viernes, 22 de marzo de 2019

Ellas, él y el maldito ramo de rosas





   Era casi la hora de la clase de inglés, así que cuando sonó el timbre pulsó el botón del telefonillo sin preguntar quién era y abrió la puerta, como hacía siempre.

   -¡Lía!-gritó desde la entrada.-Prepárate que Ana ya está aquí.

   Iba camino de la cocina cuando otro timbre la detuvo.

   -¡Está abierto!-volvió a gritar.-Pasa.

   Pero el sonido de campanillas se repitió. Se dirigió a la puerta y, al abrirla, un espectacular ramo de rosas rojas con piernas preguntó:

   -¿Margarita Sánchez?

   -Soy yo-respondió, mientras intentaba sujetar aquellas flores tan bonitas que se le echaron encima de repente.

   -Firme aquí, por favor-le dijo un chavalillo de veintipocos años al que, por fin, pudo ver.

   -Pero, ¿son para mí?¿De quién?-preguntó cada vez más sorprendida.

   -Si usted es Margarita Sánchez y éste es su domicilio, entones son para usted.-Se notaba que estaba acostumbrado a responder siempre la misma pregunta.-Y, en cuanto a quién se lo manda, en el ramo hay una tarjeta.

   Cerró la puerta después de darle las gracias al repartidor y se dirigió al salón para dejar sobre la mesa el precioso jarrón de cristal en el que venían las rosas. Rebuscó entre ellas y enseguida encontró el sobrecito que contenía la tarjeta. 

   PARA MI FLOR FAVORITA. 
   CON TODO MI AMOR
   J.

   El timbre volvió a sonar y se guardó la tarjeta en el bolsillo del vaquero. Repitió la misma acción que antes: pulsó el botón del telefonillo, abrió la puerta y le recordó a su hija que su profesora estaba llegando.

   Esta vez sí era ella. Cogió el jarrón para colocarlo en el mueble de la entrada, así que casi chocaron.

   -Vaya ramo más bonito-dijo Ana con una sonrisa. 

   -Me lo ha mandado mi marido.

   -Anda, ¿es tu cumpleaños?

   -Que va.

   -¿Tu aniversario?

   -Tampoco. No es ninguna fecha destacada.

   -Ale, tienes un marido detallista. ¡Qué suerte!-dijo con tonillo de envidia.

   -Para nada. Es la primera vez que hace algo así.

   Se cruzaron sus miradas. Ana pudo ver la inquietud que apareció de repente en la de Marga. "Seré metepatas", pensó.

   -Bueno, a lo mejor empieza a serlo hoy.-Fue lo único que se le ocurrió decir y le sonó tan falso que se arrepintió inmediatamente de haberlo soltado.

   En ese momento, apareció Lía.

   -Vamos, que tengo mucho que hacer. ¡Ostras, mami!¿Y este ramo de rosas?

   -Iros a la habitación a dar la clase.-Su voz sonó más brusca de lo que le hubiera gustado.

   Cogió el jarrón y se fue hacia la cocina. ¿Cómo podía ser tan idiota? Estaba claro: semanas sin venir a comer con la disculpa de las nuevas instalaciones, y vacaciones sin fecha porque nunca era el momento. Ni recordaba cuándo fue la última vez que hicieron una escapada de fin de semana como las que solían hacer todos los meses. ¿Y el dinero que sacó de la cuenta la semana anterior y que le dijo que era para los nuevos ordenadores de la oficina?. Y ahora le mandaba un espectacular ramo de rosas......¿acaso creía que era estúpida?

   Justo cuando se sentaban a la mesa para empezar a repasar sus dudas antes de su examen final, un estruendo de cristales rotos les llegó desde la cocina y Lía salió disparada para ver qué había pasado. Volvió un par de minutos más tarde, seguida de su madre que venía a despedirse.

   -Tengo que salir y tardaré en volver, así que ya no nos veremos. Pasa un verano estupendo y ojalá que te vaya todo estupendamente en tu trabajo nuevo. Si alguna vez necesitas algo, ya sabes dónde encontrarnos.

   Siempre le daba pena despedirse de sus alumnos cuando ya no iba a volver a darles clase. A la mayoría les había visto crecer porque empezaba a ayudarles a los 7 u 8 años y, salvo alguna excepción, les acompañaba hasta que llegaban a la Universidad.

   -Ahora que se ha ido, tengo que contarte un secreto-le dijo Lía después de que Marga se fuera.-¿Has visto el ramo que le ha regalado mi padre? Es sólo la primera sorpresa de hoy. Es una pena que se le haya caído a mamá. Después de clase, intentaré recuperar las rosas y las colocaré por todas partes. Esta noche, se van a cenar a su restaurante favorito, pero ella no lo sabe. ¿Recuerdas lo ocupado que ha estado los últimos meses con la fábrica nueva y buscar el inversor que necesitaban para poder competir en el extranjero? Pues la semana pasada lo consiguieron. Me lo contó y me hizo prometerle que no le contaría nada a mamá. Quiere celebrarlo con ella de una forma especial. Después de la cena le dará la mejor noticia de todas: ya sabes que el mes que viene lo paso en Irlanda para mejorar mi inglés, aprovechando que este año no nos vamos a ninguna parte. Pues ellos sí se van. Papá lleva a mamá a California y a Hawaii; dos semanas en cada sitio. Siempre ha querido ir y dice que así será como una segunda Luna de Miel. ¿No te parece romántico?

   -Mucho.-Fue lo único que pudo responder, mientras pensaba que no quería estar en el pellejo de ese pobre marido cuando llegara a casa esa tarde, tan emocionado y contento. Sabía que todo iba a ir bien, pero el recibimiento que iba a tener no se lo imaginaría ni en la peor de sus pesadillas.  Y se prometió que la próxima vez que alguien le enseñara un ramo de flores recién enviado, se limitaría a decir lo bonito que le parecía y nunca volvería a preguntar cuál era la causa del envío.

  

   
Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados
   

martes, 19 de marzo de 2019

Como un avestruz


   Odiaba la lluvia con toda su alma. Que sí, que el agua era necesaria, en eso estaba de acuerdo. Pero es que los días lluviosos eran tan tristes.....Además, tenía la suerte de que solían pasarle pequeñas catástrofes siempre que llovía. De hecho, casi nunca salía sin un paraguas. Ya se había acostumbrado a llevar bolsos lo suficientemente grandes como para que cupiera uno, después de calarse varias veces. Incluso en verano le habían pillado enormes tormentas que le hicieron llegar a casa empapada. Así que sí, odiaba los días lluviosos, sin ninguna duda.

   Siempre recordaba el día que se examinó de selectividad en aquel viejo edificio algo grimoso. Un día de lo más bochornoso de junio. Ya se veía venir, así que no les sorprendió que, al acabar los exámenes, no pudieran salir de allí. Unos negros nubarrones convirtieron la soleada tarde en casi noche cerrada, mientras el agua empezó a caer como si no lo hubiera hecho durante años. Decidieron refugiarse en la cafetería, que estaba en el sótano, pero a la que se accedía subiendo unos escalones. Cuando empezó a aclarar de nuevo, se dispusieron a salir.......y se encontraron con que el agua llegaba hasta el último peldaño; el sótano estaba completamente inundado. Avisaron a los bomberos, lo que convirtió aquel día en algo digno de recordar cada vez que se reencontraban: un grupo de jovencitas de 17 años rescatadas por el cuerpo de bomberos. Definitivamente fue algo que ninguna de ellas olvidó nunca.

   Su última experiencia desagradable con la lluvia había tenido lugar meses atrás. Amaneció lloviendo y no dejó de hacerlo durante todo el día. Fue a trabajar muy mona con sus botas nuevas y esa minifalda que le quedaba que ni pintada......y nada más llegar al despacho y sentarse, la cremallera de una sus botas se enganchó en las medias. Un enorme agujero a la altura de la rodilla, imposible de tapar con esa faldita tan escueta. Apenas se movió de su mesa en toda la mañana. No llevaba medias de recambio. En vez de un bolso tendría que llevar una mochila para tener repuesto de todo lo que podía estropearse. Cuando se fue a casa seguía el diluvio y todo el mundo la miraba. Era imposible no hacerlo con semejante agujero; pero se acordó de la estrategia de los avestruces: ojos que no ven, corazón que no siente. Así que bajó el paraguas todo lo que pudo. Apenas podía ver nada.....pero tampoco veía si la gente la miraba, con lo que el sentido de ridículo fue desapareciendo hasta hacerle olvidar su lamentable aspecto.

   La tarde empezó a oscurecerse. Otro precioso día de verano que iba a terminar con una tormenta. Tenía cinco minutos para salir de allí. Después de tanto tiempo, sabía de sobra cuándo tenía que irse para llegar a tiempo de coger el autobús. Y  desde aquella habitación del sótano del bloque 4 del HURH hasta la parada, tardaba exactamente cinco minutos a paso ligero en llegar. La famosa T4. La otra famosa T4. Nunca había estado en esa terminal del Aeropuerto de Barajas, pero era imposible que fuera más larga que aquellos interminables pasillos del hospital.

   -Here comes the rain again-canturreó asomada a la ventana intentando imitar a Annie Lennox

   -¿Qué?

   -Nada, que no va a tardar en diluviar, así que me voy a ir, a ver si no se me escapa el bus, que luego se pone la calle intransitable con tanto agua. Mañana después de comer, vuelvo-le dijo mientras se despedía con un beso en la mejilla.

   Sus cálculos no fallaron: no llevaba recorrido ni medio camino, cuando los negros nubarrones empezaron a descargar. Aligeró más el paso. "It's raining again"; esta vez era Supertramp el que se metió en su cabeza, mientras pensaba que ya podía haber tardado unos minutillos más en caer todo ese agua. Cuando llegó a la puerta, la gente se agolpaba intentando no mojarse, algo bastante difícil porque el viento que se había levantado movía la lluvia por todas partes. Se paró un momento: el paraguas que llevaba a duras penas la protegería de aquella lluvia torrencial, pero unida al vendaval, estaba claro que tendría suerte si no salía volando. Aquella explanada parecía interminable desde allí y el agua había formado enormes charcos. Miró sus viejas sandalias. Observó las pompas que formaban las enormes gotas al caer al encharcado suelo. Sabía que tardaría mucho tiempo en escampar......y no lo pensó más. Abrió el paraguas y echó a correr. Notaba cómo el agua bajaba por sus piernas y llegaba hasta sus pies, cada vez más empapados. Ya podía ver el autobús en la parada. Sólo un poco más. Y entonces llegó la catástrofe: primero, una enorme racha de viento volvió su paraguas, con lo que su cabeza, lo único que se mantenía seco a esas alturas, empezó a mojarse como el resto de su cuerpo. De repente sintió algo extraño en su pie derecho: era como si fuera andando por un charco porque estaba mucho más mojado que el otro. Bajó la mirada para encontrarse con que su sandalia permanecía unida a ella sólo por la tira del tobillo. No era momento para colocársela, y siguió corriendo arrastrándola.

   Por fin llegó al autobús. Tuvo que golpear la puerta para que el conductor abriera. El hombre se llevó un susto de muerte. No pensaba que nadie estuviera tan loco como para andar bajo ese tormentón. Ya sentada intentó ponerse bien la sandalia; imposible: las tiras que tenían que sujetarla al pie se habían arrancado, lo que la convertía en algo inservible. Se dio cuenta de que el autobús no se movía.

   -Tengo que esperar a que escampe-contestó el conductor cuando le preguntó por qué seguían allí.

   En fin, qué razón tenía Mika cuando cantaba eso de "I hate days like this when it rain and rain". Cuando se bajó del autobús, seguía lloviendo. La calle era una mezcla de enormes charcos y torrentes de agua. Su sandalia se negaba a quedarse bajo el pie, así que tuvo que ir cojeando. No era extraño que la gente la mirara: empapada y arrastrando una sandalia rota. Esta vez no había paraguas para protegerla del agua ni de las miradas, así que levantó la cabeza y de lo más digna empezó a encaminarse a casa, mientras tarareaba "It's raining men". Se concentró en la calle y en el parque. Decidió que no había nadie más y, efectivamente, funcionó. Si no veía a la gente, es que la gente no la veía a ella. Como un avestruz.



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados
   

viernes, 15 de marzo de 2019

YO, LA SEÑORA PRESIDENTA






   Llegó el momento que más temía desde que me convertí, 9 años atrás, en la orgullosa copropietaria de mi pisito: ser miembro de la Junta Directiva de  mi comunidad de vecinos. Ya sé que hay gente que lo espera con unas ganas, que a mí me parecen incomprensibles. Pero bueno, para gustos hay colores y yo, desde luego, soy de las que rezaba por que eso sucediera lo más tarde posible.

   Todavía no sé por qué, nosotros hacemos las reuniones anuales los domingos por la mañana y siempre el fin de semana más cercano a San Valentín, aunque el amor no es precisamente lo que más brilla en esas asambleas.

   El año pasado, pensando en lo que se me venía encima, me dispuse a ser la protagonista de la reunión. Para mi alegría, me tocó con una pareja joven que llevaba poco más de un año viviendo con nosotros, y con muchas ganas de implicarse en los temas de la escalera, así que, de lo más encantada, les cedí la presidencia y me dispuse a ser la Vice, que, en nuestro caso, significa ser "la señora de las llaves", porque es de lo único que me tenía que encargar.

   Pero ya me conocéis. Nada de lo que me suele pasar es muy normal y, mucho menos, las cosas suelen ocurrirme según lo previsto.

   Todo fue como la seda los 5 primeros meses.....hasta que llegó agosto. Entonces la feliz parejita me comunicó que se iban de vacaciones, y me adelantaron que él se iba a trabajar a León en septiembre y que se casaban en octubre. Así que me fui haciendo a la idea de que me iba a tocar currar un poquillo.

   En mi portal están los que yo llamo "vecinos patanegra": los que viven allí desde el principio y saben decirte cada grieta y ladrillo del edificio como si lo hubieran construido ellos mismos. Luego está "la segunda generación", que se mudaron hace muchos años y tuvieron que enfrentarse a las grandes reformas de la finca. Y luego estamos "los nuevos", que somos los que llevamos menos de 15 años, casi todas mujeres....y que, por supuesto, normalmente no sabemos de lo que hablamos.

   En el primer asalto dejé bien claro a mis vecinos cómo iba a ser mi gobierno: plaga de cucarachas en el primero. "Pues mira, llamas al administrador, que para eso le pagamos una pasta gansa, y que se encargue de ponerse en contacto con la empresa". A ver, la mayoría son jubilados que no tienen nada que hacer y les gusta estar pendientes de todo, pero una tiene una vida laboral y social... y teléfono tenemos todos, ¿no? Desde entonces nadie me volvió a pedir nada.....o casi nada. Excepto una obsesión que le dio a alguno por si me iba de vacaciones y la comunidad se quedaba sin presidente. Le aseguré que si me iba más de un día le dejaría las llaves a otro vecino y, si pasaba algo......pues a llamar al administrador.

   En el segundo asalto me enfrenté a una vecina nueva que, a punto de cocerse, decidió poner unos toldos y vino a preguntarme sobre el asunto.

   -Aquí debemos ser muy frioleros porque nadie los ha puesto-le dije, riéndome.-En cualquier caso, no recuerdo haber tenido una conversación sobre el tema. Déjame que hable con el administrador para saber si hay que hacer una reunión para decidir colores y todo eso.

   -Ya, pero es que tengo al de los toldos en casa. Ha puesto el pequeño y está preparando todo para poner el de la galería.

   -Y entonces, ¿para qué me preguntas?-le dije ojiplática-Si vas a ponerlos de todas formas, ¿qué más da lo que diga yo? Además, tus ventanas son interiores, así que, al no ser la fachada que da a la calle, tampoco creo que importe mucho-añadí mientras pensaba que sería uno de los puntos a tratar en la siguiente reunión.

   En septiembre, en mi primer día de vacaciones, con el presi en León, me llaman del banco. Que han hecho un ingreso equivocado en nuestra cuenta, que necesitan mi permiso para anularlo y que puedo hacerlo por teléfono.

   -Mira, yo, por teléfono, no hago nada relacionado con mi dinero. Mucho menos con una cuenta que no es mía. A última hora me paso por ahí y lo arreglamos-le contesté, mientras reorganizaba lo que tenía que hacer esa mañana.

   Y llegó octubre con el bodorrio y la luna de miel.......y la sorpresa a la vuelta: aparecen en la puerta de mi casa con dos enormes bolsas y yo, ya sabéis que soy una ingenua, pienso "Ostras, ¡qué majos, si me han traído un regalo!", pero no, claro, eran los bártulos de la comunidad porque.....se iban vivir a León, con lo que me tocaba a mí cargar con todo, que en esos momentos era una amenaza de denuncia de un vecino que consideraba que un problema que tenía en su piso era comunitario y no particular, el remate del arreglo de uno de los patios, y humedades en un bajo, con grandes diferencias sobre si era asunto de la comunidad o del propietario el arreglarlo.

   Y, casi sin darnos cuenta, nos encontramos en Navidad, ese tiempo de paz y amor......hasta que a uno de mis vecinos le dio por mirar al techo del ascensor y decidió que se había fundido un fluorescente. Y va y me dice to pancho:

   -Ya imagino que no cambiarán el fluorescente fundido hasta que cambiemos de Presidente.

   Y yo, que puedo hacerme la tonta, pero que odio que me tomen por una, le recordé que no uso el ascensor y que si tienen un problema con él y no me lo dicen, yo no puedo adivinarlo. Quedé en decírselo al técnico en la siguiente revisión, cosa que hice....y se convirtió en uno de esos momentos "tierra trágame".

   Termina la revisión y me pasa el aparato para que eche la firma.

   -Oye-le digo-¿has cambiado el fluorescente fundido?

   -Pues no, funcionan todos bien.

   -Que no, que se me han quejado de que el del medio no da luz.

   -Ya.....pues es que en el medio no hay fluorescente.

  -¿Cómo no va a haber?-pregunté, ya bastante mosqueada, porque no sabía quién de los dos intentaba quedarse conmigo.

   -Mira, ven y te lo enseño.

   Y allá que fuimos los dos. Y el hombre desmontó el techo para demostrarme que, efectivamente, en el medio ni había ni nunca había habido un fluorescente.

   Desde ese momento, la verdad, todo fue más tranquilito: averías normales endosadas al administrador, por supuesto. Hasta, que, en vísperas de la reunión de este año, se presenta una vecina con el dinero del recibo para que lo lleve al banco.

    -Es que me es imposible ir-me dice.

   Y yo, con el dinero en la mano y cara de estar contando hasta 10.....20......30......pude, por fin explicarle que yo tengo domiciliado el recibo porque no puedo ir al banco. Y que si no puedo ir a llevar mi mensualidad, evidentemente, tampoco puedo llevar la suya.

   -Ya, pero es que no puedo ir a la reunión. Es para que se lo des al administrador y que lo ingrese.

   Una enorme sonrisa apareció en mi cara, al ver que ya habían aprendido que si le  pagamos es para que trabaje él. Y creo que nadie le había hecho trabajar tanto como yo durante estos meses 😇

   Llegó el domingo de la reunión. Yo estaba encantada deseando librarme del marrón; además, todos los vecinos con los que me encontré esa semana me dijeron que el presidente iba a venir, así que esperaba tener una despedida tranquila.....cosa que, por supuesto, no se produjo.

   De camino a los locales, fueron comentando que unos días atrás, en otra comunidad del barrio, las cosas se salieron tanto de madre, que llegaron a las manos. Que sí, que ya sé que hay gente muy exaltada y, cuando te llevas mal con tus vecinos, en esos momentos sale todo lo malo, pero no dejará de sorprenderme que la sangre llegue al río.

   La primera sorpresa fue que el presidente no vino. Bueno, sorpresa para los que esperaban que estuviera allí, claro.

   La segunda.....que allí estaba mi vecina, la que me dio el dinero porque no iba a venir. ¿Estaría vigilándome para comprobar que le entregaba el dinero al administrador?😒

   Decidimos que había que intentar arreglar el problema de humedad del bajo como fuera, prácticamente por unanimidad.Y, a partir de ahí, todo fue de mal en peor. El obsesionado por el fluorescente del ascensor insistía en que estaba fundido y no había forma de hacerle cambiar de opinión, ni siquiera cuando le aseguré que yo, personalmente, había visto el techo; pero claro, qué iba a saber yo.

   Cuando traté el tema de los toldos, nadie sabía por qué lo hacía. Resulta que la vecina en cuestión, que tampoco estaba allí, no había puesto ninguno, así que el resto no tenía ni idea de lo que hablaba. En cualquier caso, conseguí que se eligiera un color para evitar problemas si alguien quería poner uno alguna vez.

   Y llegó el momento que todos estaban esperando: el ataque a los gastos de este año. Porque había un enfrentamiento por el patio en el que se habían hecho las obras, del que yo no tenía ni idea. Como en todas las comunidades, nosotros también tenemos el típico vecino o vecina que siempre protestan por todo. Si se hace...porque se gasta, si no se hace...porque hay que hacer. Si les pasa algo, la comunidad tiene que arreglarlo, pero si les pasa a los demás, resulta que no tenemos que hacerlo. Que siempre quieren que se hagan mejoras o arreglos, excepto cuando están ellos en la Junta Directiva, y entonces no quieren saber nada del tema.Total, que comenzó una discusión a gritos, faltándose al respeto y me vi metida en ella. Primero dije que a mí no me preguntaran, que eso se decidió en la reunión del año pasado y fue cosa del presidente el qué y cómo hacerlo. Así que siguieron, cada vez peor, hasta que llegó un momento que vi que terminaríamos como la comunidad de la que me habían hablado.....a puñetazo limpio. Pegué un grito de los míos y todos se callaron. "A ver, si no queríais que se hiciera la obra ¿por qué no lo dijisteis en la reunión del año pasado? Yo estuve y nadie dijo nada". Y entonces, quise que la tierra me tragara de verdad: "Es que en la reunión del año pasado sólo hablamos de limpiarlo, no de arreglarlo". Yo no lo recordaba así, pero en las actas, efectivamente, sólo se hablaba de limpieza; y lo que dicen las actas.....va a misa. Conseguí que dejaran de discutir entre ellos, pero, al final de la reunión, creo que todos pensaban que yo era más tonta de lo que ya creían; así que, mirando el lado bueno, espero que, cuando dentro de muchos años, me vuelva a tocar ser de la Junta Directiva, me endosen sólo las llaves 😉

   Pero no creáis, tengo unos vecinos de lo más majetes, en serio; si ni siquiera se quejan de la tortura a la que les someto todas las mañanas de fin de semana, cuando pongo la música a toda pastilla y berreo a pleno pulmón mientras hago las tareas de la casa. Sólo los que alguna vez habéis tenido la desgracia de oírme, sabéis lo insufrible que puede llegar a ser 😈

   En conclusión, ¿qué he aprendido de mi experiencia presidencial? Que, hagas lo que hagas, siempre hay algún vecino tocanarices que lo va a criticar, que cuanto más tonta parezcas, menos problemas tendrás, que no puedes tener vacaciones sin que se enteren todos y, sobre todo, que los jubilados tienen mucho tiempo libre para mirar cada céntimo gastado y aprenderse las actas de memoria, como hacían con el Catecismo cuando eran pequeños.


Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

viernes, 1 de marzo de 2019

¿Quién necesita a Macgyver?


   Como todas las mañanas a las 6, ese pitido.....justo cuando más ganas tenía de seguir en la cama. De un manotazo apagó el despertador y tanteó en la oscuridad buscando el interruptor de la lámpara de la mesilla. Y como sucedía las últimas semanas, una luz parpadeante respondió a sus intentos de encenderla. Apretó la pequeña pieza entre sus dedos, pero esta vez no funcionó: la luz parpadeó un par de veces más y terminó por apagarse del todo. Definitivamente tendría que llevarla a arreglar.

   Desde que él se fue, parecía que todos los aparatos de la casa habían decidido estropearse. Al principio pensó que tenía que ser una mujer moderna y con recursos e intentó arreglarlos sola. Siempre había sido una negada para esas cosas y, la primera vez que cambió una bombilla, estuvo a punto de celebrar una fiesta cuando vio que funcionaba correctamente. Nunca había tenido que encargarse de ello; tener a un manitas en casa era algo que no había apreciado lo suficiente hasta que el grifo de la ducha se rompió. Compró uno nuevo y, cogiendo unas llaves de la caja de herramientas, se dispuso a colocarlo ella sola. Él lo hacía tan fácil que no entendía cómo tuvo que terminar llamando a un fontanero, que casi le cobró más por ponerlo que lo le había costado el dichoso grifo. Cuando se estropeó el frigorífico, había descubierto que un destornillador era su mejor amigo y que lo mismo servía para un roto que para un descosido, ya que no sólo había apretado todo lo que andaba suelto, sino que hasta logró arreglar la cisterna, ante su estupor, porque no tenía ni idea de qué era exactamente lo que había hecho. Aun así, después de lograr sacar ese aparato monstruoso de su sitio ella solita, sí, la que nunca tenía fuerza para nada, se quedó mirando esa parte trasera, hasta ahora un misterio para ella y, mientras decidía si se atrevía o no a intentarlo, se dedicó a limpiar el hueco que había dejado libre y que, tras 9 años, había acumulado una enorme capa de pelusas. Al final llegó a la conclusión de que era mejor llamar al técnico, que se lo arregló en media hora, usando su secador de pelo y por sólo 20 €, con lo que terminó convencida de que ella también hubiera sido capaz de hacerlo.

   Con la lámpara era diferente: eso de andar con la electricidad le daba algo de miedo. Sin embargo, al ver que era difícil que lo estropeara más, ya que no funcionaba en absoluto, se planteó investigar cómo podría arreglarla. Sospechaba que tenía que ser algo que se había soltado. Se descargó un tutorial de San Google, cogió su inseparable destornillador y se encontró con el primer problema: su interruptor no se parecía en nada al del vídeo, que decía bien clarito que lo primero que tenía que hacer era abrirlo. Como no había tornillo ni hueco por ningún lado, apalancó con el destornillador y la tapa saltó......junto con todo lo que había dentro. Resulta que no había nada suelto sino roto, así que se quedó mirando todo ese montón de piececitas sin saber muy bien qué hacer con ellas, puesto que estaba claro que no podría volver a meterlas. Además, tampoco logró ajustar la tapa de nuevo. En fin, esta vez la había liado de verdad. Buscó un plástico de pompas para proteger la tulipa y se dispuso a cambiarse de ropa para llevarla a la tienda de electricidad del barrio de toda la vida, cuando sonó el teléfono.

   -¿Te apetece un café?

   -¡Pedro!-exclamó-¿No sabrás arreglar una lámpara?-preguntó sin demasiadas esperanzas.

   -Puedo echarla un vistazo.

   -Pero, ¿tú entiendes de estas cosas?-menos mal que, a través del teléfono, no podía ver su escéptica cara.

   Cuando llegó y miró el estropicio, dijo:

   -Está rota.

   No le respondió, pero su mirada lo dijo todo.

   -Vale, pues voy a bajarla a la tienda, a ver si tiene arreglo, o me sale más barato comprarme otra.

   -Que sí, mujer. Seguro que te la arreglan rápido. Y si no, pues la tiras y ya.

   -Oye, que es nueva

   -¿Nueva?-le preguntó sorprendido.-Pues no lo parece. Pensaba que era vieja

   -¿Vieja?-casi gritó.-Será "antigua". Es vintage-terminó con ese tono que no podía evitar utilizar cuando le salía la profe que llevaba dentro.

   En vista de que no tenía tiempo para tomar ese café, él se fue solo y ella, tras cambiarse y envolver la lámpara en el plástico protector, se acercó a la tienda. Acababan de abrir y sólo estaba la chica que la llevaba. Tercera generación en el negocio. Siempre le había atendido su hermano, así que pensó que, si no estaba, el arreglo tardaría más de lo previsto.

   -No sé en qué brillante momento se me ocurrió que podría arreglarla-le explicó con su tono más triste.

   -No te preocupes que no es grave-le respondió tras examinarla.-Sólo tengo que cambiar el interruptor.

   -¿Tú?-no pudo evitar el tono de sorpresa.-Pensaba que era tu hermano el de los arreglos.

   -Pues no-contestó en un tono de cansancio que delataba la cantidad de veces que había tenido que explicarlo.-Él sólo se encarga de los pedidos y del transporte. Es un negado. Los arreglos son cosa mía. Vete a dar una vuelta y te llamo cuando esté arreglada.

   Bastante más avergonzada de lo que parecía, salió de la tienda y, para aprovechar el tiempo, decidió que era hora de comprarse unos zapatos. Llevaba semanas intentando mentalizarse para esa tortura. Sabía que por muy caros y buenos que los comprara, pasaría mucho tiempo antes de que dejaran de destrozar sus pies. Cuando entró en la zapatería de siempre, Aurora, la dependienta que, tras tantos años, sabía perfectamente lo que esa experiencia suponía para ella, la recibió con la mejor de sus sonrisas. Eso la tranquilizó. Por primera vez en toda la tarde, estuvo segura de que algo iba a salir bien, por fin. Tras probarse dos modelos, se decidió por los más bonitos. "Si van a machacarme, por lo menos que los luzca", pensó.

   Al salir, se quedó pensando qué hacer. Sólo había pasado media hora  y no sabía cuánto tardaría en llamarla para ir a recoger la lámpara. De repente se dio cuenta de que estaba agotada, así que decidió ir a casa. No había dado más que unos pasos, cuando sonó el teléfono.

   -Ya la tienes arreglada. Pásate cuando quieras a por ella.

   -Estoy de camino-contestó feliz.

   Cuando llegó, probaron la lámpara para que viera que funcionaba correctamente.

   -Muchas gracias. ¿Cuánto es?

   -5 €.

   De camino a casa, con sus zapatos nuevos de un brazo y la lámpara arreglada del otro, iba tarareando, como siempre cuando superaba alguna de sus crisis, "I will survive", mientras pensaba en la que podía haber liado por 5 €. Y se prometió a sí misma que, al llegar a casa, guardaría ese maldito destornillador en lo más hondo de la caja de herramientas y sólo lo utilizaría para apretar tornillos. Al fin y al cabo, ella no estaba hecha para esas cosas; tenía que aceptarlo.




Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados