miércoles, 23 de diciembre de 2020

Imperdonable


https://www.youtube.com/watch?v=VKIiCOZ2Eo4


   El suspiro que soltó al colgar el teléfono era una mezcla de alivio y angustia. Se encontraba en una de esas situaciones en las que te gustaría que un meteorito gigante cayera sobre el planeta para librarte de cumplir con tu deber. Llevaba unos días retrasando aquella cita; apenas podía dormir y la comida formaba en su boca una bola imposible de tragar. Ya no había marcha atrás: en un par de horas se enfrentaría a Nuria intentando que perdonara algo que le haría daño y la enfurecería. Sabía exactamente cómo se sentiría porque ella siempre había estado al otro lado; siempre había sido la ofendida y traicionada. Había intentado ponerse en el lugar de la otra persona e intentar ser comprensiva, pensando que no eran malas personas y que la vida, a veces, pone a la gente en unas circunstancias en las que alguien pierde y alguien gana. El problema es que, por mucho que intentes ser positiva, cuando te hieren, que los demás lo pasen también mal, no es un consuelo.

   Recordaba la primera vez que una amiga se benefició de su inocencia: Esther. Habían estudiado la carrera juntas y se habían hecho inseparables. Cuando le ofrecieron su primer trabajo, le dio mucha rabia no poder aceptarlo: coincidía con un curso esencial para su futuro profesional. El caso era que sólo duraba tres meses, pero ellos necesitaban a alguien ya. De repente recordó que Esther se iba a trabajar a Londres justo cuando ella quedaba libre, así que habló con la empresa y con ella..... y todos felices. 

   Estuvieron tan liadas las dos que apenas hablaron un par de veces durante esas semanas. Cuando llegó el momento y quedaron para que le pusiera al día del trabajo, se llevó una desagradable sorpresa: un tío de Esther, que había sido su segundo padre, había fallecido y su madre se encontraba sumida en una depresión tan fuerte que había anulado sus planes y ya no se iba a Londres, por lo que quería seguir manteniendo el trabajo. Le dijo que eso no era lo pactado, que se estaba comportando como una zorra y que no entendía cómo podía hacerle eso. 

   -Voy a hablar con la empresa: ellos me buscaron a mí, así que seguro que quieren que continúe yo.

   -No te molestes: ellos prefieren que siga yo porque ya conozco el trabajo y les gusta cómo lo hago.

   Ya no pudo decir nada más. Se dio la vuelta para irse.

   -Lo que más siento es que voy a perderte como amiga porque ya no querrás saber más de mí.

   -Estás equivocada: seguiré llamándote, pero serás tú la que no querrás verme, para intentar olvidar cómo te has portado conmigo.

   Y así fue. El cumpleaños de Esther era un par de semanas más tarde y la felicitó. Después de eso, nunca más volvió a saber de ella.


   No sabía cómo empezar a hablar con Nuria. Tenía que tener mucho tacto; ya era bastante con lo que había pasado, como para que una mala elección de las palabras aumentara aún más su enfado. Le pasó con Lucía. Se conocieron en uno de los primeros trabajos que tuvo y fue la encargada de enseñarle el edificio y sus tareas. Su relación fue muy buena hasta que una serie de decisiones y comentarios malintencionados la colocaron en una situación en la que se vio marginada por casi todos sus compañeros. Sólo Lucía parecía seguir apoyándola......hasta que meses después de acabar su contrato se enteró de que fue ella la que empezó su acoso y derribo. Hubo rumores de que iban a echar a alguien y su querida compañera se encargó de despellejarla, intentando que fuera ella la despedida. 

   Estaba en pleno proceso de instalación de su nueva tele cuando sonó el teléfono y, al ver la cara de Lucía en la pantalla, se le paró el corazón. Hacía más de cuatro años que no sabía nada de ella y dudó si contestar o ignorarla. Pero, mientras lo pensaba, su dedo pareció tomar vida propia y se deslizó por la pantalla.

   -Hola, soy Lucía. No sé si te acuerdas de mí.

   -Sí, claro-respondió pensando en  lo imposible que le había resultado olvidarla.

   -Te sorprenderá mi llamada, pero necesitaba pedirte perdón por lo que hice. Sé que fui muy injusta y que te hice mucho daño.

   -Pues sí, la verdad. Pero...un poco tarde, ¿no?

   -Verás-continuó sin dejarla hablar- estoy pasando un momento muy duro: me han encontrado varios tumores. No sé si saldrá todo bien o no, pero necesito limpiar mi conciencia.

   Vaya, así que Lucía tenía conciencia y llevaba todos esos años torturándola. 

   -Sé que lo pasaste muy mal por mi culpa y espero que todo te haya ido muy bien.

  -Ya sabes que me hiciste mucho daño, pero entenderás que no me he pasado estos años dándole vueltas. Simplemente pasé página y he seguido con mi vida.

   -Me alegro de que pudieras superarlo. Como te he dicho, estoy haciendo examen de conciencia y pedirte perdón era una de las obligaciones que tengo para poder quedarme tranquila.

   Acabáramos: no pedía perdón por ella y el dolor que le había causado, sino como una obligación para poder tener la conciencia limpia.

   -Pues nada, ya puedes estar tranquila, que ya lo has hecho. Y ahora tengo que dejarte, que me has pillado en un mal momento.-Y colgó sin dejar añadir a Lucía ni una palabra, para evitar que lo estropeara todavía más.


   Cerró la  puerta de casa y, mientras bajaba las escaleras, se dio cuenta de que todavía no sabía por dónde empezar. Tenía un paseo de casi media hora para decidirlo, aunque imaginaba que, simplemente, dejaría que hablara su corazón.

   Habían pasado poco más de dos meses desde el día que recibió la llamada de Nuria para que la acompañara a una cita a ciegas. Sabía que lo odiaba, pero era la primera vez que iba a quedar con Carlos. Le había conocido en una comida de trabajo y habían congeniado. Llevaban semanas intentando encontrar una fecha para quedar y resultó que, cuando por fin había llegado el día, venía a verle un amigo de la infancia con el que hacía más de tres años que no coincidía. Ella era la acompañante perfecta, le dijo; sería una primera cita poco íntima, pero podrían estar solos algún rato. La sorpresa fue indescriptible cuando vio que el amigo con el que la habían emparejado era Felipe, uno de los hermanos de su ex. Decir que la cita fue un desastre es quedarse cortos: lo intentó por Nuria, para no estropearle la noche, pero Felipe no respondía más que con monosílabos a sus preguntas y sólo mantenía conversación con Carlos, que, viendo la situación tan incómoda en la que se encontraba, terminó hablando con ella toda la noche, mientras Nuria no dejaba de lanzarle miradas asesinas.

   A la mañana siguiente la llamó varias veces, pero no contestó. Pasó una semana antes que se volvieran a ver y Nuria no hizo mención a la desgraciada cita. Parecía contenta y le dijo que estaba intentando quedar con Carlos otra vez, a ver si conseguían estar solos, por fin.

   Para su sorpresa, un par de días después, quien la llamó a la oficina fue él. Insistió en quedar para tomar algo y hablar. No estaba muy segura porque sentía como si estuviera traicionando a Nuria, pero Carlos no paró hasta que dijo que sí. Fue a la cafetería mentalizada de que sería un café rápido y se encontró con la gran sorpresa de su vida:

   -He tardado en llamarte, aunque quería haberlo hecho al día siguiente. Sé que la cita era entre Nuria y yo, pero lo que sentí aquella noche...Ayer volví a quedar con ella y ya no fue lo mismo; no podía dejar de pensar en ti y tuve claro que tenía que decírtelo cuanto antes.....por los tres: antes de que esta situación se me fuera de las manos y el daño fuera mayor.

   Al principio se quedó sin palabras. Era cierto que a ella también le gustaba, aunque no se había parado a pensarlo porque tenía claro que Nuria y él iban a intentar algo. Y resultaba que ahora era ella la que lo podía conseguir. Después de más de dos horas de hablar y hablar, decidieron empezar a quedar y ver si iban a algún sitio o no, antes de decírselo a nadie. Tampoco fue difícil: Nuria se iba tres semanas de vacaciones y, a su vuelta, las empezaban ellos.

   Pero, después de dos meses, tenían claro lo que sentían y decidieron que debían que decírselo ya. No sabían si hacerlo los dos, pero era su amiga y era ella la que tenía que dar la cara.

   -Chica, ¡cuánto tiempo!-le dijo mientras se daban un par de besos.

   Estuvieron hablando unos minutos de lo que había sido su vida desde la última vez que se vieron. Sus manos estaban heladas y temblaban cada vez que cogía la taza. Esperó a que se hiciera un silencio para sacar el tema.

   -Tengo algo que decirte. Sé que te va a doler y a sorprender y no sé cómo hacerlo para que no sea así: Carlos y yo llevamos dos meses saliendo. No te hemos dicho nada porque queríamos saber si era algo serio o una tontería que terminaría en un par de semanas, pero ahora estamos seguros de lo que sentimos y no es justo seguir ocultándotelo.

   Mientras hablaba, la cara de Nuria iba cambiando: roja, enfadada, triste.....hasta que unas lágrimas empezaron a caer por sus mejillas.

   -Sabía que pasaba algo: cuando hablaba con él era siempre muy correcto pero ya no insistía en quedar. Lo que no podía imaginar es que fueras tú, una de mis mejores amigas. Y encima me lo habéis ocultado. Y además fui yo la que os presentó. Si es que no se puede ser más idiota. Y tú, tú....mira, será mejor que no diga nada más. Adiós-dijo mientras cogía sus cosas para irse.

   -No te vayas así, por favor. Tienes razón en todo lo que dices, pero te aseguro que no fue buscado y no sabíamos cómo decírtelo. No quiero que desaparezcas de mi vida, en serio.

   -Tengo que irme porque no estoy segura de poder controlar mi lengua. Te prometo que te llamo dentro de unos días, pero ahora no puedo hablar contigo.

   Sorprendentemente cumplió su palabra y en una semana volvieron a quedar. Hablaron como las buenas amigas que habían sido siempre y Nuria le aseguró que haría todo lo posible para seguir manteniendo la misma relación, aunque, de momento, prefería quedar sólo con ella, sin Carlos.

   A los tres meses, tomando uno de sus largos cafés, notó que estaba más contenta que de costumbre.

   -¿Tienes algo que contarme? Tienes unos ojillos......Yo diría que pasa algo.....y bueno. ¿Me equivoco?

   -¡Cómo me conoces!-respondió riéndose.-Llevo algo más de un mes saliendo con Guille.

   -¿Guille?¿Tu Guille?¿Con el que nunca bajo ninguna circunstancia te plantearías nada porque era como tu hermano?¿Ese Guille?

   -Efectivamente. Siempre ha estado ahí y un día me di cuenta de que mi vida no sería la misma sin él y....bueno, todo eso que suena a chorrada romanticona, pero ¿qué quieres? He caído.-le contó riéndose.

   Los siguientes meses quedaron varias veces los cuatro. Todo iba genial y parecía que nada grave había estado a punto de destrozar su amistad. Pero un año más tarde Carlos y ella rompieron. Llamó a Nuria llorando, intentando quedar con ella para desahogarse. Sin embargo, lo que oyó al otro lado del teléfono la dejó helada:

   -Bueno, más pronto o más tarde tenía que pasar. Una relación que empieza con una traición no puede durar mucho.

   -¿Cómo?¿De qué hablas?¿De verdad vas a recordar ahora lo que pasó? Pensaba que me habías perdonado.

   -Ya sabes que yo soy de las que perdonan pero no olvidan.-Respondió. Entonces recordó cuál era esa frase que siempre decía cuando alguien hacía algo malo y supo que la había estado guardando para ella, segura de que llegaría la ocasión de usarla.-La venganza es un plato que se sirve frío y sólo tienes que sentarte a la puerta de casa para ver pasar el cadáver de tu enemigo.

   Y colgó.

   

   

Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados




viernes, 11 de septiembre de 2020

Tampoco era el momento



   Volvió a mirar la ropa que había preparado para esa noche. Con un resoplido se dirigió al baño para maquillarse. Otro sábado más con la misma gente, yendo a los mismos sitios y bailando la misma música con sus amigas mientras el grupo de chicos no se movía de la barra, lo que significaba que Iván volvería a ignorarla otra noche más. Ya no sabía qué hacer para llamar su atención; estaba claro que para él no era más que otra del grupo. Los fines de semana se habían convertido en algo tedioso y rutinario, pero la opción era quedarse en casa, así que se animó pensando que quizás ésa sería la noche en la que pasaría algo diferente y excitante, y no podía perdérselo.

   Quedaron en el mismo sitio y a la misma hora. Faltaban dos chicas que se habían ido de vacaciones y, el resto, al encontrarse, se besaron y abrazaron como si hiciera meses que no se veían. Los chicos estaban un poco más lejos, sentados en un banco, esperándolas. Sabían que el encuentro duraría varios minutos mientras se contaban todo lo que había pasado desde la última vez que se habían visto, sólo tres horas antes, en la piscina.

   -Ey-saludaron ellos. No necesitaban más. Ellas les miraron con un suspiro; estaba claro que pertenecían a dos especies diferentes que apenas lograban entenderse.

   Llevaban ya varias horas recorriendo las mismas tascas donde picotearon algo para llenar el estómago, antes de ir a los mismos bares donde los chicos pedían las bebidas y ellas se iban a bailar mientras eran vigiladas para que ningún baboso se pasara demasiado. Cuando empezaron a salir, bastantes años atrás, interactuaban mucho más; incluso consiguieron que bailaran con ellas alguna vez. Al final se rindieron; salían juntos pero hacían vidas separadas, como un matrimonio mal avenido. Había habido alguna historia entre algunos de ellos que no había durado demasiado, pero todas habían terminado bien y la amistad no había resultado dañada. Seguían saliendo juntos los fines de semana y haciendo viajes de vez en cuando.

   Había estado tentada de irse a casa un par de veces, pero sus amigas no se lo permitieron. Se prometió que el siguiente sería el último bar en el que entraría. Para su sorpresa, los chicos se metieron en uno al que no habían ido nunca. Llevaba varios meses abierto y decidieron que había llegado el momento de ver cómo era. La música no estaba mal; es decir, era igual que el resto de los locales a los que iban habitualmente. No había demasiada y gente y, en cuanto tuvieron las bebidas, se repartieron como siempre: ellas a la zona despejada, donde se pusieron a bailar, y ellos permanecieron en la barra. Les habían preguntado muchas veces qué hacían allí, quietos, sin bailar y, casi siempre, sin siquiera hablar entre ellos. Su respuesta solía ser encogerse de hombros y reírse.

   Aprovechaba siempre que podía para mirarles de reojo, comprobando si Iván se fijaba en ella. Pero nada; era como si no existiera. Una de las veces no le vio con los otros y pensó que habría ido al servicio. Un rato más tarde, cuando acabó la bebida y se acercó a la barra para dejar el vaso, les preguntó si ya se había ido.

   -No. Está allí-le contestaron, señalando hacia el pasillo que llevaba a la salida-. Está hablando con un conocido suyo.

   No se molestó en preguntarles quién era el otro chico. Si fueran ellas, sabrían el nombre, trabajo y dirección de las personas con las que se encontraban; ellos, incomprensiblemente, no se preguntaban nada. ¿Falta de curiosidad?¿Indiferencia? En cualquier caso, tenía claro que si quería saber con quién estaba hablando, tendría que enterarse ella misma o mandar a alguna de las chicas. Sólo tardó unos segundos en decidirse; si se lo decía a ellas, empezarían a incordiarla para que pasara de él, así que decidió averiguarlo personalmente.

   -Anda, si estás aquí. Creía que ya te habías ido.

   -No creo que tarde, pero me he venido para acá porque me he encontrado a un amigo. Pedro. Alba. Alba. Pedro.

   El "hola" y par de besos obligatorios de cada presentación la obligaron a prestar atención al chico en cuestión. Normalito, sonrisa picarona y.....vaya mirada. Fue como si la desnudara, pero no de esa forma ofensiva en la que miraban esos tipos tan desagradables con los que se encontraba de vez en cuando.

   -Bueno, os dejo que mañana tengo que madrugar para irme al pueblo.

   Y se fue sin más. No tuvo tiempo de reaccionar. Se sintió decepcionada, muy enfadada y abandonada con un desconocido del que no sabía ni de qué hablar ni cómo despedirse sin parecer una borde.

   -¿De qué os conocéis?-le preguntó Pedro. Y empezó la conversación. Lo cierto es que fue divertida y agradable, y el tiempo se pasó volando. Cuando la panda se acercó a ellos para que supiera que se iban, se despidió de él.

   -Tía, haberte quedado. Parecía majo, ¿no?-le preguntó Marta de camino a casa.

   -Bah, estoy cansada. Además tampoco sé los planes que tenía él y no me apetece quedarme sola a las tantas y volver sola a casa porque tuviera que irse con otra gente.

   -A ver si espabilas: celos, bonita, celos. Si lo has intentado todo con Iván y sigue pasando de ti, la última opción que te queda es que vea que empiezas a interesarte por otros tíos. Para uno que conoces que no parece tan raro como el resto de elementos con los que te cruzas, podías haber aprovechado la oportunidad.

   Había pasado una semana, el verano estaba acabando y cada vez se veía más gente en los bares. Habían quedado en una cafetería para tomar algo antes de encontrarse con los chicos. Se estaban sentando en el único sitio libre que encontraron, cuando vio a alguien en la barra que le resultó conocido.

   -Ey, el chico que está pidiendo al lado de la puerta, ¿no os parece que es el de la otra noche?

   -Pues si no lo sabes tú, guapa, que eres la que estuvo hablando con él-le contestaron entre risas.

   Estaba rodeado de gente y, aunque miró hacia ellas un par de veces, no dio señales de reconocerla. Al final pensó que se habría confundido y dejó de pensar en él.

   Esa noche fue tan parecida a todas las demás que se volvió a casa más pronto que nunca. La mañana siguiente la pasó pensando en lo que le dijo Marta la semana anterior sobre darle celos a Iván. Una sensación conocida de inquietud empezó a instalarse en su estómago. Lo odiaba; pasaba siempre que su corazón y su cabeza llevaban caminos diferentes. En este caso, su corazón le decía que podía ser la última oportunidad de conseguir algo con él; su cabeza, por otro lado, le intentaba hacer ver que sólo haría el ridículo una vez más. Llamó a Marta y se lo contó, deseando que la convenciera para no hacerlo. Ante su sorpresa, con un suspiro, le dijo:

  -Mira, yo no lo haría ni loca, pero te conozco y no te vas a quedar tranquila si no lo intentas, así que hazlo y saldrás de dudas.

   Después de comer, con el corazón latiéndole a mil, llamó a Iván para pedirle el número de teléfono de Pedro.

   -Ay, madre.¿Estás segura de que quieres quedar con un desconocido?-le respondió riéndose.

   -¿Qué pasa?¿No es de fiar?¿Y me dejaste sola con él el otro día?-le contestó también entre risas.

   -Espera que te busco su número.

   Aparte de sorprendido, Alba no pudo decir que notara otro tipo de sentimiento en su voz. Vamos, que no parecía celoso en absoluto. En fin, ya tenía su número y no le quedaba más remedio que usarlo. ¿Por qué siempre tenía que meterse en semejantes líos?

   Pedro tardó un par de minutos en saber quién era quien le llamaba, pero en cuanto la reconoció, le aseguró que no tenía planes para esa tarde y que estaría encantado de quedar con ella. Adiós a la última oportunidad que tenía de librarse del marrón en el que se había metido.

   Se puso muy mona, eso sí, pero salió decidida a sufrir un repentino e insoportable dolor de cabeza. Le llevó a una terraza con jardines de la que le habían hablado un par de semanas antes y que resultó que él tampoco conocía. La tranquilidad del lugar contrastaba con los nervios que tenían ellos; sin embargo, la conversación no tardó en ser fluida porque tenían bastantes cosas en común: el cine, la lectura y los deportes eran aficiones de ambos. Pero, de pronto, Pedro lo estropeó: sacó un cigarrillo y le ofreció otro ante la mirada sorprendida y disgustada de Alba.

   -¿Te importa si fumo?-le preguntó.

   -Pues sí-respondió ella. Y, algo no habitual en la mayoría de los fumadores que conocía, Pedro se guardó el cigarrillo.-Jo, gracias, es que me molesta mucho el humo.

   -Además de antitabaco, ¿eres anti algo más?

   -Antimadridista, pero con eso puedo lidiar-respondió riéndose.-No me digas que eres del Madrid.

   -No, eso lo compartimos: soy del Atlético-le dijo entre risas.

   Divertido, educado y con esa mirada que la hacía sentirse como la mujer más sexi del mundo; no pensó ni una sola vez en la excusa de la jaqueca. Cuando se despidieron quedó en que la llamaría para quedar otro día. Alba sabía que no volvería a saber de él porque eso era lo que le ocurría siempre que quedaba con alguien que le terminaba gustando.

   Pero Pedro parecía dispuesto a demostrarle que no se parecía al resto de los chicos que había conocido: al día siguiente la llamó para ir al cine. Después se quedaron otro rato tomando algo. Alba no podía creer que, por más que lo intentaba, seguía sin encontrarle pegas. Y esa forma que tenía de mirarla, que hacía que temblara todo su cuerpo.

   Pasaron un par de días antes de volver a quedar; esta vez para ir a un partido de baloncesto.

   -No he ido muy a menudo, pero te advierto que todavía no he visto ninguno en el que hayan terminado perdiendo, así que prepárate para verles ganar-le dijo Alba cuando la recogió con su coche.

   Y así fue: victoria aplastante que Pedro celebró abrazándola y besándola por fin. Fue todavía mejor de lo que Alba había imaginado, hasta que, al salir del pabellón, le dijo:

   -Vamos a tomar algo; tenemos que hablar.

   No hacía falta que dijera más. Daba lo mismo la historia que fuera a contar porque el resultado sería el mismo: no podría ser. Lo había oído demasiadas veces. Y no fue diferente: hacía poco que había conocido a otra chica y estaban empezando algo. Conocerla a ella había sido algo imprevisto y necesitaba tiempo para aclarar qué sentía. No esperaba encontrarse en una situación así y tenía que tomar una decisión.

   Pasaron dos meses antes de saber de él otra vez. Dos meses en los que su vida cambió tanto a nivel personal como profesional: un nuevo curro y gente diferente con la que salir. Curiosamente no había vuelto a coincidir con Iván, pero tampoco lo echó de menos. Sin embargo, no pudo dejar de pensar en Pedro, en sus manos, en sus labios y en su mirada. Fue una sorpresa que llamara para felicitarla y quedaron para tomar algo. Nada había cambiado entre ellos: la chispa seguía ahí tan encendida como semanas atrás. Sin embargo, él ya había tomado una decisión que Alba temía, pero imaginaba: tampoco éste iba a ser su momento.



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

martes, 25 de agosto de 2020

Sorpresas te da el trabajo



   No recordaba exactamente el momento en que se dio cuenta de que su futuro no iba a ir encaminado hacia los números porque su cerebro era claramente de letras; pero, en cuanto pudo, se libró de las matemáticas y todo lo relacionado con ellas. No supuso ningún trauma: le encantaba la Historia y la Literatura y, desde siempre, la idea de escarbar buscando tesoros ocultos y convertirse en una de las heroínas que aparecían en los libros que devoraba, era algo que cada vez le atraía más. Sin embargo, al ir creciendo, eso de estudiar Arqueología, a su familia le pareció un divertimento y no un futuro laboral; así que decidió centrarse en algo "con más salidas". Eligió una carrera a su gusto, por supuesto: de letras, con Historia, Literatura y otras asignaturas que le atrajeran. Desgraciadamente, cuando acabó sus estudios de Filología Inglesa, el mercado laboral empezó a caer en una crisis cada vez más profunda y, de nuevo, tuvo que replantearse su futuro. Una de sus amigas le dio la solución:

   -Oposiciones, tía. Estudias mucho, sí, pero cuando apruebas tienes un trabajo para siempre.

   La idea no le entusiasmaba en absoluto. Primero porque desde siempre había oído que las plazas de las oposiciones estaban dadas y, además, porque ya llevaba tantos años estudiando que eso no era precisamente lo que más le apetecía. Pero al final, teniendo en cuenta que no había forma de conseguir trabajo, decidió probar suerte y sentir que, al menos, hacía algo.

  No le costó demasiados intentos aprobarlas y ya hacía años que tenía su plaza en la Administración Central. Era la sexta vez que iba a cambiar de puesto. Recordaba que, cuando aprobó, tenía la idea de quedarse para siempre en esa plaza; descansar después de tanto estudio, acomodarse y disfrutar de la vida. Sin embargo, con el tiempo se dio cuenta de que tenía que moverse; por un lado, para mejorar económicamente y, por otro, porque pasarse años y años haciendo el mismo trabajo le resultó de un aburrimiento mortal. Así que ahí estaba ella, en vísperas de empezar un nuevo trabajo, en un nuevo puesto, en otro lugar y con otros compañeros. No es que se pudiera comparar a la aventurera vida de una Indiana Jones, como había soñado hacía ya tantos años, pero no dejaba de ser un reto para sus neuronas.

   Había dicho tantas veces "adiós" que le sorprendía sentir todavía esa sensación de inseguridad y de tristeza. No saber si el trabajo le iba a gustar o si congeniaría con sus compañeros y jefes era algo normal, cierto; como también lo era el sentir que, por muy mal que le hubiera ido (algo que no había pasado muy frecuentemente), al irse dejaba atrás amigos más que compañeros. Desgraciadamente, la experiencia le había enseñado que, excepto en contadas ocasiones, con la distancia, las relaciones se iban enfriando, por lo que a algunos de ellos ya les había perdido la pista.

   Sin embargo, y a pesar de los años que habían pasado, cada vez que llegaba este momento, había un recuerdo que se repetía y con el que siempre conseguía sonreír y sentir que todo iba a ir bien.

   Cuando empezó a prepararse las oposiciones, decidió hacerlo a todas las administraciones para tener las máximas posibilidades. Y tuvo la gran suerte de que, desde la primera vez que se presentó, empezaron a llamarla para trabajar como interina o contratada en la Universidad de su ciudad. Se recorrió muchas de las sedes que tenía, algunas de ellas en otras provincias, y, de todas, tenía los mejores recuerdos; incluso de la que se convirtió en un infierno se llevó alguna amistad que todavía conservaba. Unos habían sido centros educativos y otros residencias de estudiantes. Si con los compañeros y profesores había tenido una relación estupenda, con los estudiantes había sido tan alucinante que hasta en una ocasión le regalaron un ramo de flores el día que tuvo que irse. Y fue en una de estas residencias donde había tenido la experiencia laboral más surrealista que nadie pudiera imaginar.

   Ya resultó raro que la llamada para el contrato fuera a finales de agosto. Se suponía que todo estaba cerrado todavía, así que le preguntó a la chica que siempre llamaba para ofrecerle las plazas si estaba segura de que era allí.

   -Sí. Es que hay un congreso de Logopedia con estudiantes de toda Europa. Tendrías el turno de noche y hemos pensado en ti por el tema del inglés. De día van a estar en clases y excursiones, así que no es tan necesario, pero si necesitan algo por la noche es mejor que haya alguien que les entienda.

   -¿De noche?-preguntó con un suspiro. Nunca había hecho ese turno y no le apetecía lo más mínimo.

   -Sí, de diez de la noche a ocho de la mañana. Son nueve días y deberías librar dos por el tema del turno, aunque puede que no lo hagas por lo del idioma; te van a pagar más y los de la residencia son muy majos, así que vas a estar muy bien.

   No podía permitirse rechazar trabajos pero, además, practicar inglés con un montón de gente joven con diferentes acentos fue algo que le pareció muy interesante. Así que allí estaba ella el primer día, con la persona que se encargó de enseñarle las instalaciones y de indicarle los temas importantes a los que tenía que prestar atención.

   -Cuando vengas estarán cenando; aprovecha y cena aquí. Cuando acabes el turno empiezan los desayunos; lo mismo te digo.

   -¿En serio?-preguntó, pensando que sería abusar.

   -Haz lo que quieras, pero te aseguro que no hay ningún problema.

   Le enseñó el puesto desde el que tendría que atender a los estudiantes y la llevó a una sala que estaba al lado. Cuando abrió la puerta, una enorme sonrisa se dibujó en su cara: era la biblioteca.

   -Cuando estén en sus habitaciones y todo esté tranquilo, puedes venir aquí y coger los libros o vídeos que quieras. Será una forma de estar entretenida y no dormirte.

   -Genial-dijo, no muy convencida al ver el sofá, enorme y, aparentemente, tan cómodo que pensó que lo difícil sería no dormirse si se sentaba allí a leer o ver la tele.

   En ese momento, las puertas del comedor se abrieron y una enorme cantidad de jóvenes empezaron a salir para dirigirse a sus habitaciones. Le sorprendió ver que todas eran chicas. "Puede que el mundo de la Logopedia sólo sea para mujeres", se dijo. No recordaba haber oído tantos idiomas juntos en toda su vida. Distinguió alemán, francés e italiano, además de inglés y algún otro que no conocía.

   Se dirigió a su puesto y empezó a tomar posesión de la mesa, ordenador y demás cosas con las que tendría que trabajar esos días. Un par de horas más tarde, cuando ya pensaba que todas estarían durmiendo, el mismo tropel de chicas, maquilladas y con ropa de calle empezaron a salir. "Ya decía yo que era raro que unas extranjeras vinieran a España y se metieran en la cama antes de las 12 de la noche", pensó mientras las saludaba cuando se despedían.

   Media hora más tarde, cuando el desfile había terminado, se dispuso a entrar en la biblioteca para echar un vistazo a lo que había allí y empezar a seleccionar lo que vería o leería. Se acercó a la puerta y, antes de poder abrirla, unos pasos le hicieron mirar hacia las escaleras. Un grupito de chicas bajaban charlando tranquilamente en un idioma que no pudo identificar en absoluto. Detrás de ellas y ante su sorpresa, venía un chico.

   -Hi. Could we go to the sitting room? We don't want to go out tonight and we need a place to study and prepare our works for tomorrow.

   Les dijo que no había ningún problema. No sabía si estaba más sorprendida por ver a un chico o porque un grupo de estudiantes extranjeros quisieran quedarse a estudiar y trabajar en vez de salir de juerga. En cualquier caso, una vez que estuvieron en la sala, se dirigió a la biblioteca otra vez. Había libros muy interesantes; muchos los había leído, otros los quería leer desde hacía mucho tiempo y otros no los conocía de nada. Decidió que si tenía que pasar las noches en vela, sería mejor ver alguna película. La colección que tenían era muy buena, así que estuvo segura de que pasaría unas noches muy entretenidas.

   "Belle epoque" fue la primera elegida. Le costó un poco averiguar cómo funcionaba el aparato, pero enseguida pudo sentarse en el cómodo sofá y empezar a verla. Y eso fue lo que pudo hacer: empezar. De repente un timbre sonó por toda la parte baja del edificio. Era muy pronto para que las chicas estuvieran de vuelta, así que el corazón empezó a latirle muy rápido. "Menos mal que está el grupito de empollones en la sala", pensó al dirigirse hacía la puerta. Cuando la abrió, un vigilante de la empresa de seguridad de la Universidad pareció sorprenderse tanto como ella.

   -¿Quién eres?¿Qué haces aquí?-le preguntó mientras cogía su walkie talkie y se disponía a llamar.

   -Soy la vigilante de la residencia.

   -¿Está abierta? Nadie me ha informado.

   Apretó el botón del comunicador y una voz metálica casi incomprensible contestó. Intercambiaron cuatro frases y el vigilante volvió a colgarse en walkie en el cinturón.

   -Solucionado. ¿Cómo es que está abierta en estas fechas?

   -Un congreso para estudiantes de Logopedia de toda Europa.

   -¿Eres nueva? No recuerdo haberte visto antes.

   -No habremos coincidido, pero he estado en varios centros. Me has dado un susto de muerte. No me habían dicho nada de vigilancia nocturna.

   -Sí, hacemos una ronda por todo el campus. Nos repartimos por las sedes a primera hora, luego descansamos y volvemos a hacerla unas horas después.

   En ese momento, el grupo que había estado estudiando salió de la sala y una de las chicas llamó su atención. Se dirigió hacia ella, dejando al de seguridad en la puerta. Cuando acabó, se dio cuenta de que él había entrado y cerrado la puerta. Estaba allí mirándola, esperando a que terminara de anotar las peticiones que le habían hecho para que se lo solucionaran en el turno de día.

   -Siéntate-le dijo-. Como en tu casa-añadió sonriendo. No sabía si estaba molesta porque hubiera entrado sin pedir permiso o tranquila por pasar su primera noche en el enorme edificio con un guardia de seguridad.

   Era muy enrollado, por lo que estuvieron hablando durante un buen rato, hasta que las estudiantes empezaron a volver, en un estado bastante mejor del que esperaba cuando habían salido unas horas antes. O habían bebido menos de lo que suponía o tenían mucho aguante.

   Con todo el jaleo que armaron y las peticiones que le iban dejando, estuvo entretenida bastante tiempo. Cuando quiso centrarse otra vez, él se había ido. Miró el reloj y volvió a la biblioteca para seguir viendo la película. Justo al empezar los créditos finales, un ruido como de un regimiento poniéndose en marcha resonó por todas partes. Volvió a su puesto y chicas en pijama empezaron a ir de un lado a otro; risas y gritos mientras subían y bajaban las escaleras corriendo. No habían dormido ni tres horas pero, sorprendentemente, estaban desbordantes de energía.

   Una hora más tarde, justo antes de abrirse la puerta del comedor, aparecieron todas recién duchadas y vestidas para empezar a desayunar. Su relevo había llegado un cuarto de hora antes y le estaba contando las incidencias y las peticiones de las chicas. Lo dudó un instante pero, al final, decidió entrar a desayunar con ellas. Estaba cansada y hambrienta y no le apetecía esperar a llegar a casa para comer algo. El personal de cocina, que, como le habían advertido, tenía su propio acceso y salían y entraban sin que nadie les viera, no le puso ningún problema y le dejaron que eligiera lo que más le apeteciera. Sentada a la mesa y pensando en su primera noche allí, se dijo que, si iban a ser así todas, poco tiempo iba a tener para aburrirse.

   Y no se equivocó. En cuanto se dieron cuenta de que el chico del turno de día sólo hablaba español, esperaban ansiosas su llegada. Nada más cenar y antes de subir a cambiarse para salir, iban pasando por su mesa con las quejas, preguntas y peticiones. Eran 99 chicas y un chico. Se formaba tal jaleo que les pidió que se organizaran por países, y sólo una por cada uno fuera la encargada de hablar con ella. No podían ser más diferentes: las suecas y alemanas eran bastante estiradas y creídas, las francesas, muy autosufientes, no le hicieron ni una sola petición y el resto eran encantadoras. Sólo tuvo problemas para entenderse con dos grupos: las inglesas, que tenían un inglés tan puro que, al principio, le costó pillar lo que decían, y las italianas por todo lo contrario; de hecho, cuando empezó a hablar con ellas se preguntó cómo podían decir que los españoles eran los que peor hablaban inglés en el mundo. Sólo consiguió entenderlas haciendo que escribieran todo lo que decían.

   Aprendió cantidad de cosas; belgas, holandesas, portuguesas, irlandesas, noruegas.....Decidió que era una oportunidad única para conocer costumbres y países sin salir de casa. Sin embargo hubo un grupo que la conquistó: aquellos empollones de la primera noche cuya jerga no consiguió identificar eran malteses. De allí era Noel, el único chico del grupo, un poco agobiado por verse rodeado de tanta chica él solito. Sus compañeras eran dulces, divertidas y con tantas ganas de saber cosas de España como ella de conocer detalles de Malta. Se pasó horas hablando con ellas, y con la que le pasaba la lista de peticiones llegó a mantener una amistad que llegaba al presente; estuvo invitada a su boda, típica maltesa, aunque no pudo asistir, y, tras irse a vivir a Australia, sabía que, el día que quisiera conocer las antípodas, tenía un sitio y unos guías para pasar las vacaciones.

   En cuanto al cuerpo de seguridad, no tuvo ni un momento de soledad: como era el único centro del campus que estaba abierto y tenía ese buen rollito, en cuanto se corrió la voz, se iban turnando para acompañarla según iban acabando sus rondas. Entre ellos y algún grupo que siempre se quedaba para descansar, sólo había que poner un poco de música, sacar chucherías y la velada se hacía cortísima, simplemente charlando y riendo.

   Al final de aquellos nueve días, al despedirse, sus lágrimas se unieron a las del resto de chicas. No podía creer que la hubieran pagado por aquéllo: excepto porque había estado encerrada en el edificio durante horas, habían sido unas noches divertidas, interesantes y, bastante locas.

   ¿Por qué siempre le venía este recuerdo al cambiar de trabajo? No estaba segura; suponía que poniendo el listón tan alto, sabiendo que era imposible que algo así se repitiera, no tendría expectativas que le decepcionaran por no alcanzarlas. Porque, sinceramente, ¿cuándo iba a volver a tener un trabajo que consistiera en pasarse horas hablando con gente de diferentes países mientras el cuerpo de vigilantes de seguridad se turnaba para asegurarse de que no le ocurría nada, como si fuera una famosa con guardaespaldas? Ya, claro, es que a eso  no se le llama trabajo.
   
   

   
Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

viernes, 3 de julio de 2020

Muros, fronteras y el amor





   Los últimos bombardeos de la guerra sobre Berlín les dejaron sin la poca familia que les quedaba. Más tarde, las decisiones políticas tras la paz, les situaron en el bloque oriental de la ciudad, bajo la influencia comunista. Era algo que no les preocupaba demasiado; bastante tuvieron con sobrevivir a aquellos años y labrarse un futuro. Cuando se conocieron tiempo después, él era un prometedor médico en el hospital más grande de esa parte de la ciudad y ella la enfermera jefe de urgencias. El muro que se levantó dividiendo la ciudad, meses antes del nacimiento de su hijo, tampoco les afectó como a otras personas, ya que no había familia que separar y todos sus amigos vivían en la misma zona que ellos.

   Con sus antecedentes familiares, nadie dudaba de que Hans estudiaría medicina, como así fue. Pero no sólo por influencia familiar; descubrió en la pediatría, rama en la que se especializó, su gran pasión. Trabajar con niños le divertía y alegraba, a pesar de los duros momentos de dar malas noticias por enfermedades graves. Tenía una paciencia inagotable y los pequeñajos le adoraban. Era el gran orgullo de sus padres y todo el mundo sabía que estaba destinado a ser el jefe de su planta en el hospital.

   Nunca se había metido en política y no le importaba nada más que le dejaran trabajar en paz. Entonces, ¿qué hacía allí esa madrugada del 10 de noviembre de 1989 junto con toda aquella gente? Las noticias de las últimas semanas habían sido de lo más contradictorias; todo el mundo sabía que la situación no podía durar mucho más y que el régimen terminaría abriendo sus puertas a la libre circulación, como ya había sucedido, por ejemplo, en Hungría. Se corrió la voz de que ese día se abriría el muro para no volver a cerrarse más. 

   Había quedado con los amigos con los que salía habitualmente. No sabían qué esperar, pero no querían perderse el inicio de una nueva etapa en la historia de su país, y no fueron los únicos: a medida que se acercaban al muro, más y más gente se les unió. Ante tal avalancha, los vigilantes de la frontera decidieron abrir el paso. Al otro lado, otra cantidad de gente tan multitudinaria como la que empezaba a cruzar, parecía estar esperándoles. Risas, alegría, abrazos con desconocidos, y familias reencontrándose después de tantos años. 

   Hans no tenía a nadie a quien buscar, pero nada más atravesar el muro la vio. Había tenido alguna relación, pero nunca había conocido a una mujer que le llenara lo suficiente. Sin embargo, aquella chica morena rodeada de sus amigas, todas rubias, le llamó la atención como ninguna otra lo había hecho antes. Ante su sorpresa, todo el grupo se les echó encima para abrazarles.

   -Hola, soy Greta. Venid con nosotras a tomar algo y conocer esta parte de la ciudad. Hoy estáis invitados-le dijo.

   Y sin darles ocasión de poner la más mínima objeción, les arrastraron a una de las cafeterías de la zona que había decidido servir gratis a los nuevos vecinos.

   No volvieron a separarse. Ella estaba en su último año de Ingeniería Agrónoma. Su familia tenía una enorme granja en el norte del país y se estaba preparando para llevarla junto a su padre. Cuando meses más tarde Greta acabó sus estudios y se preparó para volver a su casa, Hans lo tuvo claro: se iría con ella. Decidieron casarse casi de un día para otro porque era la única forma de que no tuviera problemas para encontrar trabajo. Aunque al principio todo fueron promesas, meses más tarde la gente de la Alemania Occidental empezó a mirarles como un peligro para sus empleos, así que dejó de ser tan fácil poder ganarse la vida al otro lado de la frontera.

   Nunca se arrepintieron de la decisión tomada, por mucho que les advirtieran de que era demasiado pronto y de que no se conocían lo suficiente. La granja de la familia de Greta estaba en un lugar maravilloso y la posibilidad de tener a un pediatra para toda la zona, dejando de desplazarse a una distancia que, en invierno era un peligro, hizo que le recibieran con los brazos abiertos. La felicidad de aquellos años sólo se vio empañada por el vacío al que les sometió la familia de Hans al ver que echaba por tierra el futuro que para él habían planeado. Pero el nacimiento de Monika cambio todo; no hay abuelo que se resista a conocer a su única nieta, así que, como en un final de cuento de hadas, habían vivido felices durante décadas.

   Estar tan cerca de la frontera con Dinamarca les permitió vivir a caballo entre los dos países. Para alguien que se crió en su infancia y juventud con un muro apartándole del resto del mundo, poder trasladarse de un país a otro sin tener que enseñar ninguna identificación le chocó al principio; estaba claro que los seres humanos no podían ser más raros, poniendo y quitando fronteras a su antojo, sólo por razones políticas y sin pensar cómo esas decisiones afectaban a la gente.

   Monika se crió, por tanto, en una libertad total: tenía amigos en los dos países y sus vacaciones y ocio estaban repartidos por igual entre Dinamarca y Alemania. Su padre solía decirle:

   -No te enamores de un danés

   -¿Y eso?

   -A pesar de no haber fronteras, son de otro país. Si te vas a vivir allí, puede que un día otro muro nos separe. No te puedes fiar de los políticos, hija. Haz caso de lo que te dice tu padre.

   Por supuesto, la única respuesta de Monika era echarse a reír, pensando en las preocupaciones absurdas que siempre tenían las personas mayores.

   Y, como no podía ser de otro modo, Hans tuvo razón.

   Primero fue Erik. El día que apareció en casa con aquel joven guapo, musculoso, educado y con su propio negocio de turismo de rutas verdes danesas, Greta y Hans supieron que Monika había hecho su elección y, por mucho que les pesara, no podían poner ninguna pega. Llevaba semanas hablando de él, desde que le conoció en sus últimas vacaciones, cosa que no había hecho nunca con sus anteriores novietes. Fue una boda rápida, a pesar de que intentaron convencerlos de que esperaran un poco.

   -Venga ya, ¿vosotros me decís eso?¿Vosotros que os casasteis en menos de un año?

   Definitivamente no tenían mucho más que alegar. Además, Erik vivía a poco más de media hora en coche de la granja, por lo que podían visitarse a diario, si hacía falta.


   -Sólo falta una semana para poderme coger las vacaciones. ¿Por qué no me esperas y vamos juntos?-le preguntó Hans.

   -Ya te he dicho que, según están las cosas, en cualquier momento pueden cerrar la frontera, Monika sale de cuentas en 10 días y no quiero que esté sola. Te lo he repetido un millón de veces-le respondió Greta, con voz cansada y pensando que, si continuaba siguiéndola por toda la casa como un perrillo abandonado, terminaría por gritarle.

   Aquel dichoso virus que ya había alcanzado niveles de pandemia estaba amenazando con transformar las vidas de todo el mundo. Nadie sabía cómo parar su contagio y, tras meses de enfermedad en China, donde había empezado, todavía no habían sido capaces de crear una vacuna. Así que todos daban por hecho que, en cualquier momento, las fronteras se cerrarían, los negocios se cerrarían y la vida que la gente conocía desaparecía para quedarse encerrados en casa.

   Cuando Greta se alejó en el coche, cargada con maletas y los últimos trastos que les faltaban por llevar para la habitación del niño, Hans se sintió solo por primera vez desde que se conocieron. Le prometió que iría a pasar el fin de semana y, si lograba arreglar el tema de las vacaciones, se quedaría con ellos. No pudo ser; al día siguiente los gobiernos europeos decretaron el cierre de fronteras para toda la Unión. Quedaban prohibidos los viajes a otros países, excepto a los que iban a retornar a los suyos. No era su caso: él era alemán y Greta no iba a volver dejando a Monika sola.

   Al principio hablaban todos los días y, si podían, hacían videollamadas. No era lo mismo que verse en persona, pero la tecnología hacía que las distancias no fueran tan grandes. Así se enteró de que el parto fue genial, de que el pequeño Hugo nació sano y salvo y pudo comprobar que, como le dijeron desde el primer momento, era clavadito a Erik; aunque a él nadie pudo convencerlo de que la sonrisa era igual a la de su Monika de bebé.

   Cuando las semanas se convirtieron en meses, la situación para Hans era cada vez más deprimente. No cogió las vacaciones que había pedido porque no podía estar con ellos; y estar solo en casa mientras se necesitaba a todo el personal sanitario para ayudar con la enfermedad, le parecía egoísta y absurdo por su parte. Estaba agotado y necesitaba verlos como fuera, así que un día que amaneció fresco pero resplandeciente, quedaron en el puesto fronterizo que habían implantado para evitar saltarse la cuarentena. Decidió ir en bici y hacer un poco de ejercicio; no pudo haber tenido mejor idea: según se acercaba al lugar tuvo que ir esquivando coches parados en medio de un atasco. Pensó que habían abierto el paso y él no se había enterado. Pero no; lo que ocurría era que todos parecían haber tenido la misma idea que ellos. A menos de un kilómetro los vehículos estaban aparcados en la cuneta. Se acercó con la bici y, ante su ojos, igual que tantos años atrás, se encontró con una multitud de personas de todas las edades, esta vez no tan numerosa, que habían acudido para poder ver a sus familiares y amigos, de los que llevaban tanto tiempo alejados. Estaba claro que el amor siempre encontraba posibilidades para triunfar, por muchas trabas que se le pusieran.

   -¡Hans!-reconoció su voz entre el griterío. Miró y la vio con el brazo en alto, indicándole dónde estaban.

   No les dejaron traspasar la línea, pero, como el resto, pudieron verse de cerca por primera vez en semanas. Bueno, más bien adivinarse tras las obligatorias mascarillas. Acercaron el cochecito donde Hugo dormía plácidamente, a pesar de la algarabía.

   Aquel encuentro se repitió varias veces, hasta que un día, más de tres meses después de iniciada la cuarentena, los políticos decidieron que el riesgo que corrían podía ser asumido y permitieron la libre circulación entre países vecinos.

   La vida volvió a la normalidad. Las familias volvieron a reunirse. Un año más tarde parecía como si todo lo sucedido durante aquellos meses hubiera sido un mal sueño compartido por la humanidad. Sin embargo, cada vez que Hans y Greta viajaban a Dinamarca a ver a su familia, no podían dejar de preguntarse cuándo y por qué motivo las fronteras volverían a cerrarse.



Texto Ana María Blanco Estébanez
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viernes, 12 de junio de 2020

Olvidos y recuerdos



  

   Los días han ido pasando y la vida va volviendo a la rutina (extraña rutina que tenemos en estos tiempos de pandemia) tan necesaria para poder ir superando todo lo acontecido en los últimos meses. Y parte de esa vuelta a la normalidad fue la limpieza semanal del sábado acompañada de mis auriculares, aunque esta vez lo de cantar como que no me lo pedía el cuerpo. Pusieron la última canción de Pau Donés y me sentí de lo más identificada, porque efectivamente, he tenido más, mucho más de lo que cualquiera podía haber deseado. Casi todo malo (cabreo, impotencia, indiferencia, incomprensión y mucho, mucho dolor) que me costará olvidar. Pero también toneladas y toneladas de cariño que siempre recordaré.

 Empezaré por lo malo; eso que, en unos momentos en los que la situación ya es lo suficientemente trágica, es un añadido negativo que hace que te sientas como que arrastras el peso del mundo.

   Lo primero es lo que hemos tenido que sufrir todos: la horrorosa gestión de la situación por parte de los inútiles e ineptos que nos gobiernan. Como ya sabéis mi opinión respecto a la casta política española no hará falta que profundice en la poca fe que tengo en que los otros lo hubieran hecho mejor. Pero sí quiero reiterar otra vez lo que más me ha afectado de su incompetencia y falta de sensibilidad: los días de luto oficial por las víctimas del covid. En nuestro país en estos meses ha habido más muertos no covid que, según parece no lo merecen y que nos hacen sentir como víctimas de segunda. Y no hay que olvidar que ellos también han estado aislados en hospitales y solos en tanatorios, pero que alguno de los lumbreras al frente del gobierno hubiera decretado el luto por todas las víctimas de estos meses desde que se decretó el estado de alarma, sería pedir una sensibilidad por su parte de la que han dado cumplidas muestras de carecer.

   A nivel personal, me gustaría olvidar a ciertas personas que me encontré en el hospital. Mi admiración a todos los sanitarios, por supuesto, especialmente enfermeras y auxiliares, pero, como en todos los gremios, hay gente para todo. Empezaré por la persona que me atendió en Atención al Paciente y que intentó que me sintiera como una irresponsable y una estúpida. Seguro que no os sorprenderá saber que planté un par de reclamaciones con lo que que se tuvo que tragar sus palabras al comprobar que yo tenía razón. Una victoria amarga; a esas alturas de la película, mis fuerzas estaban lo suficientemente desgastadas como para que supusiera una absurda pérdida de energía física y emocional.

   Y cómo no voy a recordar esa llamada a la una de la madrugada el día de su último ingreso, una semana antes de fallecer, con el susto que os podéis imaginar al ver que era el número del hospital, de una doctora que quería saber si de verdad le había visto tan mal como para llamar a una ambulancia. Os ahorraré la surrealista conversación. 

   Por supuesto que también tengo presente al taxista que nos llevó al tanatorio; vecino para más inri, con lo que conocía nuestra situación perfectamente y que nos llevó dando un rodeo incomprensible que me hace preguntarme qué hará este personaje con las personas que no conozcan la ciudad.

   Para terminar, un mínimo recordatorio para los que yo llamo "Houdini". Ésos que en circunstancias difíciles hacen un ejercicio de desaparición que, la verdad, si no les sale de dentro estar ahí, se agradece que no hagan acto de presencia.

   Porque afortunadamente (y aquí empiezo con lo positivo que siempre llevaré en mi corazón), familia, amigos y vecinos (menos el taxista, claro), han estado físicamente los que han podido y por teléfono la gran mayoría. Unos más pesados, otros más discretos, pero todos apoyando y animando, haciendo que la obligada soledad no lo fuera tanto. No voy a nombraros porque no quiero olvidarme de nadie, pero sabéis que no lo olvidaré. Gracias por tanto. El día que pueda empezar a cobrar tantos besos y abrazos virtuales que me habéis enviado, se cerrará este círculo de cariño inmenso que he recibido de vuestra parte.

   No tengo palabras para expresar mi agradecimiento hacia unas personas que sabía que existían pero, a las que, afortunadamente, hasta ahora no había tenido que recurrir: las trabajadoras sociales. Profesionalidad, comprensión y empatía es lo que me he encontrado en ellas; en la del centro de salud, en la del CEAS y en la del hospital. Sin olvidarme de la que lleva la ayuda a domicilio que, además, nos puso en contacto con un verdadero ángel de la guarda que nos ayudó a cuidarle el último mes.

   Mi especial recuerdo para el vigilante de seguridad del tanatorio que, cuando nos quedamos solos, miró para otro lado, permitiendo que pudiéramos estar más acompañados. Sensibilidad; él sí sabe lo que es eso.

   Y para tener siempre en la memoria el detalle de mi fisio que, cuando pude ir a que intentara recomponer mi dolorido y desequilibrado cuerpo, no quiso cobrarme la sesión. Más sensibilidad y empatía.

   Pero lo que me quedará siempre son mis momentos con él durante estos meses. Especialmente ese "Hola guapa" que me decía cuando me sentaba en su cama todos los días para sujetar el termómetro con el que le tomaba la temperatura.



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

lunes, 27 de abril de 2020

Libre para decidir



   Recordaba perfectamente la primera vez que conoció esa palabra. Tenía 12 años y su tutora ese año era la monja que dirigía el colegio. Intentaba implantar cosas nuevas y eligió a su clase como conejillo de indias para ver si funcionaría una competición de debates. Serían dos equipos formados por tres niñas cada uno, que participarían de forma voluntaria. Los lunes les diría cuál sería el tema de la semana, el viernes se realizaría el debate y toda la clase votaría para decidir qué equipo había ganado. Que la participación no fuera obligatoria le hizo soltar un suspiro de alivio; con lo tímida que era y teniendo en cuenta los desastres que habían resultado sus participaciones voluntarias, tenía claro que, esta vez, sería mera observadora.

   Los temas eran de "interés social": inmigración, igualdad, pobreza.....No recordaba todos ni el orden, pero sí recordaba aquél último que estaba escrito en la pizarra cuando ese lunes entraron en clase: EUTANASIA. Ninguna de ellas sabía lo que significaba, así que lo primero que tuvo que hacer la profesora fue explicárselo. Pidió voluntarias y para el equipo en contra no tuvo problemas; sin embargo, ninguna se ofreció para defender eso de la muerte digna que les había estado contando. No supo cómo, porque no recordaba haber tomado la decisión. Simplemente se encontró con la mano levantada.

   -¿Nadie más? No puede enfrentarse ella sola. El debate sería injusto.

   -No me importa. Puedo hacerlo perfectamente-casi lo prefería: era la única forma de que su timidez no la dejara pegada a la silla y sin abrir la boca mientras sus compañeras de equipo tuvieran que hacer la exposición.

   Así que se pasó los días siguiente buscando información al respecto. No era tarea fácil; no había internet ni redes sociales, por lo que sólo disponía de sus queridos libros para hacerlo. En los debates anteriores se lo habían pasado muy bien, aunque, desde su punto de vista, habían utilizado demasiados números. A esas alturas de su vida, sabía que su mente no era de ciencias; los fríos y distantes datos y cifras le parecían útiles, pero para ella lo importante eran las palabras, mucho más cálidas y cercanas, así que decidió evitar usarlos.

   Sorprendentemente, la mañana de aquel viernes no estaba nerviosa; tenía muy clara su exposición, los argumentos que iba a utilizar frente al otro equipo y la conclusión final. Se sentía muy orgullosa de su trabajo y no le importaba si iba a ganar o no. Sólo sabía que su forma de hacerlo no era lo que estaban esperando y deseaba que apreciaran el esfuerzo que había hecho.

   Decir que se comió al equipo contrario sería quedarse cortos. Rebatió cada dato, cada cifra, cada demostración científica y el resto de la clase aplaudía sin parar cada vez que hablaba.. Cuando todavía faltaba un cuarto de hora para llegar a la conclusión, ya no sabían que más decir. Como ellas habían empezado con la exposición, le tocaba a ella el turno. Ante su sorpresa, cuando se levantó para comenzar a hablar, la profesora se adelantó y dijo:

   -Bueno, como os dije, no me parecía que una contra tres fuera un debate justo. Aunque lo ha hecho muy bien, está claro que, en este tema, sólo puede haber una posición, así que no vamos a votar. Os felicito, chicas, por el trabajo que habéis hecho. Ya podéis iros.

   Triste, decepcionada, bajó de la tarima pensando que no lo había hecho bien. Ante su sorpresa, cuando la monja salió del aula, sus compañeras, incluidas las tres del otro equipo, se acercaron para felicitarla. Entonces se dio cuenta de que hay temas tabú y que la gente es tan hipócrita que, aunque tengan claras sus ideas, son incapaces de exponerlas para "no molestar".

   Cuando cada una volvió a su pupitre, se acercó María Eugenia, que había permanecido de pie, detrás de todas ellas.

   -Era tan pequeña cuando murió mi padre, que apenas le recuerdo. Lo que nunca he podido olvidar es algo que le oí decir a mi madre, llorando, delante de mis abuelas y mis tías: "¿Es que nadie puede hacer algo para que se vaya ya y deje de sufrir una vez? Él lo pide cada día". Le respondieron que no lo repitiera, que era voluntad de Dios y que tenía que ser fuerte. Nunca entendí por qué mi madre tenía tantas ganas de que papá muriese; en casa nunca se habla de ese tema. Gracias a lo que ha pasado hoy aquí, creo que ya empiezo a entender que ella sólo quería cumplir sus deseos de irse.

   Nunca más hubo debates. No les dijeron por qué, pero ella siempre pensó que preferían no hacer algo cuyos resultados no pudieran tener controlados.



   Han pasado más de 40 años y la sociedad ha evolucionado tanto, que resulta increíble que todos aquellos temas de interés social sigan sin resolverse. La gente es tan civilizada y tan humana que, no sólo está permitido sino que puede estar mal visto si no se hace, cuando las mascotas llegan al final de sus días en medio de un gran sufrimiento, se las lleva a un veterinario para que las ayude a morir de la forma menos dolorosa y traumática. Sin embargo, si los últimos días, semanas o meses de una persona se desarrollan con dolor, lo único que está permitido hacer es administrar drogas que les dejan sedados o adormilados, pero, por más que los pacientes griten o supliquen que acaben con su tortura, no está permitido hacerlo.

   Sentada en el borde de su cama, recordó la primera vez que se lo pidió, hacía menos de dos meses.

   -Me voy para casa. ¿Necesitas algo?

   -Morir. Ayúdame.

   Fue algo que se repitió casi a diario. La última vez había sido un par de semanas atrás, cuando todavía estaba en el hospital.

   -¿Quieres un poco de agua?

   -Veneno... y acaba de una vez con esto.

   No podía hacer nada y se sentía impotente ante el hecho de que si fuera un perro, haría semanas que habría acabado esa tortura. ¿Por qué les había resultado imposible a todos los gobiernos, fueran del partido que fueran, legislar para permitir que el final de las personas fuera tan humanitario como el de nuestros queridos animales? Seguía siendo un tema tabú y la gente continuaba siendo tan hipócrita como cuando tenía 12 años.



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

miércoles, 11 de marzo de 2020

Sara y sus rubias



   -Y ahora vamos a presentaros el nuevo trabajo de nuestro amigo Manuel Carrasco: "'¡Qué bonito es querer!"

   Cuando lo oyó, Sara estuvo a punto de cambiar de cadena. No era muy fan del Manu, aunque tenía que reconocer que, al final, sus canciones le terminaban gustando. Bueno, no perdía nada por escucharla, así que dejó el dial donde estaba.

   "Tiene un cañón de alegría disparando en los ojos
   Y todo aquel que la mira se llena de amor...."

   Aunque en su vida había morenas y hasta alguna pelirroja, las primeras letras de la canción le trajeron a la mente a sus cuatro rubias; las cuatro patas en las que se apoyaba su vida cuando se convertía en Sarita Agonías. Sólo la gente para la que cualquier pequeño tropiezo se convertía en un Everest podía entenderla; bueno y esas cuatro maravillosas mujeres que sabían cómo calmarla o animarla o lo que necesitara en cada momento. Y, si bien todas habían pasado por momento duros en sus vidas, la alegría de sus ojos era algo común cuando las conocías.

   "Es el ángel de la guarda para los demonios..."

   Sin ninguna duda era Pepi. La conocía desde hacía casi 15 años y, debido a su delicada salud, fue la única capaz de entender cómo se sentía en una de las peores etapas de su vida, cuando al despertarse cada mañana tenía que analizar qué nueva parte de su cuerpo se unía a las demás para martirizarla de dolor. Dulce, generosa y tan fuerte; a menudo se preguntaba, y le preguntaba a ella, de dónde sacaba esa fuerza para seguir cada día a pesar de todo. Alejadas físicamente, ahora sólo se veían una o dos veces al año, pero gracias a las redes sociales se mantenían en contacto a diario......y siempre unidas en la distancia.

   "Es esa palabra que escucha cada suspirar...."

   Alba, por supuesto. Tan segura de sí misma, con las ideas muy claras y siempre transmitiendo una calma capaz de tranquilizarla en cualquier situación. No sabía cómo lo hacía, pero ante una de sus crisis la escuchaba sin decir nada y, al final, lograba minimizar, que no menospreciar, cada una de sus preocupaciones logrando que viera que todo en la vida tiene solución y que "pre"-ocuparse de las cosas sólo te lleva a situaciones estresantes con las que no se logra nada, excepto ponerte enferma.

   "Ella no supo qué hacer cuando la derrotaron..."

   Lupe, su querida y loca Lupe. Hacía más de 12 años que entró en su vida, llenándola de risas, llanto y todos los cambios de humor que se puedan imaginar. Porque así era ella: sentimiento en estado puro y con el corazón más grande que había visto nunca. Acababan de pasar seis meses sin verse y casi sin hablarse por una absurda discusión telefónica. Cuando la conoció, la vida le había pasado por encima con una serie de trágicas desgracias que la habían convertido en la persona más aprensiva del mundo. Sin embargo, nunca dejó de reír, aunque fuera entre lágrimas. "Ay, Sarita, si me hubieras conocido antes de aquello, entonces sí que era alegre y divertida", solía responderle cuando le decía lo sorprendente que era esa chispa de luz que tenía en los ojos, aunque estuviera hecha polvo.

   "Ella aprendió de las lágrimas, harta de llorar...."

   Ufff....Lidia.....tan encantadora y buena....y tan autodestructiva. La sentía alejarse más y más y no sabía qué hacer para ayudarla. Tenía que encontrar el camino para recuperar las fuerzas y la energía positiva que tenía cuando la conoció. Sólo esperaba que en el trayecto no perdiera para siempre a esa persona dulce y risueña que se ganó su confianza la primera vez que hablaron, hacía ya más de cinco años, y con la que siempre había podido contar cada vez que la necesitó.

   Cuando acabó la canción, tenía una gran sonrisa en la cara. Cogió el móvil, buscó la canción en Google y mandó el enlace a cuatro guasas, acompañado de una sola palabra: "Gracias". En menos de una hora tenía cuatro enormes corazones palpitantes en su pantalla. Sólo esperaba que supieran lo afortunada que era por tener su amistad.




Texto Ana María Blanco Estébanez
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viernes, 6 de marzo de 2020

Un día en Portugal: pabernos matao


   El tiempo en Semana Santa es tan impredecible que sus planes de llevar una maleta pequeña para cuatro días empezaron a esfumarse en cuanto fue añadiendo los "por si". Mientras miraba aquel montón de cosas que había ido preparando e intentaba averiguar la forma de meterlo todo en el pequeño trolley azul de dos ruedas que tenía al lado, no pudo evitar pensar en el mismo viaje, hacía más de 30 años, del que volvió viva de milagro y que le marcó de tal forma que nunca más había vuelto a pisar suelo portugués.


   -Frutos secos, patatas fritas, cortezas......Es que no sabía por qué decidirme-dijo en tono meloso al meterse en el coche en aquella luminosa mañana de un domingo de septiembre, cuando él la miró con asombró al ver la enorme bolsa que acababa de dejar en los asientos traseros del viejo Citröen.

   Le dijo que se encargaría del picoteo y él de la bebida. Pensaban comer en algún sitio para probar la comida típica, pero saliendo a las seis de la mañana y volviendo de noche, querían llevar algo para comer y beber en las paradas que fueran haciendo por el camino, que tampoco era plan gastar más dinero del necesario.

   Llevaban diez meses saliendo y no pudo evitar echarse a reír cuando le dijo que había hecho una promesa a la Virgen de Fátima: si aprobaba todo iría al Santuario. A ver, sabía que lo suyo no eran los estudios y que le estaba costando muchísimo sacar la carrera, pero ¿hacer una promesa a una Virgen? En fin, que no tenía ni idea de que tuviera ese tipo de creencias. Pero bueno, una excursión era una excursión, todavía hacía buen tiempo y, casualidades de la vida, aunque ir a Fátima le daba igual, resulta que en aquella época los culebrones estaban muy de moda, y el que había seguido ese verano transcurría en parte en Coimbra. Nunca había oído hablar de esa ciudad y le encantó lo que vio en los episodios que seguía a diario. Así que hizo un trato: iría con él siempre y cuando pasaran por Coimbra, que no tenía ni idea de si estaba cerca o no de Fátima.

   Un mapa de carreteras y consejos de amigos que ya conocían la zona, les llevó a trazar el itinerario dirigiéndose primero a la vieja ciudad para seguir por la autopista hasta Leiria y de allí al Santuario. 

   Entrar en territorio portugués no les sorprendió demasiado: al principio era como la zona castellana que acababan de pasar y, kilómetros adelante, el paisaje se fue pareciendo cada vez más al gallego. A punto de empezar a marearse, llegaron a Coimbra y se dirigieron al precioso edificio de la Universidad. Necesitaban ir al servicio, así que entraron en uno de los bares a tomarse una Coca-cola. La verdad es que estaba muy decepcionada: todo estaba muy sucio. Puede que el tiempo nublado y húmedo contribuyera a esa sensación, pero lo cierto es que esperaban otra cosa.

   Tras un paseo mucho más breve de lo que habían planeado, salieron en dirección a Leiria. Otra sorpresa desagradable. "¿Esto es una autopista?¿Seguro que no te has confundido?" le preguntó al ver aquella carretera de doble carril en cada sentido, pero con  cruces de un lado al otro. Cuando estuvo claro que, efectivamente, aquélla era la autopista que tenían que tomar, no pudo evitar pensar que la autovía Valladolid-Palencia parecía mucho mejor que aquella vieja carretera.

   Lo vieron venir, pero no creyeron que fuera tan insconsciente: un coche apareció por uno de los desvíos de la izquierda, cruzó los carriles que iban en dirección contraria y, sin parar, salió en los que iban ellos. Como estaban en el carril de la derecha, lógicamente, supusieron que el otro vehículo se quedaría en el de la izquierda; sin embargo, ante su asombro, se dirigió directamente hacia ellos. Intentó frenar, pero la carretera estaba húmeda y perdió el control del Citröen.

   Fueron unos segundos interminables hasta que chocaron contra algo y se pararon. "¿Estás bien?", le preguntó él. Ella asintió. Abrió la puerta para bajar y se dio cuenta de que su lado no estaba apoyado en el suelo. Pegó un salto, se dirigió hacia el morro y dio la vuelta para abrirle la puerta a ella. Por la cara que tenía sabía que algo iba mal. Al salir, con piernas temblorosas, vio que estaban en la embarrada cuneta......por suerte: la parte derecha del morro estaba clavada en el barro y empotrada contra un seto. Se acercó y al mirar por encima de aquella valla vegetal vio una caída de varios metros, no sabía decir cuántos, pero los suficientes para no haberlo contado si hubieran saltado por allí.

   No había ni rastro del otro coche y ninguno de los que pasaban parecía tener intención de pararse a ayudarles.

   -Mira, la poli-le dijo él con un suspiro de alivio.

   Para su sorpresa, tampoco pararon. No podían creerlo: ¿un accidente de tráfico y un coche de policía no paraba? Pero, ¿en que país tercermundista estaban?

   Pensaban que no les quedaba otra opción que ir andando hasta algún sito, aunque estaban en medio de ninguna parte y no sabían hacia dónde tirar. Y, de repente, un coche paró. Un matrimonio de jubilados se acercó a ellos y, medio en portugués medio en español, les dijeron que nunca paraban en la carretera, pero que parecían tan desamparados y tan jóvenes, que no habían podido pasar de largo. Una vez analizada la situación, el hombre les dijo que sólo hacía falta una cadena, con la que tirar con otro vehículo, para sacarles de allí. El problema era que ninguno de los dos coches llevaba una. Solución: plantarse en medio de la autopista cuando pasaba un camión que, afortunadamente, paró. Por supuesto que llevaba cadenas, así que la operación no duró más de cuarto de hora. Cuando estuvo fuera del barro, el camionero se fue. Comprobaron los daños y, milagrosamente, el coche parecía funcionar; sólo hacía falta cambiar el neumático, que había quedado completamente destrozado. Al ver que ya lo tenían todo controlado, la amable pareja les dejó. Nunca podrían olvidar su ayuda.

   Apenas recordaba nada del resto del camino; y lo mismo podía decir de Fátima: excepto la enorme explanada, lo demás estaba como entre niebla. Le propuso ir a comer, pero ella dijo que no, que picaría algo de lo que llevaban y nada más. Sólo quería volver a España lo antes posible. Así que, tras un breve descanso, se pusieron en camino.

   Había mucho más tráfico, aunque ella apenas lo notaba; entre los nervios y lo poco que había podido comer, estaba a punto de marearse, por lo que decidió ir tumbada en el asiento trasero, donde iba medio dormida hasta que un frenazo y un choque repentino la empujó contra los asientos delanteros.

   -¡Mierda!-exclamó él.

   -¿Qué ha pasado?¿Otro accidente?¿Nos han vuelto a dar?-preguntó pensando que no podían tener tan mala suerte.

   -Esta vez he sido yo. No te muevas. Creo que no ha sido nada, así que voy a salir a arreglar los papeles.

   Se incorporó y, a través de la luna delantera, pudo ver la autopista llena de coches. Debían haber pillado la hora punta de retorno del fin de semana. Él estaba con una pareja de mediana edad; el hombre bastante tranquilo, pero la mujer no hacía más que gesticular y señalar la parte trasera del que suponía que era su vehículo. No podía oírlo, pero parecía que estaba gritando.

   Salió del coche tambaleándose y se acercó al grupo. Parecía que le habían dado a un Volvo recién salido del concesionario. La mujer no dejaba de gritar; apenas podía entenderla, pero sí que tuvo claro que estaba criticando la forma de conducir de los españoles. Ya no pudo aguantar más.

   -¡Deje de gritar de una vez!Llevamos seis horas en este país y hemos tenido dos accidentes de coche. Nadie se paraba, ni siquiera la policía. Sólo tiene un arañazo en su cochazo, pero nosotros hemos estado a punto de morir esta mañana por un loco-era una mezcla de gritos y sollozos.

   La mujer pasó de la sorpresa ante la aparición (no sabía que había alguien más en el coche) a sentir lástima por aquellos pobres críos. Mientras ellos arreglaban los papeles del seguro, la abrazó y la consoló como pudo.

   -¿Quieres que paremos en algún sitio para descansar y tranquilizarnos?-le preguntó cuando se pusieron de nuevo en marcha.

   -Si no hace falta gasolina no quiero que pares hasta que pasemos la frontera.

   Y eso hizo. El primer sitio que vieron fue una gasolinera con una pequeña área de servicio. Bajaron del coche, se abrazaron.....y tuvieron que salir corriendo detrás del coche porque se le había olvidado echar el freno de mano.

   -A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a ese país si no es en avión o con un tanque-le aseguró de camino a casa.


   Habían pasado más de 30 años y no iba a ser en avión ni en tanque, pero esperaba que un autobús fuera lo suficientemente seguro como para arriesgarse a entrar, de nuevo, en tierras portuguesas.




Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

viernes, 14 de febrero de 2020

Fotos antiguas de Valladolid




   Pues sí, aquí estoy otra vez con uno de mis alegatos. Ya sabéis que no me gusta nada, pero cuando a una la eliminan y bloquean de un página de Facebook, sin ningún motivo, te corroe un cabreo que tiene que salir por algún lado, y ya sabéis que yo, cuando me indigno, lo escupo escribiendo.

   Veréis lo que me ha pasado. Hace unos meses, uno de vosotros me envió una invitación para formar parte del grupo de Facebook "Fotos antiguas de Valladolid". Me pareció interesante y la acepté; y ellos me aceptaron a mí. Me mandaron las condiciones del grupo: derechos de autor de las fotos y, sobre todo, no escribir textos ofensivos, racistas, sexistas, xenófobos y todo eso con lo que, por supuesto, estaba de acuerdo completamente.

   Total que, desde ese día, disfruté de las preciosas y sorprendentes fotos de nuestra ciudad. En cuanto a los comentarios, pues había de todo; alguno fuera de tono, pero, por lo general, la mayoría de la gente se limita a admirar y lamentar las pérdidas de gran parte de nuestros edificios históricos. Yo, pues algún comentario hice, aunque lo normal es que me limitara a dar algún like.

   Y con esto llegamos a hace unos días, cuando se publicó una foto del antiguo Teatro Coca y, en los comentarios, algunos alababan el hecho de que el Teatro Lope de Vega hubiera pasado a ser del Ayuntamiento, justo el día anterior, para asegurar su conservación.Yo, en este caso hice un comentario que voy a intentar reproduciros literalmente: "¿Pasará lo mismo con el Lope de Vega?Ya me gustaría poder ser más optimista, pero el hecho de que ahora pertenezca al Ayuntamiento no me parece seguro para su conservación. Y como ejemplo tenemos el edificio de la Electra, al que cada día veo deteriorarse más y más 😔". No es una transcripción literal, pero era eso más o menos. Sin palabras ofensivas, creo yo. 

   A los que pertenecéis al grupo os diría que entrárais y lo leyérais......pero va a ser que no podréis. Resulta que, alrededor de dos horas más tarde de escribirlas, recibí un like y, cuando entré para verlo, me salió un mensaje diciendo que no tenía acceso a la página. Ingenua de mí, pensé que estarían haciendo alguna modificación y que por eso no podía entrar.

   Al día siguiente me pasó lo mismo: ni podía ver las fotos ya publicadas, ni podía encontrar la página ni, alucinante, aparecía alguna de mi actividad relacionada con ellos en mi muro. Y entonces empecé a pensar que quizás me habían echado; pero ¿por qué? Nunca puse fotos y apenas hice comentarios. Y recordando, dí con el último, el hecho el día anterior. "No", pensé, "ese comentario no era ofensivo, racista ni nada parecido."

   Esta mañana, comentándoselo a alguien del grupo me dice que la página sigue abierta y que sí puede verlo todo. Busca la foto en la que hice el comentario y......efectivamente, mi comentario y el like correspondiente han desaparecido.

   Así que ya convencida de que no sólo me habían echado, sino que ya no queda ni rastro de mi paso por el grupo, me sentí como una agente de la CIA a la que, cuando intentan investigar no encuentran ningún antecedente: el pasado borrado definitivamente. Y como no encuentro ninguna razón para lo que han hecho, he decidido, por un lado, desahogarme y por otro informaros de cómo las gastan.

   Os pediría que lo compartiérais por un par de motivos: para que la gente del grupo sepa que no puedes decir nada que pueda ser considerado una mínima crítica, por muy light que sea, porque os echarán, y para el pobrecillo que me dio un like, por si a él también lo echaron, que sepa que le estoy muy agradecida😉

   Una última reflexión: si me han echado por lo que dije de la mala conservación del edificio de la Electra por parte del Ayuntamiento, ¿debemos pensar que la página está controlada por políticos? Y, si es así, ¿resulta que tenemos un Ayuntamiento que, tan liberal como dice que es, practica la censura a cualquier comentario que no les alabe?



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados