El tiempo en Semana Santa es tan impredecible que sus planes de llevar una maleta pequeña para cuatro días empezaron a esfumarse en cuanto fue añadiendo los "por si". Mientras miraba aquel montón de cosas que había ido preparando e intentaba averiguar la forma de meterlo todo en el pequeño trolley azul de dos ruedas que tenía al lado, no pudo evitar pensar en el mismo viaje, hacía más de 30 años, del que volvió viva de milagro y que le marcó de tal forma que nunca más había vuelto a pisar suelo portugués.
-Frutos secos, patatas fritas, cortezas......Es que no sabía por qué decidirme-dijo en tono meloso al meterse en el coche en aquella luminosa mañana de un domingo de septiembre, cuando él la miró con asombró al ver la enorme bolsa que acababa de dejar en los asientos traseros del viejo Citröen.
Le dijo que se encargaría del picoteo y él de la bebida. Pensaban comer en algún sitio para probar la comida típica, pero saliendo a las seis de la mañana y volviendo de noche, querían llevar algo para comer y beber en las paradas que fueran haciendo por el camino, que tampoco era plan gastar más dinero del necesario.
Llevaban diez meses saliendo y no pudo evitar echarse a reír cuando le dijo que había hecho una promesa a la Virgen de Fátima: si aprobaba todo iría al Santuario. A ver, sabía que lo suyo no eran los estudios y que le estaba costando muchísimo sacar la carrera, pero ¿hacer una promesa a una Virgen? En fin, que no tenía ni idea de que tuviera ese tipo de creencias. Pero bueno, una excursión era una excursión, todavía hacía buen tiempo y, casualidades de la vida, aunque ir a Fátima le daba igual, resulta que en aquella época los culebrones estaban muy de moda, y el que había seguido ese verano transcurría en parte en Coimbra. Nunca había oído hablar de esa ciudad y le encantó lo que vio en los episodios que seguía a diario. Así que hizo un trato: iría con él siempre y cuando pasaran por Coimbra, que no tenía ni idea de si estaba cerca o no de Fátima.
Un mapa de carreteras y consejos de amigos que ya conocían la zona, les llevó a trazar el itinerario dirigiéndose primero a la vieja ciudad para seguir por la autopista hasta Leiria y de allí al Santuario.
Entrar en territorio portugués no les sorprendió demasiado: al principio era como la zona castellana que acababan de pasar y, kilómetros adelante, el paisaje se fue pareciendo cada vez más al gallego. A punto de empezar a marearse, llegaron a Coimbra y se dirigieron al precioso edificio de la Universidad. Necesitaban ir al servicio, así que entraron en uno de los bares a tomarse una Coca-cola. La verdad es que estaba muy decepcionada: todo estaba muy sucio. Puede que el tiempo nublado y húmedo contribuyera a esa sensación, pero lo cierto es que esperaban otra cosa.
Tras un paseo mucho más breve de lo que habían planeado, salieron en dirección a Leiria. Otra sorpresa desagradable. "¿Esto es una autopista?¿Seguro que no te has confundido?" le preguntó al ver aquella carretera de doble carril en cada sentido, pero con cruces de un lado al otro. Cuando estuvo claro que, efectivamente, aquélla era la autopista que tenían que tomar, no pudo evitar pensar que la autovía Valladolid-Palencia parecía mucho mejor que aquella vieja carretera.
Lo vieron venir, pero no creyeron que fuera tan insconsciente: un coche apareció por uno de los desvíos de la izquierda, cruzó los carriles que iban en dirección contraria y, sin parar, salió en los que iban ellos. Como estaban en el carril de la derecha, lógicamente, supusieron que el otro vehículo se quedaría en el de la izquierda; sin embargo, ante su asombro, se dirigió directamente hacia ellos. Intentó frenar, pero la carretera estaba húmeda y perdió el control del Citröen.
Fueron unos segundos interminables hasta que chocaron contra algo y se pararon. "¿Estás bien?", le preguntó él. Ella asintió. Abrió la puerta para bajar y se dio cuenta de que su lado no estaba apoyado en el suelo. Pegó un salto, se dirigió hacia el morro y dio la vuelta para abrirle la puerta a ella. Por la cara que tenía sabía que algo iba mal. Al salir, con piernas temblorosas, vio que estaban en la embarrada cuneta......por suerte: la parte derecha del morro estaba clavada en el barro y empotrada contra un seto. Se acercó y al mirar por encima de aquella valla vegetal vio una caída de varios metros, no sabía decir cuántos, pero los suficientes para no haberlo contado si hubieran saltado por allí.
No había ni rastro del otro coche y ninguno de los que pasaban parecía tener intención de pararse a ayudarles.
-Mira, la poli-le dijo él con un suspiro de alivio.
Para su sorpresa, tampoco pararon. No podían creerlo: ¿un accidente de tráfico y un coche de policía no paraba? Pero, ¿en que país tercermundista estaban?
Pensaban que no les quedaba otra opción que ir andando hasta algún sito, aunque estaban en medio de ninguna parte y no sabían hacia dónde tirar. Y, de repente, un coche paró. Un matrimonio de jubilados se acercó a ellos y, medio en portugués medio en español, les dijeron que nunca paraban en la carretera, pero que parecían tan desamparados y tan jóvenes, que no habían podido pasar de largo. Una vez analizada la situación, el hombre les dijo que sólo hacía falta una cadena, con la que tirar con otro vehículo, para sacarles de allí. El problema era que ninguno de los dos coches llevaba una. Solución: plantarse en medio de la autopista cuando pasaba un camión que, afortunadamente, paró. Por supuesto que llevaba cadenas, así que la operación no duró más de cuarto de hora. Cuando estuvo fuera del barro, el camionero se fue. Comprobaron los daños y, milagrosamente, el coche parecía funcionar; sólo hacía falta cambiar el neumático, que había quedado completamente destrozado. Al ver que ya lo tenían todo controlado, la amable pareja les dejó. Nunca podrían olvidar su ayuda.
Apenas recordaba nada del resto del camino; y lo mismo podía decir de Fátima: excepto la enorme explanada, lo demás estaba como entre niebla. Le propuso ir a comer, pero ella dijo que no, que picaría algo de lo que llevaban y nada más. Sólo quería volver a España lo antes posible. Así que, tras un breve descanso, se pusieron en camino.
Había mucho más tráfico, aunque ella apenas lo notaba; entre los nervios y lo poco que había podido comer, estaba a punto de marearse, por lo que decidió ir tumbada en el asiento trasero, donde iba medio dormida hasta que un frenazo y un choque repentino la empujó contra los asientos delanteros.
-¡Mierda!-exclamó él.
-¿Qué ha pasado?¿Otro accidente?¿Nos han vuelto a dar?-preguntó pensando que no podían tener tan mala suerte.
-Esta vez he sido yo. No te muevas. Creo que no ha sido nada, así que voy a salir a arreglar los papeles.
Se incorporó y, a través de la luna delantera, pudo ver la autopista llena de coches. Debían haber pillado la hora punta de retorno del fin de semana. Él estaba con una pareja de mediana edad; el hombre bastante tranquilo, pero la mujer no hacía más que gesticular y señalar la parte trasera del que suponía que era su vehículo. No podía oírlo, pero parecía que estaba gritando.
Salió del coche tambaleándose y se acercó al grupo. Parecía que le habían dado a un Volvo recién salido del concesionario. La mujer no dejaba de gritar; apenas podía entenderla, pero sí que tuvo claro que estaba criticando la forma de conducir de los españoles. Ya no pudo aguantar más.
-¡Deje de gritar de una vez!Llevamos seis horas en este país y hemos tenido dos accidentes de coche. Nadie se paraba, ni siquiera la policía. Sólo tiene un arañazo en su cochazo, pero nosotros hemos estado a punto de morir esta mañana por un loco-era una mezcla de gritos y sollozos.
La mujer pasó de la sorpresa ante la aparición (no sabía que había alguien más en el coche) a sentir lástima por aquellos pobres críos. Mientras ellos arreglaban los papeles del seguro, la abrazó y la consoló como pudo.
-¿Quieres que paremos en algún sitio para descansar y tranquilizarnos?-le preguntó cuando se pusieron de nuevo en marcha.
-Si no hace falta gasolina no quiero que pares hasta que pasemos la frontera.
Y eso hizo. El primer sitio que vieron fue una gasolinera con una pequeña área de servicio. Bajaron del coche, se abrazaron.....y tuvieron que salir corriendo detrás del coche porque se le había olvidado echar el freno de mano.
-A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a ese país si no es en avión o con un tanque-le aseguró de camino a casa.
Habían pasado más de 30 años y no iba a ser en avión ni en tanque, pero esperaba que un autobús fuera lo suficientemente seguro como para arriesgarse a entrar, de nuevo, en tierras portuguesas.
Lo vieron venir, pero no creyeron que fuera tan insconsciente: un coche apareció por uno de los desvíos de la izquierda, cruzó los carriles que iban en dirección contraria y, sin parar, salió en los que iban ellos. Como estaban en el carril de la derecha, lógicamente, supusieron que el otro vehículo se quedaría en el de la izquierda; sin embargo, ante su asombro, se dirigió directamente hacia ellos. Intentó frenar, pero la carretera estaba húmeda y perdió el control del Citröen.
Fueron unos segundos interminables hasta que chocaron contra algo y se pararon. "¿Estás bien?", le preguntó él. Ella asintió. Abrió la puerta para bajar y se dio cuenta de que su lado no estaba apoyado en el suelo. Pegó un salto, se dirigió hacia el morro y dio la vuelta para abrirle la puerta a ella. Por la cara que tenía sabía que algo iba mal. Al salir, con piernas temblorosas, vio que estaban en la embarrada cuneta......por suerte: la parte derecha del morro estaba clavada en el barro y empotrada contra un seto. Se acercó y al mirar por encima de aquella valla vegetal vio una caída de varios metros, no sabía decir cuántos, pero los suficientes para no haberlo contado si hubieran saltado por allí.
No había ni rastro del otro coche y ninguno de los que pasaban parecía tener intención de pararse a ayudarles.
-Mira, la poli-le dijo él con un suspiro de alivio.
Para su sorpresa, tampoco pararon. No podían creerlo: ¿un accidente de tráfico y un coche de policía no paraba? Pero, ¿en que país tercermundista estaban?
Pensaban que no les quedaba otra opción que ir andando hasta algún sito, aunque estaban en medio de ninguna parte y no sabían hacia dónde tirar. Y, de repente, un coche paró. Un matrimonio de jubilados se acercó a ellos y, medio en portugués medio en español, les dijeron que nunca paraban en la carretera, pero que parecían tan desamparados y tan jóvenes, que no habían podido pasar de largo. Una vez analizada la situación, el hombre les dijo que sólo hacía falta una cadena, con la que tirar con otro vehículo, para sacarles de allí. El problema era que ninguno de los dos coches llevaba una. Solución: plantarse en medio de la autopista cuando pasaba un camión que, afortunadamente, paró. Por supuesto que llevaba cadenas, así que la operación no duró más de cuarto de hora. Cuando estuvo fuera del barro, el camionero se fue. Comprobaron los daños y, milagrosamente, el coche parecía funcionar; sólo hacía falta cambiar el neumático, que había quedado completamente destrozado. Al ver que ya lo tenían todo controlado, la amable pareja les dejó. Nunca podrían olvidar su ayuda.
Apenas recordaba nada del resto del camino; y lo mismo podía decir de Fátima: excepto la enorme explanada, lo demás estaba como entre niebla. Le propuso ir a comer, pero ella dijo que no, que picaría algo de lo que llevaban y nada más. Sólo quería volver a España lo antes posible. Así que, tras un breve descanso, se pusieron en camino.
Había mucho más tráfico, aunque ella apenas lo notaba; entre los nervios y lo poco que había podido comer, estaba a punto de marearse, por lo que decidió ir tumbada en el asiento trasero, donde iba medio dormida hasta que un frenazo y un choque repentino la empujó contra los asientos delanteros.
-¡Mierda!-exclamó él.
-¿Qué ha pasado?¿Otro accidente?¿Nos han vuelto a dar?-preguntó pensando que no podían tener tan mala suerte.
-Esta vez he sido yo. No te muevas. Creo que no ha sido nada, así que voy a salir a arreglar los papeles.
Se incorporó y, a través de la luna delantera, pudo ver la autopista llena de coches. Debían haber pillado la hora punta de retorno del fin de semana. Él estaba con una pareja de mediana edad; el hombre bastante tranquilo, pero la mujer no hacía más que gesticular y señalar la parte trasera del que suponía que era su vehículo. No podía oírlo, pero parecía que estaba gritando.
Salió del coche tambaleándose y se acercó al grupo. Parecía que le habían dado a un Volvo recién salido del concesionario. La mujer no dejaba de gritar; apenas podía entenderla, pero sí que tuvo claro que estaba criticando la forma de conducir de los españoles. Ya no pudo aguantar más.
-¡Deje de gritar de una vez!Llevamos seis horas en este país y hemos tenido dos accidentes de coche. Nadie se paraba, ni siquiera la policía. Sólo tiene un arañazo en su cochazo, pero nosotros hemos estado a punto de morir esta mañana por un loco-era una mezcla de gritos y sollozos.
La mujer pasó de la sorpresa ante la aparición (no sabía que había alguien más en el coche) a sentir lástima por aquellos pobres críos. Mientras ellos arreglaban los papeles del seguro, la abrazó y la consoló como pudo.
-¿Quieres que paremos en algún sitio para descansar y tranquilizarnos?-le preguntó cuando se pusieron de nuevo en marcha.
-Si no hace falta gasolina no quiero que pares hasta que pasemos la frontera.
Y eso hizo. El primer sitio que vieron fue una gasolinera con una pequeña área de servicio. Bajaron del coche, se abrazaron.....y tuvieron que salir corriendo detrás del coche porque se le había olvidado echar el freno de mano.
-A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a ese país si no es en avión o con un tanque-le aseguró de camino a casa.
Habían pasado más de 30 años y no iba a ser en avión ni en tanque, pero esperaba que un autobús fuera lo suficientemente seguro como para arriesgarse a entrar, de nuevo, en tierras portuguesas.
Texto Ana María Blanco Estébanez
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