
Tras el juicio nunca se sintió tan feliz. Por fin había conseguido todo lo que siempre había deseado: Óscar no podía vivir sin ella y en la empresa, al ver su dedicación llevada hasta el extremo de testificar en contra de su mejor amiga, no dudaron en que ella merecía más que nadie el puesto que dejó vacante Lucía. Se sentía como una abeja reina, con todos a su alrededor sólo para satisfacer sus deseos.
Todos menos ella, claro. Cuando la vio tan hundida tras el veredicto, pensó que estaba acabada y que no lucharía. Sin embargo, se negó a firmar el divorcio y utilizó a los niños como moneda de cambio, por lo que su cuento de hadas no había podido terminar con la boda con la que acababan todos los que leía de pequeña.
El día que conocieron a Óscar, sin embargo, supo que ella ganaría. Le gustó desde el primer momento, pero él sólo tenía ojos para Lucía, así que decidió ejercer de mejor amiga, incluso cuidando de los gemelos que tuvieron para que ellos pudieran disfrutar de algún fin de semana libre. No conoció a nadie que le gustara tanto y pensó que, excepto accidente mortal de Lucía, con el que soñaba de vez en cuando, nunca podría estar con el amor de su vida.
Un día, revisando una de las cuentas, dio con una cifra que no cuadraba. Tardó semanas en averiguar cuál era el problema. Cuando lo resolvió se dio cuenta de lo sencillo que era manipular los resultados. Al principio lo hizo como prueba, para ver si alguien lo notaba. Era como un juego; inventaba nuevas formas de saltarse el sistema y siempre ganaba. Al final había conseguido fabricar un entramado de cuentas que formaban una telaraña casi imposible de seguir. Había utilizado las de empresas no muy grandes, de negocios aparentemente insignificantes, sin demasiados movimientos, y el dinero desviado siempre eran pequeñas cantidades. Al cabo de unos años la cantidad que había logrado acumular era lo suficientemente grande como para disfrutar de una buena vida el día que lo necesitara.
Sin embargo no contaba con ellos. Resultó que una de esas pequeñas empresas no era tan insignificante; al menos no los que la controlaban y utilizaban para blanquear sus chanchullos. No le dieron muchas opciones: tenía que devolverles lo que les había quitado y, desde ese momento, todo el entramado creado trabajaría para su negocio. A cambio le pagaban muy bien, tenía que reconocerlo; así que, como no le obligaban a nada más que a seguir haciendo su trabajo, terminó aceptándolo como otra rutina laboral en la empresa.
Y todo habría seguido así de no ser por Lucía y ese afán controlador que le entró cuando le dieron el cargo por el que todos se peleaban. Todos menos ella, por supuesto, que necesitaba seguir con las cuentas con las que trabajaba a diario. De hecho, no aceptó ser su mano derecha hasta el día que le comunicó que ese departamento también lo iba a controlar ella directamente. Pensó que la única forma de estar a salvo era trabajar a su lado e intentar desviar su atención si se acercaba demasiado.
Todo se precipitó en la fiesta de despedida, cuando recibió una llamada y salió al jardín para contestar:
-No te preocupes; todo está controlado. La primera interesada en que no descubra nada soy yo. Tranquilo. Tus cuentas seguirán a salvo.
Cuando se dirigió a la puerta para entrar en la casa otra vez, le vio parado en el umbral. No sabía qué era lo que había oído, pero la mirada que le lanzó le dijo que lo suficiente, aunque su reacción fue tan normal como si no hubiera pasado nada.
Tenía que hacer algo. No podía arriesgarse a que le diera por investigar. Hizo una llamada y lo dejó en sus manos. Nunca supo cómo lo hicieron, pero sabía que aquel infarto no había sido casual.
Luego Lucía empezó a volverse incontrolable. Cada vez se obsesionaba más con cada detalle de cada cuenta, de cada trasferencia. Y decidió que también tenía que quitarla del medio antes de que fuera demasiado tarde. Le llevó unos cuantos días cambiar nombres y datos. Después sólo tuvo que poner el anzuelo:
-Si tantas dudas tienes de las cifras, podemos contratar a una empresa que nos haga una auditoría.
Sabía cuál sería el resultado y quién aparecería como culpable.
Ejercer de amiga comprensiva con Óscar, siempre dispuesta a acudir cuando le veía tan afectado, fue algo que le vino rodado.
Tras el juicio nunca se sintió tan feliz. Por fin había conseguido todo lo que siempre había deseado: Óscar no podía vivir sin ella y en la empresa, al ver su dedicación llevada hasta el extremo de testificar en contra de su mejor amiga, no dudaron en que ella merecía más que nadie el puesto que dejó vacante Lucía. Se sentía como una abeja reina, con todos a su alrededor sólo para satisfacer sus deseos.
Todos menos ella, claro. Cuando la vio tan hundida tras el veredicto, pensó que estaba acabada y que no lucharía. Sin embargo, se negó a firmar el divorcio y utilizó a los niños como moneda de cambio, por lo que su cuento de hadas no había podido terminar con la boda con la que acababan todos los que leía de pequeña.
LA REINA DESTRONADA
El tiempo había ido pasando tan lento que creyó que nunca llegaría el final de aquella tortura. Pero ya sólo faltaban dos meses para que pudiera salir de allí. Sus deseos de venganza quedaron en eso. Al principio quería acabar con Luisa como fuera, aunque su cabeza, llena de odio y decepción sólo podía idear escenarios en los que acababa descuartizada y devorada por animales salvajes; incluso pensó en contratar a alquiler que le diera su merecido. Al final se rindió. Ella no era así; no servía para eso. Cuando saliera intentaría lavar su nombre, aunque no sabía por dónde empezar.
En cuanto a Óscar, su decisión de no firmar los papeles de divorcio la mantuvo, pero no sabía cuánto más podría aguantar. Le dijo que, por supuesto, no quería que llevara allí a los niños, pero que si no le permitía mantenerse en contacto con ellos, nunca los firmaría. Les dijeron que estaba muy enferma y que el tratamiento era en el extranjero; que iba mejorando, pero que todavía tardaría un tiempo en volver. Sabía que, en cuanto saliera de la cárcel, tendría que pensar en algo diferente.
Aunque deseaba volver a su vida, le aterraba ese momento. No sabía a dónde iría; no tenía dónde vivir ni trabajo. Su futuro no podía ser más negro.
Hasta el día que recibió su visita.
LA REINA MADRE
Como todo el mundo, Puchi había oído contar infinidad de historias de gente que tras jubilarse apenas podía podía disfrutar porque habían fallecido en seguida. Y, como todos, jamás pensó que le pasaría a ella.
Juan y ella se lo merecían. Él había trabajado sin descanso, prometiéndole que le dedicaría todo el tiempo cuando se jubilara. Lo cierto es que aquel momento lo había retrasado una y otra vez, así que apenas pudo creerle cuando le dijo que ya estaba preparado.
Decidieron desaparecer durante un año. Conocer el mundo y visitar a los amigos que tenían repartidos por todas partes y a los que ni recordaban cuándo fue la última vez que les vieron. Organizaron todos los detalles y ya lo tenían todo dispuesto. La guinda sería la fiesta de despedida que darían a todos los que iban a dejar allí.
No sabía qué pasó, pero desde el momento en que todos se fueron estuvo muy raro. Intentó convencerla de aplazar el viaje porque tenía algo que terminar; apenas salía de su despacho y se negó a decirle qué era aquello tan importante que le mantenía como un ermitaño. Así que, cuando a los cuatro días de la fiesta le encontró muerto en el baño, supo que tanta tensión había acabado con él.
Le aconsejaron que no lo hiciera, pero tras el entierro les comunicó a todos que seguía con los planes del viaje. No se iría sola, por supuesto; se llevaría a la única persona que sabía cómo se sentía y con la que no tenía problemas para recordar o llorar sin venir a cuento: Carmen, su ama de llaves, que, en realidad, era mucho más. Sus padres ya habían servido en su casa cuando ella era pequeña, así que se criaron juntas. Sólo se separaron cuando se casó y se fue a vivir al pueblo de su marido. Desgraciadamente él había muerto en un accidente a los pocos meses, así que, al quedarse sola, Puchi le pidió que volviera con ella; estaba preparando la boda con Juan y necesitaba a alguien de confianza para ayudar a organizarlo todo y, si quería, también para organizar su casa. Carmen aceptó y, desde entonces, apenas habían vuelto a separarse.
El viaje resultó ser el bálsamo que necesitaba. Vio maravillas naturales, maravillas creadas por el hombre y disfrutó de sus amigos todo lo que pudo. Al poco de empezarlo, le habían llegado noticias de lo que había pasado con Lucía. Le costaba creer que hubiera podido hacer algo así, aunque, bueno, ya se sabía que nunca se terminaba de conocer a la gente.
El día que, a la vuelta, entró en su casa, los recuerdos de los últimos días vividos allí con Juan volvieron a ella con tal intensidad que parecía que acababa de pasar. Tardó varias semanas en entrar en el despacho. Lo que descubrió allí le hizo arrepentirse de no haberlo hecho antes de salir de viaje.
PAREJA DE REINAS
-Todo esto ha sido culpa mía. No sé si algún día podrás perdonarme el haber sido tan egoísta-le dijo a Lucía. Estaban en la sala que hacía las veces de enfermería. Su abogado había conseguido que no se vieran en la sala común en la que las presas recibían a sus visitas. No pusieron ninguna pega; el director estaba al tanto de la nueva situación y todo fueron facilidades.
La única que no entendía nada era Lucía. ¿Por qué aquella mujer que había sido como una segunda madre se culpaba de sus males?¿Por qué, de repente, todos parecían tratarla de forma diferente?
-Si no hubiera estado tan encerrada en mi dolor y no hubiera salido huyendo tras su muerte, todo esto no habría pasado. Juan sabía lo que estaba haciendo Luisa. Todavía no sabemos cómo lo averiguó, pero había ido recopilando datos. En su despacho encontré una carta dirigida a su abogado en la que le ponía al tanto de sus sospechas y le encargaba terminar la investigación en caso de que él no pudiera hacerlo antes de salir de viaje. ¿No lo entiendes? Estaba todo allí, encima de su mesa, y allí ha permanecido todo este tiempo. No sabes cuánto siento todo lo que ha pasado.
¿Qué?¿Volvía a tener una vida?¿Podría conservar la custodia de sus niños?
-Le di toda la información al abogado, que tomó las medidas necesarias para que Luisa pague por todos sus delitos y por todo lo que te hizo. Ya no tienes que volver a tu celda. El juez ha firmado tu libertad condicional a la espera de que el papeleo judicial te devuelva tu nombre completamente limpio. He querido ser yo la que viniera a decírtelo. Te debía eso por lo menos. Sé que ahora no tienes dónde ir. Vente conmigo. Tengo una casa enorme y vacía. Carmen y yo estaremos encantadas de tener a alguien más con nosotras.
-¿Y los niños?
-Pasaremos a verles de camino, si quieres. Supongo que no podrás traerlos ya, pero mi invitación también es para ellos.
COMO UNA REINA
No sintió nada cuando la vio detenida. No quiso ir a las sesiones del juicio; sólo apareció en el tribunal el día de que la llamaron a declarar. Lo cierto es que le importaba muy poco lo que fuera de ella. Todo había terminado y sin necesidad de pagar a un sicario para que la descuartizara.
Su vida había cambiado tanto y era tan feliz que Luisa y su futuro no le importaban en absoluto. Tenía a sus niños, vivía en una casa preciosa con las dos mujeres más encantadoras que conocía y, a pesar de sus reticencias en aceptar, había vuelto a su cargo en la empresa. Sólo puso una condición: todo el equipo con el que quería trabajar sería nuevo y lo elegiría ella personalmente. Aprendió a delegar y a disfrutar del tiempo libre; no quería que se le hiciera demasiado tarde para ello, como le había pasado a aquel hombre bueno que siempre supo ver en ella algo que ni siquiera ella veía. Quería vivir como una reina y quería hacerlo ya.
Texto Ana María Blanco Estébanez
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