Cuando después de la fiesta que tuvieron tras comer las uvas se metió en la cama, su cabeza estaba llena de música estridente, gritos y luces de todos los colores. Nunca imaginó que se haría semejante celebración y tuvo que reconocer que, dentro de su pésima situación, aquella fiesta había supuesto un oasis de alegría.
Su cerebro se fue despejando poco a poco, pero resultaba imposible conciliar el sueño. Se paró a pensar en el momento en que su vida cambió para siempre. No estaba segura, pero decidió que, si tenía que elegir cuál fue el principio de todo, posiblemente optaría por la fiesta de Navidad de la empresa un par de años antes. En realidad fue una doble celebración, porque su jefe se jubilaba unos días más tarde y aprovecharon la ocasión para que nadie se escaqueara. Además, todo el mundo sabía que iba a comunicar quién sería su sustituto, lo que hacía que el ambiente estuviera cargado de curiosidad y hubiera un enorme nerviosismo entre los posibles sucesores.
Recordaba que al poco de llegar allí, que había sido su primer empleo, intentaba abarcar todo y se enfadaba consigo misma cuando cometía algún error. A las pocas semanas, su jefe, amable, trabajador y siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara, le dijo:
-Tranquila; errores cometemos todos. Hay algo que tienes que tener claro: el único trabajo que es cuestión de vida o muerte es el de los hospitales, así que relájate, que todo tiene solución. Y recuerda: nadie es imprescindible en ningún sitio.
Nunca entendió por que la convirtió en su protegida. Quizás el verla tan trabajadora y perfeccionista le recordaba a sí mismo cuando le contrataron en la empresa muchos años atrás. El caso es que fue como una esponja, absorbiendo todos sus consejos y aprendiendo en cada etapa de su carrera profesional.
Alguna vez sus amigos y familiares le habían preguntado si no pensaba buscar trabajo en otro sitio con más proyección. Le decían que debería ser más ambiciosa, que estaba muy bien preparada y, con la experiencia que había conseguido, podría elegir un puesto mucho mejor. Lo cierto es que ni se lo planteaba: no podía quejarse del sueldo, el ambiente era estupendo y, cuando nacieron los gemelos, todo fueron facilidades para que pudiera conciliar su faceta materna con la laboral. Debía reconocer que, en gran parte, también pudo compaginarlo gracias a Óscar. Si algún día tenía que quedarse hasta más tarde, siempre estaba dispuesto a cambiar sus planes. Lo habían hablado muy seriamente antes de casarse y volvieron a repetir la conversación cuando decidieron ser padres: bajo ningún concepto su vida laboral sería más importante que la familiar. Había veces que tenía que ceder él y otras ella, pero si un día aquello se les iba de las manos, tenían claro que el trabajo no iba a ser lo prioritario.
Luisa, que empezó a trabajar en su departamento el mismo día que ella, se había convertido en su mejor amiga. Durante algunos años trabajaron juntas, pero mientras ella no se movió, permaneciendo bajo el ala protectora de su jefe, aquella ambiciosa pelirroja fue escalando puestos hasta convertirse en uno de los cargos intermedios más valorados. Sin embargo, su relación no cambió; siguieron saliendo juntas e incluso, cuando Óscar y ella querían escaparse algún fin de semana solos, no dudaba en quedarse con los peques.
-¡A divertirse con la tía Luisa!-solía decirles al ir a recogerlos. Y lo cierto es que sus enanos la adoraban.
Habían pasado diez años y no podía ser más feliz; en casa su matrimonio rozaba la perfección, sus hijos eran unos niños sanos y encantadores y, en la oficina, era la mano derecha de su jefe, al que, de vez en cuando, tenía que recordar aquello de que nadie era imprescindible, ya que había días en los que apenas podía salir media hora a comer. "Excepto tú, niña. Excepto tú", le respondía riéndose.
El día que les reunió y les dijo que iba a hacer feliz a su mujer jubilándose de una vez, empezaron las quinielas sobre quién sería el elegido para llevar las riendas de la empresa. El hecho de que no dijera desde el principio quién iba a ser el sucesor creó un ambiente competitivo en el que descubrió cómo algunas personas cambiaban su forma de ser de tal manera que apenas podía reconocerles. Solamente Luisa y ella parecían ser las únicas a las que aquel tema no les importaba demasiado.
Decir que fue la más sorprendida cuando su nombre fue el pronunciado quizás no sería del todo exacto. En aquel momento no prestó demasiada atención, pero los acontecimientos acaecidos en los meses sucesivos hicieron que, al recordar su sorpresa, se diera cuenta de que, en realidad, no hubo nadie que no lo estuviera. La sonrisa del jefe, el enorme abrazo de Luisa y el resto de enohabuenas de todos sus compañeros era algo que recordaba como si acabara de pasar. Se sintió tan abrumada que no podía hacer otra cosa que preguntarse una y otra vez por qué su jefe la había puesto en medio de todo aquello.
-No dudes ni por un momento de que haya alguien que lo merezca más que tú-le dijo cuando pudieron hablar los dos solos.
-¿Por qué has estado jugando con todos? Deberías haberlo dicho desde el principio para haber evitado esta situación tan incómoda que has creado-le dijo en tono de queja.
-Sólo quería que supieras con quién podías contar; que conocieras a todo el mundo tal y como son. Los dos primeros meses tras mi ascenso sólo recibí puñaladas y zancadillas, algunas de ellas de personas en las que confiaba plenamente. No quería que eso te pasara a ti.
Si pudiera verla ahora se daría cuenta de lo inútil que había resultado porque, como no podía ser de otra forma, fueron sus más íntimos, aquellos por los que habría puesto la mano en el fuego, los que la llevaron a aquel lugar. Afortunadamente para él y desgraciadamente para ella, su vida de jubilado sólo duró unos meses, hasta que un infarto acabó de forma fulminante con la vida de aquel hombre bueno que la había tratado como si fuera su propia hija y que no hubiera podido soportar ver lo que le hicieron.
En su afán de que nadie pudiera pensar que no estaba capacitada para el puesto y que sólo había llegado allí porque era la enchufada, trabajó más y se esforzó como no lo había hecho nunca. Se rodeó de la gente que consideraba completamente fiable, aunque rara vez delegaba en ellos. El problema es que mientras ella trabajaba, hubo alguien que no dejó de ir cavando un hoyo tan profundo bajo sus pies que, cuando todo estalló, tardó semanas en darse cuenta de que había sido ella, su mano derecha, su mejor amiga, la que la había convertido en una delincuente.
Y hasta que no llegó el juicio por malversación no supo cómo lo había hecho. No recordaba aquellas firmas, aquellos cheques ni aquellas cuentas. No pudieron encontrar testigos, pero las pruebas que había en su contra eran de tal calibre que incluso su abogado le recomendó pactar para no ir a la cárcel.
Se negó. Era inocente y prefería arriesgarse con el veredicto a pasar el resto de su vida con el sambenito de "choriza".
Le pidió a Óscar que no fuera a las sesiones. No podía soportar que oyera todas las mentiras que decían de ella. Sabía que contaba con todo su apoyo y con eso le bastaba.
Sólo el día que Luisa declaró se dio cuenta de lo absolutamente idiota que había sido. Oírle decir que aquellos documentos formaban parte de un expediente privado al que nadie más que ella tenía acceso y que sólo ella manejaba información privilegiada sobre algunas de las transacciones más importantes y secretas que llevaba la empresa fue como si una jarra de agua helada le cayera encima, al mismo tiempo que un puñal le atravesaba el corazón. Resulta que el único testigo que había contra ella era precisamente la única persona de la que jamás habría sospechado.
Sólo después de unas semanas en la cárcel pudo salir del estado de shock en el que quedó y pudo ir enlazando motivos y recordando palabras. Y cuando recibió la carta de Óscar pidiéndole el divorcio, seguida de la foto que Luisa le mandó desde una preciosa playa, en la que aparecían los cuatro como una familia feliz, con las palabras "Cuidando de tu vida" escritas por detrás, se dio cuenta de verdad de la envergadura de su traición.
Llevaba encerrada tres meses y todavía tenía unos cuantos más por delante antes de poder conseguir alguna salida. Tiempo suficiente para decidir qué hacer con su vida. Esa noche de año nuevo, mientras su cabeza comenzaba a despejarse, empezó a tomar algunas decisiones; lo primero era que, costara lo que costara, recuperaría su buen nombre. A estas alturas de su vida, abandonada por sus amigos y su familia, y con todos sus compañeros convencidos de que había estado robando a la empresa, lo único que le quedaba era su reputación, y la limpiaría como fuera. Además, era imprescindible para no perder a sus hijos, porque Óscar, además de pedirle el divorcio, le adelantaba su intención de quitarle la custodia de los gemelos, y, eso, era algo que no iba a permitir. De hecho, había decidido no firmar los papeles. No porque quisiera seguir casada con él; simplemente no estaba dispuesta a dejar que se librara de ella tan fácilmente.
Lo segundo, demostrarle a su queridísima ex-mejor amiga que no se puede destrozar la vida de alguien sin recibir algo a cambio. Todavía no sabía qué sería ese algo, pero esperaba encontrar el modo de hacerlo de tal forma que no supiera lo que se le venía encima hasta que fuera demasiado tarde para frenarlo; exactamente igual que le había hecho a ella. No contaba con nadie que la ayudara, pero no importaba; como solía decir su jefe: nadie es imprescindible; era una mujer herida y despechada, con tiempo para maquinar la venganza perfecta. No necesitaba nada más.
Llevaba encerrada tres meses y todavía tenía unos cuantos más por delante antes de poder conseguir alguna salida. Tiempo suficiente para decidir qué hacer con su vida. Esa noche de año nuevo, mientras su cabeza comenzaba a despejarse, empezó a tomar algunas decisiones; lo primero era que, costara lo que costara, recuperaría su buen nombre. A estas alturas de su vida, abandonada por sus amigos y su familia, y con todos sus compañeros convencidos de que había estado robando a la empresa, lo único que le quedaba era su reputación, y la limpiaría como fuera. Además, era imprescindible para no perder a sus hijos, porque Óscar, además de pedirle el divorcio, le adelantaba su intención de quitarle la custodia de los gemelos, y, eso, era algo que no iba a permitir. De hecho, había decidido no firmar los papeles. No porque quisiera seguir casada con él; simplemente no estaba dispuesta a dejar que se librara de ella tan fácilmente.
Lo segundo, demostrarle a su queridísima ex-mejor amiga que no se puede destrozar la vida de alguien sin recibir algo a cambio. Todavía no sabía qué sería ese algo, pero esperaba encontrar el modo de hacerlo de tal forma que no supiera lo que se le venía encima hasta que fuera demasiado tarde para frenarlo; exactamente igual que le había hecho a ella. No contaba con nadie que la ayudara, pero no importaba; como solía decir su jefe: nadie es imprescindible; era una mujer herida y despechada, con tiempo para maquinar la venganza perfecta. No necesitaba nada más.
Texto Ana María Blanco Estébanez
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