viernes, 14 de febrero de 2020

Fotos antiguas de Valladolid




   Pues sí, aquí estoy otra vez con uno de mis alegatos. Ya sabéis que no me gusta nada, pero cuando a una la eliminan y bloquean de un página de Facebook, sin ningún motivo, te corroe un cabreo que tiene que salir por algún lado, y ya sabéis que yo, cuando me indigno, lo escupo escribiendo.

   Veréis lo que me ha pasado. Hace unos meses, uno de vosotros me envió una invitación para formar parte del grupo de Facebook "Fotos antiguas de Valladolid". Me pareció interesante y la acepté; y ellos me aceptaron a mí. Me mandaron las condiciones del grupo: derechos de autor de las fotos y, sobre todo, no escribir textos ofensivos, racistas, sexistas, xenófobos y todo eso con lo que, por supuesto, estaba de acuerdo completamente.

   Total que, desde ese día, disfruté de las preciosas y sorprendentes fotos de nuestra ciudad. En cuanto a los comentarios, pues había de todo; alguno fuera de tono, pero, por lo general, la mayoría de la gente se limita a admirar y lamentar las pérdidas de gran parte de nuestros edificios históricos. Yo, pues algún comentario hice, aunque lo normal es que me limitara a dar algún like.

   Y con esto llegamos a hace unos días, cuando se publicó una foto del antiguo Teatro Coca y, en los comentarios, algunos alababan el hecho de que el Teatro Lope de Vega hubiera pasado a ser del Ayuntamiento, justo el día anterior, para asegurar su conservación.Yo, en este caso hice un comentario que voy a intentar reproduciros literalmente: "¿Pasará lo mismo con el Lope de Vega?Ya me gustaría poder ser más optimista, pero el hecho de que ahora pertenezca al Ayuntamiento no me parece seguro para su conservación. Y como ejemplo tenemos el edificio de la Electra, al que cada día veo deteriorarse más y más 😔". No es una transcripción literal, pero era eso más o menos. Sin palabras ofensivas, creo yo. 

   A los que pertenecéis al grupo os diría que entrárais y lo leyérais......pero va a ser que no podréis. Resulta que, alrededor de dos horas más tarde de escribirlas, recibí un like y, cuando entré para verlo, me salió un mensaje diciendo que no tenía acceso a la página. Ingenua de mí, pensé que estarían haciendo alguna modificación y que por eso no podía entrar.

   Al día siguiente me pasó lo mismo: ni podía ver las fotos ya publicadas, ni podía encontrar la página ni, alucinante, aparecía alguna de mi actividad relacionada con ellos en mi muro. Y entonces empecé a pensar que quizás me habían echado; pero ¿por qué? Nunca puse fotos y apenas hice comentarios. Y recordando, dí con el último, el hecho el día anterior. "No", pensé, "ese comentario no era ofensivo, racista ni nada parecido."

   Esta mañana, comentándoselo a alguien del grupo me dice que la página sigue abierta y que sí puede verlo todo. Busca la foto en la que hice el comentario y......efectivamente, mi comentario y el like correspondiente han desaparecido.

   Así que ya convencida de que no sólo me habían echado, sino que ya no queda ni rastro de mi paso por el grupo, me sentí como una agente de la CIA a la que, cuando intentan investigar no encuentran ningún antecedente: el pasado borrado definitivamente. Y como no encuentro ninguna razón para lo que han hecho, he decidido, por un lado, desahogarme y por otro informaros de cómo las gastan.

   Os pediría que lo compartiérais por un par de motivos: para que la gente del grupo sepa que no puedes decir nada que pueda ser considerado una mínima crítica, por muy light que sea, porque os echarán, y para el pobrecillo que me dio un like, por si a él también lo echaron, que sepa que le estoy muy agradecida😉

   Una última reflexión: si me han echado por lo que dije de la mala conservación del edificio de la Electra por parte del Ayuntamiento, ¿debemos pensar que la página está controlada por políticos? Y, si es así, ¿resulta que tenemos un Ayuntamiento que, tan liberal como dice que es, practica la censura a cualquier comentario que no les alabe?



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

jueves, 13 de febrero de 2020

Dos desconocidos y un ascensor


   -Hoy sí subes en el ascensor, ¿no?-le preguntó sujetando la puerta cuando la vio venir empujando el carrito de la compra. Todos los vecinos sabían que lo suyo eran las escaleras, no por miedo, sino por hacer ejercicio. De hecho, alguna vez se habían reído de ella al verla subir agotada y casi sin aire....pero por las escaleras.

   -Sí, gracias. Aunque no llevara este trasto también lo usaría. Los viernes a estas horas estoy tan cansada-le dijo casi resoplando.

   -Bueno, ahora a jugar al tetris-añadió él, entrado primero puesto que iba a bajarse después de ella. Se puso de lado y dejó las bolsas de rafia que llevaba en el suelo para ayudarle a colocar el carrito. Ella se metió en el único espacio que quedaba.

   -Y menos mal que no es invierno-se rió ella, imaginándose en aquel pequeño habitáculo con los abrigos de ambos.

   -Bueno, es pequeño pero cumple su función-respondió él, pulsando el botón en el que ella tendría que bajarse. No dio al suyo porque, aunque no tan antiguo como el edificio, el ascensor era tan viejo que no tenía memoria, así que ya lo pulsaría cuando ella saliera.

   Clara llevaba diez años viviendo allí y Andrés toda la vida. Era la vieja casa de sus padres. Cuando tuvieron que llevarles a una residencia y, puesto que ninguno de sus hermanos la iba a usar, decidió quedarse a vivir en ella. A pesar de vivir en la misma mano de la escalera, apenas coincidían. Un saludo y unas palabras de cortesía las pocas veces que subían juntos en el ascensor; eso era todo lo que habían hablado en estos años.

   Primero fue un chirrido y luego un click, seguido de un movimiento extraño, lo que hizo que se miraran con temor. "Uy, qué mal ha sonado eso", pensó ella. Pero como siguió funcionando y él parecía tan tranquilo, respiró hondo, esperando llegar cuanto antes. No pudo ser; no habían subido otro piso cuando el trasto se paró bruscamente, empujándoles al uno contra la otra.

   Como en un duelo en el oeste, los dos se lanzaron a buscar sus móviles.

   -No tengo cobertura-se adelantó él.

   -Yo tampoco-respondió ella cuando pudo encontrar el aparato en el fondo de su bolso. Reprimió su impulso de aporrear las puertas metálicas y gritar como una posesa. "A ver, Clarita, compórtate, que no queremos que este tío piense que somos unas locas histéricas".

   -La última vez que se paró estuvimos todo el fin de semana sin poder usarlo porque era viernes por la tarde y tenían que pedir la pieza, así que hasta el lunes no lo arreglaron.

   -Pues es viernes.....y casi son las 9-le dijo ella mirando el reloj.

   Ninguno de los dos habló durante unos minutos.

  "Por favor, que no sea una loca histérica que empiece a tener un ataque de ansiedad"-pensó Andrés.

   "Vaya, pues tenía razón Maruja: es tan poquita cosa que nadie diría que es neurocirujano"-Clara se obligó a pensar en otras cosas que le tranquilizaran un poco. Empezaba a ponerse nerviosa y no quería perder la compostura. Hacía sólo un par de semanas que supo a qué se dedicaba. Llegó a casa del trabajo y una de las ancianas vecinas le dijo: "Oye, ¿no sabrás cómo quitar esta luz roja del móvil?. Mi hija me ha regalado uno nuevo y no sé cómo funcionan todas las teclas". Le recordó a sus padres y su preocupación por las luces rojas que aparecían en la pantalla si había una llamada perdida o un mensaje. Cuando acabó con el problema y le devolvió el aparato, le preguntó si podría enseñarle a guardar los números en la agenda; antes de darse cuenta estaba en su salón, ante una taza de café y metiendo números en el móvil, mientras ella se dedicaba a hablar y hablar sobre los vecinos. Se enteró de cotilleos antiguos y nuevos, historias de los primeros habitantes y sus hijos y dónde andaba cada uno, aunque de la mayoría, Clara, ni sabía de quién le estaba hablando. Sólo pensaba en lo manipuladoras que son las personas mayores y en cómo te engatusan sin darte cuenta. Tenía que recordarlo la próxima vez que se la encontrara en la escalera, si no quería terminar como esa tarde. De hecho, cuando oyó que le decía que a ver cómo iba ella a colocar los canales en la tele cuando volvieran a cambiarlos un par de meses más tarde, decidió que había llegado el momento de salir huyendo antes de que se comprometiera a hacerlo sin darse apenas cuenta.

   Pues sí, allí estaba, atrapada en un ascensor con un neurocirujano nada menos. Ahora que le tenía tan cerca, se dio cuenta de que se parecía un montón a su padre. Cuando les conoció diez años atrás no se lo pareció, pero ahora...ufff, clavaditos. "Qué viejo está. ¡Cielos!¿Pensará lo mismo de mí?¿Estaré tan mayor?"

   "La verdad es que no está nada mal", pensó mientras observaba su minifalda y su blusón de tirantes."A ver, Andrés, ahora no, ni se te ocurra"-tenía que hablar de lo que fuera porque su mente no podía dejar de ver la sexy ropa interior que colgaba todas las semanas en el patio. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de las mujeres del edificio ya no cumplirían 70 años, sus minúsculos tangas coloridos destacaban entre tanta faja y braga color carne. Cierto que alegraban la vista, pero en ese momento, teniéndola tan cerca, no era precisamente lo más oportuno en lo que pensar.

   -¿Hay alguien ahí?-gritó una voz.

   -Siiiiii-soltaron al unísono.

   -Voy a llamar al técnico. No os preocupéis, que en seguida vienen a sacaros. La llave que abre la puerta no aparece, así que tenéis que esperar un poco más.

   -Bueno, de hambre no vamos a morir-le dijo abriendo una de las bolsas, donde aparecieron paquetes de embutido, tabletas de chocolate y galletas de todo tipo.

   "Yo diría que antes moriremos de sobredosis de grasa y azúcar"-pensó Clara al ver todas aquellas cosas tan ricas, pero tan poco saludables. No debió disimular lo que pensaba porque inmediatamente Andrés abrió la otra bolsa diciendo: "También tengo comida más sana". Ante sus ojos apareció toda una deliciosa mezcla de fruta. No sabía si le gustaba más el hecho de que no sólo comprara comida basura o si que, además, lo hiciera a granel, sin usar bolsas de plástico.

   -Ni de sed-respondió ella abriendo el carrito donde llevaba agua, leche y zumo de arándanos. "Mierda, ya me olvidé otra vez el suavizante", pensó.

   -A esto se le llama compenetración-dijo Andrés riéndose.

  -¿Así que eres neurocirujano?-le preguntó de golpe.

   -Pues sí. ¿Cómo lo sabes?

   -Vecinas cotillas-respondió con una sonrisa.

  -Ya-dijo con un suspiro. Qué le iba a decir que no supiera, después de vivir allí toda su vida. -Y tú periodista, ¿no?-Era una pregunta tonta, ya que todos sabían que presentaba las noticias en el canal local de televisión.

   -Sí. Oye, se me ocurre que cuando tratemos algún tema médico podrías venir como asesor especializado.

   -Uy, ni lo sueñes. A mí todo lo que tenga que ver con la prensa me da repelús.

   -A ver, que no somos el Sálvame. Pero, tranquilo, que no insistiré.

   Se hizo un silencio algo incómodo. Sin embargo, habían pasado sólo unos segundos cuando las puertas se abrieron. Se habían quedado entre dos pisos, así que el técnico les dijo que era más peligroso intentar salir en ese momento que esperar los minutos que tardaría en arreglar la avería.

   Un cuarto de hora más tarde, el ascensor se paraba sin problema en la planta de Clara. Habían pasado allí casi una hora. Sujetó la puerta exterior mientras ella sacaba el carrito.

   -Bueno, pues ya acabó la aventura-se despidió Clara con una sonrisa.

  -Oye-le dijo cuando llegaba a la puerta de su casa.

   Clara se volvió. -Dime.

   -Lo he pensado mejor y creo que si necesitas alguna vez consejo médico puedes contar conmigo....siempre y cuando no me hagas salir en pantalla, ¿vale?

   -Vale-le dijo riendo.-Prometido.

   Y Clara entró en casa pensando que tenía que encontrar la forma de convencer a su jefe de que sería muy interesante hacer algún reportaje médico relacionado con el campo de la neurocirugía. Si el destino había decido unirles en un ascensor, ¿quién era ella para llevarle la contraria?




Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados



viernes, 7 de febrero de 2020

¿Por qué a mí?




   Un sonido seco y un tirón le hicieron mirar hacia atrás. Otra vez una de las ruedas del carrito había tropezado con las irregularidades de las baldosas de la calle. Tuvo que levantarlo un poco y volver a tirar de él para que siguiera rodando. Ya no era capaz de recordar cuántos años llevaba empujándolo y arrastrándolo por todas partes, cargado con las pocas pertenencias que le quedaban; cada vez menos, porque apenas rebuscaba en los contenedores como hacía al principio, recogiendo lo que para alguien era ya un trasto viejo, pero, para él, suponía algo de comodidad en su vida a la intemperie. El día que encontró aquel carrito de la compra al que sólo le fallaba la cremallera trasera se sintió feliz: por fin, podía dejar de cargar con las enormes bolsas de plástico llenas de ropa y trastos viejos que utilizaba desde hacía meses.

ÉL

   Cuando llegó a casa con la carta de despido y la correspondiente indemnización, fue una de las pocas ocasiones en las que se sintió aliviado por no haber tenido hijos. A Laura le habían echado de la tienda sólo un mes antes, así que tendrían que ajustarse el cinturón todavía más. No les había pillado de sorpresa, porque con la crisis cayendo sobre casi todos los sectores, sabían que, más pronto o más tarde, les podía tocar a ellos; aunque siempre tuvieron la esperanza de que, al menos uno de los dos, pudiera mantener el trabajo.

   A los cinco meses la situación era casi insostenible; no a nivel económico, porque entre las indemnizaciones y el paro, todavía podían mantenerse sin problemas. Sin embargo, levantarse cada mañana se convirtió en una losa de monotonía y aburrimiento; una rutina que, después de desayunar y hacer los recados, les llevaba a mirar periódicos y todas las páginas web en las que pudieran aparecer ofertas de trabajo. Habían olvidado la cantidad de curriculums enviados, de entrevistas realizadas y.....de cartas y llamadas de rechazo.

   Al principio se lo tomaron como unas vacaciones y estaban seguros de que, en cuanto empezaran a buscar, encontrarían un trabajo. Sabían hacer casi cualquier cosa y habían trabajado en talleres, fábricas, tiendas e incluso como comerciales. Pero después de tanto tiempo, el desánimo les había empezado a afectar no sólo individualmente, sino también en su relación de pareja.

   Por eso, cuando Javi le llamó para ofrecerle un trabajo en su taller, no lo dudaron. Cierto que les encantaba su piso de Madrid y que volver a la isla casi les parecía como un fracaso en su búsqueda de la vida perfecta, pero rescindieron el contrato de alquiler y se llevaron todas sus cosas, que no eran demasiadas, para instalarse en la casa que le dejaron sus padres después de morir y a la que sólo iban, de vez en cuando, de vacaciones.

   Casi todos los vecinos eran desconocidos, ya que la mayoría de la gente con la que se crió en el barrio había fallecido o se había mudado muchos años atrás. Los actuales habitantes eran parejas de su edad; algunas con niños pequeños, y tenían tan buena relación que casi parecían formar una gran familia. La primera semana recibieron la visita de todos para ofrecerse en lo que necesitaran y para invitarles a la comida que hacían todos los sábados en el merendero común a las parcelas.

   Parecía que, por fin, la vida volvía a sonreírles. Laura se dedicó a poner en orden la vieja casa antes de empezar a buscar trabajo. Todas las de alrededor habían sido reformadas y la suya destacaba por su aspecto dejado. De entrada no pensaban hacer mucho: arreglar el tejado, porque había zonas en las que la ausencia de tejas era evidente, y el resto lo irían haciendo según fueran viendo las necesidades. Si todo iba bien, meses más tarde sería el momento de plantearse qué tipo de casa querían tener y de enfrentarse a las grandes obras.

   Trabajar con su amigo de la infancia resultó exactamente como esperaba. El taller de carpintería metálica que abrió su padre no había dejado de funcionar estupendamente, incluso en aquella etapa de crisis global; por eso, tras su jubilación, Javi necesitaba a alguien para la nave mientras él se encargaba de la instalación y, al saber su situación, no dudó en ofrecerle un puesto.

   Cuando volvía a casa, Laura estaba feliz, ocupada todo el día limpiando, organizando y comparando posibilidades de empresas para arreglar el tejado cuanto antes. Gracias a sus vecinos ya sabía de sobra dónde era mejor hacer las diferentes compras: la mejor calidad y los mejores precios. Durante las vacaciones pasaban todo el día fuera y nunca se había preocupado por todas esas cosas.

   -Esto ya está todo listo. La semana que viene empiezo a buscar curro. De momento no sé de nada, pero iré preguntando y mandando currículums-le dijo una tarde, cuando llevaban allí casi dos semanas.

   Nunca pudo recordar el momento exacto; qué día llegó a casa y vio que había estado llorando. Le preguntó, pero le dijo que no, que se le habían irritado los ojos limpiando y que eso era todo. No era cierto; desde ese momento dejó de ser la Laura alegre, divertida, positiva y charlatana. Y, lo que más le sorprendió: dejó de ponerse mallas y minifaldas y empezó a usar prendas muy anchas que ocultaban ese cuerpo que siempre le había vuelto loco.

   -Estoy más cómoda así-le respondió cuando le preguntó por su cambio.-Los hombres no sabéis lo incómodo y esclavo que es estar siempre monas.

   Sabía que pasaba algo, pero también sabía que era inútil intentar que le contara lo que no quería decirle, hasta que llegara el momento de hacerlo.

   Desgraciadamente para los dos, ese momento nunca llegó.

   ¿Casualidades?¿Destino?¿Trampas de la vida? Qué más da; el caso es que aquella mañana de la semana en que se iba a cumplir un mes desde que llegaron allí, Javi estaba fuera instalando unas ventanas, y a él, que llevaba años utilizándola, se le escapó de la mano la pistola multiherramienta que usaba para casi todo y terminó golpeándole en la cara. Cuando la intensidad del dolor bajó lo suficiente, se miró en el espejo y vio que la mejilla y todo alrededor del ojo se estaba hinchando y amoratando, así que llamó a Javi para decirle que cerraba el taller y se iba a casa. No cogió el teléfono, como siempre que estaba trabajando. Pasó de dejar un mensaje en el buzón de voz. Cuando viera la llamada perdida se la devolvería; era la rutina habitual.

   Necesitaba descansar y tomarse algo para el dolor de cabeza, además de ponerse algo frío que bajara la inflamación del ojo.

   En cuanto abrió la puerta y oyó aquellos extraños sonidos supo que algo iba mal.


ELLA


   Cuando la vida te cierra una puerta, siempre te abre una ventana, había oído decir muchas veces; así que cuando le dijo que tenían una oportunidad de empezar de nuevo, aunque fuera volviendo a sus orígenes, vio el regreso a la isla como la ventana que la vida les abría a cambió del portazo que les había dado meses atrás.

   Aunque lo de estar en casa no iba mucho con Laura, al principio no dudó que lo primero era poner al día la vieja casa: tirar trastos viejos y lavar y limpiar techos, paredes, ventanas y puertas. La verdad es que se encontraba con tanta energía que en unos diez días ya parecía otra: limpia, luminosa y.....vacía. Tenía que empezar a comprar cortinas y algunos de esos objetos de decoración que son los que terminan de convertir cuatro paredes y un techo en un hogar.

   Estaba bajando de la escalera que había utilizado para colocar el estor de la cocina cuando vio su cara mirando a través de la ventana. Se llevó tal susto que perdió el equilibro y, de no haberle faltado sólo dos peldaños de bajar, podía haberse dado un buen golpe. El sonrió a través de la ventana y juntó sus manos pidiendo perdón. 

   -¡Vaya susto me has dado!-le dijo cuando abrió la puerta.-¿Qué haces por aquí?¿Querías algo?

   -Sólo ver cómo le va a la chica más atractiva de la isla en sus labores de limpieza y decoración-respondió riendo-¿Necesitas la ayuda de un fornido hombretón?

   -No, gracias. Ya he terminado por hoy. Iba a preparar la comida. ¿Quieres tomar un café o una cerveza? Bueno, si no tienes prisa por volver.

   -Acepto encantado. Acabé antes de lo previsto, así que tengo un rato libre.

   Se sentó en una de las viejas sillas de la cocina y empezaron a charlar, mientras la iba observando moverse de un lado al otro para ir cortando, pelando, picando y friendo los alimentos que iban a comer. Estaba más bromista de lo habitual, pero llegó un momento en el que Laura empezó a sentirse incómoda; las gracias eran demasiado insinuantes, las miradas cada vez más desagradables y, de repente se levantó y se colocó detrás de ella, apoyado en la encimera, sin dejarle espacio para pasar sin rozarse con él. No podía entender qué le pasaba: ¿habría bebido algo más que aquella cerveza que le dio?¿Por qué de repente se comportaba así?

   No sabiendo cómo salir de aquello, fingió que se había quedado sin tomates y tenía que ir a la frutería. No, no hacía falta que la acompañara; prefería darse un paseo. Salieron juntos y en la puerta se despidió, como siempre, con un beso; aunque esta vez, de no haber vuelto la cara, no hubiera sido en la mejilla sino en sus labios. Cuando le vio subir a la furgoneta, tuvo que apoyarse en la barandilla del porche; sus piernas le temblaban de tal forma que apenas podían sostenerla. ¿Qué había pasado? Cuando logró reponerse, entró de nuevo en la casa y, sin darse cuenta, mientras picaba los ingredientes de la ensalada, unos lagrimones de impotencia cayeron por sus mejillas.

   No quiso contárselo. Cuando una mujer le cuenta a un hombre algo así, éste siempre intenta minimizarlo. Así que como allí todavía no tenía amigas tan íntimas, se lo guardó, sabiendo que lo que había sucedido esa mañana no era una exageración ni una mala interpretación por su parte. Las mujeres tienen un instinto especial para esas cosas, una especie de señal de  peligro para esas situaciones.

   Los días siguientes se lo encontró donde fuera que tuviera que ir. Siempre mirándola como si la desnudara; siempre diciéndole lo atractiva que estaba con lo que llevara puesto; y siempre cuando estaba sola. Él sabía de sobra dónde y cómo encontrarla. Intentó explicarle que estaba fuera de lugar su actitud, le pidió que la dejara en paz y terminó por no hablarle y salir disparada en dirección contraria. A los seis días de su primera aparición estaba demacrada, de mal humor y vistiendo la ropa más vieja y menos atractiva que tenía.

   Y entonces empezaron las amenazas: si seguía siendo tan desagradable con él tendría que tomar otro tipo de medidas. "Ya sabes que puedo conseguir que vuestra vida aquí sea perfecta.....o un infierno", le dijo una mañana cuando se cruzaron en uno de los pasillos del supermercado.

   Se sentía acorralada; no sabía qué hacer. Cada día se encontraba peor: apenas dormía y había perdido el apetito. Hasta perdió las llaves. Aquella situación no podía seguir así.

   Volvió a media mañana de recoger las alfombras que había encargado para el salón y el comedor y se lo encontró sentado en el sillón. No pudo articular palabra, pero al ver las llaves encima de la mesita supo dónde las había perdido y cómo había entrado él.

   -Ya me he cansado de tanto juego. Sabes lo que quiero y lo voy a conseguir hoy.

   Se dio la vuelta para echar a correr, pero la atrapó antes de llegar al pasillo; la empujó contra la pared y empezó a manosearla con una mano mientras con la otra sujetaba su cuello, dejándola sin movimientos y sin voz. Apenas unos gemidos era lo único que emitía su garganta. Se preparó para lo peor mientras unas lágrimas caían de sus ojos.

   Entonces oyó la puerta y le vio; la misma cara de sorpresa que había puesto ella sólo unos minutos antes. Por fin reaccionó y se abalanzó sobre ellos. Después.....nada.


NADA


   Cuando le encontraron estaba abrazado a su cuerpo. Eso le dijeron. Él apenas podía recordar la escena que encontró al entrar en casa. Como entre brumas se veía a sí mismo abalanzándose contra el hombre que la tenía arrinconada contra la pared; luego se dio cuenta de que sus manos apretaban el cuello y se fijó en que la cara de Javi estaba ya morada. Le soltó y buscó a Laura. Con el empujón que le dio ella debió caer y su cabeza dio contra el apoyabrazos de una de las sillas del comedor que habían llevado a casa sólo tres días antes. El charco de sangre era tan expresivo, que estuvo seguro de que estaba muerta.

   La policía, el juicio, su abogado.....todo había pasado como una exhalación. Nadie le creyó cuando contó lo que había pasado. No había señal de que hubieran forzado la puerta, ni signos de pelea en la casa; sólo su ojo amoratado que el fiscal achacó a un intentó de Javi por defenderse. La conclusión: ellos mantenían una relación, él los sorprendió y los mató. Le condenaron por el asesinato de Javi y el homicidio involuntario de Laura. 

   En la cárcel sobrevivió como pudo. Nada le importaba. No se relacionaba con nadie. Sólo quería que todo acabara. No dejaba de preguntarse por qué había tenido que pasarle a él, pero nunca encontró respuesta a esa pregunta. Llegó un momento en que dejó de importarle. 

   Pasó el tiempo y gracias a su buena conducta le plantearon la posibilidad de un tercer grado. Le buscaron un empleo, algo imprescindible para ello y le dijeron las condiciones de su nuevo estado. No lo planeó. Como todo lo que pasaba en su triste vida desde que llegó a la cárcel, se dejó llevar. Fue al sitio donde tenía que trabajar, hizo lo que le mandaron hacer y, al terminar su jornada, simplemente desapareció.


   
   Llevaba tantos años rodando de un lado a otro que había perdido la noción del tiempo y del espacio. Casi no recordaba ni quién era. La vida que una vez tuvo era algo tan lejano que sólo tenía vagos recuerdos cuando, de noche, intentaba dormir en cualquiera de los lugares que le parecían idóneos. Recuerdos que no sabía muy bien si lo eran o se trataba de sueños. Le gustaban aquellas casas donde se veía viviendo y, sobre todo, le gustaba aquella mujer atractiva que se reía con él y junto a la que dormía abrazado. Aquella noche su imagen era tan real que parecía estar a su lado.

   -Ven conmigo-le dijo mientras alargaba su brazo hacia él con la misma dulce sonrisa con la que aparecía en sus sueños. Y él cogió su mano, seguro de que ya nunca más tendría que buscar un refugio donde dormir.




Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados


lunes, 3 de febrero de 2020

Óscar



   Hola, mi amor.

   Déjame llamarte así una vez más. Ni siquiera sé cómo ni por dónde empezar. Sabes que he respetado tus deseos de no vernos ni hablar, y comunicarnos sólo a través de los abogados. No te culpo y, en cierto modo, te lo agradezco porque no sé si podría mirarte a la cara.

   Intentar pedirte perdón me parece tan poco para lo que te hice. Sólo puedo decirte que, de tener la oportunidad de volver atrás, haría todo de forma diferente. Para empezar, nunca permitiría que me alejaras de tu lado como lo hiciste No creas que te culpo, pero estoy seguro de que si no me hubieras apartado durante las semanas que duró el juicio, las cosas no habrían terminado así. Lo teníamos todo y, supongo, nadie puede ser tan feliz para siempre. No sabes lo solo, triste y decepcionado que me sentí entonces. No es una justificación; trato de explicarte y de explicarme a mí mismo, cómo pudo acercarse tanto a mí como para convencerme de eras culpable de algo que, conociéndote como te conocía, sabía que era imposible que hubieras hecho. De ahí a llegar a pensar que era la tabla de salvación para mí y para los niños sólo había que dar un paso muy cortito.

   Cuando te llegue esta carta a través de mi abogado, yo ya habré vuelto a Cangas. Mi rendimiento en la asesoría era cada vez más bajo, así que Jaime y yo llegamos a la conclusión de que es mejor que me vaya. Verás que hay un cheque en el sobre: me ha comprado mi parte y te devuelvo lo que me  prestaste cuando empezamos, junto con unos intereses que nunca serán suficientes para compensarte por todo.

   Mi padre ya está muy mayor para llevar el bazar, así que me haré cargo yo. Un poco paradójico ¿no?: huí de allí porque no quería verme obligado a seguir con el negocio familiar y, al final, va a ser el refugio al que volver.

   Sé que es un viaje muy largo para que los niños vengan a pasar sólo un fin de semana, así que no te pediré que me los envíes. Siempre que pueda me acercaré a verlos, en espera de las vacaciones que puedan disfrutar con el abuelo y conmigo.

   Y eso es todo. Sólo desearte que el destino te tenga reservado un futuro lleno de tanta felicidad como la que una vez tuvimos los dos.


   Óscar



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados