jueves, 24 de octubre de 2019

Solamente un mes


AGUA

   Una mira el calendario y con una sonrisa tacha mentalmente el día 17. Sólo un par de madrugones más y llegarán las deseadas vacaciones. Apenas dos semanas, pero las ha organizado para tener tiempo de salir unos días a cambiar de aires, hacer papeleos y empezar con las rutinarias revisiones médicas anuales. Por supuesto eso es lo que Una se propone hacer, porque ya sabe que, lo más seguro, es que su vida se encargue de hacerle la puñeta y fastidiarle. De todas formas, sólo con conseguir dormir ya se conformaría. Los últimos meses han sido agotadores tanto física como mentalmente; preocupaciones, frustraciones y decepciones la han estresado tanto que apenas consigue enlazar cinco horas de sueño, y espera que el hecho de no tener que estar pendiente del despertador contribuya a conseguir más horas de descanso.

   Cuando acaba de cenar, un gigantesco relámpago ilumina el salón. Dos tardes antes estuvo casi una hora mirando por la ventana un espectáculo sobrecogedor de rayos, sin asomo de lluvia. Esta vez, tras oír el estruendo del trueno apenas un segundo más tarde, sabe que será diferente. Y tiene razón; unas enormes gotas empiezan a golpear los cristales y, en menos de un minuto, el cielo descarga de tal forma que sólo puede ver  una espesa cortina de agua. A pesar de vivir en medio de una ciudad, su situación privilegiada entre dos parques y frente al patio de un colegio le permite disfrutar de las preciosas noches estrelladas veraniegas y de la iluminación que las tormentas eléctricas dejan en el cielo de vez en cuando.

   De repente Una piensa en la galería: ¿están bien cerradas las ventanas? Cuando llega y ve el brillo en el suelo se teme lo peor. Desde que se compró la casa ha tenido tantas experiencias desagradables con el agua (una tubería rota, una fuga en un radiador, un grifo roto y el desagüe atascado del frigorífico), como para saber que lo primero que hay que hacer es buscar el origen. Lo curioso es que todas las ventanas están bien cerradas, así que enciende la luz para ver si es capaz de averiguar de dónde ha salido ese charco. Cuando ve que algunos de los azulejos están a punto de caer sospecha que por fin ha ocurrido lo que lleva años diciendo a la comunidad. Ya no llueve, abre la ventana y, efectivamente, la pared del patio empieza a deshacerse en cuanto la toca. Con un suspiro y un trapo empieza a recoger el agua, mientras piensa que los planes de sus vacaciones, otra vez, vuelven a irse al garete. Por lo pronto, esa noche la pasa casi en vela pendiente de la pared y de los azulejos.

   Cuando al día siguiente vuelve del trabajo, Una se pasa por casa del presidente de la comunidad. Ante su sorpresa, la puerta se abre cuando apenas acaba de tocar el timbre y ve el pasillo lleno de gente. Le viene a la cabeza la escena del camarote de la película de los Hermanos Marx mientras el hombre la invita a entrar. 

   -No te preocupes. Venía a enseñarte lo que pasó anoche en el patio con la tormenta, pero ya veo que estás ocupado.

   -Espera, que te acompaño. Necesito salir de aquí-responde él.

  Mientras suben las escaleras le cuenta que su nonagenaria madre había muerto cuatro días antes y esa tarde es la misa en la parroquia. Habían tenido a toda la familia en casa a comer y les pilló en plena sobremesa.

   -Uy, ten cuidado con esos azulejos, porque como se caigan se partirán-le dice cuando ve el estado de su galería-. Anda, pero si la pared se deshace-exclama sorprendido al tocarla.

   -Lo que te he dicho. 

   -Pero mujer, tenías que haber comentado algo antes.

   -Si miras el acta de la reunión de hace tres años, verás que ya avisé del estado del patio; vuestra respuesta fue que era sólo un desconchón de pintura sin importancia.

   -Tranquila que se lo digo al administrador para que avise al seguro de la comunidad.

HUMO

   El último día de curro está llegando a su fin. Una sólo piensa en que a la mañana siguiente no sonará el despertador. Una cena ligera y a la cama prontito, a ver si consigue dormir de un tirón.

   La parte de su cerebro conectada a la nariz le avisa de que algo va mal. Le sucede desde que, de pequeñita, pasando un fin de semana en casa de su abuela, tuvieron que evacuarles porque se incendió el almacén de colchones que había en la planta baja. Todavía recordaba aquel humo negro y asfixiante que tuvieron que atravesar bajando las escaleras. Lo cierto es que desde el otro lado de la calle donde les obligaron a esperar hasta que se apagara el fuego, los niños disfrutaron viviendo lo que para ellos era una aventura. Tanta gente y los coches de bomberos y de la policía eran un espectáculo que sólo podían ver habitualmente en la tele. La gente mayor lo sentía diferente, por supuesto, pensando que podían perder todo lo que tenían. La casa de su abuela no fue de las más afectadas, aunque sí se perdieron algunas cosas antiguas, como un precioso baúl lleno de ropa y una radio que, de haberse conservado, se la rifarían los coleccionistas hoy en día.

   Ahora es como un detector de humos con piernas; da lo mismo que sea de un cigarrillo, de la cocina o de algo quemándose. Su nariz no falla. Y es lo que pasa en ese momento. Así, de entrada, diría que se quema algo metálico o eléctrico. Primero piensa que es en su casa y hace un rápido recorrido, sin resultados positivos. Entonces empieza a oír voces y ruidos en la escalera. Abre la puerta y se encuentra con sus vecinos subiendo y bajando intentando averiguar de dónde sale ese humo blanquecino que se mete por todas partes. Tras varios minutos en los que nadie logra encontrar el origen, y puesto que al tener las ventanas abiertas se ha ido disipando, todos vuelven a sus casas. Una piensa que deberían preocuparse más, porque, a ver, el humo tenía que tener una causa y, si no se averiguaba cuál era, se corría el riesgo de que volviera a surgir. Pero, en vista de que todo el mundo parece tranquilo, decide tomárselo así ella también.
   
   Vaya forma de empezar las vacaciones. Otra noche más sin pegar ojo, pensando que, en cualquier momento, algo comenzará a arder y tendrá que salir corriendo con lo puesto.

CONTRARRELOJ

   Bueno, pues ya está libre para empezar a llevar a cabo todos los planes que tenía. Se da cuenta de que han pasado varios días desde la tormenta y no ha sabido nada del administrador ni del seguro. Un presentimiento de los suyos le dice que es mejor que llame ella. Efectivamente, el presidente, liado con el tema del fallecimiento de su madre, no se ha acordado de hablar de lo suyo, pero el administrador le asegura que dará parte inmediatamente. Y así debe ser, puesto que esa misma tarde recibe una llamada para que el técnico vaya a ver los daños. La cita se fija para la semana siguiente, así que Una no tiene problemas para irse fuera esos días que tenía previsto.....y que tan bien le van a venir para desconectar de su estresante vida.

   A la vuelta intenta seguir con el plan, pero los papeleos se van complicando tanto que se pasa todas las mañanas yendo de una punta a otra de la ciudad. Las tardes son para los médicos y los cafés con sus amigas. Además tiene que hacer un hueco para acercarse al tanatorio: una de esas muertes que te hacen recordar lo corta e injusta que es la vida. Uno de esos momentos donde te encuentras con gente a la que antes veías en bodas, bautizos y comuniones y con los que ahora te encuentras en hospitales y tanatorios, para oír esas frases demoledoras que se dicen en estas ocasiones: "¡Qué mayores nos hacemos! Está claro que hay que disfrutar cada día como si fuera el último, porque nunca sabes cuándo lo será de verdad".

   La visita del hombre del seguro va mejor de lo que esperaba: ellos se encargarán de colocar los azulejos, pero después de que la comunidad arregle el patio. Así que, tras hablar de nuevo con el presidente y con el administrador, le dicen que mandarán a alguna empresa para que valore las tareas a realizar y haga un presupuesto.

   -Anda, si la pared se deshace-le dice el reparador cuando empieza a inspeccionar los daños.

   -Pues sí, eso te he dicho-le responde Una, preguntándose por qué la gente tiene tantos problemas en creerla cuando les cuenta lo que le pasa. Lo siguiente suele ser algo como: "Nunca he visto nada igual".

   El hombre queda en mandar un presupuesto al administrador y le dice que las reparaciones se harán colgados desde el tejado, por lo que no necesitan que ella esté en casa.

   Y, sin darse apenas cuenta, llega el día de volver al trabajo.

   -Ey, ¿qué tal esas vacaciones?-le preguntan sus compañeras.

   -Ufff-resopla-como una contrarreloj llena de obstáculos-les responde.

DÍA D. HORA H

  Han pasado ocho días y Una no ha vuelto a saber nada del arreglo del patio. Empieza a pensar en llamar al administrador, pero no quiere ser pesada. Al final le manda un correo electrónico preguntándole si le han dicho algo de cuándo van a empezar las obras. Le responde que está en ello. 

   Un par de horas más tarde le llaman de la empresa: les acaban de aprobar el presupuesto y pueden ir tres días más tarde. Le piden el favor de utilizar su galería para dejar las herramientas y ella accede, pensando que si no hubiera sido "pesada", todavía seguiría esperando a que se acordaran de su problema.

   Llega el día y, bastante puntuales, llaman a la puerta. Al abrir se encuentra a un treintañero y un cuarentón bastante altos y con ojos azules. El primero espigado y el segundo, para resumir, podemos decir que era una barriga cervecera perfectamente encajada en el flotador que rodeaba su zona lumbar. Cuando les ve cargados con un arnés, herramientas varias y uno de esos recipientes que usan los albañiles para hacer mezclas, se da cuenta de que ha cometido un error al permitirles usar su galería.

   -¿No os íbais a colgar desde el tejado?

   -Sí, pero si lo hacemos desde tu galería ahorramos tiempo-le responde la barriga cervecera que, para su sorpresa es el que se pone el arnés y se desliza, con una facilidad pasmosa, a través del hueco que deja la ventana. Mientras, el otro sujeta los azulejos para evitar que el retumbe dé con ellos en el suelo, y prepara la mezcla que darán en la pared una vez la hayan picado.

  La verdad es que lo dejan perfecto y, cuando recogen, le dicen:

   -Mañana lo pintamos desde la galería y la ventana del dormitorio.

   -Uy, imposible-responde Una, pensando que no puedes darles la mano porque se cogen el brazo entero-. Mañana voy a llegar más tarde, así que tendréis que colgaros desde el tejado.

   Cuando al día siguiente lo recogen todo y se van, Una tiene que reconocer que han hecho un trabajo impecable y más rápido de lo que había pensado. Les pide que pasen la factura cuanto antes al administrador para poder enviarla al seguro; hay que colocar los azulejos lo antes posible, antes de que se caigan y se líe. Porque Una ha buscado por toda la casa y sólo ha podido encontrar uno de repuesto y, aunque lo pague el seguro, lo último que Una quiere es meterse en obras mayores.

LEGIONARIO O MARINE

   Pasan diez días antes de que manden la factura. Una no entiende cómo pueden tardar tanto cuando es para cobrar; pero, bueno, cuando la consigue, la lleva a una de las oficinas del seguro y le atiende un hombre encantador con unos preciosos ojos azules, que le asegura que no tardarán en ponerse en contacto con ella. Y, oye, en poco más de dos horas, un alicatador llama por teléfono para ir esa misma tarde a arreglarlo. Parece que, por fin, las cosas van rapiditas.

   Cuando abre la puerta se encuentra a un tipo alto con unos ojos azules tan claros que parecen grises. Una cree que no puede ser casualidad conocer a cuatro hombres de ojos azules en sólo un par de semanas. El hombre ya no cumplirá los 50, pero tiene un cuerpo impresionante, embutido en unos pantalones blancos y una camisa, también blanca, arremangada por encima del codo. Una no sabe por qué en su cabeza aparece aquello de "Soy el noooovio de la muerteeeeee....". De hecho, al pasar por su lado, ve un ancla tatuada en el brazo y piensa que más que un legionario, parece un marine.

   -No tengo azulejos de repuesto, así que porfa, ten mucho cuidado para que no se rompa ninguno.

   -Los trataré como si fueran los de mi casa. No te preocupes que seré de lo más delicado. 

   Una mira esas manazas y no cree que "cuidado" sea algo que puedan tener. Sin embargo, logra quitarlos y volverlos a pegar perfectamente en menos de una hora que, en realidad, se le hace mucho más corto, porque entablan una entretenida conversación sobre la situación del mundo actual comparándolo con el de cuando ellos eran mucho más jóvenes.

   Cuando se va, Una suspira. Por fin, todo va a volver a la normalidad. Sólo tiene que recoger los restos de la obra y limpiar un poco. En las próximas vacaciones tendrá que reservar un par de días para una limpieza a fondo de la cocina y de la galería. Cuando está terminando, suena el teléfono.

   -Hola, Pedro.

   -Hola. Ando por tu barrio. Si te viene bien, te llevo la lotería de Navidad, que ya la tenemos.

   -Genial. Pero te advierto que estoy de limpieza de obras, así que tengo todo manga por hombro.

   Mientras le espera, da un repaso a los guasas y se encuentra uno de un número que no tiene entre los contactos. Lo lee y no puede evitar levantar una ceja y abrir la boca. Vuelve a leerlo para asegurarse de que no lo ha entendido mal. En ese momento Pedro llama al portero automático y le abre también la puerta de arriba. Cuando entra, la encuentra en el sofá muerta de risa.

   -Vaya, debes de ser la única mujer del mundo a la que las obras le hacen tanta gracia.

   -Espera, que te cuento lo que me acaba de pasar y ya me dirás si no es para reírse.

   Le pone al día con el tema de las obras y, aunque la conoce lo suficiente como para saber que no exagera ni miente, porque su vida suele ser así de complicada, eso de que acabe de estar en su casa un alicatador que parecía un legionario o un marine, no termina de convencerle.

   -Vale, te leo primero el guasa que me ha mandado y luego te enseño la foto de contacto: "Por cierto si necesitas algo a nivel particular también hago cosas".

   -Es evidente que está ofreciendo sus servicios.-Tiene razón; es imposible no reírse.

   -Ya, pero ¿de qué tipo? No me digas que el mensaje no puede ser más ambiguo.

   -¿Llevabas puesto esto?-le pregunta mientras echa un rápido vistazo a su minifalda, jersey, delantal y viejas zapatillas.

   -Hombre, si quieres me pongo tacones y tiros largos-le contesta mientras le enseña la foto del perfil.

   -Pues está claro que le ponen las pantuflas-le dice riéndose y aceptando que, efectivamente, de uniforme, podría pasar por un soldado de élite.

HUMO Y AGUA

   Cuando Pedro se va, Una decide poner la lavadora con todos los trapos sucios que acaba de utilizar para la limpieza de la obra. El electrodoméstico se pone en marcha con un ruido ensordecedor. Desde hace un mes, cada vez que centrifuga parece que va a salir volando y últimamente, al girar, suelta un lamento agónico que hace que Una se tema que no durará mucho. 

   Aprovecha ese rato para darse una ducha rápida y refrescante y, cuando sale del baño, su detector de humos le alerta de que algo va muy mal. Esta vez no tiene duda; va corriendo a la cocina y ve cómo el tambor de la lavadora se niega a girar, al tiempo que el motor chirría de una forma muy preocupante y un humo blanco, unido a un olor a metal quemado, aparece entre la encimera y el aparato. Una la apaga y abre la galería para que se despeje la cocina y poder respirar.

   Cuando puede abrir la lavadora se encuentra con los trapos metidos en agua sucia y jabonosa. Sólo habían pasado 25 minutos, así que ni siquiera había llegado al primer aclarado. Los va escurriendo con cuidado para que no salga nada de ese agua asquerosa y, cuando los tiene todos en el balde, se da cuenta de que ya no tiene fuerzas para irlos lavando a mano. 

   De repente tiene una idea. Tendrá que echar morro al asunto. Al fin y al cabo sus vecinos no se cansan de repetirle que les tiene para lo que necesite. Pues bien, después de más de nueve años, ha llegado la hora de comprobar si el ofrecimiento es sincero. Primero lo intenta con el matrimonio que vive al lado, pero no abren la puerta. Se dirige a la anciana vecina que vive enfrente y que se muestra encantada de ayudarle. Mientras la lavadora de su vecina se hace cargo de sus trapos, Una vuelve a casa para sacar el agua que hay en el tambor, que está completamente abollado; como si uno de los enanos del Señor de los Anillos hubiera utilizado uno de sus martillos para golpearlo. La verdad es que podía haber sido peor: si se hubiera entretenido más en el baño, podía haber ardido toda la cocina. Descarta llamar al seguro porque ya tiene diez años y está segura de que la reparación, suponiendo que aquello pueda repararse, le costaría más que una nueva. Al terminar, puesto que todavía falta un rato para ir a casa de su vecina, decide prepararse algo ligero para una cena temprana. 

Y LA YAKUZA JAPONESA

   Cuando, por fin, se sienta en el sofá, está agotada. Pone la tele y se dedica  a pasar canales hasta que da con el impresionante paisaje hawaiiano que le hace recordar que, otro año más, se ha quedado sin ver el mar. El episodio está empezando y acaba justo a la hora que tiene previsto acostarse, así que intenta disfrutar de las aventuras de los macizorros policías de Hawaii 5.0 enfrentándose a la yakuza japonesa.

   Al día siguiente se encuentra con que los azulejos que le colocó el legionario estaban a punto de caerse otra vez, junto con los del resto de la fila, así que le llama y queda en pasarse. Los está poniendo en su sitio de nuevo cuando llaman a la puerta. Una abre y se encuentra con dos enormes japoneses trajeados que la tiran al suelo de un empujón.

   -Eh, que esto es una casa particular.-¿En serio ha dicho esa tontería?

  Tras ponerse en pie, se dirige a la cocina donde el alicatador, armado con paletas, llanas y demás instrumentos de su profesión, se está enfrentando a ellos.

   -Parad de una vez-grita. Y, sorprendentemente, le hacen caso, sólo durante unos segundos, porque inmediatamente se ponen los tres a patear y aporrear su pobre lavadora.

   -Si no os vais de aquí, llamaré a la polícía-vuelve a gritar. 

   Apenas ha terminado la frase, una sirena taladra sus oídos. "Pues sí que han sido rápidos", piensa. Un momento, eso no es una sirena; suena como un pitido.

   Una se despierta, apaga el despertador y se echa a reír. Es increíble cómo funciona nuestro subconsciente: de algo agobiante, estresante y agotador, crea una historia absurda y ridícula. 

   Mientras se prepara el desayuno, Una recuerda aquello de que hay que disfrutar cada día porque la vida es muy corta.

   -Será para los que tengan días que disfrutar-se dice al pensar en el duro día de trabajo que le espera, unido al hecho de tener que ir a comprar una lavadora nueva.

   Mira el calendario: día 17. Sólo ha pasado un mes desde la tormenta.




Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

jueves, 3 de octubre de 2019

A veces, la vida puede ser muy bella


   Hasta que no le vio aparecer y acercarse a abrir la puerta del coche, no pudo respirar tranquila. En el fondo seguía teniendo ciertas dudas con respecto a lo comprometido que estaba con ella. No podía evitarlo; el año anterior había sido una decepción tras otra y, aunque en los últimos meses, por fin, le había demostrado que siempre iba a estar ahí para ella, no dejaba de pensar que, en el último momento, volvería a fallar.

   Había pasado más de un año desde que, al día siguiente de hacerse la mamografía anual, recibió una llamada de la clínica pidiéndole que volviera para repetirla porque había algún problema y no se veía bien. Toda mujer sabe lo que eso significa: no lo dicen claro para no asustarte, pero algún problema significa que han visto algo que no tenía que estar y que quieren volver a hacerla lo antes posible para asegurarse.

   Llevaba un par de años saliendo con él, tan guapo e interesante que no podía creer la suerte que había tenido al conocerle, porque además resultaba que también estaba separado y con niños, con lo que se sentía mucho más comprendida que con los solteros con los que había estado después del divorcio. Si le añadimos que le gustaba salir a correr y el yoga, sólo podía pensar que, al fin, los astros se habían alineado para que se cruzase con el hombre perfecto.

   Le llamó para decirle lo que había pasado y el día que tenía que ir a por los resultados. Cuando un par de días antes de la cita recibió un guasa diciendo que se iba a esquiar con sus amigos, supo que se había olvidado de ella. Porque para ser sinceros, no era tan perfecto; tenía un fallo muy gordo: era bastante egoísta y su memoria de pez funcionaba sólo para lo que él consideraba "muy importante". Que se hubiera olvidado de esa cita, vital para ella, le dejó una mezcla de vacío y dolor y le hizo pensar que, quizá, su relación no era tan maravillosa como pensaba.

   No fue sola. Ahí estaba una de sus mejores amigas, acompañándola para recibir la fatídica noticia y no dejando que se fuera a casa sin antes desahogarse tomando algo y hablando de.....lo que fuera. Estaban en un bar cuando recibió su llamada diciendo que acababa de llegar, que sentía mucho no haber recordado que era el día de los resultados y que, en cuanto se acordó, se volvió corriendo. Se unió a ellas......y no se separó de su lado durante todo el proceso: operación, tratamiento y lo que ello significa de cambios de humor. Sabía que, a veces, estaba insoportable, pero no podía evitarlo. Como no podía evitar recordar cómo le falló el día de la consulta. Era como si en el fondo esperara que volviera a meter la pata. Y lo hizo.

   Cuando se dio cuenta de que perdería todo su pelo, empezó a plantearse el tema de las pelucas. Lo cierto es que le habría dado lo mismo llevar la cabeza pelona o con un pañuelo, pero no quería que sus hijos la vieran así; bastante tenían con saber que estaba enferma. Estuvieron viendo fotos y más fotos, hasta seleccionar las que les parecieron que le quedarían mejor. Eligieron el día para ir a probarse antes de decidirse por una.

   Estaba acostumbrada a que no fuera demasiado puntual, pero después de esperarle durante media hora, supo que algo iba mal. Eran casi las 11 de la noche cuando recibió su llamada: lo sentía mucho; había sido una tarde horrible. Primero las cosas se complicaron en el trabajo y salió mucho más tarde. Justo cuando iba a coger el coche.....una llamada de su ex para decirle que su hijo pequeño estaba en el hospital con un fuerte ataque de asma. Le dejó que hablara sin decir nada y, cuando acabó, sin preguntarle ni una sola vez cómo se encontraba ella, sólo pudo decir:

   -¿Jaime está bien?

   -Sí, con la medicación adecuada ya le tenemos en casa.

   -Adiós-Colgó y apagó el móvil.

   Se pasó los días siguientes evitándole, hasta que terminó quedando con él para decirle que no quería volver a verle. Sus amigos le habían dicho que estaba muy mal; no comía y apenas dormía. Aún así se sorprendió cuando le vio tan desmejorado. Pero no podía seguir con él. No sabía si le fastidiaba más que se olvidara de ella cuando más le necesitaba o que terminara diciéndole que era una egoísta por no entender que no podía abandonar su trabajo y a su hijo.

   Los dos meses siguientes fueron un tira y afloja: necesitaba verle pero no quería darle la oportunidad de volver a herirla. Hasta que un día algo en él cambio; nunca supo cuál fue el motivo, pero empezó a tratarla de una forma diferente y decidió darle otra oportunidad. No se arrepintió porque desde entonces se había volcado de la forma que ella necesitaba. Por eso no dudó ni un instante cuando se lo pidió.



   ¡Qué guapa estaba! Y pensar que había estado a punto de perderla, no sólo por esa maldita enfermedad, sino por su falta de tacto y de memoria. La verdad es que no creía que todo fuera culpa suya. Es cierto que metió la pata hasta el fondo cuando olvidó la cita de los resultados, aunque no dudó ni un instante en volverse desde la estación de esquí cuando lo recordó. Después no se había separado de ella en los momentos más difíciles. Pero con el tema de la peluca sólo podía pensar que fue una mala pasada de la vida: él estaba dispuesto a ir, pero hay cosas que no se pueden controlar, como que a tu jefe le dé por endosarte a última hora un trabajo superurgente o que a tu hijo le dé un ataque de asma. No esperaba para nada su reacción descontrolada. ¿Acaso esperaba que dejara el trabajo o abandonara a su hijo? ¿Cómo podía ser tan egoísta?

   Pero, por encima de todo, lo que más le sorprendió fue ese dolor físico que le hacía deambular por la vida como un sonámbulo. No se acordaba de que tenía que comer, y meterse en la cama por la noche era una agonía porque no había forma de conciliar el sueño. Se pasó semanas llorando a sus amigos, como hacemos todos en estas circunstancias. Hasta que un día quedó con una de sus últimas amigas. No solía hablar mucho con ella, pero le contó toda la historia.....y le sorprendió su respuesta. 

   -A ver, yo estoy acostumbrada a ponerme siempre del lado de mis amigas cuando algún cabronazo les estropea la vida, así que no esperes que me ponga de tu parte así como así-le advirtió riéndose cuando se sentaron en la terraza del bar.

   Después de escucharle sin interrumpirle, tenía muy claro lo que iba a decirle:

   -Mira, la cagaste bien cagada al olvidar la cita. Eso ya no tiene solución. Ella te perdonó, pero no creas que pudo olvidarlo. En cuanto al tema de la peluca, ni por un momento pienses que quería que dejaras el trabajo y a tu hijo, pero ten en cuenta que tiene cáncer, que te necesitaba y que, otra vez, le fallaste. Que no tienes toda la culpa, por supuesto, pero podías haberlo hecho de otra forma: ¿Tanto te costaba haberle llamado para explicarle lo que pasaba y que supiera por qué no podías ir?

   Le dejó sin palabras y lo único que pudo hacer fue echarse a llorar como un niño pequeño. Pero algo cambió. Decidió que haría todo lo posible por conseguir otra oportunidad. No tenía ni la más mínima duda de lo que sentía por ella, así que lo intentaría como fuera.

   Y lo consiguió. Le costó mucho convencerla, pero estaban enamorados y sólo hacía falta que la suerte estuviera de su lado un poquito más. Nunca le contó cómo ni quién le había abierto los ojos para darse cuenta de lo egocéntrico que había sido. Puede que algún día las presentara; estaba seguro de que se llevarían bien. O puede que siguiera manteniendo el misterio.



   Ella le sonrió mientras bajaba del coche intentando no pisar su bonito vestido de novia. Él no sabía qué hacer, pero acercó su boca a su mejilla y, tras darle un suave beso, le susurró: "Estás preciosa". Ella le respondió: "Has venido" y se echaron a reír. Era cierto que, con un poquito de suerte, la vida podía ser maravillosa.
   

   
   
Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados
   

lunes, 2 de septiembre de 2019

Yo y.....mis premoniciones


   Alguno de vosotros ya lo sabíais desde hace años, pero a la mayoría seguro que os sorprende enteraros ahora de que tengo "poderes". Bueno, quizás exagero un poco; más que nada porque no sé cómo controlarlos, así que en general puedo asegurar que no me sirven de mucho que digamos 😄

   Al principio eran sólo premoniciones de las que fastidian. Me explico: estoy leyendo un libro o viendo una película.....y, de repente, sé lo que va a pasar. No lo veo, no oigo voces.....sólo lo sé. Con el tiempo he aprendido a ignorarlas y a disfrutar de la historia.....y a no cascarle el final a quien esté viendo la peli conmigo 😉

   Después empezaron las que yo llamo "útiles"; y es que descubrí que soy capaz de encontrar casi cualquier cosa. "Oye que no encuentro.....", "Oye que no sé dónde he puesto...." son frases que, si ando cerca, dejan de tener misterio. Os haría una lista, pero sería muy larga y aburrida, así que sólo os contaré que mi récord está en encontrar un saco de dormir a 90 kilómetros de distancia y a través del teléfono 😎

   Hasta aquí nada extraordinario, ¿verdad? De hecho, la mayoría de vosotros solíais decirme que era una cuestión más de intuición que otra cosa. Pues que sepáis que esto ha ido a más. Ahora estoy especializada en embarazos. No os riáis, que no fallo. La primera vez, me encontré a una vecina dando una vuelta con una amiga. Al día siguiente le pregunté cómo llevaba el embarazo y me dijo que, hasta donde ella sabía, no estaba embarazada. Dos meses más tarde, cuando volví a encontrármela, me dijo: "No sé cómo lo sabías, pero está embarazada. Tía, si ella ni lo sabía por entonces".

   La última vez fue esta primavera: quedé con una amiga y, de repente, lo supe:

   -Vais a ser abuelos.

   -¡Qué dices! Que no, que es muy pronto. Si todavía no hace un año que se han casado. Deja que disfruten.
   
   -Oye, que a mí me da igual, pero ya sabes cómo funciona esto. Yo te lo digo: vais a ser abuelos.

   Y, a principios de verano, tres meses más tarde, me confirmó que, efectivamente, hay un bebé en camino 😜

   El año pasado empecé con los sueños; y esto me tiene todavía mucho más despistada porque son pelín erráticos. Os cuento: soñé que una de mis amigas estaba embarazada, así que al día siguiente la llamé para felicitarla. He de decir que la noticia no la entusiasmó, precisamente y, mientras me juraba que ni estaba, ni quería estarlo, me llega un guasa que me hace soltar una carcajada.

   -Tranquila que he fallado en un par de kilómetros: me acaba de escribir mi amiga maltesa, la que vive en Australia, para decirme que está embarazada de su segundo bebé.

   -Uf, qué alivio-me contestó- Pero oye, ¿hoy?¿el mismo día que lo has soñado? Das miedo. 

   Y hace unas semanas soñé que una de las cuerdas, llena de ropa recién lavada, se rompía y quedaba colgando del lado de mis vecinos, que estaban fuera y no podía ni coger las prendas ni arreglar la cuerda. Era sábado, así que me puse a mis tareas; ya sabéis: plumero y aspirador mientras canto a pleno pulmón con los auriculares puestos. Cuando terminé, salí a la galería a recoger la ropa que tenía tendida y......adivinad: una de las cuerdas de mis vecinos, llena de prendas recién lavadas, se había roto y estaba colgando de su fachada. Atónita y con la boca abierta, tardé varios segundos en reaccionar. Os juro que estaba acojonadita. Al final, como no me apetecía dar voces por el patio (sólo lo hago para cantar 😝), me acerqué a su casa para decírselo.

   -Muchas gracias. Ahora lo recojo. Creo que tengo cuerda guardada, así que podemos cambiarla, si te viene bien.

   Y, mientras estábamos con ello, no hacía más que pensar que necesito un Freud que me ayude a interpretar o controlar esto de alguna manera. No es que quiera ganarme la vida de pitonisa ni nada parecido, pero sí me gustaría saber que si sueño algo es exactamente eso 😞

   Ah, por cierto, si os preguntáis si no me pasa con los hombres......pues claro que sí. Ya sabéis que soy un imán para plastas, niñatos inmaduros y algún que otro psicópata, así que cómo no iba a tener "avisos". El problema es que cuando, el individuo en cuestión, me gusta de verdad, soy como Morat y Aitana: "Presiento que serás de esos errores. De ésos que estoy dispuesta a cometer".....y claro, así  me va 😂


Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

viernes, 30 de agosto de 2019

Palencia, sí: PALENCIA


   Odiaba viajar sola, pero no quería quedarse el último fin de semana del verano en su ciudad. Necesitaba cambiar de aires. Y al final tuvo una idea: Palencia. Había estado tantas veces que casi era como su casa, y estaba tan cerquita que, en cierto modo, tampoco lo podía considerar un viaje. Nunca había ido como turista, así que se agenció un plano y marcó los imprescindibles; por un lado, los sitios en los que no había estado y por otro, los que quería volver a ver.

   Ese sábado amaneció radiante y las temperaturas iban a pasar de los 30º, así que cogió el coche y decidió que la primera parada sería el Cristo del Otero, para poder disfrutar de las vistas sin asarse de calor. Conocía la escultura de lejos, pero no había ido hasta allí en todos los años en los que, por motivos familiares, Palencia se había convertido en un añadido de Valladolid. De hecho, cuando ella decía que era el barrio más grande de Pucela no lo hacía en sentido despectivo, sino porque iba más por allí que por la mayoría de los barrios de su ciudad. Cuando se quedaba a dormir en casa de su abuela, al despertar por la mañana y subir las persianas, la figura del Cristo estaba justo en frente de su ventana, vigilando desde lo lejos; aunque nunca estuvo muy segura de si la vigilaba a ella o a los muertos del viejo cementerio que había justo debajo de la casa y que, años más tarde, se transformaría en un enorme parque.

   Las vistas desde el pequeño cerro le permitieron ver, como desde cualquier mirador castellano, llanuras que se perdían en la distancia. Si bien la escultura era imponente, quedó un poco decepcionada; pero era algo que le pasaba últimamente desde el momento en que se asomó a Burgos desde el Castillo. Ni siquiera las vistas de Salamanca desde las torres de la Catedral se parecen mínimamente a lo que ves al asomarte al mirador sobre la Ciudad del Cid. 

   -¿De dónde eres?-la pregunta le sorprendió porque no se había dado cuenta de que hubiera nadie más. Era el encargado de la limpieza del recinto.

   -De Valladolid-respondió mientras pensaba que, efectivamente, tenía todas las pintas de  una turista.

   -Anda, pero ¿los de Valladolid venís aquí de turismo?-dijo mientras se reía.

   -Bueno, yo sí-rió ella también.

   Se quedó un rato explicándole dónde se encontraban los principales monumentos, que apenas se podían distinguir. Se dieron la vuelta y le explicó que el pueblo que se veía al fondo era Villalobón y le animó a que entrara en la pequeña ermita a los pies del Cristo, donde podía ver el museo dedicado a Victorio Macho. Y allí la dejó, mientras seguía con sus labores de limpieza.

   La siguiente parada la llevaría al único parque en el no recordaba haber entrado nunca: la Huerta de Guadián. Había pasado infinidad de veces por delante de sus verjas y sentía curiosidad por cómo sería por dentro. Aprovechó para dejar el coche por la zona y se dispuso a entrar. Lo primero que le llamó la atención fue el silencio y lo verde que estaba todo. Los monumentos funerarios de la entrada, llevados hasta allí desde el viejo cementerio eran espectaculares; pero lo que de verdad le dejó sin palabras fue la pequeña ermita románica de San Juan Bautista, trasladada desde su ubicación anterior para evitar ser tragada por las aguas de un pantano, y montada allí piedra a piedra, en medio de una pradera verde, y en la que todavía podía verse la numeración en alguno de los bloques.

   Desde luego la visita no podía haber empezado mejor. Ahora disponía del resto de la mañana para pasear por esos rincones y plazas tan tranquilos que recordaba de pequeña. Empezó acercándose al Salón, muy cambiado. Cantidad de nuevas cafeterías habían abierto y sacado sus terrazas a lo largo del paseo, convirtiéndolo en una pequeña Castellana. Desde allí se dirigió a los principales monumentos en los que había estado años atrás y que no la decepcionaron en absoluto: San Lázaro, las Claras, la fachada de San Bernardo y el impresionante Palacio de la Diputación, que, como siempre, la dejó sin palabras. Iba entrando y saliendo de la Calle Mayor, por la que tantas veces había paseado, pero que apenas había mirado. Alucinó con esas casas elegantes de diferentes estilos, que la convertían en una de las calles más bonitas que recordaba. Se acercó al Convento de San Francisco; mejor dicho, a la iglesia con su pórtico y claustro, que es lo único que queda del gigantesco complejo que fue cuando lo crearon, llegando a tener cinco claustros, el mayor de todos lo que hoy es la Plaza Mayor. Allí descubrió una pequeña capilla con el techo cubierto de calaveras; algo siniestro, pero al mismo tiempo fascinante.

   Siguió su camino en dirección a San Pablo y a San Miguel, sus últimas paradas antes de la Catedral. Cuando dos años atrás decidieron volver a visitar las capitales de la Comunidad, no sabían que iba a ser una visita también por andamios y más andamios. Primero fue la Catedral de Segovia, el año anterior la Plaza Mayor y el Palacio de Monterrey de Salamanca; y ese mismo verano, nada menos que San Marcos, San Isidoro y la Catedral de León. Así que no le sorprendió para nada que la Bella Desconocida también estuviera oculta en parte detrás de telones y andamios. En este caso, se ofrecía la  posibilidad de hacer una visita por las obras, a la altura de las cúpulas. No lo dudó y se apuntó en el turno de las cuatro, por lo que disponía del tiempo justo para comer y tomar un cafetito en alguna de las terrazas de la plaza. Una vez más le sorprendió la paz y tranquilidad de la que se disfrutaba en zonas que, en otras ciudades, solían estar llenas de ruido y gente.

   Cuando llegó la hora se acercó a la entrada del claustro, donde reunieron al grupo para la visita. Iban acompañados de una guía y de uno de los restauradores. Les explicaron las medidas de seguridad y les dijeron que, si bien en el interior de la catedral se podían hacer fotos sin flash, por la zona de la restauración estaba prohibido. Subieron en un montacargas hasta el piso 10 y al salir se encontraron en una zona de trabajo tan impresionante que no sabía si mirar a las piedras que estaban limpiando, a las cúpulas con sus nervios o las maravillosas vidrieras, tan cercanas que parecía poder tocarlas con las manos.

   -Es injusto que no nos dejéis hacer fotos-le dijo al restaurador.

   -Vale, si quieres hacer alguna, haré como que no he visto nada- le contestó él con una sonrisa. 

   -No, seré buena.

   Aunque sus buenas intenciones estuvieron a punto de irse al traste cuando, al bajar, pasaron por delante del retablo. Ver las tallas a una distancia tan corta, le dejó alucinada; apenas parpadeaba para no perderse nada. Según iban bajando, ella se quedaba siempre atrás, con el restaurador, preguntándolo todo, interesándose por cada detalle.....hasta que al final él tuvo que reconocer que no se dedicaba a las tallas, sino a los paramentos de la torre.

   -¡La torre!-exclamó-¿La visita nos lleva por allí?

   -Pues no, y es una pena porque hoy está trabajando el cantero, y lo hace al estilo del siglo XV.

   -Soy una arqueóloga frustrada, así que todo lo que tiene que ver con la Historia y el Arte me encanta-le contó mientras regresaban al claustro- Tienes una profesión preciosa.

   Se despidieron, pero apenas había dado unos pasos, la llamó: 

   -Oye, me queda la última visita. Si quieres, cuando termines de ver la catedral, me esperas aquí y subimos a la torre. Tengo que recoger mis cosas y así puedes ver cómo trabajamos allí arriba.

   Ella aceptó de inmediato y se dispuso a entrar en el enorme edificio que, una vez más, le dejó sin palabras: inmenso, precioso.....y tan poco valorado. Un tercio estaba tapado por las obras, pero aún así, la visita le llevó más de una hora; al final de la cual, volvió al claustro, sin estar segura de encontrarle allí. Puede que hubiera querido gastar una broma a la turista de turno. Pero no, ahí estaba para llevarla, de nuevo, a un montacargas.

   -¿Eres consciente de que te has subido a un montacargas con un desconocido?-le preguntó muy serio.

   Por un momento sintió una punzada de peligro.

   -Bueno, tú también-le respondió. Y se echaron a reír.

   -Te dejo con Juan para que le preguntes lo que quieras, mientras recojo mis cosas. Le encanta hablar de su trabajo, así que no te cortes.

   Cuando salieron del montacargas, se encontraron en otra sala muy similar a la que habían estado un par de horas antes; pero ésta era más pequeña y ocupaba todo el centro de la torre. Había mesas, piedras y utensilios por todas partes. Un hombre estaba limpiando algo que parecía un viejo escudo con un cepillito. Puede que su forma de trabajar fuera como la del siglo XV, pero estaba segura de que aquellos canteros no tenían instrumentos que se parecieran a los que estaba utilizando él.

   -Juan, te traigo una fan del arte. Te advierto que te hará muchas preguntas. Os dejo un ratito-y se fue por un estrecho pasillo.

   Regresó unos minutos más tarde para ver una imagen que le dejó sin aliento: allí estaban los dos hablando como si se conocieran de toda la vida y riéndose vete tú a saber de qué, mientras el sol de la tarde se filtraba a través de los toldos que cubrían los andamios para ir a dar en su larga melena. Y entonces se fijó en lo atractiva que era. No sólo físicamente. Nunca había conocido a una mujer a la que le interesara tanto su trabajo.

   -Tenemos que irnos-dijo.

   Mientras bajaban en el montacargas notó cómo no dejaba de mirarla. La verdad es que no estaba nada mal.

   -Oye, si no tienes prisa por irte, podemos dar una vuelta y luego tomar algo. Deberías quedarte a ver la ciudad de noche. Han puesto una iluminación muy chula. Además hay concentración motera, así que tendremos mucho ambiente.

   -Vale-respondió después de pensarlo unos segundos.

   El montacargas volvió a dejarlos en el claustro. "Vaya, cuando llegué esta mañana ni imaginé que el día podía terminar así", pensó él. "Vaya, quién me iba a decir a mí que mi visita turística a Palencia iba a resultar tan prometedora", pensó ella.

   Y mientras cruzaban la plaza, dejando atrás el precioso edificio, con sus originales gárgolas, ninguno de los dos se dio cuenta de que ni siquiera sabían cómo se llamaban.




Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

lunes, 19 de agosto de 2019

¿Qué sabe nadie?


   Como cada lunes por la noche después de cenar, se sentó con su familia, al igual que ocurría en la mayoría de hogares españoles, a ver en la tele el programa que llevaba varios años batiendo récords de audiencia. Era fascinante (cotilla, decían algunos) seguir las historias de la gente desaparecida y los esfuerzos que se hacían en el programa para dar con ellos. Estaban los desaparecidos involuntarios, normalmente historias espeluznantes sobre secuestros y asesinatos. Luego estaban los que perdieron el contacto al emigrar buscando una vida mejor; cuando los hallaban, los reencuentros eran muy emotivos. Y después estaban esas historias que no podía entender: los que se "iban a por tabaco" y no volvían; gente que un día, simplemente, dejaba todo atrás, sin despedirse y sin motivos aparentes. Eran los más difíciles de encontrar y, si lo hacían, lo habitual era que no quisieran aparecer delante de las cámaras. Irresponsables y cobardes, era como solía calificarlos. "Yo nunca haría algo así", decía cada vez que se encontraba con una de esas historias.

   Un año, al volver de las vacaciones de verano, fue el programa el desaparecido. La versión oficial era que no se había llegado a un acuerdo entre la cadena y la productora; sin embargo, era vox populi que entre las denuncias de los desaparecidos voluntarios por atentar contra su intimidad y las presiones de cierta parte de la sociedad cuando empezaron a investigar los casos de los bebés robados durante décadas, era sólo cuestión de tiempo que se lo cargaran.

   Muchos años más tarde, aquella adolescente tan segura de sí misma y con las ideas tan claras, se había tragado tantas veces lo de "Yo nunca...", que había perdido la cuenta. Ahora se limitaba a decir: "No lo entiendo, pero allá cada cual con su vida". Porque ésa era la cuestión: la vida. Y la suya había resultado bastante diferente de lo que ella había esperado. 

   Soñó con ser una Indiana Jones viajando por todo el mundo para descubrir misterios de la antigüedad, y la vida le dio un despacho. Esperaba encontrar al hombre de su vida para formar una familia, y la vida le dio tantos sapos que ya se había cansado de seguir buscando a su príncipe azul. 

   Meses atrás, después de su 45 cumpleaños, se había dado cuenta de que se había convertido en una de esas personas que tanto despreciaba: era una conformista sin ilusiones, completamente rendida a su destino. Una relación familiar cada vez más prescindible, unos amigos con los que podía contar, siempre que no estuvieran demasiado ocupados viviendo sus propias vidas, y un trabajo aparentemente rutinario, pero que le permitía conocer gente de diferentes culturas y profesiones, además de manejar una gran cantidad de información de todo tipo. En resumen: una soltera con su trabajo y su casa y toda la libertad del mundo para hacer lo que quisiera. Pero eso sólo era lo que la gente veía desde fuera. Lo cierto era que se sentía como si viviera para los demás: lo que ellos querían cuando ellos querían. Había dejado de soñar, ilusionarse o hacer planes, porque nunca conseguía llevarlos a cabo. Siempre surgía algo que hacía que tuviera que renunciar a ellos, porque lo que les pasaba a los demás siempre era más importante.

   Cada vez estaba más insatisfecha. Tenía que hacer algo. Todavía le quedaban muchos años por delante y tenía que intentar alcanzar alguna de las cosas que siempre quiso. No soportaba su vida, pero nunca pensó en suicidarse. Lo que necesitaba era empezar de nuevo. ¿Y si resultaba que todo era un error?¿No podía ser que había caído allí pero que en realidad su verdadera vida le esperaba en otro lugar? Siempre había pensado que si no consigues lo que quieres, tienes que querer lo que consigas, pero eso ya no le servía. Estaba harta de sobrevivir cada día, esperando que, de repente, algo cambiara y transformara su vida en lo que ella deseaba. Era como si viviera sobre una bomba de relojería, esperando que un día estallara y ya no hubiera marcha atrás.

   La verdad es que, al principio, empezó como una distracción: se preguntó cómo lo haría si quisiera desaparecer. Se sorprendió al darse cuenta de que no era nada complicado: saber a dónde quería ir, conseguir los medios para el viaje y, sobre todo, borrar sus huellas. Ni siquiera hacía falta que cambiara de nombre. A pesar de vivir en una sociedad tan controladora, resulta que todavía quedan sitios lo suficientemente aislados como para que nadie te encuentre o, si alguien lo hace, haya pasado tanto tiempo que ya no importe. 

   Cuando se quiso dar cuenta lo tenía todo planeado y se sorprendió de que, por primera vez en muchos años, estaba ilusionada y emocionada. La pregunta era ¿se atrevería? Porque tenía toda la infraestructura preparada y sabía exactamente cada paso que tenia que dar.....menos el primero. Y ése se lo consiguió Nieves, una de sus mejores amigas, cuando le dijo que su superperfecto novio desde hacía 15 años y ella, por fin, iban a casarse y quería, por supuesto, que le organizara la mejor fiesta de compromiso de la historia. Nieves lo celebraba todo a lo grande, así que no le extrañó en absoluto el sitio elegido. Al mismo tiempo que preparaba una fiesta espectacular, fue preparando, también, el momento en el que empezaría su nueva vida.


   La Leyenda del Pisuerga estaba precioso: las luces y los adornos hacían que el bonito barco, del estilo de los que navegaban por el Mississippi en las películas del oeste, resultara deslumbrante. Además de los habituales viajes turísticos para conocer Valladolid de una forma diferente, se ofrecía la posibilidad de alquilarlo para todo tipo de fiestas. Nieves le dio un cheque en blanco para que la suya fuera el acontecimiento social más importante de la historia de la ciudad; algo que todo el mundo recordara por siempre jamás.

   Había preparado todo al mínimo detalle, como siempre. Pero dio una vuelta más para asegurarse: catering, iluminación, disc jockey y el photocall. Todo estaba preparado para la fiesta más pija que se había visto en la ciudad. Estuvo con los novios recibiendo a los invitados y haciéndose fotos con todo el mundo. Un minuto antes de la hora que el capitán había establecido para zarpar, y mientras todos estaban saludándose, nadie la vio saltar al pequeño muelle y correr hasta los árboles más cercanos, donde permaneció acurrucada hasta que estuvo segura de que no quedaba nadie por los alrededores.

   Entonces fue al aparcamiento y se montó en el coche alquilado en el que había guardado las pocas cosas que pensaba llevarse. Si todo iba bien, y estaba segura de que así sería, nadie la echaría de menos hasta muchas horas después, tiempo suficiente para poner tierra de por medio. Cuando se dieran cuenta de que estuvo en el barco, pero que su coche estaba en el parking, imaginarían que había ocurrido un accidente en el río. Para cuando empezaran a sospechar que algo raro pasaba, ella ya estaría lejos. Al fin y al cabo no era una delincuente y ya no había ningún Paco Lobatón a la caza de desaparecidos.

   Imaginaba lo que la gente diría de ella cuando se enteraran, pero no le importaba lo más mínimo. Por primera vez desde que podía recordar, sentía latir su corazón con fuerza. Una enorme sonrisa apareció en su cara al darse cuenta de que, ahora sí, estaba viviendo su vida.


Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

viernes, 21 de junio de 2019

Corazones rotos







   Acarició su suave pelo y rascó tras sus orejas, mientras tarareaba esa canción que le hacía ronronear y adormilarse en sus brazos. Al poco tiempo se la pasó al veterinario y salió de la sala. No hacía falta decir nada. Le costó mucho tomar la decisión, pero si podía evitar su sufrimiento, era mejor acabar cuanto antes.

   De vuelta a casa iba recordando lo que supuso la llegada de Lola a su vida, hacía ya 10 años. Después de 27 maravillosos años de matrimonio, su Álvaro la dejó tras meses de deterioro y dolores agónicos. Dios no había querido bendecirles con hijos, así que, cuando su marido murió, se dispuso a enfrentarse a un período de soledad y tristeza; hasta que un día, la hija de sus vecinos apareció con esa pequeña gatita de poco más de un mes que habían encontrado abandonada en la calle y que no estaban seguros de que fuera a sobrevivir. Volcó todo su amor y tiempo en ella y, por supuesto, sobrevivió. Se convirtió en su sombra; la seguía por toda la casa y, cuando notaba que su ánimo decaía, se subía a su regazo y la miraba con esos ojazos verdes hasta que volvía a sonreír.

   Al entrar en casa sintió el mismo vacío que años atrás, cuando volvió del cementerio el día que enterró a Álvaro. Se puso a recoger sus juguetes, su cesto, el comedero.....y, de repente, sintió que el aire le faltaba. Tuvo que sentarse y respirar profundamente, mientras unas lágrimas con las que no contaba, empezaron a manar de sus ojos. No era capaz de describir el dolor que sentía en el pecho, pero era como si algo dentro de ella se estuviera rompiendo en mil pedazos impidiéndole respirar. Algo que ya conocía: lo mismo que sintió después del entierro de su marido. Si alguien le hubiera dicho que volvería a sentirlo al perder un animal, no lo había creído; estaba segura de que su corazón roto nunca volvería a recuperarse. Lola le enseñó que siempre se cura y, aunque con cicatrices, sigue sintiendo amor. Ahora le estaba haciendo recordar que amar siempre tiene un precio: el dolor.

II

   Hacía meses que sabía que tenía que acabar. Lo intentó de todas las formas posibles, pero su relación no funcionaba. Estaba seguro de que si no fuera por los niños, se habrían separado ya. Cada vez que intentaba hablar con ella, le decía que era un rompefamilias, un egoísta que sólo pensaba en sí mismo.

   Fueron a un consejero matrimonial y sólo sirvió para que le llovieran reproches y más reproches. Según parecía el culpable era él. Puso todo de su parte para arreglarlo. La quería como el primer día, pero había cambiado tanto que le costaba reconocer a la persona de la que se había enamorado hacía ya casi 20 años.

   Estaba a punto de subir al coche para ir a trabajar, cuando sintió un dolor tan intenso que creyó que iba a morir. Se mareó y, si no se hubiera apoyado en el techo del vehículo, habría terminado en el suelo. Pensó que era un infarto o quizás un ataque de ansiedad. En ese escaso minuto en que todo su mundo se volvió negro, una luz apareció de repente. Supo que tenía que separarse sin más esperas ni prórrogas; si no lo hacía, estaba seguro de que moriría. En ese mismo instante pudo respirar de nuevo y su mundo recuperó el color que había perdido minutos antes. Sintió que algo se había roto dentro de él, pero ahora ya estaba seguro que todo iba a ir bien. Acababa de dar el primer paso para empezar a recuperarse.

III

   Como cada sábado por la tarde, se dirigió a la residencia. Sabía que después de comer la encontraría descansando en su habitación y hacia allí se dirigió, tras saludar a la recepcionista y al grupito de ancianos que a esas horas solía sentarse en la entrada al solillo.

   -¡Hola, abuela!-exclamó tras llamar a la puerta y abrirla.

   Una mujer muy menuda, con el pelo completamente blanco y cara angustiada salió del cuarto de baño. Cada semana le sorprendía ver cómo iba mermando, y se preguntaba si al final, un sábado, cuando fuera a visitarla, simplemente habría desaparecido.

   -Échala. No sé quién es y no quiere irse-lloriqueó la mujer.

   La acompañó al baño, pero allí no había nadie. Estaba vacío.

   -No hay nadie, abuela.

   -¿Cómo que no? Mírala, ahí está, mirándome fijamente y sin decir nada-dijo mientras señalaba hacia el espejo.

   Sabía que últimamente ya casi no reconocía a nadie. Sólo al grupo familiar más cercano que iba a visitarla con frecuencia. Pero que no fuera capaz de reconocer su imagen en el espejo le partió el corazón.

   -Mira abuela, somos nosotras-le dijo, poniéndose a su lado y señalando al espejo.

   La anciana la miró con sus ojos azules, casi transparentes, y volvió a ver el vacío con el que se encontraba cada vez más a menudo. De repente notó una chispa en su mirada y supo que estaba teniendo uno de los pocos momentos lúcidos de los que disfrutaba, cada vez más esporádicamente.

   Se echó a llorar y sólo pudo abrazarla mientras le decía que todo iba bien y que no pasaba nada. Se pasaron el resto de la tarde paseando por los jardines de alrededor del edificio, recordando su vida, cuando era jovencita y luego de recién casada. Eran los momentos de los que más nítidamente tenía recuerdos, así que no se cansaba de escucharla contar cómo conoció a su abuelo y lo dura que fue la vida los primeros años  de casados, cuando todavía vivían en el pueblo.

   Cuando llegó la hora de irse, la dejó en el comedor, donde se disponían a darles la cena. Ese día sería el último en el que la reconoció; por eso nunca pudo olvidar aquella forma en que sus ojos azules la traspasaron sin verla, porque en aquel instante, un pinchazo en el corazón, le avisó de que era el principio del fin de su vida consciente. Aunque vivió todavía varios años más, lo que se mantuvo con vida era su cuerpo; lo que ella había sido se empezó a desvanecer aquel día en su imagen reflejada en el espejo.




Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

lunes, 17 de junio de 2019

POR SER MUJER





    -¿En serio vas a rechazarlo?-le preguntó una de sus compañeras.

   Después de años esperando, le habían ofrecido la plaza que siempre había deseado; suponía una mejora económica considerable y, además, estaba a escaso cuarto de hora andando desde su casa. Les explicó cuál era el problema: había varias formas de ir a las nuevas oficinas. El camino recto era el más rápido, por supuesto. En coche, autobús, bici o cualquiera de los otros trayectos aumentaba en más del doble el tiempo, porque había que dar un enorme rodeo para cruzar las vías. Sin embargo, al lado de su casa había un paso y eso le permitía llegar en un tiempo récord........aunque suponía jugarse la vida. Resulta que aquél era el último paso a nivel que quedaba en la ciudad, hasta que varios años atrás llegó el AVE y el Ayuntamiento planeó una espectacular reforma de la zona que, partiendo del soterramiento, convertiría todo aquel espacio en una avenida con nuevas edificaciones y zonas verdes, de ocio y culturales.

   Lo primero fue cambiar el paso a nivel, que les llevaba al otro lado de las vías en escasos veinte segundos, por una pasarela. Teniendo en cuenta que la otra opción era un túnel, los vecinos consideraron que pasar por encima de las vías era mucho mejor. Además, sería una medida provisional, ya que en pocos años desaparecería. Empezaron las obras y aquello parecía no tener fin. Nadie sabía cómo podía tardarse tanto hasta que, de repente, parte de la construcción asomó por encima de los andamios y paredes de protección. Era algo enorme y sin sentido que la gente no terminaba de entender. El día que la dieron por terminada nadie pudo decir nada. Era indescriptible, una monstruosidad formada por varios tramos de rampas en zig zag de subida, la pasarela propiamente dicha para cruzar las vías, y otros tantos tramos de rampas de bajada.Todo el mundo probó a cruzarla y el resultado no pudo ser más decepcionante: se tardaba casi tres minutos a paso ligero y se llegaba al otro lado agotado de tanto subir, girar y bajar. Además, las paredes de protección laterales impedían la visión, por lo que, cuando ibas a girar a la siguiente rampa, nunca sabías si venía alguien de frente o siguiéndote. El terreno al otro lado había sido dividido en parcelas urbanizables, con las calles perfectamente trazadas y asfaltadas, y habían hecho un parque enorme alrededor de naves abandonadas que iban a ser rehabilitadas para convertirlas en salas de exposiciones y aulas formativas y de entretenimiento.

   Habían pasado más de diez años y la crisis convirtió todos aquellos proyectos en papel mojado. Lo único que se mantuvo fue, precisamente, lo único que iba a ser provisional: El Monumento, como los vecinos llamaron a la monstruosa pasarela. Excepto un par de edificios de viviendas y otro de carácter administrativo, las parcelas seguían sin urbanizar. El parque estaba muy abandonado y las naves se habían convertido en ruinas perfectas para que los grafiteros pintaran con sus espráis. Estaba todo tan abandonado que los domingos por la tarde la banda de una de las cofradías de la ciudad practicaba con sus tambores y cornetas, porque no era posible molestar a nadie. De día siempre había gente cruzando la pasarela; el considerable ahorro de tiempo hacía que, a pesar de todo, prefirieran ese trayecto. Sin embargo, de noche, a pesar de estar iluminada, casi nadie se atrevía a usarla.

   -Pues tú verás, tía. Pero si no lo aceptas, se lo estás dejando en bandeja al Repelente Vicente- siguió otra de sus compañeras.

   Se giró y se quedó mirando al fondo del despacho, donde estaba el único hombre que trabajaba con ellas. Un auténtico bicho raro, vago y egoísta al que todas estaban deseando perder de vista.

   Y entonces lo sintió. Sabía lo que iba a hacer, aunque supusiera ir en contra de su instinto de supervivencia. Siempre había sido así: era tranquila y procuraba no meterse en líos, pero había un tema con el que no podía. Nunca se había considerado feminista al estilo de esa manada de tías que pensaban que para defender sus derechos tenían que enseñar una teta. Ella defendía la igualdad de otra forma, y había tenido que empezar a hacerlo desde muy pequeña. Le tocó en suerte una familia muy machista, en la que los pocos hombres que había gozaban de unos privilegios y trato preferente que le llevaban los demonios. Y es que ella era así: no podía callarse. Protestaba y protestaba, aunque sabía que la respuesta era siempre la misma: eres una chica. Nunca entendió qué importaba eso porque se veía igual a un chico. Había cosas que podía hacer y otras que no, pero no consideraba que fuera por "ser una chica". Tenía sus limitaciones y lo aceptaba, pero no como una debilidad de su sexo, sino de ella. 

   Así que cuando se dio cuenta de que iba a perder la plaza porque tenía miedo de lo que podría pasar al ser mujer y tener que andar sola por una pasarela y descampados de noche, y que eso ni se lo plantearía un hombre, decidió que antes muerta que cederle su derecho al trabajador más jeta de su empresa.

   -La aceptaré, aunque tenga que salir todos los días con un cuchillo en el bolso-se rió mientras se lo contaba a sus compañeras.

   Y dos semanas después, un lunes a las 7:15 de la mañana, aunque lo de mañana era sólo de nombre, porque estaba todo completamente oscuro, se encontró a la entrada de la pasarela. A pesar de las luces, lo cierto es que daba miedo ir por allí. Respiró hondo y empezó a subir por la rampa. Su cuerpo iba creando sombras según avanzaba y lo único que se oía era el latido de su corazón. No podía evitar esa sensación de miedo que mantenía en alerta todos sus sentidos. Cuando llegaba al final de la segunda rampa se detuvo de golpe. ¿Eran pisadas lo que oía? Un pánico como hacía tiempo que no sentía le impedía moverse. Su cerebro palpitaba al ritmo de su corazón, que cada vez iba más acelerado. Definitivamente se oían pisadas, pero era imposible saber si venían de frente o tras ella. Se obligó a seguir andando. Llevaba zapatos con suela de goma que no hacían ningún ruido en el cemento. Las otras pisadas seguían acercándose. Ya se veía en los periódicos: Mujer desaparece cuando iba a trabajar, al atravesar una zona poco frecuentada.

   Tenía que salir de aquel laberinto infernal. Iba a echar a correr en cuanto llegara a las rampas de bajada. Faltaban sólo unos cinco metros para llegar. Las pisadas estaban cada vez más cerca. Sujetó fuerte el bolso y justo al girar para empezar a bajar llegó el choque y los gritos.

   -Joder, ¡qué susto me ha dado!-le dijo un veinteañero con una mochila a la espalda y auriculares en los oídos, cuando los dos pudieron recuperar la respiración.

   El resto del camino fue mucho más tranquilo, aunque su corazón no latió con normalidad hasta pasadas unas horas. 

   No cambió el trayecto y terminó por perder el miedo. De hecho, daba gusto disfrutar del silencio tranquilizador de esa primera hora del día. Casi todos pensaban que estaba loca por ir sola por allí, pero, la verdad, no le importaba lo que pensaran los demás. Ella era así y así iba a seguir; ya era demasiado mayor para cambiar.





Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

jueves, 30 de mayo de 2019

¿Amor de madre?


   Abrió los ojos e intentó incorporarse. Un pinchazo de dolor en el cuello le hizo recordar lo incómodos que eran esos sillones de hospital.

   Se acercó a la cama y comprobó que todo seguía igual. Sabía que no pasaría de esa noche; así se lo habían asegurado los médicos.

   Su mano se detuvo cuando estaba a punto de rozar la frente de la mujer que le dio la vida.....sólo para destrozársela.

   Recordaba perfectamente cuándo fue la última vez que intentó abrazarla y besarla. Era muy pequeña, pero el empujón y las palabras que recibió se le quedaron grabadas: "Aparta, pesada. Hay que ver qué pegajosa eres". Esperó en vano durante años un gesto, una caricia.....hasta que, simplemente, dejó de hacerlo. En aquella época se inventó otra vida: resulta que era adoptada. Era imposible que esa señora fuera su madre; ella tenía otra, muy buena y que la quería mucho, pero que tuvo que abandonarla por los motivos más diversos, que variaban cada vez que fantaseaba con ella. Lo que no cambiaba nunca era ese final feliz en el que un día volvía para darle todo su amor.

   Con el tiempo, también dejó de lado esas fantasías. Para su desgracia ella era su madre y nadie más. Lo único que le hubiera gustado saber era si las cosas serían diferentes de no haber muerto su padre a los 8 meses de nacer ella. Aunque quizá también él hubiera pensado que era una inútil que no sabía hacer nada bien y que sólo era una carga.

   Sus años de estudio pasaron sin pena ni gloria; no tenía el cerebro de su hermano ni el don de gentes y la capacidad de conseguir lo que se propusiera de su hermana. Aprobaba todo, pero no destacaba en nada. Y fuera de clase apenas se relacionaba con sus compañeras. A su madre no le gustaba ninguna y ya había aprendido que era mejor no hacerla enfadar. Como también aprendió a evitarla en lo posible cuando estaban a solas. Desde el día que la madre de una compañera le afeó la forma en que la trató cuando al ir a buscarla vio que se había manchado los pantalones con tinta y se puso a gritarle y a empujarle, tenía mucho cuidado en cómo la trataba en público.

   Tampoco hablaba de ella con nadie. Todo el mundo quería a sus madres y ese amor era mutuo. Les envidiaba en silencio porque ella no podía decir nada bueno de la suya, a no ser que se lo inventara; y hablar mal de tu madre es algo tan feo.

   Sus hermanos estudiaron lo que quisieron, así que ella pensó que también podría hacerlo. Le encantaba la Historia, sobre todo la antigua y más en concreto la Arqueología; eso de investigar el pasado y encontrar cosas que ayudaran a entender cómo vivían siglos atrás, unido al hecho de irse lo más lejos posible a trabajar, era algo que llevaba años deseando. Por supuesto, su madre no iba a permitirlo.

   -No pensarás que voy a tirar el dinero en una carrera universitaria que no sirve para nada. Con lo inútil que eres no vas a encontrar trabajo en ningún sitio, como no sea en la empresa de tu hermano.

   Ni se planteó trabajar en el centro de estética de su hermana: "Alguien como tú le espantaría a las clientas". Pero la empresa de informática de su hermano.....la verdad, no le atraía lo más mínimo. De todas formas, en lo que sí estuvo de acuerdo su madre fue en pagarle un módulo de Administración y Gestión, así que, de momento, tenía tiempo para intentar encontrar otra cosa.

   La última parte del ciclo eran unas prácticas en  una empresa y a ella le tocó una de las más importantes de su ciudad. Descubrió un mundo en el que nadie la juzgaba ni la criticaba; un lugar en el que sus ideas eran escuchadas y tenidas en cuenta, a diferencia de su casa, donde su madre consideraba que no sabía lo que decía y que era mejor que estuviera callada.

   Cuando acabó ese periodo, le ofrecieron un contrato de 6 meses prorrogable. Se lo dijo a su madre,  quien la miró fijamente y le soltó:

   -Ya sabes lo que quieren estas empresas: explotarte en el trabajo y pagarte lo menos posible. Con lo bien que estarías con tu hermano y tú prefieres trabajar para otros. Si ya sabía yo que eres tonta.

   A los dos meses, el jefe de personal le ofreció un puesto como su secretaría; había seguido su trabajo desde que entró a hacer las prácticas y le gustaba su forma de trabajar, sus ideas y la manera que tenía de tratar a la gente, algo muy importante en ese departamento, donde solían ir con los ánimos bastante exaltados; ella conseguía apaciguarles y tranquilizarles antes de entrar a hablar con él. Resultaba que sí tenía un don, al fin y al cabo.

   Cuando llegó a casa, se había mentalizado para que nada de lo que su madre le dijera pudiera quitarle la alegría que tenía. Como siempre, su respuesta consiguió empequeñecerla de nuevo:

   -Bueno, por lo menos podrás mantenerte sola porque está claro que nunca encontrarás un hombre que te aguante y cargue contigo.

   Y es que eso era una de las cosas en las que estaba completamente de acuerdo con su madre. Nunca llamó la atención de un chico y estaba convencida de que terminaría como una de esas solteronas de las que siempre le hablaba. Hasta que llegó la fiesta de Navidad que ella había preparado de principio a fin, y a la que estuvo pensando no ir. No conocía tanto a la gente y tenía miedo de quedarse apartada sin hablar con nadie. Al final sus compañeras le animaron y convencieron.......y Raúl se sentó a su lado durante la cena y no se separó de ella en toda la noche.

   Llevaba un par de años en el Departamento de Química, a donde había llegado para sustituir al anterior jefe. A pesar de lo joven que era, tenía un curriculum por el que se le habían disputado en varias empresas. La suya lo consiguió y no se habían arrepentido. También era uno de los solteros de oro y tenía a la mayoría de las chicas detrás de él, pero nunca mostró interés por ninguna de ellas. Al final dejaron de rondarle y, como suele suceder en estos casos, se corrió el rumor de que era gay.

   Que esa noche no se despegara de ella le hizo pensar que era su escudo para que no se le acercaran el resto de solteras, por eso se extrañó cuando se dio cuenta de que de verdad se interesaba por ella. Desde ese día empezaron a salir y, cuando su madre se enteró, llegó el momento que más temía: tener que presentárselo. Por supuesto no le gustó y, por supuesto, le dijo lo que pensaba sin adornarlo:

   -Vaya joyita que te has buscado. ¿De verdad crees que le interesas? Sólo quiere una cosa y, como eres tonta, terminarás con un bombo. Pero ya te advierto que ese día no vuelves a entrar en esta casa.

   Al mes siguiente era su cumpleaños. El día anterior Raúl le regaló un vestido precioso; de los que había visto en otras chicas, pero que nunca se habría atrevido a ponerse ella. Cuando se lo probó se miró con los ojos con que él le miraba y se dio cuenta de que no era tan fea como le decía su madre. Incluso podía decirse que tenía una figura atractiva. Iban a ir a cenar y le pidió a su hermana un tratamiento de los que daban en su centro. Cuando su madre la vio, notó un destello de disgusto en su mirada, pero, por primera vez en su vida, no tuvo nada que decirle. Desde ese día, no volvió a salir de casa sin maquillar y nunca más usó esa ropa insulsa con la que se había vestido toda su vida.

   Lo cierto es que no le importaba por qué Raúl estaba con ella. Era feliz por primera vez en su vida y, lo que pudiera pasar después, no le interesaba lo más mínimo. Bastante tenía con esquivar a su madre. Verla tan feliz era un motivo más para meterse con ella. Cuando un par de meses más tarde le dijo que lo habían dejado, las aguas volvieron a su cauce, por supuesto no sin antes recordarle que ya sabía ella que ningún hombre en su sano juicio  podría estar a su lado.

   En la siguiente reunión familiar, les anunció que se iba a comprar una casa.

   -Ya era hora de que salieras de las faldas de mamá-le dijo su hermana.

   -¿Irse ésta? No tendré esa suerte. Si no sabe ni freír un huevo. ¿Cómo se las apañaría si no me tuviera a mí para cuidarla y desvivirme por ella?

   -Pues es una buena inversión-dijo su hermano, para el que todo lo que no resultara beneficioso económicamente era un desperdicio.

   -Mira, eso sí. Lo puede alquilar-añadió su madre.

   Ella les aclaró que el piso estaba muy abandonado y necesitaría varias reformas. Que lo iría haciendo poco a poco y ya vería si lo alquilaba o no.

   Nunca fue a su casa, ni se interesó por las obras o, más tarde, la decoración. Simplemente era como si no supiera que existía. Y lo cierto es que lo agradecía: temía que quisiera mangonearlo todo y elegir los muebles y la pintura a su gusto, recordándole que ella no sabía lo que se llevaba y que era incapaz de combinar colores de una forma bonita.

   Cuando la tuvo terminada, no se lo dijo a nadie, pero empezó a plantearse la posibilidad de irse a vivir allí. Le costaba dar ese paso. No es que le importara lo que diría su familia por "abandonar" a su madre, es que su sentido de la responsabilidad le impedía dejarla sola; le daba tanta pena. No tenía amigas y su familia vivía su vida. Si se marchaba sabía que no tendría a nadie más que se preocupara por ella.

   Un día, hojeando una revista en una sala de espera, se topó con un artículo que le llamó la atención: Tipos de madres, era su título. Empezó a leerlo por curiosidad y se topó con uno que se llamaba "Madres tóxicas"; aquella lectura le abrió los ojos del todo. Era una descripción exacta de su madre. Y tomó la decisión de una vez: tenía que huir de ella como fuera.

   Pero la vida seguía impidiéndole ser feliz del todo: cuando llegó a casa, su madre le soltó que en la revisión médica habitual, el doctor le había dicho que veía algo raro y que esa misma tarde fuera al hospital a hacerse unas pruebas. La acompañó y los resultados no podían ser peores: un tipo raro de cardiopatía (era incapaz de repetir esas palabras médicas) que no era operable y que acabaría con ella en unos meses; el doctor no supo decirle cuántos. Se lo dijo a sus hermanos y decidieron no contárselo a su madre. Si no había solución, no había motivo para preocuparle.

   No le quedó más remedio que posponer sus planes. Si sólo le quedaban unos meses, no podía dejarla sola. Pero la verdad es que la situación se fue haciendo cada vez más insoportable. Hasta que esa tarde, cuando llegó del trabajo, su madre empezó, como siempre, a criticar todo lo que hacía y decía. Ella procuraba no llevarle la contraria para evitarle un disgusto a su corazón. Pensaba que no dejaba de ser paradójico que le fallara el único órgano que pensaba que no tenía o, al menos, no usaba.

   -¿Has ido con esas pintas a trabajar? No sé para qué te pintas como una puerta; total el resultado tampoco es muy atractivo que digamos. Y encima llevas unas semanas que estás como una vaca; como no te cuides un poco terminarás rodando por las escaleras.

   Se dio cuenta de que ya no podía dejar pasar más tiempo. Había llegado el momento.

   -Tengo algo que decirte: estoy embarazada de 4 meses. No te preocupes, que mi bombo no se quedará en tu casa. Voy a recoger lo imprescindible y mañana vendré a por el resto.

   Tenía miedo de su reacción. De que su corazón se parara. Pero la verdad es que sintió un alivio tan grande, que no podía ni sentirse culpable.

   -¿Tú sola y cuidando de un bebé?-y se echó a reír-. Imposible. Si no sabes ni cuidar de ti misma.

   -No estaré sola. Raúl  y yo nos casamos hace 8 meses-respondió mientras le enseñaba la mano donde brillaba la preciosa alianza que se quitaba cada vez que entraba en casa.

   Esta vez no hubo respuesta. Primero fue un destello de enfado como no había visto nunca en su mirada. Duró sólo un instante. Un gesto de dolor y su cabeza se echó hacia atrás en el sillón.

   Los de la ambulancia lograron reanimarla y, ya en el hospital, le confirmaron que había llegado el final. Raúl le pidió que no se quedara; que no era conveniente en su estado. Ella insistió en hacerlo.

   Se acercó a la ventana. Estaba amaneciendo y todo seguía tranquilo. Sobre todo ella, que sabía que, por fin, iba a empezar la vida que siempre había imaginado y que había estado a punto de no conseguir.

   Al mirar hacia la cama, vio que su madre tenía los ojos abiertos. Se acercó, por si necesitaba algo, pero ya no hacía falta. Pulsó el botón y entraron dos enfermeras que le confirmaron que había muerto.

   Empezó a hacer las llamadas pertinentes en estos casos y, mientras esperaba en la sala de espera a que llegara su marido, empezó a acariciar su barriguita mientras canturreaba una bonita canción. Su bebé sabría desde el primer momento lo que es el amor de una madre.



Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados

miércoles, 10 de abril de 2019

La Ley de Murphy


   Otra sonrisa bonita que se cruzó en su vida sólo para convertirse en un gilipollas inmaduro que no sabía lo que quería.....aunque tenía claro que no era a ella. Y, por supuesto, sus amigas no iban a permitirle quedarse en casa tranquilamente; no señor, habían preparado un fin de semana de chicas para estar con ella, aunque no fuera eso lo que necesitaba ni quería. 

   Era la hora de salir del trabajo y el cielo se había ido oscureciendo de una forma preocupante. Habían dado lluvias para los próximos días, así que no era extraño que la luz pareciera la del ocaso, en lugar de la de las tres de la tarde.

   -Se está preparando una buena-le dijo su compañera.

   -En cuanto ponga un pie en la calle empezará a llover, seguro-contestó ella riéndose.

   Pero se quedó corta. Al salir por la puerta, unas marcas en la acera le indicaron que empezaba a gotear, así que abrió el paraguas y se dispuso a cruzar la calle. Y entonces las cuatro gotas se transformaron no en el aguacero prometido, sino en una tremenda granizada que golpeaba su paraguas y piernas. Apenas podía andar porque las pequeñas bolitas no se deshacían al llegar al suelo y caminar sobre ellas suponía ir patinando peligrosamente. Su objetivo era llegar a los soportales que había dos manzanas a la derecha, pero al paso que iba, cuando llegó, la granizada era una fina lluvia que hacía innecesario buscar refugio. "Vaya forma de empezar el fin de semana", pensó, "aunque si sigue así, tendré la disculpa perfecta para no salir mañana".

   Y, efectivamente, esta vez, los del tiempo no fallaron en su pronóstico y el sábado amaneció frío y con un vendaval que hacía que la lluvia cayera horizontalmente. Así que cuando sonó el teléfono sabía exactamente lo que iba a decir.

   -Hola, hemos quedado esta tarde-le dijo una voz alegre y cantarina.

   -Mira, con el día que hace.....

   -Vamos a ir al cine a ver Green Book-siguió sin escucharla-. Ya sólo la ponen en los Broadway, así que te pilla cerquita. Nos vemos allí a las ocho, ¿vale?

   -Vale-fue lo único que pudo responder. Qué listas eran. Menuda encerrona habían preparado. Sabían que hacía meses que quería verla y siempre ocurría algo que lo impedía. Además, aquellos cines estaban cerca de casa, así que no había forma de poner una disculpa creíble. Eso sí, se pondría unos vaqueros, una camiseta y, en cuanto acabara la película, de vuelta a casita.

   Sin embargo, a las seis de la tarde los brillantes rayos del sol se fueron abriendo paso entre los negros nubarrones y, aunque muy fría, la tarde se quedó de lo más luminosa, así que cuando fue a vestirse, cambió los vaqueros y la camiseta por los botines de tacón y un minivestido con lentejuelas que hacían que brillara más que una bola de discoteca.

   Cuando llegó al cine parecía que media ciudad había tenido la misma idea porque la cola llegaba hasta el Paseo Zorrilla. Al llegar a la taquilla, medio congeladas, la opción que les dieron era la quinta o la última fila. Iba a decir que la quinta cuando sus amigas se adelantaron y pidieron la última.

   -Madre mía. Vosotras no habéis venido a este cine, ¿verdad? A ver, la imagen y el sonido son buenos, pero las salas no se parecen a las nuevas; apenas tienen inclinación, así que esperemos que no se nos ponga un Romay delante o tendremos que coger asientos para niños.

   La última fila de su sala estaba encajonada detrás de una columna, entre tres paredes; teniendo en cuenta que el espacio entre filas era el justo para sentarse sin cruzar las piernas, una sensación de claustrofobia las invadió. Afortunadamente la película era muy buena y el tiempo se pasó volando.

   A la salida, se encontraron una noche gélida y brillante. La lluvia había arrasado con esa contaminación que llevaba semanas instalada sobre la ciudad. Decidieron ir a picar algo, pero todo estaba lleno. Entraron en el primer bar en el que vieron un hueco y, mientras unas iban a pedir a la barra, las otras se encargaron de vigilar cuándo quedaba una mesa libre. Consiguieron una, también encajonada en un rincón; pero lo importante era tener un sitio donde dejar las bebidas y los platos.

   No llevaban cinco minutos sentadas cuando sucedió todo. Ocurrió en un par de segundos: un movimiento de un brazo a su izquierda empujando una copa de mosto llena, que se cae sobre ella, que intenta levantarse, pero no hay espacio y ve cómo todo el líquido rojo se derrama sobre su bolso y vestido y escurre por sus medias hasta terminar bajando hasta sus pies. Como puede sale del rincón y va al servicio, pero, excepto secarlo todo, no consigue hacer desaparecer el estropicio.

   -Lo siento, chicas, pero me voy a casa. Estoy empapada y pegajosa y necesito quitarme todo esto. Pasadlo bien, por favor.

   Intentaron convencerla, pero no aguantaba más. Estaba claro que no tenía que haber salido. Lo único que quería era llegar a casa cuanto antes y cogió todos los atajos que se le ocurrieron. De hecho, cuando se quiso dar cuenta iba por el Campo Grande. No había nadie más, claro; la gente solía ir por la otra acera , mucho más iluminada. De repente sintió cómo el miedo empezaba a asomar, pero estaba tan cabreada que terminó pensando que si alguien le salía al paso iba a recibir un bolsazo, patadas y puñetazos; sería una forma de desahogar toda la frustración que llevaba dentro.

   Eran casi las doce cuando entraba en casa. Se quitó la ropa y la dejó a remojo; no quería que las manchas se secaran más todavía. Se puso el pijama y empezó la tarea de intentar limpiar los botines y el bolso. El mosto había entrado por cada hendidura y tuvo que repetir la tarea porque las marcas no terminaban de salir. Frotó bien la ropa y parecía que quedaba limpia, así que lo aclaró todo, lo tendió.....y se metió en la cama. Era la una y media; estaba helada y agotada, por lo que se quedó dormida enseguida.

   Una musiquilla invadió su sueño. Una neurona se despertó lo suficiente como para advertirle de que era el móvil. Lo cogió e iba a contestar cuando otra neurona le hizo fijarse en la hora, las seis y media, y en la persona que llamaba. "Ésta se ha confundido"-pensó cuando vio que era su amiga maltesa que vive en Australia.

   Se dio media vuelta, pero ya no podía dormirse. El móvil volvió a sonar; esta vez para avisar de un whatsapp.

   -Sorry, Ben was playing with my phone.

   -Don't worry. I love to wake up early on Sunday mornings- respondió, mientras se preguntaba cuáles serían las probabilidades de que un enano de tres años, jugando con el móvil de su madre en Australia, entre todos los contactos, fuera a dar con una pobre españolita que estaba plácidamente dormida

   No hablaba con ella desde Navidad, así que aprovecharon para ponerse al día. A las siete decidió levantarse. Tenía mucha ropa que planchar y estaba claro que ya no podría dormir más.

   Después de desayunar recibió la llamada de su amiga para pedirle perdón por el accidente.

   -De verdad, que te sientas fatal no va a hacer que yo me sienta mejor. Nos podía haber pasado a cualquiera, así que olvídalo, en serio.

   Tenía todo preparado: planchador, música para cantar y bailar y plancha perfectamente caliente. Creía que había colocado bien la sábana pero, cuando iba a empezar la tarea, comenzó a resbalarse y tuvo que echar las dos manos para evitar que cayera al suelo, sin darse cuenta de que ya había cogido la plancha. Vio el desastre demasiado tarde: la sábana terminó en el suelo y la plancha sobre su dedo; el mismo en el que el verano anterior se había cortado con el ventilador cuando intentaba manipularlo mientras estaba funcionando. Un grito y todos los tacos que se le vinieron a la mente sirvieron para soltar adrenalina, pero el intenso dolor consiguió que unas lágrimas aparecieran en sus ojos. Miró el reloj: las diez de la mañana. Cerró los ojos y suspiró profundamente; todavía quedaban muchas horas para que acabara aquel fin de semana infernal, así que imagino que tendría más oportunidades para llorar con ganas. Estaba segura de que su mala racha de desgracias no había terminado.Ya lo dijo Murphy: si algo es susceptible de empeorar, lo hará.


Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados