miércoles, 3 de febrero de 2021

Solamente un día

 


https://youtu.be/KpweJJdgvKI


   Como se imaginaba, apenas había podido pegar ojo en toda la noche. Entre el remusguillo del lumbago que llevaba soportando desde hacía dos días y los nervios por el tratamiento con láser, su cuerpo y su mente se habían confabulado para no dejarle enlazar más de tres horas de sueño. Y, para colmo, cuando estaba empezando a adormilarse de nuevo, un ruido sordo de motor en funcionamiento la espabiló de repente. Miró la hora: las 7 de la mañana. ¿Quién demonios podía ser? Oyó cómo sus vecinos de alrededor se levantaban. Recordó que iban a venir temprano a pulir el suelo de las escaleras, pero ¿a las 7 de la mañana? ¿Era legal eso? En fin, estaba claro que no iba a poder dormir más, así que también se levantó y, mientras se duchaba, no dejaba de darle vueltas a lo de su ojo. Cierto que le habían asegurado que no era doloroso y que no duraba más de cuarto de hora, pero el hecho de tener una lente ahí metida mientras un láser lanzaba rayos no era algo para tranquilizar a Una, precisamente.

   Llegó pronto a la consulta. Era la primera cita, así que sabía que en cuanto llegara el doctor pasaría rápido. Fue muy puntual, pero Una se dio cuenta en seguida de que algo raro pasaba porque le vio salir y entrar en los diferentes despachos mientras preguntaba a sus colegas por el ordenador. Su corazón comenzó a latir más rápido; esperaba que no fuera nada grave. Se lo tenían que haber hecho tres semanas atrás, pero el oculista cayó enfermo y se lo aplazaron. Esta vez resultó que era un problema informático, que solucionaron de la forma tradicional: tirando de expedientes en papel.

   Cuando examinó el suyo, ni siquiera la llamó.

   -No te muevas, que primero te tengo que poner unas gotas de anestesia y te quedas en la sala de espera, mientras busco a alguien que me arregle lo del ordenador.

   Diez minutos más tarde, y tras la infructuosa búsqueda, se rindió a la evidencia: tendría que olvidarse de la informática.

   -Pasa conmigo a la sala del láser-le dijo mientras la acompañaba.

   Como se temía, para evitar el calentamiento del aparato, hacía un frío horrible e, incluso con las tres capas de ropa que llevaba, o quizás por los nervios, no podía dejar de tiritar.

   Le indicó el incómodo taburete en el que tenía que sentarse y le puso la segunda gota de anestesia. Se sentó frete a ella y tras mirarla fijamente, con cara de sorpresa le dijo:

   -Aquí falta algo.

   Una, que ya estaba bastante nerviosa, no sabía si era broma o se había olvidado de llevar alguna cosa. Miró a derecha e izquierda, como acababa de hacer él, y se encogió de hombros.

   -Falta el láser.

   -Bueno, en algún sitio estará-respondió ella, preguntándose cuál era el problema. No tenía ni idea de cómo era el aparato, pero si no estaba allí, que fuera a buscarlo.

   -Ya, es que si no está aquí es porque está estropeado. Me temo que hoy tampoco puedo hacértelo.

   Una abrió la boca sin saber si reír o gritar.....y la volvió a cerrar sin emitir ni un sonido. Cogió el abrigo y el bolso y salió tras él de la sala. Se dirigieron a recepción donde le confirmaron que se lo habían llevado hacía varios días y que todavía tardaría otra semana, como poco, para que lo devolvieran.

   -No sabes cuánto lo siento. La semana pasada no tuve que usarlo y nadie me informó-le dijo, terminando la frase con un tono que daba a entender que alguien iba a pagar esa falta de comunicación.

   -¿Sabes que es la segunda vez que me lo aplazas?

   -Estás la primera en la lista. En cuanto nos lo devuelvan te llamamos para hacértelo inmediatamente.

   Una salió de la clínica preguntándose si aquello no sería una señal. Si el tratamiento no fuera necesario, se plantearía muy seriamente hacérselo, pero las opciones no le convencían demasiado, así que no le quedaba otra que volver a intentarlo. Esperaba que a la tercera fuera la vencida.

   Se fue a trabajar, ante el asombro de sus compañeros, que no podían creer la mala suerte que estaba teniendo. La mañana resultó agotadora, así que después de comer y recoger la cocina y el baño se dispuso a descansar: una infusión, la manta eléctrica y alguna peli. Iba a poner a calentar el agua para su té, cuando un estruendo de pasos, gritos, risas y cajas cayendo al suelo la sobresaltó. 

   -Mierda, el telefonillo-recordó que los estaban cambiando y estaba claro que tocaba su planta. Adiós al descanso. A ver si acababan pronto.

   El timbre sonó y al otro lado de la puerta apareció un mocetón cargado con una cajita y un destornillador, que alucinó cuando vio lo antiguo que era el aparato de su casa.

   -¿De verdad hace falta cambiarlo? Funciona estupendamente y, por mi experiencia, si no está estropeado es mejor no tocarlo.

   -Ya, pero es que la mayoría de los vecinos sí tienen problemas y, como vamos a cambiar el sistema completo, el tuyo ya no funcionaría.

   Encendió la luz del pasillo para que pudiera trabajar y se sorprendió de no ver la claridad habitual. Los dos miraron hacia arriba.

   -Anda, si se ha fundido un  halógeno-dijo, pensando cuántas cosas más le iban a pasar.

   -No te preocupes que tengo una linterna.

   -Lo que más rabia me da es que no tengo ni idea de cómo cambiarlo.

   -Si es facilísimo: tiras de la pestaña, sacas la lámpara fundida, colocas la nueva y vuelves a poner la pestaña.

   Ya, facilísimo cuando lo has hecho muchas veces y sabes de qué va, pensó. Inmediatamente recordó que siempre guardaba repuestos y que no podía perder la oportunidad de tener a un experto, así que le dejó solo, se dirigió al cajón de las bombillas (una ventaja de tener un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio) y apareció en menos de un minuto cargada con la escalera, ante el asombro del joven, que debió pensar que, por dar tantas explicaciones, le iba a tocar hacer algo más que cambiar el aparato que tenía en la mano. Para su alivio, ya que no sabía cómo negarse sin parecer un grosero, Una empezó a subir la escalera y, siguiendo sus indicaciones, la cambió sin problemas.

   -¿Es lo bastante grande como para tapar el hueco que deja en la pared el otro?-le preguntó cuando vio el espacio de diferente color que apareció al quitar el antiguo telefonillo.

   -Yo creo que sí-le respondió mientras lo colocaba.

   El resultado no era perfecto, aunque mucho mejor de lo Una se temía: tapaba casi todo excepto una pequeña línea a la derecha.

   -Si tienes algo de pintura se arregla en un momento. O si no, en los chinos venden tarros pequeñitos.

   -No hace falta: tengo masilla blanca. Con un poquito bien extendido no quedará ni rastro.

   Así que cuando se fue, primero Una tuvo que utilizar agua y un trapo para recoger los restos de pintura y polvo que había producido el cambio del trasto. Su espalda reaccionó con varios pinchazos de dolor. Luego cogió la masilla y, con mucho cuidado, fue tapando ese pequeño espacio que se veía. Cuando acabó, se alejó para ver mejor el resultado y quedó satisfecha. Recogió todo y se dispuso a descansar un ratito antes de cenar.

   Un día largo y agotador. Si bien lo del láser no podía dejar de decepcionarla y frustrarla, tenía que reconocer que, si el halógeno del pasillo iba a fundirse de todas formas, había tenido suerte de que sucediera cuando había alguien con ella que pudiera explicarle cómo cambiarlo. 

   Entre el sueño y el dolor de espalda no podía más, así que se chutó un antiinflamatorio con la cena, decidida a llamar al fisio en cuanto pudiera, se puso la manta eléctrica, zapeó durante un rato y se fue a la cama esperando que esta vez Murphy fallara y el siguiente día no fuera peor que el acababa de terminar. 

   

   

Texto Ana María Blanco Estébanez
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