-Hoy sí subes en el ascensor, ¿no?-le preguntó sujetando la puerta cuando la vio venir empujando el carrito de la compra. Todos los vecinos sabían que lo suyo eran las escaleras, no por miedo, sino por hacer ejercicio. De hecho, alguna vez se habían reído de ella al verla subir agotada y casi sin aire....pero por las escaleras.
-Sí, gracias. Aunque no llevara este trasto también lo usaría. Los viernes a estas horas estoy tan cansada-le dijo casi resoplando.
-Bueno, ahora a jugar al tetris-añadió él, entrado primero puesto que iba a bajarse después de ella. Se puso de lado y dejó las bolsas de rafia que llevaba en el suelo para ayudarle a colocar el carrito. Ella se metió en el único espacio que quedaba.
-Y menos mal que no es invierno-se rió ella, imaginándose en aquel pequeño habitáculo con los abrigos de ambos.
-Bueno, es pequeño pero cumple su función-respondió él, pulsando el botón en el que ella tendría que bajarse. No dio al suyo porque, aunque no tan antiguo como el edificio, el ascensor era tan viejo que no tenía memoria, así que ya lo pulsaría cuando ella saliera.
Clara llevaba diez años viviendo allí y Andrés toda la vida. Era la vieja casa de sus padres. Cuando tuvieron que llevarles a una residencia y, puesto que ninguno de sus hermanos la iba a usar, decidió quedarse a vivir en ella. A pesar de vivir en la misma mano de la escalera, apenas coincidían. Un saludo y unas palabras de cortesía las pocas veces que subían juntos en el ascensor; eso era todo lo que habían hablado en estos años.
Primero fue un chirrido y luego un click, seguido de un movimiento extraño, lo que hizo que se miraran con temor. "Uy, qué mal ha sonado eso", pensó ella. Pero como siguió funcionando y él parecía tan tranquilo, respiró hondo, esperando llegar cuanto antes. No pudo ser; no habían subido otro piso cuando el trasto se paró bruscamente, empujándoles al uno contra la otra.
Como en un duelo en el oeste, los dos se lanzaron a buscar sus móviles.
-No tengo cobertura-se adelantó él.
-Yo tampoco-respondió ella cuando pudo encontrar el aparato en el fondo de su bolso. Reprimió su impulso de aporrear las puertas metálicas y gritar como una posesa. "A ver, Clarita, compórtate, que no queremos que este tío piense que somos unas locas histéricas".
-La última vez que se paró estuvimos todo el fin de semana sin poder usarlo porque era viernes por la tarde y tenían que pedir la pieza, así que hasta el lunes no lo arreglaron.
-Pues es viernes.....y casi son las 9-le dijo ella mirando el reloj.
Ninguno de los dos habló durante unos minutos.
"Por favor, que no sea una loca histérica que empiece a tener un ataque de ansiedad"-pensó Andrés.
"Vaya, pues tenía razón Maruja: es tan poquita cosa que nadie diría que es neurocirujano"-Clara se obligó a pensar en otras cosas que le tranquilizaran un poco. Empezaba a ponerse nerviosa y no quería perder la compostura. Hacía sólo un par de semanas que supo a qué se dedicaba. Llegó a casa del trabajo y una de las ancianas vecinas le dijo: "Oye, ¿no sabrás cómo quitar esta luz roja del móvil?. Mi hija me ha regalado uno nuevo y no sé cómo funcionan todas las teclas". Le recordó a sus padres y su preocupación por las luces rojas que aparecían en la pantalla si había una llamada perdida o un mensaje. Cuando acabó con el problema y le devolvió el aparato, le preguntó si podría enseñarle a guardar los números en la agenda; antes de darse cuenta estaba en su salón, ante una taza de café y metiendo números en el móvil, mientras ella se dedicaba a hablar y hablar sobre los vecinos. Se enteró de cotilleos antiguos y nuevos, historias de los primeros habitantes y sus hijos y dónde andaba cada uno, aunque de la mayoría, Clara, ni sabía de quién le estaba hablando. Sólo pensaba en lo manipuladoras que son las personas mayores y en cómo te engatusan sin darte cuenta. Tenía que recordarlo la próxima vez que se la encontrara en la escalera, si no quería terminar como esa tarde. De hecho, cuando oyó que le decía que a ver cómo iba ella a colocar los canales en la tele cuando volvieran a cambiarlos un par de meses más tarde, decidió que había llegado el momento de salir huyendo antes de que se comprometiera a hacerlo sin darse apenas cuenta.
Pues sí, allí estaba, atrapada en un ascensor con un neurocirujano nada menos. Ahora que le tenía tan cerca, se dio cuenta de que se parecía un montón a su padre. Cuando les conoció diez años atrás no se lo pareció, pero ahora...ufff, clavaditos. "Qué viejo está. ¡Cielos!¿Pensará lo mismo de mí?¿Estaré tan mayor?"
"La verdad es que no está nada mal", pensó mientras observaba su minifalda y su blusón de tirantes."A ver, Andrés, ahora no, ni se te ocurra"-tenía que hablar de lo que fuera porque su mente no podía dejar de ver la sexy ropa interior que colgaba todas las semanas en el patio. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de las mujeres del edificio ya no cumplirían 70 años, sus minúsculos tangas coloridos destacaban entre tanta faja y braga color carne. Cierto que alegraban la vista, pero en ese momento, teniéndola tan cerca, no era precisamente lo más oportuno en lo que pensar.
-¿Hay alguien ahí?-gritó una voz.
-Siiiiii-soltaron al unísono.
-Voy a llamar al técnico. No os preocupéis, que en seguida vienen a sacaros. La llave que abre la puerta no aparece, así que tenéis que esperar un poco más.
-Bueno, de hambre no vamos a morir-le dijo abriendo una de las bolsas, donde aparecieron paquetes de embutido, tabletas de chocolate y galletas de todo tipo.
"Yo diría que antes moriremos de sobredosis de grasa y azúcar"-pensó Clara al ver todas aquellas cosas tan ricas, pero tan poco saludables. No debió disimular lo que pensaba porque inmediatamente Andrés abrió la otra bolsa diciendo: "También tengo comida más sana". Ante sus ojos apareció toda una deliciosa mezcla de fruta. No sabía si le gustaba más el hecho de que no sólo comprara comida basura o si que, además, lo hiciera a granel, sin usar bolsas de plástico.
-Ni de sed-respondió ella abriendo el carrito donde llevaba agua, leche y zumo de arándanos. "Mierda, ya me olvidé otra vez el suavizante", pensó.
-A esto se le llama compenetración-dijo Andrés riéndose.
-¿Así que eres neurocirujano?-le preguntó de golpe.
-Pues sí. ¿Cómo lo sabes?
-Vecinas cotillas-respondió con una sonrisa.
-Ya-dijo con un suspiro. Qué le iba a decir que no supiera, después de vivir allí toda su vida. -Y tú periodista, ¿no?-Era una pregunta tonta, ya que todos sabían que presentaba las noticias en el canal local de televisión.
-Sí. Oye, se me ocurre que cuando tratemos algún tema médico podrías venir como asesor especializado.
-Uy, ni lo sueñes. A mí todo lo que tenga que ver con la prensa me da repelús.
-A ver, que no somos el Sálvame. Pero, tranquilo, que no insistiré.
Se hizo un silencio algo incómodo. Sin embargo, habían pasado sólo unos segundos cuando las puertas se abrieron. Se habían quedado entre dos pisos, así que el técnico les dijo que era más peligroso intentar salir en ese momento que esperar los minutos que tardaría en arreglar la avería.
Un cuarto de hora más tarde, el ascensor se paraba sin problema en la planta de Clara. Habían pasado allí casi una hora. Sujetó la puerta exterior mientras ella sacaba el carrito.
-Bueno, pues ya acabó la aventura-se despidió Clara con una sonrisa.
-Oye-le dijo cuando llegaba a la puerta de su casa.
Clara se volvió. -Dime.
-Lo he pensado mejor y creo que si necesitas alguna vez consejo médico puedes contar conmigo....siempre y cuando no me hagas salir en pantalla, ¿vale?
-Vale-le dijo riendo.-Prometido.
Y Clara entró en casa pensando que tenía que encontrar la forma de convencer a su jefe de que sería muy interesante hacer algún reportaje médico relacionado con el campo de la neurocirugía. Si el destino había decido unirles en un ascensor, ¿quién era ella para llevarle la contraria?
Primero fue un chirrido y luego un click, seguido de un movimiento extraño, lo que hizo que se miraran con temor. "Uy, qué mal ha sonado eso", pensó ella. Pero como siguió funcionando y él parecía tan tranquilo, respiró hondo, esperando llegar cuanto antes. No pudo ser; no habían subido otro piso cuando el trasto se paró bruscamente, empujándoles al uno contra la otra.
Como en un duelo en el oeste, los dos se lanzaron a buscar sus móviles.
-No tengo cobertura-se adelantó él.
-Yo tampoco-respondió ella cuando pudo encontrar el aparato en el fondo de su bolso. Reprimió su impulso de aporrear las puertas metálicas y gritar como una posesa. "A ver, Clarita, compórtate, que no queremos que este tío piense que somos unas locas histéricas".
-La última vez que se paró estuvimos todo el fin de semana sin poder usarlo porque era viernes por la tarde y tenían que pedir la pieza, así que hasta el lunes no lo arreglaron.
-Pues es viernes.....y casi son las 9-le dijo ella mirando el reloj.
Ninguno de los dos habló durante unos minutos.
"Por favor, que no sea una loca histérica que empiece a tener un ataque de ansiedad"-pensó Andrés.
"Vaya, pues tenía razón Maruja: es tan poquita cosa que nadie diría que es neurocirujano"-Clara se obligó a pensar en otras cosas que le tranquilizaran un poco. Empezaba a ponerse nerviosa y no quería perder la compostura. Hacía sólo un par de semanas que supo a qué se dedicaba. Llegó a casa del trabajo y una de las ancianas vecinas le dijo: "Oye, ¿no sabrás cómo quitar esta luz roja del móvil?. Mi hija me ha regalado uno nuevo y no sé cómo funcionan todas las teclas". Le recordó a sus padres y su preocupación por las luces rojas que aparecían en la pantalla si había una llamada perdida o un mensaje. Cuando acabó con el problema y le devolvió el aparato, le preguntó si podría enseñarle a guardar los números en la agenda; antes de darse cuenta estaba en su salón, ante una taza de café y metiendo números en el móvil, mientras ella se dedicaba a hablar y hablar sobre los vecinos. Se enteró de cotilleos antiguos y nuevos, historias de los primeros habitantes y sus hijos y dónde andaba cada uno, aunque de la mayoría, Clara, ni sabía de quién le estaba hablando. Sólo pensaba en lo manipuladoras que son las personas mayores y en cómo te engatusan sin darte cuenta. Tenía que recordarlo la próxima vez que se la encontrara en la escalera, si no quería terminar como esa tarde. De hecho, cuando oyó que le decía que a ver cómo iba ella a colocar los canales en la tele cuando volvieran a cambiarlos un par de meses más tarde, decidió que había llegado el momento de salir huyendo antes de que se comprometiera a hacerlo sin darse apenas cuenta.
Pues sí, allí estaba, atrapada en un ascensor con un neurocirujano nada menos. Ahora que le tenía tan cerca, se dio cuenta de que se parecía un montón a su padre. Cuando les conoció diez años atrás no se lo pareció, pero ahora...ufff, clavaditos. "Qué viejo está. ¡Cielos!¿Pensará lo mismo de mí?¿Estaré tan mayor?"
"La verdad es que no está nada mal", pensó mientras observaba su minifalda y su blusón de tirantes."A ver, Andrés, ahora no, ni se te ocurra"-tenía que hablar de lo que fuera porque su mente no podía dejar de ver la sexy ropa interior que colgaba todas las semanas en el patio. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de las mujeres del edificio ya no cumplirían 70 años, sus minúsculos tangas coloridos destacaban entre tanta faja y braga color carne. Cierto que alegraban la vista, pero en ese momento, teniéndola tan cerca, no era precisamente lo más oportuno en lo que pensar.
-¿Hay alguien ahí?-gritó una voz.
-Siiiiii-soltaron al unísono.
-Voy a llamar al técnico. No os preocupéis, que en seguida vienen a sacaros. La llave que abre la puerta no aparece, así que tenéis que esperar un poco más.
-Bueno, de hambre no vamos a morir-le dijo abriendo una de las bolsas, donde aparecieron paquetes de embutido, tabletas de chocolate y galletas de todo tipo.
"Yo diría que antes moriremos de sobredosis de grasa y azúcar"-pensó Clara al ver todas aquellas cosas tan ricas, pero tan poco saludables. No debió disimular lo que pensaba porque inmediatamente Andrés abrió la otra bolsa diciendo: "También tengo comida más sana". Ante sus ojos apareció toda una deliciosa mezcla de fruta. No sabía si le gustaba más el hecho de que no sólo comprara comida basura o si que, además, lo hiciera a granel, sin usar bolsas de plástico.
-Ni de sed-respondió ella abriendo el carrito donde llevaba agua, leche y zumo de arándanos. "Mierda, ya me olvidé otra vez el suavizante", pensó.
-A esto se le llama compenetración-dijo Andrés riéndose.
-¿Así que eres neurocirujano?-le preguntó de golpe.
-Pues sí. ¿Cómo lo sabes?
-Vecinas cotillas-respondió con una sonrisa.
-Ya-dijo con un suspiro. Qué le iba a decir que no supiera, después de vivir allí toda su vida. -Y tú periodista, ¿no?-Era una pregunta tonta, ya que todos sabían que presentaba las noticias en el canal local de televisión.
-Sí. Oye, se me ocurre que cuando tratemos algún tema médico podrías venir como asesor especializado.
-Uy, ni lo sueñes. A mí todo lo que tenga que ver con la prensa me da repelús.
-A ver, que no somos el Sálvame. Pero, tranquilo, que no insistiré.
Se hizo un silencio algo incómodo. Sin embargo, habían pasado sólo unos segundos cuando las puertas se abrieron. Se habían quedado entre dos pisos, así que el técnico les dijo que era más peligroso intentar salir en ese momento que esperar los minutos que tardaría en arreglar la avería.
Un cuarto de hora más tarde, el ascensor se paraba sin problema en la planta de Clara. Habían pasado allí casi una hora. Sujetó la puerta exterior mientras ella sacaba el carrito.
-Bueno, pues ya acabó la aventura-se despidió Clara con una sonrisa.
-Oye-le dijo cuando llegaba a la puerta de su casa.
Clara se volvió. -Dime.
-Lo he pensado mejor y creo que si necesitas alguna vez consejo médico puedes contar conmigo....siempre y cuando no me hagas salir en pantalla, ¿vale?
-Vale-le dijo riendo.-Prometido.
Y Clara entró en casa pensando que tenía que encontrar la forma de convencer a su jefe de que sería muy interesante hacer algún reportaje médico relacionado con el campo de la neurocirugía. Si el destino había decido unirles en un ascensor, ¿quién era ella para llevarle la contraria?
Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados
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