jueves, 18 de febrero de 2021

Hoy puede ser un gran día.....o no




   Belén abrió un ojo y vio entrar claridad a través de las rendijas de la persiana. No tenía que madrugar, así que no se molestó en mirar la hora. Se dio la vuelta en la cama con una sonrisa en la cara: iba a ser un gran día... y mejor noche; al menos eso esperaba. 

   Cuando entró en la empresa cinco años atrás, descubrió con horror que se hacían dos fiestas anuales: la de Navidad y la de verano. Debido a su timidez, odiaba esos acontecimientos sociales porque solía sentirse muy sola en medio de ese tipo de aglomeraciones; estaba mucho más cómoda en pequeños grupos de gente conocida. La fiesta de Navidad se celebraba por departamentos y no se perdió ninguna: era con los compañeros con los que trabajaba a diario, así que no había problema. En cuanto a las de verano, fue a la primera y juró que no volvería a ninguna más. Lo había cumplido, pero este año era diferente por varias razones: había aceptado todas las oportunidades de mejorar en su trabajo, por lo que había pasado por casi todos los departamentos, así que ya conocía a suficiente gente como para no sentirse aislada en medio de la multitud. Además, en cada fiesta, que se celebraba siempre el último viernes del mes de junio, justo antes de que los empleados empezaran a cogerse las vacaciones, se premiaba la mejor iniciativa o sugerencia que hubiera habido durante el año. Se entregaba una placa y un sustancioso cheque que, unido a la extra, hacía que la persona afortunada pudiera disfrutar de unas muy buenas vacaciones. Su sugerencia sobre cómo optimizar las peticiones de material de los diferentes servicios para agilizar tiempo y evitar duplicidades había resultado la ganadora esta vez, así que era casi obligatoria su presencia; aunque cada vez que pensaba en que iba a ser el centro de atención se le ponían los pelos como escarpias. Y por último, aunque para ella era lo primero, estaba Toño.

   Recordaba haberlo visto alguna vez por los pasillos, pero no fue hasta que empezó a trabajar en el departamento de personal que le puso nombre. Era guapo hasta no poder más y con una cabeza capaz de recordar el más mínimo dato. Eso de salir con alguien con quien trabajas no le iba en absoluto, así que no se planteó nada con él hasta que volvió a cambiar de sección. Nunca se paró a pensar si él sentía el más mínimo interés; ni una sola vez notó que la mirara de forma diferente y su trato con ella era como el que tenía con el resto de compañeros. Pero desde hacía dos meses no dejaba de pensar en esos ojazos negros y, como no era muy lanzada, no sabía cómo tantear la situación. Cuando le dijeron que había ganado el premio y aceptó acudir a la fiesta, sabiendo que él no se perdía ninguna, decidió ir a por todas. Iba a estar tan irresistible que estaba segura de que caería a sus pies, y ya se imaginaba a los dos disfrutando de esas alucinantes vacaciones que se iba a poder permitir ese verano.

   Había pedido el día libre para dedicarse a ella. Tenia planeado cada detalle: no madrugar, una ducha con un exfoliante y una crema que le dejaría la piel suave y olorosa, desayuno, manicura y pedicura, una comida ligera que no le quitara el apetito para la cena, peluquería y maquillaje, y ya sólo le quedaría ponerse la ropa y los complementos que tenía elegidos desde hacía días. Después.....a disfrutar de su gran noche.

   Acababa de darse la crema hidratante cuando sonó el timbre de la puerta. Esperó unos segundos y oyó un par de golpes de nudillos: su vecina Julia. Era la señal que tenían para saber que no era un vendedor plasta y que podían abrir tranquilamente sin ser degolladas por algún psicópata. Decidió ignorarla y pasarse después para ver qué quería, pero el timbre sonó con más insistencia y los golpes en la puerta fueron más fuertes. Algo debía pasarla, así que se envolvió en la toalla de baño y abrió la puerta lo suficiente para poder hablar con ella.

   -Por favor, ven. Es mi madre: se ha caído y no puedo levantarla.

   -Vale, vete con ella. Me visto y voy.

   Se puso unos shorts y una camiseta y corrió hasta la puerta de al lado, que Julia había dejado entreabierta. La llamó.

   -¡En la habitación de mamá!-gritó.

   Cuando Belén entró se encontró a Merce en el suelo, boca abajo y sin moverse, vestida sólo con un camisón de verano. Julia seguía intentando incorporarla, pero era imposible: aunque no muy gruesa, era lo suficientemente grande como para no poder levantarla una persona sola.

   -Espera, vamos a intentar girarla entre las dos.

   Primero la pusieron de lado y luego la dejaron caer suavemente boca arriba. Un pequeño charco sanguinolento apareció en el suelo bajo su cabeza. Tenía los ojos abiertos y parecía asustada, pero era incapaz de moverse o articular palabra.

   -¿Desde cuándo está así?

   -No lo sé. Anoche me quedé en casa de Jaime. Tenía cita para la peluquería a primera hora, así que me ha extrañado que todas las persianas estuvieran bajadas. Cuando he entrado en su habitación me la he encontrado así.

   Julia y Jaime llevaban años saliendo. Cuando iban a fijar la fecha de la boda, los dos se quedaron en paro. Él tenía la casa que le dejaron sus padres, pero ella no quería ser una mantenida. No habían vuelto a encontrar un trabajo que pasara de algunas sustituciones temporales, así que la boda se convirtió en un deseo irrealizable. Sabía que tenían muchos problemas y, de hecho, lo habían dejado varias veces; pero, de momento, podían más sus sentimientos.

   -¿Has llamado a una ambulancia?

   -¿Una ambulancia? No sé....¿Dónde encuentro el número?-Julia estaba claramente en shock. 

   -Llama al 112. Quédate con ella y, si quieres, llamo yo.

   -No, ya lo hago yo. Además, tengo que llamar a mis hermanos. Por favor, no la dejes sola.

   -Tranquila-y Belén se sentó en el suelo, a su lado. El cuerpo de Merce estaba helado, así que tiró de la ropa de la cama y, apoyándola contra su cuerpo, la tapó lo mejor que pudo. Estaba en una postura horrible, pero era imposible moverla y no quería hacerse daño o hacérselo a ella. Se preguntó si estaba consciente; si era así, tenía que estar aterrorizada. Sólo esperaba que sintiera que no estaba sola.

   En menos de media hora llegó la ambulancia, pero a ellas la espera les resultó interminable. Justo cuando se la llevaban en la camilla, después de comprobar que, aunque débil, todavía tenía pulso, llegó el hermano de Julia para ir juntos al hospital.

   -Mucha suerte. Ya os preguntaré qué tal va todo.

   Belén entró en casa y, al mirar el reloj, se dio cuenta de que tenía el tiempo justo para cambiarse y llegar a tiempo a su cita para la manicura y la pedicura. Ni pensar en desayunar, aunque la verdad es que no hubiera podido meter nada en el estómago. De hecho, a la hora de comer, tuvo que obligarse a tomar algo porque seguía con el mal cuerpo que le había dejado lo sucedido por la mañana.

   Cuando salió de la peluquería empezó a centrarse en lo que tenía por delante. Había dejado todo preparado, así que, al llegar a casa se puso el minivestido sin mangas y con una sexi cremallera que lo recorría de arriba a abajo, se aplicó el perfume, se colocó pendientes, reloj, collar, pulseras y anillos y se sentó para abrocharse las sandalias, azulonas como el vestido y con adornos similares al resto de complementos. Comprobó que había metido todo lo que necesitaba en el bolso y cogió la preciosa chaqueta negra con hilos plateados, y calados que dejaban ver el vestido; no la necesitaría de momento, pero seguro que sí lo haría más tarde.

   Tenía tiempo de sobra para llegar al restaurante, así que, antes de salir, se detuvo para mirarse en el espejo del pasillo. Sonrió. No debería ser ella quien lo dijera, pero estaba espectacular: si la ropa resaltaba las curvas de su cuerpo, su lacia melena oscura, transformada en una espectacular cascada de rizos (más de una hora de sudar con las planchas le costó a su peluquera), con un semi-recogido que imitaba un lazo, junto al maquillaje natural, pero resaltando sus preciosos ojos azules, la habían convertido en una chica diferente: guapa, elegante y, a la vez, muy sexi. Esperaba que Toño también pensara igual.

   Siempre celebraban la cena en el mismo restaurante porque no era fácil encontrar uno con salones lo suficientemente grandes y con un precio razonable. Quería llegar pronto para poder elegir sitio y sentarse al lado de Toño en la mesa. Cuando entró en la cafetería, donde les daban un aperitivo mientras esperaban que llegara todo el mundo antes de pasar al comedor, ya había un grupito de compañeros tomando unas cañas. En seguida le vio.....y la vieron. De repente se hizo un silencio y todos se volvieron: al contrario que ella, venían de trabajar, así que, aunque vestidos de una forma correcta, ni ellas ni ellos iban con ropa de fiesta. Belén suspiró y notó cómo se encendían sus mejillas. En fin, ya no había nada que hacer, así que sólo le quedaba una opción: tragarse su timidez y, en vez de asustarse por ser el centro de atención, disfrutar de su noche de gloria.

   Después de la caña, y cuando ya habían llegado casi todos, entraron en el enorme salón. Para disgusto de Belén, ese año lo habían organizado diferente y, como si de una boda se tratara, cada uno tenía asignado mesa y silla. Evidentemente no iba a tener suerte y les tocó en lugares diferentes y distantes. Disfrutó de la cena y, cuando se quiso dar cuenta, estaban en los postres; el momento de la entrega del premio había llegado.

   El Director General pronunció el discurso de rigor. No solía ser excesivamente largo y Belén se preguntaba si no sería el de todos los años; al fin y al cabo, ¿alguien recordaría lo que había dicho? Ya estaba en la parte final, así que prestó atención para levantarse cuando dijera su nombre.

   Se acercó a él, entre los aplausos de todos y con la mejor de sus sonrisas; su mente se quedó en blanco y empezó a temblar pensando que sería incapaz de recordar las breves palabras de agradecimiento.

   -Y, como os estaba diciendo, la crisis en la que continuamos inmersos nos sigue obligando a tomar medidas para economizar todo lo posible. Lamentablemente este año no podemos dar el cheque que siempre ha acompañado a la placa que entregamos a la iniciativa o sugerencia ganadora-añadió mientras le ponía el trozo de metal en las manos.

   Se hizo el silencio. Belén sabía que todos estaban pendientes de ella y quería mantener el tipo como fuera.

   -Muchas gracias-fue lo único que salió de su boca. Se dio la vuelta y se dirigió a su mesa.

   -Bueno, parece que todos economizamos-dijo el Director. Todos se rieron, pero a Belén no le hizo ni pizca de gracia: no había podido hablar más de dos minutos con Toño y, para una vez que ganaba algo, se quedaba sin premio. Adiós a sus vacaciones soñadas.

   Normalmente, al acabar, la mitad de los asistentes se iban a sus casas, mientras el resto seguía de copas en alguno de los bares de la zona. Esta vez no fue diferente y Belén se unió al grupo de los fiesteros; no perdía la esperanza de poder estar con Toño. Pero la noche no estaba a su favor: en el primer sitio al que fueron, cuando ya todos tenían sus bebidas y estaban distribuidos entre los grupos que bailaban y los que intentaban mantener una conversación a gritos, Rubén, el bomboncito de su departamento, al que sacaba casi diez años y que tenía fecha de boda, agarró su cintura y le susurró al oído: 

   -Quiero bailar contigo-la peste a alcohol le hizo echarse para atrás. Aún así, no hubo forma de soltarse de sus garras.

   -A ver, tío, contrólate, que te casas en unos meses.

   -Ya, bueno, pero ella no está aquí....y tú sí-siguió susurrando.

   Estaba segura de que al día siguiente se arrepentiría de lo que estaba haciendo y no quería montar un espectáculo soltándole un bofetón, que era lo que le pedía el cuerpo, así que, recordando la escena de alguna película, le clavó discretamente uno de sus tacones en el pie y no lo levantó hasta que Rubén se dobló dando un grito. Le agarró del brazo y, cuando sus compañeros más cercanos se acercaron para ver qué pasaba les dijo:

   -Ha bebido mucho y su estómago le está pasando factura. Habría que pedir un taxi.

   No hizo falta porque algunos de ellos se iban ya y se ofrecieron a llevarle. Belén se dirigió a la barra a recoger la bebida que tuvo que abandonar cuando la arrastró a la pista de baile y, mientras daba unos sorbos, recorrió el recinto con la mirada hasta dar con él; estaba entre el grupo de bailarines, rodeado de chicas, y a ella no le apetecía pelearse con tanta gata.

   Un rato después, y tras perder a otros miembros del grupo, fueron a otro bar. Toño se ofreció a pedir las bebidas y Belén, viendo que era su oportunidad, se ofreció a acompañarle. Hacía una preciosa noche de verano, así que el resto decidió quedarse fuera mientras ellos entraban en el local.....o lo intentaban: estaba completamente abarrotado. Dieron unos pasos y cambiaron de dirección, pero tampoco había forma de avanzar. De repente una chica, se lanzó al cuello de Toño:

   -¡Cuánto tiempo!¿Qué tal te va? ¿Con quién estás? Quédate con nosotras.....

   La chica siguió gritando pegada a él, que no se volvió ni una sola vez para ver si Belén todavía estaba allí, así que se giró y, entre empujones, logró salir de aquel antro.

   -¿Dónde está Toño?-le preguntaron.

   -Se ha encontrado con unas amigas y le he perdido entre la multitud. No hemos podido pedir porque es imposible moverse ahí dentro. No cabe un alfiler.

   La mayoría decidió dar por terminada la noche, y los pocos que quedaban probaron suerte en el bar de al lado. Al ver que se podía entrar sin problema, uno de ellos mandó un mensaje a Toño para que supiera dónde estaban. Belén dudó si irse ya y, cuando se quiso dar cuenta, había entrado con el resto. Se ofreció a ir a por las bebidas. Estaban preparando las copas de los demás (no sabía cómo eran capaces de tragar tanto alcohol), cuando una voz a su espalda le hizo dar un brinco.

   -Me han dicho que estabas pidiendo y vengo a ayudarte-le dijo sonriendo.-¿Absenta?-preguntó señalando el vaso verde que tenía frente a ella.

   Estaban en una de esas antiguas tascas de la zona vieja donde, cuando todavía se podía fumar, podías salir de allí con un buen colocón. Con el tiempo se había transformado en un bar musical, aunque seguía teniendo ese aire cutre que recordaba de su época universitaria.

   Miró el mejunje y, sin pensarlo, lo bebió de un trago, poniendo la cara de asco que se pone si eres capaz de ingerir ese veneno, ante la sorpresa de Toño, que con los ojos y la boca completamente abiertos, fue incapaz de decir nada.

   -Estos chupitos de kiwi cada vez son más empalagosos-dijo muy seria. 

   -Y además con sentido del humor-respondió él.-Otra sorpresa que me das esta noche.

   -¿Otra?

   -Bueno, ya sabía que eres guapa, pero esta noche....

   -¿En serio? ¿Por qué has tardado tanto en decírmelo?

   -No he tenido oportunidad: en la cena hemos estado en zonas lejanas, luego no te separaste de Rubén y hace un rato me dejaste tirado en el otro bar; me di la vuelta y habías desaparecido.

   -Ya.....no sabía que te habías dado cuenta. Estabas con tus amigas y sentí que sobraba. En cuanto a Rubén.....

   -Fuiste muy hábil con el tacón-así que lo había visto.-Había bebido demasiado y seguro que mañana se siente avergonzado. De todas formas, no le culpes por lo que hizo: estás realmente preciosa.

   Tragó saliva. ¿Por fin se iba a lanzar?

   -Que dicen que si estáis destilando el alcohol. Hay que ver lo que estáis tardando-la voz estridente de Mamen les sobresaltó.-Anda, pero si ya las han puesto. A ver, chicos, despertad, que estamos esperando. 

   Toño cogió un par de vasos y cuando Belén iba a coger los otros, la rubia oxigenada se adelantó.

   -Déjalo bonita, ya las llevamos nosotros.

   Había estado en la empresa toda su vida laboral y sabía todo lo que había que saber, aunque nadie tenía ni idea de a lo que se dedicaba. Miraba a todo el mundo por encima del hombro y se creía imprescindible. Nunca había trabajado con ella, pero los compañeros que sí lo habían hecho echaban pestes sobre lo vaga, charlatana e insufrible que era. La pregunta que todos se hacían era: ¿por qué no la habían echado?¿A quién tenía tan agarrado como para seguir manteniéndola allí a pesar de todo?

   Belén no supo reaccionar a semejante respuesta y, cuando se quiso dar cuenta, habían vuelto los dos a por sus bebidas, que habían dejado en la barra para servir las de los demás. Su esperanza de que cogiera el vaso y les dejara solos se esfumó en cuanto se plantó en el medio y empezó a parlotear sin parar. Se dirigía sólo a él y se fue girando poco a poco hasta dar la espalda a Belén que, sin bebida y completamente marginada, decidió que había llegado el momento de irse a casa. Por un momento pensó en darle un empujón disimulado que derramara el líquido de la copa y tuviera de irse al baño, pero con la suerte que estaba teniendo se temió que terminara cayendo sobre ella. 

   -Bueno, os dejo, que ya se ha hecho muy tarde para mí-les dijo interrumpiendo a Mamen.

   -¿Tan pronto?-preguntó Toño mirándola sorprendido.

   -Déjala, se ve que está agotada. Mira esa carita demacrada.

   Se dio la vuelta sin responder a ninguno pero deseando que todos los males del universo cayeran sobre esa pelandusca.

   Salió y se quedó parada en la puerta del bar. Todavía hacía bueno, aunque ya había empezado a refrescar, así que se puso la chaqueta. Avanzó unos pasos y se paró otra vez. ¿Y si estaba deshaciéndose de Mamen y salía para irse con ella? Al cabo de unos minutos, por fin aceptó la realidad: no iba a salir. Eran casi las cuatro de la mañana, sus pies empezaban a quejarse por llevar horas con los tacones y su estado de ánimo estaba por los suelos. Tenía una media hora de paseo hasta casa, pero decidió ir andando; lo único que faltaba para rematar la noche era que se mareara en el taxi y llegara con el estómago revuelto.

   Durante el camino fue pensando en la mala suerte que había tenido. Era una mezcla de tristeza, enfado y humillación. Dio la vuelta a la esquina para enfilar su calle y vio un coche aparcado a la altura de su portal. "Una parejita despidiéndose", pensó. Se abrió la puerta del copiloto y apareció Julia. Al ver a Belén acercarse la esperó para entrar juntas.

   -¿Vienes ahora del hospital?¿Cómo está tu madre?

   -No, del tanatorio. Lo intentaron todo, pero no superó el ataque y falleció a las cuatro. Ha sido una tarde muy larga. La familia ha empezado a llegar a última hora y no se han ido hasta hace un rato. Me ha traído Jaime; le he dicho que se vaya porque necesito estar sola. Estoy tan cansada....

   -No sabes cuánto lo siento-respondió mientras la abrazaba. En ese momento se dio cuenta de que su desgraciada noche no era nada comparable con lo que habían pasado ellos.
   
   Cuando llegaron a su piso cada una se dirigió a su puerta, pero Julia sacó la llave y su mano empezó a temblar. Ni siquiera pudo acercarla a la cerradura.

   -¿Quieres venir a mi casa? 

   -No. Estarás cansada y no creo que pueda pegar ojo. No quiero que pases la noche en vela por mi culpa.

   -Tranquila; te aseguro que yo tampoco podré dormir. Ya sabes que soy un imán para la mala suerte.....y hoy no ha sido diferente.

   -¿Y eso? Pero si era tu gran noche-respondió Julia sorprendida.

   -Pasa. Preparo unas infusiones y te cuento y me cuentas.

   Y así pasaron las siguientes horas: riendo y llorando juntas, como cuando eran adolescentes y se quedaban a dormir la una en casa de la otra. Al amanecer se habían dormido en el sofá. Una soñando con su infancia, cuando sus padres les protegían a ella y sus hermanos y parecía que fuera a durar para siempre, como si nada malo pudiera sucederles. La otra disfrutando de unas vacaciones perfectas junto a un morenazo de sonrisa encantadora pendiente de sus más mínimos deseos, mientras una camarera rubia de bote y de lo más patosa no dejaba de tropezar y derramarse encima todas las bebidas. Y las dos sonrían por ver cumplidos sus deseos.....aunque sólo fuera en sueños.

   

   
Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

martes, 9 de febrero de 2021

Cuando nadie puede hacer nada




   Otra vez le tocó correr para no perder el autobús. Por mucho que lo intentara, no había día que no pasara algo que le hiciera salir con el tiempo justo. Por lo menos esta vez no lo vio pasar delante de sus narices mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde. Se sentó jadeando en uno de los pocos asientos que quedaban libres y, como hacía cada mañana camino del trabajo, se dispuso a ordenar sus ideas. Una vez pasadas las fiestas navideñas, el ritmo había ido aumentando y cada vez había más asuntos pendientes. El mes de enero fue tranquilo, pero la agenda de febrero, a pesar de acabar de empezar, ya estaba cargadita. Febrero.....Laura se sorprendió: por primera vez desde que Álvaro se fue, llegaba su aniversario sin llevar días pensando en él. Ya se sabía: el tiempo lo cura todo. En este caso, además de su ausencia, parecía que también estaba curando su enfado y su sentimiento de culpabilidad.

   Los recuerdos de aquel primer día aparecieron de repente. Iba ilusionada por empezar un nuevo trabajo y también por conocer a sus nuevos compañeros. Mientras se los presentaban, fue analizando la primera impresión: la señora mayor borde (que resultó ser como una madre), la que lo sabe todo, la que siempre se presta a ayudar, la competente, el guapo que te mueres.....y Álvaro, alto, simpático, divertido y siempre colaborador. Aunque no era su tipo en absoluto, a los pocos días de estar allí tenía clarísimo que había encontrado un amigo de los de para siempre.

   Fueron años de trabajar juntos, de cafés casi a diario, de risas y también de mosqueos. Le advirtieron de que tenía un carácter muy particular, aunque ella jamás tuvo el más mínimo problema con él. A los pocos meses estuvo de baja un par de semanas y descubrió dos cosas que fueron las únicas que causaron discusiones entre ellos, hasta que terminó aceptando que todos tenemos nuestras manías y que hay que aceptarnos así o no tendríamos a nadie en nuestras vidas.

   Lo primero fue que tenía depresión. Como la mayoría de la gente cuando lo oye, Laura también pensó que era un problema de control y solía decirle que malos momentos tenemos todos alguna vez y que hay que ser fuertes y tirar para adelante. Que además tuviera que medicarse era algo que le parecía excesivo.

   -¿No has intentado bajar la dosis o dejarlo?-le preguntaba al principio cuando le veía en sus momentos buenos.

   -Sí, pero se descompensa todo y luego me cuesta más volver a recuperarme.

   Lo segundo fue que, cuando le pasaba algo, fuera de salud o de cualquier otra cosa, se encerraba en sí mismo cual tortuga en su caparazón. Nadie sabía nada hasta que no lo había superado, porque consideraba que cada uno tiene que solucionar sus problemas y no cargárselos a los demás. Si bien Laura terminó aceptándolo, era algo que la sacaba de quicio, sobre todo porque era recíproco: tampoco se preocupaba por los problemas de los demás, a menos que le pidieran ayuda, porque decía que no quería meterse en la vida de nadie. Y ella, que necesitaba sentir el cariño y el apoyo de su gente hasta para superar un simple resfriado, aprendió a contarle sólo las cosas más graves.

   -Tranquilo que no te voy a poner en el compromiso de preocuparte por mí-solía decirle haciéndose la víctima.

   -La línea entre el interés y el chismorreo es muy fina-le respondía él con su sonrisa picarona.

   -¡Egoísta!

   -¡Cotilla!

   Y los dos se echaban a reír. Lo cierto es que así terminaban casi todas sus discusiones; era imposible enfadarse con él.

   Aunque Laura y Álvaro seguían viéndose prácticamente a diario, aquel grupo de trabajo tan unido se dispersó según fueron cambiando de puestos. Todos mantenían contacto de una u otra forma y, de vez en cuando, quedaban para comer, aunque cada vez era más difícil reunirse. Al final decidieron celebrar una vez al mes el día del chocolate con churros, para poder verse y ponerse al día.

   Los dos últimos meses habían sido caóticos: se acercaba el fin de año y todo el mundo quería cuadrar y liquidar los temas pendientes. Además la gente se cogía las últimas vacaciones que quedaban, así que era un no parar ni para un café. Álvaro y ella hablaban todos los días, pero apenas pudieron quedar un par de veces. Le encontró serio y le preguntó si pasaba algo, sabiendo que, aunque así fuera no se lo diría.

   -Estoy muy cansado. A lo mejor me voy a la playa estas vacaciones para desconectar de todo.

   Primero se cogió ella un par de semanas y, cuando volvió, él ya había empezado las suyas. Cuando a finales de mes no apareció, supuso que, efectivamente, estaba tomando el sol y las había alargado. Una semana después, al ver que tampoco volvía y que nadie sabía nada, empezó a pensar que algo pasaba. El sábado, con la excusa de recordarle que faltaban pocos días para la chocolatada con el grupo, le mandó un mensaje. Lo escribió y borró varias veces porque, aunque quería saber si estaba bien, tenía que ser muy sutil y, aún así, podría no recibir respuesta.

   -Hola. Te recuerdo que el viernes tenemos lo del chocolate. Porfa, confírmame que puedes venir. Si no, buscamos otra fecha.

   Al poco rato lo había leído,  pero no contestó.

   El miércoles siguiente, hablando con uno de sus compañeros, se extrañaron de su ausencia: tanto si estaba de vacaciones como si estaba de baja, tenía que haberlo comunicado al Servicio de Personal, y ellos tampoco sabían nada.

   -Ya verás como el viernes viene. No se perdería el chocolate con churros por nada del mundo-le dijo Laura riéndose.-Te dejo, que me voy a tomar un café.

   A la vuelta, dos de sus compañeras la esperaban en la puerta del despacho.

   -¿Tienes un momento? Tenemos que hablar contigo, pero a solas.

   -Un momento, chicas. Me quito el abrigo, dejo el bolso y estoy con vosotras.

   La llevaron hacia las escaleras.

   -Mira, no sé cómo decírtelo, así que ahí va: Álvaro se ha suicidado.

   Abrió la boca y la volvió a cerrar.

   -Lo sabía. Estaba segura de que le pasaba algo. ¿Cómo ha podido ser tan estúpido? Maldito egoísta...-Laura no dejaba de moverse por el rellano. No gritaba, no lloraba; simplemente enlazaba frases sin parar apenas para respirar.

   La tristeza dio paso rápidamente a la rabia; estaba tan enfadada con él que le habría abofeteado si le hubiera tenido delante. Esa manía suya de callárselo todo....sin dejar que nadie le ayudara....

   Al día siguiente conocieron el resultado de la investigación: aunque encontraron su cuerpo el miércoles, la muerte se produjo el sábado. Y entonces Laura recordó el mensaje que le mandó, probablemente uno de los últimos que leyó, y se sintió culpable por no haber sido más insistente y por no haberle preguntado directamente si le pasaba algo y por no haberle llamado y por....por....

    El chocolate con churros de ese viernes fue el último que hicieron. Sólo hablaron de él, como no podía ser de otra forma, recordándole como le habría gustado: sólo los buenos momentos. Después nadie volvió a poner fecha y lo dejaron pasar.

   Cada año, después de Navidad, a medida que enero avanzaba, su recuerdo se iba haciendo cada vez más fuerte, hasta que, pasada la primera semana de febrero, se desvanecía junto con la rabia y la culpabilidad, tan intensas como aquellos primeros días de conmoción.

   Unos meses atrás, uno de sus contactos en redes sociales, le mandó un enlace a un programa de televisión sobre la depresión. Era un tema que no le interesaba porque todo lo que había visto o leído era más de lo mismo. Sin embargo, el mensaje que acompañaba el enlace: "Tienes que verlo, nunca se ha hecho nada parecido", que además venía de alguien que sabía lo que significaba para ella, hizo que aceptara echar un vistazo.

   El formato era muy atractivo: una reunión en una cabaña en las montañas. Más que una entrevista, era una puesta en común de vivencias y sentimientos. Laura pensó que estaba frente a un grupo de autoayuda en vez de un programa de televisión. No pudo parar hasta que acabó y, cuando se quiso dar cuenta, estaba llorando. Hablaron de la depresión desde el punto de vista médico, pero también desde el punto de vista del enfermo, de los familiares que lo vivían día a día y de los que ya no podían hacerlo porque la enfermedad se los había llevado. Porque sí, por fin su cerebro fue capaz de aceptar que la depresión, como el resto de dolencias mentales, es una enfermedad, como lo puede ser el cáncer o la tuberculosis y que, al igual que ellas, si el tratamiento funciona puedes llevar una buena vida, pero si no lo hace, termina con tu muerte. Que no es una cuestión de fuerza de voluntad y de ser fuertes, sino de desequilibrios químicos y hormonales. Y que hay veces que, por mucho que lo intenten, nadie puede hacer nada por ayudarles. Que todos, pacientes y familiares, pasan por momentos de rabia y culpabilidad, como le pasaba a ella. Cuando acabó siguió llorando unos minutos más; después se secó las lágrimas, respiró hondo y se dio cuenta de que, por fin, perdonaba a Álvaro...y a sí misma.

   El autobús se detuvo. Era su parada; la última del recorrido. Laura se dirigió al recinto donde estaba su lugar de trabajo y se paró de repente: la luna empezaba a desaparecer entre las nubes blanquecinas del amanecer, pero todavía se la veía enorme y brillante en medio del cielo, aún algo oscuro, y estaba situada justo encima del pararrayos de la garita de entrada, como un inmenso chupa-chups. Se imaginó cómo comentarían esa visión tan inusual Álvaro y ella y cómo se reirían. 

   Aunque todavía se sentía culpable por no haber sido más comprensiva con él, el enfado y la rabia habían desaparecido. Ahora, simplemente, le echaba de menos.





Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

miércoles, 3 de febrero de 2021

Solamente un día

 


https://youtu.be/KpweJJdgvKI


   Como se imaginaba, apenas había podido pegar ojo en toda la noche. Entre el remusguillo del lumbago que llevaba soportando desde hacía dos días y los nervios por el tratamiento con láser, su cuerpo y su mente se habían confabulado para no dejarle enlazar más de tres horas de sueño. Y, para colmo, cuando estaba empezando a adormilarse de nuevo, un ruido sordo de motor en funcionamiento la espabiló de repente. Miró la hora: las 7 de la mañana. ¿Quién demonios podía ser? Oyó cómo sus vecinos de alrededor se levantaban. Recordó que iban a venir temprano a pulir el suelo de las escaleras, pero ¿a las 7 de la mañana? ¿Era legal eso? En fin, estaba claro que no iba a poder dormir más, así que también se levantó y, mientras se duchaba, no dejaba de darle vueltas a lo de su ojo. Cierto que le habían asegurado que no era doloroso y que no duraba más de cuarto de hora, pero el hecho de tener una lente ahí metida mientras un láser lanzaba rayos no era algo para tranquilizar a Una, precisamente.

   Llegó pronto a la consulta. Era la primera cita, así que sabía que en cuanto llegara el doctor pasaría rápido. Fue muy puntual, pero Una se dio cuenta en seguida de que algo raro pasaba porque le vio salir y entrar en los diferentes despachos mientras preguntaba a sus colegas por el ordenador. Su corazón comenzó a latir más rápido; esperaba que no fuera nada grave. Se lo tenían que haber hecho tres semanas atrás, pero el oculista cayó enfermo y se lo aplazaron. Esta vez resultó que era un problema informático, que solucionaron de la forma tradicional: tirando de expedientes en papel.

   Cuando examinó el suyo, ni siquiera la llamó.

   -No te muevas, que primero te tengo que poner unas gotas de anestesia y te quedas en la sala de espera, mientras busco a alguien que me arregle lo del ordenador.

   Diez minutos más tarde, y tras la infructuosa búsqueda, se rindió a la evidencia: tendría que olvidarse de la informática.

   -Pasa conmigo a la sala del láser-le dijo mientras la acompañaba.

   Como se temía, para evitar el calentamiento del aparato, hacía un frío horrible e, incluso con las tres capas de ropa que llevaba, o quizás por los nervios, no podía dejar de tiritar.

   Le indicó el incómodo taburete en el que tenía que sentarse y le puso la segunda gota de anestesia. Se sentó frete a ella y tras mirarla fijamente, con cara de sorpresa le dijo:

   -Aquí falta algo.

   Una, que ya estaba bastante nerviosa, no sabía si era broma o se había olvidado de llevar alguna cosa. Miró a derecha e izquierda, como acababa de hacer él, y se encogió de hombros.

   -Falta el láser.

   -Bueno, en algún sitio estará-respondió ella, preguntándose cuál era el problema. No tenía ni idea de cómo era el aparato, pero si no estaba allí, que fuera a buscarlo.

   -Ya, es que si no está aquí es porque está estropeado. Me temo que hoy tampoco puedo hacértelo.

   Una abrió la boca sin saber si reír o gritar.....y la volvió a cerrar sin emitir ni un sonido. Cogió el abrigo y el bolso y salió tras él de la sala. Se dirigieron a recepción donde le confirmaron que se lo habían llevado hacía varios días y que todavía tardaría otra semana, como poco, para que lo devolvieran.

   -No sabes cuánto lo siento. La semana pasada no tuve que usarlo y nadie me informó-le dijo, terminando la frase con un tono que daba a entender que alguien iba a pagar esa falta de comunicación.

   -¿Sabes que es la segunda vez que me lo aplazas?

   -Estás la primera en la lista. En cuanto nos lo devuelvan te llamamos para hacértelo inmediatamente.

   Una salió de la clínica preguntándose si aquello no sería una señal. Si el tratamiento no fuera necesario, se plantearía muy seriamente hacérselo, pero las opciones no le convencían demasiado, así que no le quedaba otra que volver a intentarlo. Esperaba que a la tercera fuera la vencida.

   Se fue a trabajar, ante el asombro de sus compañeros, que no podían creer la mala suerte que estaba teniendo. La mañana resultó agotadora, así que después de comer y recoger la cocina y el baño se dispuso a descansar: una infusión, la manta eléctrica y alguna peli. Iba a poner a calentar el agua para su té, cuando un estruendo de pasos, gritos, risas y cajas cayendo al suelo la sobresaltó. 

   -Mierda, el telefonillo-recordó que los estaban cambiando y estaba claro que tocaba su planta. Adiós al descanso. A ver si acababan pronto.

   El timbre sonó y al otro lado de la puerta apareció un mocetón cargado con una cajita y un destornillador, que alucinó cuando vio lo antiguo que era el aparato de su casa.

   -¿De verdad hace falta cambiarlo? Funciona estupendamente y, por mi experiencia, si no está estropeado es mejor no tocarlo.

   -Ya, pero es que la mayoría de los vecinos sí tienen problemas y, como vamos a cambiar el sistema completo, el tuyo ya no funcionaría.

   Encendió la luz del pasillo para que pudiera trabajar y se sorprendió de no ver la claridad habitual. Los dos miraron hacia arriba.

   -Anda, si se ha fundido un  halógeno-dijo, pensando cuántas cosas más le iban a pasar.

   -No te preocupes que tengo una linterna.

   -Lo que más rabia me da es que no tengo ni idea de cómo cambiarlo.

   -Si es facilísimo: tiras de la pestaña, sacas la lámpara fundida, colocas la nueva y vuelves a poner la pestaña.

   Ya, facilísimo cuando lo has hecho muchas veces y sabes de qué va, pensó. Inmediatamente recordó que siempre guardaba repuestos y que no podía perder la oportunidad de tener a un experto, así que le dejó solo, se dirigió al cajón de las bombillas (una ventaja de tener un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio) y apareció en menos de un minuto cargada con la escalera, ante el asombro del joven, que debió pensar que, por dar tantas explicaciones, le iba a tocar hacer algo más que cambiar el aparato que tenía en la mano. Para su alivio, ya que no sabía cómo negarse sin parecer un grosero, Una empezó a subir la escalera y, siguiendo sus indicaciones, la cambió sin problemas.

   -¿Es lo bastante grande como para tapar el hueco que deja en la pared el otro?-le preguntó cuando vio el espacio de diferente color que apareció al quitar el antiguo telefonillo.

   -Yo creo que sí-le respondió mientras lo colocaba.

   El resultado no era perfecto, aunque mucho mejor de lo Una se temía: tapaba casi todo excepto una pequeña línea a la derecha.

   -Si tienes algo de pintura se arregla en un momento. O si no, en los chinos venden tarros pequeñitos.

   -No hace falta: tengo masilla blanca. Con un poquito bien extendido no quedará ni rastro.

   Así que cuando se fue, primero Una tuvo que utilizar agua y un trapo para recoger los restos de pintura y polvo que había producido el cambio del trasto. Su espalda reaccionó con varios pinchazos de dolor. Luego cogió la masilla y, con mucho cuidado, fue tapando ese pequeño espacio que se veía. Cuando acabó, se alejó para ver mejor el resultado y quedó satisfecha. Recogió todo y se dispuso a descansar un ratito antes de cenar.

   Un día largo y agotador. Si bien lo del láser no podía dejar de decepcionarla y frustrarla, tenía que reconocer que, si el halógeno del pasillo iba a fundirse de todas formas, había tenido suerte de que sucediera cuando había alguien con ella que pudiera explicarle cómo cambiarlo. 

   Entre el sueño y el dolor de espalda no podía más, así que se chutó un antiinflamatorio con la cena, decidida a llamar al fisio en cuanto pudiera, se puso la manta eléctrica, zapeó durante un rato y se fue a la cama esperando que esta vez Murphy fallara y el siguiente día no fuera peor que el acababa de terminar. 

   

   

Texto Ana María Blanco Estébanez
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