Son las 7 de una preciosa mañana de julio y salgo de casa pensando en lo único positivo que tiene estar levantada a esas horas para ir a trabajar: respirar el aire fresco de las mañanas veraniegas, muy lejos del helador que me ataca cuando estamos en invierno.
Y ahí voy yo, con la mejor de mis sonrisas, pensando en lo maravillosa que es la vida e intentando adivinar las cosas guays que me pasarán a lo largo del día......hasta que, justo antes de llegar al próximo portal, veo que sale de él una persona fumando. Vaya por Dios, ya se estropeó el buen rollo. El aire fresco desaparece y un asqueroso humo entra por mi nariz haciéndome toser. Me mira con desagrado y me suelta: "Estamos en la calle". Pues sí, estamos en la calle.....¿y qué?¿Acaso el humo en la calle molesta menos? pienso yo. Pero me niego a que mi mal humor vaya a más, así que no digo nada. Me limito a acelerar el paso para no seguir tragando esa pestilencia que va soltando.
No es la única chimenea que me encuentro por el camino, y cuando llego al curro ese frescor matutino se ha convertido en un sensación pastosa en la boca, con un sabor como a brea. Y hablando de sabores: ¿habéis besado alguna vez a un fumador? Es lo más parecido a chupar un cenicero....imagino, claro, porque a una no la da por ir chupándolos....los ceniceros, digo 😉
Pero todavía no ha terminado mi tortura matutina. Afortunadamente ya no se puede fumar en los lugares de trabajo: hay que salir a la calle. Y ahí me encuentro la última agresión a mi salud antes de entrar en la oficina; porque resulta que "la calle" en bares, empresas, oficinas, centros de salud, hospitales y colegios parece significar "justo a la puerta". Vamos, que hemos conseguido no respirar humo en el interior, pero antes hay que pasar por los fumaderos en los que han convertido los accesos a los edificios.
En fin, que una se cansa ya de intentar defender sus derechos a respirar aire y no humo, porque es como luchar contra un muro que defiende sus derechos a hacer lo que les dé la gana aunque molesten a los demás. Y, la verdad, a mí me da lo mismo cómo quiera matarse cada uno, pero también tengo derecho a elegir la forma en que quiero morir yo y, en serio, no es ahogada en humo de tabaco.
No desespero. ¿Quién sabe? Puede que mañana mi paseo matinal sea fresquito y puro 😊
Texto Ana María Blanco Estébanez
Todos los derechos reservados
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