Odiaba la lluvia con toda su alma. Que sí, que el agua era necesaria, en eso estaba de acuerdo. Pero es que los días lluviosos eran tan tristes.....Además, tenía la suerte de que solían pasarle pequeñas catástrofes siempre que llovía. De hecho, casi nunca salía sin un paraguas. Ya se había acostumbrado a llevar bolsos lo suficientemente grandes como para que cupiera uno, después de calarse varias veces. Incluso en verano le habían pillado enormes tormentas que le hicieron llegar a casa empapada. Así que sí, odiaba los días lluviosos, sin ninguna duda.
Siempre recordaba el día que se examinó de selectividad en aquel viejo edificio algo grimoso. Un día de lo más bochornoso de junio. Ya se veía venir, así que no les sorprendió que, al acabar los exámenes, no pudieran salir de allí. Unos negros nubarrones convirtieron la soleada tarde en casi noche cerrada, mientras el agua empezó a caer como si no lo hubiera hecho durante años. Decidieron refugiarse en la cafetería, que estaba en el sótano, pero a la que se accedía subiendo unos escalones. Cuando empezó a aclarar de nuevo, se dispusieron a salir.......y se encontraron con que el agua llegaba hasta el último peldaño; el sótano estaba completamente inundado. Avisaron a los bomberos, lo que convirtió aquel día en algo digno de recordar cada vez que se reencontraban: un grupo de jovencitas de 17 años rescatadas por el cuerpo de bomberos. Definitivamente fue algo que ninguna de ellas olvidó nunca.
Su última experiencia desagradable con la lluvia había tenido lugar meses atrás. Amaneció lloviendo y no dejó de hacerlo durante todo el día. Fue a trabajar muy mona con sus botas nuevas y esa minifalda que le quedaba que ni pintada......y nada más llegar al despacho y sentarse, la cremallera de una sus botas se enganchó en las medias. Un enorme agujero a la altura de la rodilla, imposible de tapar con esa faldita tan escueta. Apenas se movió de su mesa en toda la mañana. No llevaba medias de recambio. En vez de un bolso tendría que llevar una mochila para tener repuesto de todo lo que podía estropearse. Cuando se fue a casa seguía el diluvio y todo el mundo la miraba. Era imposible no hacerlo con semejante agujero; pero se acordó de la estrategia de los avestruces: ojos que no ven, corazón que no siente. Así que bajó el paraguas todo lo que pudo. Apenas podía ver nada.....pero tampoco veía si la gente la miraba, con lo que el sentido de ridículo fue desapareciendo hasta hacerle olvidar su lamentable aspecto.
La tarde empezó a oscurecerse. Otro precioso día de verano que iba a terminar con una tormenta. Tenía cinco minutos para salir de allí. Después de tanto tiempo, sabía de sobra cuándo tenía que irse para llegar a tiempo de coger el autobús. Y desde aquella habitación del sótano del bloque 4 del HURH hasta la parada, tardaba exactamente cinco minutos a paso ligero en llegar. La famosa T4. La otra famosa T4. Nunca había estado en esa terminal del Aeropuerto de Barajas, pero era imposible que fuera más larga que aquellos interminables pasillos del hospital.
-Here comes the rain again-canturreó asomada a la ventana intentando imitar a Annie Lennox
-¿Qué?
-Nada, que no va a tardar en diluviar, así que me voy a ir, a ver si no se me escapa el bus, que luego se pone la calle intransitable con tanto agua. Mañana después de comer, vuelvo-le dijo mientras se despedía con un beso en la mejilla.
Sus cálculos no fallaron: no llevaba recorrido ni medio camino, cuando los negros nubarrones empezaron a descargar. Aligeró más el paso. "It's raining again"; esta vez era Supertramp el que se metió en su cabeza, mientras pensaba que ya podía haber tardado unos minutillos más en caer todo ese agua. Cuando llegó a la puerta, la gente se agolpaba intentando no mojarse, algo bastante difícil porque el viento que se había levantado movía la lluvia por todas partes. Se paró un momento: el paraguas que llevaba a duras penas la protegería de aquella lluvia torrencial, pero unida al vendaval, estaba claro que tendría suerte si no salía volando. Aquella explanada parecía interminable desde allí y el agua había formado enormes charcos. Miró sus viejas sandalias. Observó las pompas que formaban las enormes gotas al caer al encharcado suelo. Sabía que tardaría mucho tiempo en escampar......y no lo pensó más. Abrió el paraguas y echó a correr. Notaba cómo el agua bajaba por sus piernas y llegaba hasta sus pies, cada vez más empapados. Ya podía ver el autobús en la parada. Sólo un poco más. Y entonces llegó la catástrofe: primero, una enorme racha de viento volvió su paraguas, con lo que su cabeza, lo único que se mantenía seco a esas alturas, empezó a mojarse como el resto de su cuerpo. De repente sintió algo extraño en su pie derecho: era como si fuera andando por un charco porque estaba mucho más mojado que el otro. Bajó la mirada para encontrarse con que su sandalia permanecía unida a ella sólo por la tira del tobillo. No era momento para colocársela, y siguió corriendo arrastrándola.
Por fin llegó al autobús. Tuvo que golpear la puerta para que el conductor abriera. El hombre se llevó un susto de muerte. No pensaba que nadie estuviera tan loco como para andar bajo ese tormentón. Ya sentada intentó ponerse bien la sandalia; imposible: las tiras que tenían que sujetarla al pie se habían arrancado, lo que la convertía en algo inservible. Se dio cuenta de que el autobús no se movía.
-Tengo que esperar a que escampe-contestó el conductor cuando le preguntó por qué seguían allí.
En fin, qué razón tenía Mika cuando cantaba eso de "I hate days like this when it rain and rain". Cuando se bajó del autobús, seguía lloviendo. La calle era una mezcla de enormes charcos y torrentes de agua. Su sandalia se negaba a quedarse bajo el pie, así que tuvo que ir cojeando. No era extraño que la gente la mirara: empapada y arrastrando una sandalia rota. Esta vez no había paraguas para protegerla del agua ni de las miradas, así que levantó la cabeza y de lo más digna empezó a encaminarse a casa, mientras tarareaba "It's raining men". Se concentró en la calle y en el parque. Decidió que no había nadie más y, efectivamente, funcionó. Si no veía a la gente, es que la gente no la veía a ella. Como un avestruz.
Texto Ana María Blanco Estébanez
Texto Ana María Blanco Estébanez
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